jueves, 30 de octubre de 2014

El talismán

En otro momento quizás diría que soy un afortunado pues sé cuándo voy a morir, lo malo es que ese día es hoy y eso no es ningún privilegio.

Seguro que estaba predestinado a ello, a llegar a este punto, a tener el conocimiento de mi devenir. Todo ocurrió como por casualidad, en una de mis mañanas depresivas, siempre con las lágrimas a flor de piel, solo aliviaba mi estado de ánimo el caminar, el perderme por las calle de la gran ciudad, horas y horas caminando sin rumbo fijo. A veces ni yo mismo sabía cómo había llegado a lugares de los que desconocía su existencia en el callejero de mi ciudad y tenía que preguntar a los vecinos cómo llegar a la parada más próxima de metro o autobús para poder regresar a mi casa.

Así fue el día que comenzó todo, un día tan triste como los demás, la jornada anterior fue otra de esos terribles días en los que uno hubiera preferido quedarme en la cama y no acudir a mi trabajo. Otra vez mi jefa me tenía preparada una encerrona, cualquier nimiedad me la echaba en cara como si la empresa, una multinacional con mil trabajadores en España, fuera a caer en bancarrota por culpa mía. Esto se repetía ya desde hacía dos años, un acoso sistemático y atroz cernía sobre mí, su titulación como psicóloga lograba en todo momento superar mi personalidad y acoquinarme uno y otro día sin darme un respiro. Moralmente me iba hundiendo y ya, ni el auxilio de otros psicólogos a mi favor con sus tratamientos conseguían que levantara cabeza, acudía al trabajo como una res al matadero.

Cuatro meses de baja por depresión que tuve por prescripción médica, no sirvieron para parar sus afrentas y desde el primer día me hizo saber que todo seguía igual entre ella y yo, incluso iba a subir el tono, pues por culpa de mi baja, había sido amonestada por la dirección y eso no me lo iba a perdonar, otra cuenta más en mi debe.

Todo eso me rondaba por la cabeza cuando aquel día paseaba apesadumbrado y con la vista en el suelo, debía de llevar mucho tiempo y muchos pasos así, pues de pronto me vi en una plazoleta sin calle de salida más que por donde había entrado. Cuatro acacias enfermas por múltiples podas asesinas y un par de bancos de granito conformaban todo el mobiliario urbano, las casas que rodeaban la plaza tenían solo dos alturas y habían sido construidas al principio del siglo pasado. Habían conocido mejores épocas y clamaban por una mano de pintura.

En un costado de la plaza y protegido por la sombra que proyectaba el edificio anejo, un tenderete me llamó la atención por lo extraño de su ubicación, ésta más bien hubiera sido dentro de una feria de artes ocultas y esoterismo que en una plaza olvidada y de ubicación ignota dentro de la ciudad.

Mi curiosidad pues quedó muy excitada con la presencia del puesto, por lo que me acerqué a echar un vistazo a la mercadería. Por la parte superior revoloteaban atrapasueños con plumas de múltiples colores y encima de un tapete de color verde se hallaban expuestos piedras de todos los materiales, jaspe, ámbar, mármol, hueso, etc. Multicolores y tallados sobre ellas un emblema distinto  y de dibujos geométricos.

-    -   Son talismanes
Una voz cavernosa me sobresaltó, no había percibido la presencia del dueño de la tienda, un personaje de tez cerúlea y de cuerpo enjuto y apergaminado, vestía de negro y además de su rostro solo eran  visibles sus manos parecidas a garras de águila.
Sabía que estaba obligado a responder, pero mi boca en aquel momento se me quedó seca y mi mente quedó agarrotada, apenas conseguí balbucear:
-   -  ¿Pa para qué sirven?
-   -  ¿Tienes algún problema?
-   -  ¿Y quién no lo tiene hoy en día? – Nunca hubiera imaginado que pudiera continuar con el juego de las preguntas sin responder, un matiz irónico quedó en el aire tras mi última frase.
-   - Quizás aquí está la solución – Me respondió por fin sin dejar alguna interrogación, pero a su vez sin aportar mucho.
-  - ¿La solución a qué? – Yo no me apeaba, a veces soy muy cabezota.
-     - Tú lo sabes, lo llevas en la frente y dentro del corazón y si existe el alma también está dentro de ella.

