¿Os habéis parado a pensar el por qué de nuestras malas relaciones con nuestros primos? De la familia asociada es con quien peor siempre nos llevamos, las malas relaciones con la suegra no dejan de ser un mito, con los cuñados nos llevamos fabulosamente, los suegros como en botica hay de todo, unos te ignoran como si no existieras, otros se empeñan en demostrar a su hija que ellos son mejores que tú y los más suelen ser unos colegas de cerveza y futbol; y los tíos son seres mitológicos, cuñados y por tanto amigos de nuestros padres.
Pero los primos son otra cosa, son seres insoportables, modelos de perfección para nuestros padres y ellos en vez de acallar esas maledicencias, se empeñan en una absurda competición para sacar mejores notas que tú y encima lo consiguen para mayor escarnio de tu parte; por lo que generalmente las visitas a casa de tus tíos se convierten en una dolorosa exposición por parte de tu tíos de las notas del repelente de tu primo, y convierten en consecuencia el regreso a casa en una senda de los elefantes donde mueves la cabeza de un lado para otro mientras tus padres cantan las excelencias de ese ser repugnante. Afortunadamente estos hechos solo ocurren en estas visitas, más o menos dilatadas en el tiempo ¿O no?
El verano en la sierra era un bálsamo para estas y otras heridas, arrastrando las notas, no tan buenas como las de ese ser, conseguía unos veranos de fabula, dos meses en el campo olvidándome de lo que era un pantalón largo y lejos de las ataduras de un reloj, medido el tiempo por el sol y mi estómago, era libre, libre del todo, para reencontrarme con mis amigos, sempiternos veraneantes como yo, con los que correr mil aventuras en el río, con las bicicletas, o jugando simplemente en las escuelas al rescate y al rabo de la zorra.
Todo era perfecto, idílico, ensoñador, hasta que un aciago día… efectivamente, mi madre cometió la insensatez de invitar a mi primo a pasar unos días con nosotros, yo se que no está bien decirlo, pero ese día odié a mi madre, maldecí los nueve meses pasados en su vientre y la leche consumida de sus senos, la mayor pesadilla que podía tener estaba a punto de hacerse realidad, no una tarde, sino quince días soportando a mi primo era algo para lo que no estaba preparado, si el suelo se hubiera abierto bajo mis pies y hubiera descendido al averno, no hubiera puesto peor cara; yo no tenía la culpa de que mi primo no tuviera ningún pueblo donde ir, no tenía la culpa que sus abuelos maternos que compartíamos fueran madrileños, ni que los paternos fueran de la gran puñeta y no tuvieran raíces populares ni una casita en el campo, que se fastidiase y sudara como todos los urbanitas que se veían obligados a pasar el verano yendo al Parque Sindical para poder remojar el bajo vientre si se les apetecía, pero que me dejasen a mí disfrutar de la posesión de estas noches frescas, de las maravillosas aguas del río Lozoya y de mis paseos, escapadas y descubrimientos.
Nada que hacer, una triste mañana de Julio apareció mi primo Valentín en la parada del autocar, una maleta de cartón y una sonrisa estúpida de oreja a oreja, relamiéndose de gusto pensando en todas las marrullerías que me haría padecer.
Cualquier padecimiento que hubiera figurado que sufriría con su presencia quedó en nada con lo que de verdad padecí, como era la novedad, me robó a mis amigos, siquiera la primera tarde conseguí que jugásemos al rabo de la zorra con él como era menester con los novatos que pasaban por nuestros dominios, al contrario, forjó una alianza con mis rivales de siempre en los juegos para hacerme perder y ser humillado en todas las competiciones.
Los días transcurrían lentamente y con ellos mi agonía no tenía fin, las mañanas en el río eran terribles sufriendo las ahogadillas que me propinaba, si jugábamos a la guerra, me cogía la vara que usaba como lanza dejándome las varas más dobladas, si me apetecía montar en bicicleta, a él se le antojaba también con lo que me quedaba yo de infantería a instancias de mi madre.
