Ya está la gota, inmisericorde, una y otra vez golpeando contra el suelo, con su “plonc, plonc” una y otra vez, como si de una pesadilla se tratase, se mete en los oídos a pesar de mis patéticos intentos de taponarlos con la almohada, pero es un tormento chino, no hay posibilidad de acallar este ruido que me está volviendo loco.
Poseído por la desesperación, me incorporo del catre y paseo por la celda de manera mecánica, un, dos, tres, media vuelta y de nuevo a empezar. Camino sin pensar en lo que hago, mi mente se vacía, a veces sueño mientras ando, intento imaginarme en mi pueblo allá en la sierra, me hallo descalzo y piso la hierba mojada junto al río, me introduzco en él intentando no resbalar sobre los guijarros redondeados por el arrastre de la primavera, el agua está helada, pero eso nunca fue un impedimento para mí, entro en la poza formada en un recodo y cuando el agua me llega a las rodillas, de golpe, como he hecho siempre, me zambullo en su interior, tras una larga brazada, emerjo en la mitad del cauce, luchando contra la corriente para así con este ejercicio, no me afecte la frialdad de las aguas, el río baja cantando entre las rocas de granito de las riberas, hasta que de nuevo el sonido de la gotera me devuelve a mi obscura realidad.
¡Maldita sea! Papillón y Chessman disfrutaron de un silencio a su pesar que a mí se me niega ¿Qué problema supone arreglar una triste gotera? Sobre todo cuando no hay manera de evitar que su golpeteo monótono se meta en mis oídos.
Vuelvo al pasear como un león enjaulado, un, dos, tres, media vuelta, un, dos, tres. ¡Alto! Me quedo parado como una estatua y agacho la cabeza avizorando el suelo, efectivamente, es una hormiga, me arrodillo y con un cuidado de relojero la atenazo entre mi pulgar y el índice, es muy importante no matarla ni lesionarla. Con ella por fin aprehendida me incorporo y me acerco al rincón de la celda junto a la ventana, allí está Petra, en su infinita paciencia aguarda esperando una presa, hoy no se puede quejar, la cena se la sirvo yo. Con la precisión que da el haber repetido este acto varias veces, introduzco la hormiga en la boca de la telaraña, teniendo sobre todo cuidado para no enganchar mis dedos en los hilos de la tela que se extienden radicalmente a partir de la boca de su cueva. No tarda mucho en aparecer y veloz como el rayo, cierra sus quelíceros en el abdomen se la victima y la sumerge en la profundidad de su madriguera. Sic transit gloria mundi
Mi relación con Petra es especial, debo aclarar que no es mi mascota, una mascota es algo más, una actitud de cariño cuando menos y yo obviamente no la tengo, todavía no tengo la mente tan perjudicada como para sentir afecto por una araña. Un día apareció en la celda, se coló por la ventana y sin pedir permiso, instaló su hogar en un rincón de la celda, me pasé horas de pié, observando como hilo a hilo, montaba su madriguera de forma tubular en una grieta del fondo del rincón, a partir de ahí fue extendiendo un tapiz de seda alrededor del agujero donde los insectos que lo rozaran, quedarían apresados sin escapatoria y finalmente varios hilos longitudinales que le avisaran de esta circunstancia.
¿Por qué consentí su estancia? No lo se, quizás porque en mi niñez dormía en la cámara en la casa de mis abuelos, un sitio terrible, lleno de ruidos de mil ratones que correteaban a sus anchas intentando aprovecharse de las legumbres que mi abuela disponía extendidas para su secado, el techo era un entramado de vigas de madera que sujetaban las tejas y un par de tragaluces llenos de polvo que daban una cierta luz por el día, todo esto se hallaba envuelto por infinidad de telas de arañas y dentro de estas, huéspedes de todos los tamaños que uno puede asociar a estos bichos.
Tácitamente hice un trato con las arañas, yo sería su amigo si ellas no me hacían nada, sobre todo por la noche, no se descolgarían para meterse conmigo en la cama. En pago de estos favores, todas las tardes recogía de vuelta del colegio, moscas y hormigas que iba introduciendo en una caja de cerillas y que al llegar a la casa de mi abuela, antes de merendar el rutinario bocadillo de carne de membrillo, subía los escalones hacia la cámara y allí iba depositando una a una todas las presas del día a mis nuevas favorecidas.
Gracias a todos estos recuerdos, he conseguido pasar otra tarde más sin volverme loco, un día más de condena, un día menos para la libertad.
Llega la oscuridad, me tumbo en el jergón, cierro los ojos, pero ahí está de nuevo con su plonc, plonc, la tabarra infernal de la maldita gota.
Maldita gota y benditos esos dulces recuerdos.
ResponderEliminarSaludos amigo.
Maestría narrativa como siempre.
ResponderEliminarUn Saludo amigo.
Encontrar un relato como éste, te lo aseguro, es más difícil de lo que a simple vista parece. Hay que buscar y leer muchas páginas y aún así, no hallaría esta pulcritud, esmero y delicadeza en la descripción de cualquier suceso, tal como estas palabras, los pensamientos que produce el insomnio causado por el sonido de una gotera en una celda...
ResponderEliminarSí, te echaba de menos... (siento el retraso).
un abrazo.
Deliciosa gota!
ResponderEliminarAdoro gotas de água.
Maravilhoso conto, como é hábito.
Um abraço.
Como dice Felix, maestro de la narrativa, y voy más allá, maestro de maestros, has rebosado el vaso de la narrativa solo con esa gota.
ResponderEliminarUn abrazo Josean.
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminar¡Malditos carceleros que no arreglaban el goteo!
ResponderEliminarY magnifica narración, Jose. De principio a fin.
Un abrazo
PD.- el comentario eliminado es mio. Me lié con las cuentas
Soberbio, maestro Jose, a veces solo pende de un hilo o de un recuerdo no volverse loco. Un abrazo.
ResponderEliminarQué bueno, José Antonio. Yo tampoco podría dormir con una melodía así de fondo. Me ha gustado la manera en que has descrito la situación, sobre todo porque he podido percibir ese estado de impotencia y rabia jajaja. Transmites muy bien a través de las palabras.
ResponderEliminarBesossss.
Hola José Antonio.
ResponderEliminarCuantos días en vela, puedo contar, por culpa de gotas de agua, motores de lavadoras, persianas que suben y bajan, vecinos que gritan; lo que no saben decir hablando, motores de coches que piden con un ruido infernal la visita a un mecanico, obras, televisores, equipos de música... que grande y preciado es el silencio; uno de los mayores tesoros para nuestro descanso.
Un abrazo.
Por un momento he creido que la maldita gota me tocaba, la he sentido como he sentido tu relato, tan dentro y tan cercano que al final creo que he sentido pena por esa gota y por el final de tu relato. Acaso tiene culpa la gota de algo?
ResponderEliminarUn abrazo.
Pedro Zorro Corredero
Ah... você sempre estupendo nos contos... em alguns momentos, eu penso que aconteceu com você.
ResponderEliminarUm beijo imenso!
Muchas gracias por este comentario, viniendo de ti es casi un susurro.
ResponderEliminarun abrazo.