¿Y si tuviera razón? ¿Podría cualquier talismán devolver la paz a mi vida? Durante un tiempo permanecí callado meditando sobre ello. Como le dije a una amiga en el Facebook: Yo solo creo en los unicornios. Cuanto más conocimiento tengo, menos creo en lo inmaterial, llámense fuerzas telúricas o cuestión de fe, de cualquier fe de las infinitas del planeta, de sus chamanes, brujos, sacerdotes, rabinos o ulemas. Daba igual, mi descreimiento iba en aumento con el transcurrir de los años, la madurez y la experiencia vital, por lo que ante mí se hallaba una inquietud en mi conciencia ¿debía creer en una corazonada? A veces la vida te las manda, pero no me engañaba, nunca funcionaban, por experiencia lo sabía, ya no compraba números de lotería con los que soñaba por la noche, ni jugaba en la bonoloto con los años de nacimiento de mi familia.
Pero esta vez me decidí, total, peor no me iba a ir así que le pregunté:

-   -   ¿Cuánto me costaría?
-   -  ¿Qué precio tiene la tranquilidad? ¿Cuánto vale la salud? ¿Cómo valorarías recobrar la tranquilidad perdida? Respóndete a ti mismo.
-    -  Pero, es que tampoco puedo disponer de mucho dinero.
-    -  No te he dicho cantidad alguna.
-    -  ¿Te parecen bien diez euros?
-    -  Si a ti te parece bien, a mí también.
-    -   Es lo máximo de que puedo disponer.
-    -  Pues bien, aquí lo tienes.

Acompañó sus palabras con la entrega de una pequeña piedra ovalada, parecía de marfil por su blancura y su suavidad al tacto, tenía un grabado pintado en negro que me recordaba a la triqueta de la serie “Embrujadas”. Un taladro en la parte superior hacía posible que se engarzara con un complejo nudo a un cordel de un material parecido al cuero, de color negro. Me ayudó a ponérmelo por encima de mi cabeza mientras me quitaba las gafas para ayudar a que pudiera quedar en mi cuello, apenas daba mucha holgura el cordel y costó introducírmelo.

-    -   ¿Y ya está? – Le pregunté
-   -   Bueno, cuando lo necesites haz un deseo sobre el mal que te aqueja sujetando fuerte el amuleto.
-    -  ¿Y se cumplirá, así de fácil?
-   -   Todo es cuestión de creer o no creer, pero sobre todo, ten en cuenta una cosa: No hay rosas sin espinas.
-    - Ya, ni hortera sin transistor.

Uf, no me pude resistir, era una frase hecha muy ocurrente de los años setenta y me lo había puesto a huevo. Me despedí de él y me marché por donde había entrado.

Como siempre me terminaba ocurriendo en mis paseos, no tenía la menor idea de dónde me hallaba, después de recorrer varias calles todas iguales para mí y no encontrar la salida de aquél barrio me tuve que detener a preguntar a una anciana que estaba entada en la puerta de su vivienda en una silla de enea. Seguí sus indicaciones y conseguí llegar a una boca del metro y llegar por fin a mi casa.

El lunes cuando llegué al trabajo, no sabía por qué, pero me encontraba eufórico, quizás era por saber que me hallaba protegido por el influjo de mi talismán y que ya nada malo me podía ocurrir. Pero no, a media mañana el director regional se debía de haber levantado con el pié izquierdo e iba repartiendo asperezas a todo el mundo, a mí me pilló desprevenido y estaba charlando plácidamente con una compañera de otro departamento cuando se dirigió a mí desabridamente:

-  -  Tú, Jose Antonio ¿No tienes otra cosa que hacer más que estar charlando y entreteniendo al personal?
-   -   Es que…
-  -   Ahora lo comentaré con Salud (Salud era el nombre de mi jefa que me tenía a maltraer)

Al oír el nombre maldito para mí, empalidecí rápidamente, en un acto reflejo, sujeté el talismán y pensé: - Ojalá te pudras, imbécil.

