Nunca supe el motivo, pero siempre pienso en ella
justamente en las noches de mayor calor, aquellas noches toledanas en las que apenas se puede pegar ojo, a pesar del
chirrido monocorde del ventilador partiendo con sus aspas el cálido aire de la
habitación.
Quizás para conmemorar los treinta y cinco años desde que
la perdí. No recuerdo si precisamente fue en verano, es posible que así fuera,
después de su viaje de fin de curso a tierras septentrionales. Se lo pasó muy
bien, doy fe.
Empieza de forma recurrente, estoy en la antigua casa de
mis padres e intento contactar con ella por teléfono, pero no lo consigo. Ahí
comienza mi frustración, me agobio, me falta el aire, no soy capaz de acudir a
su casa, quizás porque en realidad soy consciente de que ya no vive allí. Su
madre, que era mi mejor valedora, falleció hace tiempo, nunca la olvidaré.
Este año, cosa rara, la he visto a través de mis sueños.
Se figuraba ya con la edad actual, no con la que siempre la veía idealizada,
con sus dieciocho años en plenitud de donosura. A pesar de todo su rostro
seguía siendo hermoso, algo rellenita, pero su cabellera rubia escondía
cualquier cana que el tiempo hubiera tejido.
Está claro que el haber visto a su primo dos veces en el
último mes, hace que mi subconsciente haga crecer estos sueños, pero cuando
estoy dormido nada importa, le digo a su primo que quiero que me llame o se
ponga en contacto conmigo a través de las redes sociales. Pero sé que es
imposible, ella no figura en la guía telefónica y en las redes sociales tampoco
pude localizarla, la búsqueda me trajo homónimas caras de mujeres desconocidas.
La perdí y no me arrepiento, sabía a ciencia cierta que
con ella nunca sería feliz, pero ya que no me ha sido posible olvidarla, creo
que merezco una charla de cafetería con ella aunque solo fuera para que viera que
he pulido muchos defectos, aunque he conservado y agrandado muchos otros.
Mientras tanto seguirán pasando por mi cama noches de
vigilia frente al quejoso ventilador.
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