Me desperté pues como hacía muchos meses que no lo
hacía, había dormido en una cama con colchón de lana que se adaptaba a mi
cuerpo y me daba un calor suave, lo que hacía que me costase despegarme de las
sábanas, muy distinto al del hospital con su acompañamiento de ruidos y visitas
intempestivas de las enfermeras.
Llevaba un
buen tiempo despierto, levemente amodorrado mirando al irregular techo lleno de
desconchones y nervaduras fruto de cientos de encaladas, forzando mi
imaginación, buscaba en él rostros, figuras de animales, algo así como si
estuviera en la réplica de la cueva de Altamira junto al museo arqueológico.
El ruido chirriante de los pasos de mi patrona sobre
el suelo de madera, me hizo despabilarme del todo, ante mí apareció apremiante.
-
Venga
pues a desayunar, que ya pasaron las burras de leche.
Como nunca había oído esa expresión, no pude por
menos que sonreír, en cuanto volvió a salir de la alcoba, me vestí y bajé
alegremente al comedor. Allí me esperaba una mesa repleta de viandas, además de
un enorme tazón de leche humeante.
-
¿Esperamos
visita? – Pregunté con sorna.
-
¡Ay
mi niño! Qué gracioso que eres.
-
Si
me tengo que comer todo eso mejor salgo huyendo hacia Madrid.
-
No
seas tonto y cómete solo lo que te apetezca.
-
Entonces
ya he terminado.
-
¡Ay!
Jaja no me des ese disgusto, que te lo he preparado con mucho cariño.
La verdad es que afecto no la faltaba, me desayuné y
cumplí con el suplicio pactado de que me tomase la temperatura corporal y
supervisara mi ingesta de medicamentos, terminado el rito matinal, acepté su
sugerencia de pasear y que me diera el fresco aire de la mañana.
Paseé por las rúas del pueblo observando los restos
de la arquitectura rural que iban quedando arrinconados por las nuevas
edificaciones veraneantes fuera de lugar y de la armonía que daban las viejas
casas y pajares de piedra y sus grandes tejas rojas festoneadas de líquenes
multicolores.
A pesar de la comodidad que suponía que todas las
calles estuvieran empavesadas, esto las quitaba el sabor añejo que tuvieron
antaño, algunas casas incluso conservaban los poyos de piedra a los lados de la
puerta, pero ya no se veían sentados en ellos viejecillos encorvados, de
oscuras vestimentas y hablar cansino.
En una de mis revueltas torcí por una calle igual
que todas las calles del pueblo, o eso creía, de momento carecía del feo, gris
e impersonal hormigón que solaba el resto, en esta calle al parecer la
modernidad había pasado de largo, pues el suelo era de tierra moteado por
cantos rodados y en un lateral una cacera transportaba un agua cantarina para
las parcelas cercanas. A mi izquierda, entre dos huertos se alzaba una casa de
dos alturas con aires de edificación norteña pues tenía una alto tejado a dos
aguas y con ventanas más grandes de lo que suele haber por esta tierra, el
jardín surgía enmarañado y muy descuidado, como olvidado. En el lateral una
cuadra usada antaño como cochiquera, pero con las vigas carcomidas y las tejas
semihundidas.
Dentro del patio una niña dibujaba en un cuaderno,
ella tenía un cierto aire irreal, lucía un largo cabello cogido por dos grandes
coletas con grandes lazos blancos cada una, un babi de color azul claro cubría
su vestido como si de una párvula se tratara. Estuve un tiempo detrás de la
valla de piedra que separaba el patio de la calle, intentando vislumbrar qué
era lo que dibujaba, al no conseguirlo la hice notar mi presencia.
-
¡Hola!
Buenos días
Ella giró su cabeza y sonriente me respondió
devolviéndome los mismos deseos, al hacerlo y poder contemplar en todo su
esplendor su cara, observé que era de bellas facciones pero un leve deje de
tristeza parecía rondar a su alrededor.
-
Estoy
aquí pintando ¿Quieres pasar a ver mi dibujo?
-
Vaya,
creo que no debo, seguro que a tus padres no les gustaría ver junto a ti a un
extraño dentro del jardín.
-
¿Mis
padres? No se… es raro, bueno, acércate a la valla y te lo enseño.
-
Bueno,
pero primero dime ¿Cómo te llamas?
-
Águeda
¿Y tú?
-
Yo
me llamo Jose Antonio, estoy alojado en casa de la señora Fuencisla.
-
¿Fuencisla?
No la conozco.
-
Si,
justo al lado de la plaza.