Creo que me arrepentí al momento, pero durante un segundo le desee todo el mal que le pudiera acaecer. A mis problemas con mi jefa, solo le faltaba que viniera alguien a añadir más cuitas.

La euforia se me borró al instante y solo deseaba terminar lo más rápido posible mi jornada laboral y encontrarme bajo el cobijo de mi hogar con mi familia.

Conseguí llegar sin más incidentes al final de mi jornada y otro día víspera de otro triste día me aguardaba cuando volviera a sonar el despertador.

A la mañana siguiente mientras me afeitaba noté que apenas quedaba holgura entre el cordón del talismán y mi cuello, parecía haber encogido  y apenas cabía un dedo entre ambos, no sabía si el sudor o que cupiera la posibilidad que durante la noche se hubiera enrollado sobre sí mismo menguando de tal manera. No le di más importancia pues el tiempo apremiaba y no quería bajo ningún concepto llegar tarde al trabajo.

Llegué por fin de nuevo a la oficina y encontré un ambiente raro, algunos corrillos formados me indicaban que algún suceso había ocurrido, me acerque al que formaban mis compañeros de departamento y les pregunté:

-    -   ¿Qué ha ocurrido?
-   -   Una pasada, Juan, el director regional, ha fallecido esta noche, un infarto fulminante.

El aire me comenzó a faltar y un zumbido cubrió mis oídos, creo que me debí de poner amarillo pues enseguida me interrogaron.

-   -   ¿Te encuentras bien? Caramba no pensé que te sentara así de mal la noticia, no me lo explico, pues no tenías mucho contacto con él.

¿Casualidad o el influjo del talismán? Eso era lo único en que podía yo pensar, pero en el fondo me alegraba sobremanera, creo que era el regusto del poder que obraba en el talismán adquirido y que era capaz de controlar, pero estaba visto que mis problemas no acababan de comenzar.

La directora de recursos humanos me llamaba a su despacho, entré con toda la prevención posible rezando para que no fuera para nada malo, pero no debí rezar lo suficiente a dioses en que no creía.

-    -   ¿Se puede saber en qué estabas pensando? –Me espetó
-    -  Discúlpeme, no sé a qué se refiere.
-   -   Vamos a ver, Jose Antonio ¿No te dije que los certificados los quiero con la fecha sellada?
-   -   Perdón, se me ha debido de pasar, iba con mucha prisa en el reparto pues el cartero llegó tarde.
-    -  ¡Ten mucho cuidado! Estás teniendo muchos fallos últimamente y no pienso soportar ni uno más ¿Me entiendes? ¡Ni uno!

No conseguía comprender que por tamaña nimiedad se pusiera así, total, el correo inexcusablemente lo repartía a diario, por lo que era lógico suponer que el certificado que obraba en sus manos era del día de hoy.

No lo pude evitar, mis manos eran un organismo autónomo y ellas recorrieron solas el camino que llevaba a mi cuello, al talismán, a su vez, cerré los ojos, intentando poner mi mente en blanco pero no pude evitar que un pensamiento o más bien un deseo flotara en mi mente: - “Ojalá se quede sola la vieja bruja”

A partir de ahí se terminaron los gritos, me marche contrito a mi mesa, no sabía muy bien si por la admonición recibida o por el temor que el poder del talismán obrara efecto, el caso es que a la mañana siguiente…

Un deja vu planeaba sobre mi mente, todo me parecía una copia del día anterior y del otro día, estábamos a miércoles pero podía ser perfectamente lunes o martes. Pero al mirarme en el espejo me di cuenta que no, que aquél día era distinto al anterior.

El cordón del talismán me rodeaba íntimamente el cuello, por más que lo intenté no conseguí separar el cordón del cuello sin que me faltase el aire con el intento, abrí el botiquín y saqué unas tijeras que guardaba para cortar las gasas y los apósitos, pero a pesar de mis nerviosos intentos no conseguí cortarlo, atravesé mi casa para tomar de la caja de herramientas un cortaalambres con el mismo resultado, acababa de caer en la cuenta cual era la contrapartida a mis deseos, las espinas de la rosa, el talismán tenía este efecto secundario que lo transformaba en un dogal, en la soga que me ahorcaría cono si del cadalso se tratara.

