Una costumbre que el paso del tiempo y el cambio de los usos y maneras borró, ha sido la ceremonia del paso de la infancia a la edad
adulta. Si bien para las mujeres suponía la puesta de largo para el mismo fin,
para los varones en España ocurría lo mismo cuando uno entraba en la Caja de
Reclutamiento.
Esto venía ocurriendo desde el principio de los tiempos,
cuando un adolescente ya era considerado suficientemente apto para acompañar a
los demás miembros de la tribu en sus correrías de caza. Entonces, bajo una
sagrada ceremonia, a la luz de las hogueras, los adolescentes tras haber pasado
una prueba de supervivencia, eran marcados con algún símbolo que los hacía
miembros de pleno derecho de la tribu.
Varios siglos después, en la España de los años setenta,
todavía perduraba el mismo rito, pero con distintos patrones.
En los pueblos y aldeas, cuando los chavales cumplían 18
años, se juntaban y recolectaban del resto de los vecinos, unas monedas
mientras voceaban: - Para los quintos del setenta y ocho.- Con lo recaudado
compraban vino y viandas varias y al llegar la noche, apilaban maderos en la
plaza del pueblo y tras prenderlos fuego daban buena cuenta del vino y los
alimentos. La ceremonia se cerraba cuando todos juntos acudían al frontón del
pueblo, armados con una brocha y un bote de pintura donde dejaban escrito para
la posteridad: VIVAN LOS QUINTOS DEL 78.
Pero esto no es un estudio sociológico, solo son mis
recuerdos transcritos tal y como yo los viví.
Mi paso a la edad adulta comenzó cuando recibí una carta del
Ministerio del Ejército, donde se me comunicaba que había entrado en la Caja de
Reclutas y que tal día debía presentarme en el Gobierno Militar para ser
tallado.
¡Toma ya! Mi paso a la edad adulta se acercaba a pasos
agigantados, pronto podría decir: ¡Ya soy un hombre! Bueno esto es coña.
Llevaba varios años afeitándome y además con cuchilla, nada de maquinilla. Mis
años de infancia pasándome piedra pómez por la cara habían dado sus frutos.
Enseguida vino la coña con los amigos del barrio, Agustín,
que era un año mayor que el resto, nos decía que cuando te tallaban, además de
medir tu estatura, te medían la picha. Enseguida descubrimos su chanza, pero en
realidad nos preocupó que juraba por las barbas del Che, cuando nos decía que comprobaban
si tenías una hernia con el curioso sistema de decirte que te metieras el puño
en la boca, a la vez que soplabas con potencia, mientras el médico te palpaba
los cataplines. Años después cuando he tenido que hacer algún control de
alcoholemia, me venía a la cabeza el miedo a que se me soltara alguna hernia,
pero no era cuestión de decirle al benemérito agente que me sujetara los
gemelos del sur.
En realidad el tallaje era para comprobar estadísticamente,
como año tras año, los mozos españoles se iban acercando a la media europea,
alejándonos del estereotipo que el Landismo
nos había lastrado frente al resto de Europa.
En realidad los temores fueron infundados, solamente nos
tallaron y nos midieron el perímetro torácico, lo que me hizo recordar en ese
momento las burlas que hacía mi padre con ciertos individuos del Glorioso
Movimiento Nacional, motejándolos como excluidos por estrechos de pecho.
Afortunadamente para mí, fui declarado apto, lo que me
satisfizo en grado sumo, ante el temor de que se siguiera practicando en España
algún tipo de eugenesia heredada de los nazis.
La siguiente etapa de mi iniciación llegó con otra carta del
mismo Ministerio, en la que se me citaba para acudir al sorteo de mi quinta.
Esta era una ceremonia muy importante, pues allí mismo, en vivo y en directo se
iba a dilucidar, en qué parte de España me tocaría servir honrosamente a mi
patria.
Afortunadamente, la muerte de Franco trajo consigo la pérdida
de nuestra última colonia: El Sáhara Occidental, por lo que lo más lejos que te
podían enviar era a las Islas Canarias, lo que no estaba mal, o a Ceuta y
Melilla, lo que era terrorífico. No era el Sáhara pero casi.
Le dije a mis padres que no hacía falta que me acompañaran en
tal trance, faltaría más. Había quedado con los amigos de mi pandilla y algunos
amigos de mis amigos. Esto era típico desde los tiempos de Cascorro. Y así fue,
pues tras salir de la estación de Campamento, grupos ingentes de muchachos nos
íbamos encaminando al cuartel donde se celebraría el evento. Una recia
marabunta subía la carretera de Portugal atronando con sus estentóreas voces,
apagando a ratos el ruido de los vehículos que por allí circulaban.
Ya dentro del cuartel una gran explanada nos aguardaba, allí
mismo donde infinidad de generaciones de soldaditos desfilaron y otros más
desgraciados dieron talegazos contra el suelo en infinidad de marchas. A lo
lejos de adivinaba un estrado donde al cabo del tiempo se subió un militar de
alta graduación acompañado de dos soldaditos que portaban un bombo parecido al
de los sorteos de lotería.
El militar de alta graduación soltó un discurso que gracias a
la deficiente megafonía del lugar, nadie entendió y se dispuso a sacar la bola,
la sacó y el acto se terminó. Hala, ya habíamos sorteado.
En realidad todo eso no servía para enterarse de nada, nadie
sabía cuál era su destino, el militar sacó un número perteneciente a uno de los
quintos españoles, a partir de ese individuo y en un orden preestablecido, se
determinaría dónde se repartirían los reclutas por los cuarteles de España. Las
listas personalizadas se colocarían dentro de unos días en cada Gobierno
Militar.
Pero todos salimos muy contentos de allí, mi amigo Alipio se
compró una escarapela en la que ponía: África. Quería dar un susto de muerte a
sus padres el muy cabroncete. Por el camino al metro, los bares estaban
abarrotados de grupos de quintos queriendo beberse toda la cosecha del año, por
lo que mi grupo optó por hacer lo mismo, pero en Vallecas y dejarnos el dinero
en nuestro propio barrio, y ahí nos fuimos a hacer patria.
Ya poco quedaba por hacer, sino esperar a que las listas
estuvieran dispuestas. De repente alguien me lo dijo: - ¡Ya estaban las listas!
– Por lo que en cuanto salí del trabajo me fui al paseo de María Cristina. Tras
identificarme en la garita accedí al salón donde estaban las listas dispuestas
en la pared, ansioso busqué mi apellido en la G y allí estaba. CIR 2 Obejo,
Códoba.
Bueno, no está en la Primera Región Militar, pero es
Andalucía y Córdoba solo está a 400 kilómetros, no iría a Canarias ni a Ceuta o
Melilla, 400 kilómetros es nada. Poco imaginaba que el destino me mandaría a
casi el doble de esa distancia, pero esa es otra historia.
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