Me extrañó que no conociera a mi patrona, pero no le
di más importancia al asunto por lo que me acerqué a ella, sobre la valla
dispuso el cuaderno para que yo lo pudiera contemplar y al abrir el cuaderno
ante mí una ventana se mostraba al horror. Con trazos de lápiz negro, un rostro
que parecía surgido del averno parecía taladrarme con su mirada, leves líneas
entreveradas en rojo insinuaban gotas de sangre que escapaban de las fauces y
parecían salpicar en todas direcciones. Un escalofrío me recorrió de arriba
abajo, el vello se me erizó y un nudo se me formó en el estómago.
-
¿Pero
esto qué es? – Musité titubeando.
-
Es
mi mamá ¿A qué es guapa?
Qué podría decir, no imaginaba las intenciones que
pudiera tener, quizás se tratase de una cruel broma, pero Águeda parecía de muy
corta edad para ello.
-
¿Qué
pasa, no te gusta?
La cara se le mutó en una mueca horripilante, sus
ojos se volvieron rojos, inyectados en sangre, la tez se le nubló y unos
profundos surcos vetearon su piel. No me quedé junto a ella más tiempo, me di
media vuelta y a grandes pasos intenté alejarme del lugar, pero ello no me
impidió escuchar su voz ahora súbitamente enronquecida.
-
¿Dónde
vas Jose Antonio? Espera un momento, enseguida llega mi mamá y la podrás
conocer ¡Espera!
Nunca sabré cómo conseguí llegar a la casa de
Fuencisla, solo sé que la di un susto de muerte al contemplar mi semblante,
prácticamente me derrumbé apenas traspasado el umbral, ella me sujetó y
consiguió arrastrarme hasta sentarme en una silla, un par de palmadas sobre mi
rostro hizo que pudiera volver en mí y acto seguido me dio un vaso de agua para
que reaccionara.
Más tarde, ya recuperado y ante el sempiterno tazón
de leche caliente que me obligó a beber, la relaté todo lo que me había
acaecido, asintiendo ella severamente cada poco tiempo y al terminar mi
narración comenzó ella a hablar.
-
Has
de saber que este es un pueblo con mucha historia y algunos hechos ocultos, es
posible que afloren por canales que quedan fuera de nuestra comprensión, pero
todas estas historias van quedando en nuestro acervo y pasan de padres a hijos
y todos las conocemos, en el caso que me refieres, Águeda vivió hace muchos
años, de hecho tus ojos te engañaron, su casa hace tiempo que está en ruinas,
pues como te digo, Águeda vivía con su madre, una mala persona enloquecida que
día a día succionaba la sangre de la pobre criatura haciendo un leve corte en
una arteria, algo parecido como hacen algunas tribus de África con sus vacas,
poco a poco la pobre niña se iba consumiendo a ojos vistas, nadie se dio cuenta
hasta que exangüe falleció y al amortajarla, las vecinas se dieron cuenta de lo
que pasaba.
-
¿Qué
ocurrió con la madre?
-
Huyó
esa misma noche, nunca nadie la volvió a encontrar, la justicia la estuvo
buscando, pero sin éxito.
-
¿Y
por qué se me ha aparecido?
-
Quién
lo sabe, hay gente que tiene más facilidad que otra de contactar con estos
espíritus que se resisten a dejarnos, seguro que este es tu caso. Vente conmigo
y verás la casa como es en realidad.
Efectivamente, cuando llegamos a la casa de Águeda
todo había cambiado, la calle estaba empedrada como todas las del pueblo y la
casa estaba en un franco deterioro, incluso un fresno había sentado sus reales
justo en la puerta casi impidiendo el posible acceso a su interior, la valla sobre la que apoyó el cuaderno se
encontraba abatida por la mitad y
entrelazada por enredaderas y zarzamora mostrando el total abandono de muchos
años al que había estado sometida.
Me volví hacia Fuencisla y la pedí que nos fuéramos
a su casa, ya había tenido bastante por el día de hoy y mi único afán era el de
volverme a meter en el cálido colchón de lana de mi cama.
..//..
Todos los pueblos tienen ese rincón misterioso donde cualquier desconocido se puede colar y vivir un mundo paralelo y, aquel José Antonio pudo descubrir una realidad diferente jaja
ResponderEliminarun abrazo :))
Se me pone el vello de punta. Esas cosas no pasan en las urbes. En los pueblos atesoran historias truculentas por docenas. Menos mal que nostálgicos como tú dejan testimonio de ellas. Un abrazo.
ResponderEliminarCasas viejas, pajares abandonados, calles estrechas, vidas sencillas, eso es la vida de antes y de ahora en muchos pueblos, pero también tienen que existir esos otros lugares donde poder tomar algo, comprar barato y disfrutar de la vida. Lo que te quiero decir es que pongas un Día en el pueblo o un pub. Luego vas y me invitas.
ResponderEliminarAyer disfrute con tu presencia. Espero volver a repetir.
Un abrazo.
Pedro Zorro Corredero
Leído II, voy a por el III (Empiezo a entender por qué fuiste solo)
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