Rápidamente, llamé al trabajo indicando que me encontraba enfermo, la operadora me dijo que la empresa pasaba por una mala racha: - Fíjate.- Me dijo – Primero fue la muerte del director regional y ayer al marido de la directora de recursos humanos lo atropelló un camión, lo dejó hecho papilla, la pobre está desconsolada.

Ante la confirmación de mis más negros temores, me lancé hacia el metro en busca de una solución a mi gran problema, me bajé justo en la parada donde aquél aciago día lo tomé para volver a casa e intenté desandar el camino recorrido, pero por más que lo intenté no lo conseguí, una y otra vez volvía a la avenida principal a la boca del metro, intenté fijarme en los edificios por si reconocía alguno de aquél día, pero no lo conseguí.

Sentado en un banco intenté poner en orden mis pensamientos, me dije que no perdía nada por probar hacer lo mismo que aquella vez, es decir mirar al suelo y que mis pasos ciegos me guiasen de nuevo hacia la plazoleta, así lo hice y después de un tiempo considerable, lo conseguí caída ya la tarde.

Ante mis ojos se mostraba la plazoleta con sus escuálidas acacias, sus erosionados bancos de granito y sus fachadas huérfanas de pintura. Pero para mi espanto lo que no estaba era el tenderete, ni el menor rastro de él. Me acerqué a la puerta más próxima y toqué el timbre, me abrió una señora ya mayor.

-        -  ¿Qué quiere?
-        -   Perdone que la moleste ¿no sabrá usted por qué hoy no está el tenderete?
-         -  ¿Qué tenderete?
-         -   Pues el que había el domingo aquí, justo al lado de su puerta.
-        - ¿Es una broma? Llevo viviendo aquí cuarenta años y nunca se puso nada en la plaza, jamás hubo aquí un tenderete ¿A quién iba a vender nada? Aquí somos cuatro en la plaza y por aquí no pasa ni el cartero.

Se volvió a meter dentro de su vivienda musitando y quejándose de la gente que viene a molestar. No me arredré ante la respuesta negativa y continué pulsando timbre y aporreando puertas, pero o no me abría nadie o me daban la misma respuesta que mi primera interlocutora. Cuando no quedó ninguna puerta que llamar me senté en uno de los bancos y apesadumbrado me cogí la cabeza con las manos.

Al cabo, me levanté y volviendo a mirar al suelo me encaminé hacia el metro, pues sabía que de esta manera llegaría sin problema. Por más vueltas que le daba, no encontraba solución para mi problema, me veía encaminado inexorable hacia un mal final.

No había más que hacer, la suerte estaba echada y los dados tirados, al día siguiente, como si no quisiera aguardar más a la bajada del telón, mi jefa me estaba esperando, esta vez no se molestó en arrastrarme hacia su despacho, allí mismo, en la recepción y con un elevado tono de voz comenzó a reprenderme por mi ausencia del día anterior y por mil y una nimiedades más.

Lo que tenía que suceder ocurrió, sabía que era un títere en manos de poderes ocultos y que no podía hacer nada por evitarlo, por lo que sujeté el talismán y esta vez sí, deseé con todas fuerzas que se muriera, ya daba lo mismo, quería terminar con los dos suplicios, el de tener que aguantarla y el del poder del talismán que atenazaba mi cuello.

No aguardé ni un minuto más, me di media vuelta sin hacer caso a sus imprecaciones y me marché a casa, con mi familia para poder pasar feliz y tranquilo as últimas horas de mi vida.



Dedicado A Luis, no estoy muy seguro que pensara que yo sería capaz.






jueves, 9 de octubre de 2014

Excalibur


Lamento que haya gente que se escandalice porque Excalibur haya conseguido doscientas y pico mil firmas de apoyo en contra de su sacrificio, en esa lista a mi pesar no estaba mi firma, no me enteré a tiempo para poder firmar.

