Ha echado el cierre El Brillante de Vallecas. Hace tiempo
que me doy cuenta que no se respeta nada, en su lugar seguro aparecerá una
tienda de ropa comandada por orientales ¿Apuestas?
Hay que ir anotando los recuerdos antes de que se borre
el disco duro, el Alzeimer o la demencia senil acechan. Recuerdos, recuerdos…
Recuerdo el primer pollo asado al espeto que comí, mi
madre tuvo que acercarse hasta el Brillante y por supuesto llevar un cazo para
poderlo transportar hasta casa, entonces no existían los recipientes de
aluminio que se usan ahora. La verdad es que fue un festín que rompía la
monotonía de nuestras comidas, en los años sesenta no se había oído hablar aun
del “fast food” ni de la comida a
domicilio.
Todo barrio periférico de Madrid tenía uno, con su cocina
aneja a la barra donde un esforzado cocinero lidiaba con los calamares y la
freidora. Los calamares era una de las especialidades del negocio. Muchos
domingos, después de ir al cine o de paseo con la pandilla, rebuscábamos en el
fondo de los bolsillos las pesetillas que nos permitieran llegar a casa con el
estómago lleno.
En Vallecas podíamos presumir de tener dos
establecimientos, uno frente al otro, tanto negocio tenían que ambos siempre
estaban llenos. Entrar era una experiencia sublime, desde la barra y a voz en
grito, los camareros te daban los buenos días y te indicaban que pasases al
fondo que había sitio, a pesar de estar repleto el local, o eso creías, siempre
por arte de magia aparecía una mesa con el justo número de sillas de la gente
que habíamos entrado.
Otra de las especialidades eran las porras, porras
kilométricas y que al pedir una ración te dabas cuenta del error, pues aparecía
el camarero con cuatro garrotes sobre un plato. Recuerdo meriendas con mis
padres en las que siempre me encontraba ante un terrible dilema: ¿porras o
bocata de calamares?
Un día cometieron un gran error, cambiaron el pan chusco
de munición de los bocadillos por el insulso y precocinado pan de baguette. Es
posible que cupieran más calamares en el bocadillo, pero ya no era lo mismo. El
resultado llegó poco después, el local de la acera de los impares cerró sin
remisión. Para luchar contra la competencia que ya existía, Burguer, pollos
fritos rebozados, etc. Remodelaron completamente el local, llegó la higiene y
la limpieza, pero los tiempos habían cambiado, somos tan estúpidos que nos
vamos a que nos atraquen en la Plaza Mayor ante un mini bocata con calamares de
chicle y luego lo contamos en el guasap ufanos.
Yo seguía con mi inveterada costumbre de después de una
analítica en el ambulatorio, desayunarme en el Brillante. Pero la tristeza se
había adueñado del local, ningún grito acompañaba a mi entrada, sillas
solitarias lloraban por ser utilizadas, los parroquianos eran remedos de los
anteriores, gente que no sabes si empiezan a beber, o es que iban de recogida.
Hacía ya muchos años que habían suprimido a la cajera que
tras la barra cumplía con la única función de cobrar las cuentas, ahora otras
nuevas caras se asomarán a la cola del paro, las cuentas le seguirán saliendo
al dueño y un chino estará pensando qué mierda de tienda nos va a colocar.