Que haya otros intereses de “humanos” que no alcanzan tal cifra no me espanta ni me exaspera, estamos en un país donde hay más tontos que botellines, en un país totalmente cainita donde la envidia es un valor seguro para alcanzar la medalla de oro de una posible olmpiada en tal disciplina. Total aquí cada uno va a su propio interés sin importar quien caiga por lograr su antojo, somos los reyes de la economía sumergida, de la corrupción a todos los niveles, hasta el más ínfimo, yo no quiero pensar qué enredo nos hace el administrador de mi finca. Encadenamos uno tras otro los casos de choriceo más cruel, Afinsa, Caja Madrid. Etcétera, hasta Matesa y Reace suenan a risa.

Que la sanidad haya salido tocada con los recortes es algo que lo podemos ver día a día, más colas, más lista de espera, menos medios, peor atención. Pero lo que nunca imaginaba que a nivel ministerial íbamos a estar al mismo nivel de cuando estalló la epidemia provocada por el aceite de colza, vamos que podía haber hecho suyas las fantásticas palabras de su predecesor Jesús Sancho Rof: "(El síndrome)....es menos grave que la gripe. Lo causa un bichito del que conocemos el nombre y el primer apellido. Nos falta el segundo. Es tan pequeño que, si se cae de la mesa, se mata".

Mi blog lo tengo solo para relatos, excepcionalmente lo uso para temas de actualidad, alguna victoria de mi atleti ha figurado y también una diatriba contra la explotación animal en los circos, pero hay algo que me exaspera y no lo puedo evitar, el sufrimiento gratuito contra los animales, Excalibur es eso, una víctima más de la incompetencia humana, este año el toro de la Vega ha tenido dos animales alanceados, como el astado, no ha tenido ninguna oportunidad ni miramiento alguno. Solo espero que desde el cielo de los animales nos mire con sus tiernos ojos y nos perdone.

jueves, 2 de octubre de 2014

Cartas de mi abuelo Eladio I

La nostalgia pudo más que yo y me acerqué a la vieja casa de mis abuelos, tras morir mi abuela en enero, por cinco días no cumplió ciento un años, sus hijos procedieron al reparto de los bienes que dejó. La casa de Alameda que tanto esfuerzo les costó comprar la compró mi tío para irse a vivir allí tras derribar el viejo edificio como era su intención.
Cuando llegué, los albañiles ya habían abatido el tejado y solo encontré una escombrera sobre el terreno en que tantas veces había jugado. Recuerdo en la parte de la derecha, justo al lado del cenicero donde se quemaban los pocos residuos que entonces producía un hogar pues todo se aprovechaba. Las latas y los frascos se reutilizaban para compotas y otros alimentos, los papeles para encender la lumbre, la comida sobrante se echaban a los cerdos y gallinas, por lo que creo que solo se quemaba el papel de estraza de envolver el pescado. Pues bien, justo al lado, había una veta de arcilla con la que creábamos entre mi hermano, nuestro amigo Ricardito y yo, una fortaleza a la que asaltábamos con nuestros muñequitos de Montaplex, un poco más adelante estaban las piedras cimeras de la valla medianera donde no sentábamos y con algo de imaginación soñábamos que cabalgábamos a lomos de piafantes corceles mientras perseguíamos a tribus de pieles rojas.
Los recuerdos se me agolpaban en la memoria y tenía que luchar para que alguna lágrima no arrasara mis ojos a base de frotármelos. Afortunadamente eso no fue óbice para que pudiera vislumbrar entre los derrelictos del pasado algo que destacaba entre las ruinas, a riesgo de tener una mala caída, fui pisando entre los sillares más gruesos para acercarme donde algo de color destacaba sobre el gris dominante. En efecto, tras levantar una par de piedras y alguna teja que lo bloqueaba, conseguí rescatar una caja metálica, muy similar, si no era la misma, a las antiguas cajas del Cola cao que tras descargar su mercancía, siempre se reutilizaban generalmente, como botiquín o como caja de costura.
Abandoné presuroso el peligroso punto donde me hallaba y, egoístamente todo hay que decirlo, abandoné el lugar para que no tuviera que dar explicaciones a los nuevos dueños y poder quedarme con el hallazgo.
En vez de irme a casa por el centro del pueblo, tomé el camino del rio al ser este menos transitado y además lo hice caminando presuroso como alma que lleva el diablo. Ya en mi casa me dispuse a abrir la caja. Después de tanto tiempo como debía de llevar cerrada, me costó esfuerzo abrirla, algunas manchas de orín en el borde hacían de pegamento natural por lo que me hube de armar de paciencia. Al cabo de un cierto tiempo conseguí abrirla y lo que encontré dentro me alegró sobremanera. Allí dentro un rimero de sobres amarillentos unidos por un trozo de tramilla rematado con una artística lazada.
No me lo pensé y deshice el nudo de inmediato. Todas tenían el mismo remitente: Eladio García López desde varios lugares distintos y una única destinataria: Matilde Díaz Ruiz calle Cochera 4 en Alameda del Valle. Los matasellos indicaban que habían sido emitidas en los años de 1921 y 1922, por lo que casi cien años las contemplaban. Ante esto y el frágil aspecto que tenían, volví a cerrar la caja y aguardé a que terminara el fin de semana serrano que iba a disfrutar y nada más llegar a Madrid, preparé el escáner y una a una, casi amorosamente, las fui desplegando tras sacarlas del sobre y las escanee para trabajar directamente con las copias ya impresas.
Yo sabía por lo que me había dicho mi madre, que mi abuelo siempre sintió auténtica devoción por mi abuela, pues de ellos se trataban las cartas, a pesar de que mi abuela no siempre le correspondió igualmente, ella estaba hecha de otra pasta,  pues mientras mi abuelo era más tranquilo y pacífico, ella era de armas tomar, entre otras diferencias de carácter que mantenían.
Ya con todos los folios en la mano, cogí la carta más lejana en el tiempo y me dispuse a leerla.


Eladio López García
Regimiento Álava XXII
2º Batallón 3ªCompañia

Málaga 7 de Agosto de 1921

Querida Matilde:

Me alegraré que al recibo de esta estés bien, yo me encuentro bien de salud gracias a Dios.

Pues te contaré que ya me encuentro en Málaga, en el cuartel de Transeúntes esperando el barco que nos ha de llevar a África, estamos confinados toda la compañía y no nos dejan salir a conocer la ciudad. Los mandos se encuentran muy alterados y nos contagian de su nerviosismo, no saben qué nos vamos a encontrar, al parecer hubo varios miles de muertos y desaparecidos causados por los moros. No es que te quiera asustar, pero es la realidad de lo que nos aguarda al otro lado del mar.
Después de la instrucción apresurada que nos dieron y el fatigoso viaje por ferrocarril, el estar ahora ociosos nos hace pensar y divagar, me asusta sobremanera que seamos como los caídos anteriores, carne de cañón. Vamos mal equipados pues ninguno tiene botas y llevamos el mismo uniforme de dril de los soldados desde la guerra de Cuba. Lo peor es que por ejemplo los fusiles también son de la misma época, si con ellos no pudimos con los mambises, no se me imagina cómo podremos ahora con la morisma. Apenas llevábamos un par de meses incorporados al ejército haciendo la instrucción cuando nos trasladan aquí por lo que hay algunos que apenas saben utilizar los rifles.
Bueno, ya te iré contando según vayan pasando los días cómo me va por tierras africanas.
Recibe un beso de éste que te quiere:
Eladio
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Yo sabía que mi abuelo para su desgracia, había combatido en la guerra civil, pero creo que apenas nadie en la familia conocía el dato del viaje a África pagado por el ejército para cumplir el compromiso del servicio militar. Era lógico si lo contemplaba, en aquellos tiempos te podías librar del servicio pagando una cierta cantidad, lejos del alcance de un peón del Canal de Isabel II como era mi abuelo. Por lo que no le cupo más remedio que hacer el petate y despedirse de la familia y marchar a la ventura.

Es decir, que ante mí se abría una ventana a la historia de la familia que nadie conocía, el haberme apropiado de las misivas me iba a hacer partícipe del conocimiento de unos hechos ignotos de los que estaba ansioso por conocer, por lo que comencé la lectura de la segunda carta.


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