- Déjasela, para dos días que viene…
Mi piedra favorita sobre la valla de mi abuela, esa con forma de silla de montar a caballo, donde galopé mil veces a lomos de “Furia”, también se la apropió, además cambió de cabalgadura, ahora él montaba a “Silver” el caballo del Llanero Solitario y se empeñaba en comunicarme que era mil veces más veloz que “Furia” pues tenía sangre india.
Todos estos agravios se iban acumulando, mi pecho se iba acongojando cada vez más ante su satisfacción, estaba a punto de estallar de indignación, pero aun me quedaba la última prueba que soportar, la gota que derramaría el vaso de mi paciencia.
Hace unos años, en una de mis exploraciones había encontrado una cueva, de difícil acceso en la ladera de una colina y escondida tras unos matorrales espinosos, la roca caliza formó una oquedad a la que había que acceder arrastrándose, pero enseguida se ensanchaba formando una cavidad lo suficiente para estar de pié con toda comodidad, allí fui llevando mis tesoros sin contárselo absolutamente a nadie, ni a mis padres ni a mis amigos, la cueva era solamente mía, procuraba cuando la abandonaba borrar mi rastro, incluso me molesté en plantar más zarzas para cubrir la entrada con mayor profusión, el interior con el tiempo lo fui llenando de esas mil cosas que guardamos los niños, mis cow-boys favoritos, mi bolsa de canicas, mi caña y mis anzuelos además de una mesa y una silla que conseguí en el basurero dando una leve apariencia hogareña al lugar, pensaba incluso con el tiempo hacerme con un colchón para cuando fuera mayor, quedarme a dormir alguna noche.
Todo eso se truncó de golpe, debí de ser descuidado la última vez que estuve y no me di cuenta que era seguido, pues buscando la satisfacción que me daba la soledad y el estar alejado de mi primo, fui a buscar cobijo en mi cueva y ¡Horror! Allí estaba él, habiendo tomado posesión de ella, el mundo se me vino encima, mi más preciada posesión había caído en su poder, mi secreto tantas veces guardado ya no estaba a salvo y lo peor de todo sus chanzas y su amenaza de contárselo a todo el mundo, era más de lo que podía soportar, salí envarado de la cueva y subí por el terraplén, no se si fue el diablo el que me dio fuerzas, pero justo encima de la boca de la cueva había un peñasco en un cierto equilibrio inestable, solté una maldición y empujé con todas mis fuerzas más las del diablo que acababa de invocar y la roca se vino abajo con gran estrépito. Como la obra del diablo nunca queda a medias, la roca fue a pararse justo en la boca de la cueva impidiendo que nada más grande que un ratón pudiera entrar o salir.
Pasó un tiempo antes de que saliera de mi estupor, nunca hubiera imaginado que con las débiles fuerzas de un chaval de diez años hubiera logrado mover tal mole, corriendo bajé a ver las consecuencias de mi acción y por ese diminuto agujero apenas salía el murmullo de la voz de mi primo pidiendo auxilio, imaginaba que estaría dando voces desaforadamente, pero al exterior apenas llegaba un leve gañido apenas audible, tapado por el rumor de la brisa sobre los campos del alrededor.
¿Qué hacer? El corazón me pedía que escapara corriendo a dar la alarma a los mayores que hubiera cerca, pero el maldito diablejo que rondaba a mi alrededor no estaba satisfecho con su obra y me susurraba al oído que lo dejara pudrirse allí, no tenía nada que perder, en casa me esperaba una fuerte regañina y a saber qué castigo me impondrían, había perdido el patrimonio de la cueva que ya jamás sería mía, por lo que el odio me inflamaba el pecho y un rubor cubría mi cara impidiéndome que anidaran pensamientos humanitarios en mi interior; de ese modo también me libraría para siempre del insidioso de mi primo Valentín, de sus sobresalientes en las notas, de sus trajes impecables con pantalones sin rodilleras “pues no se tira al suelo como tú que eres un destrozón” con sus burlas cuando el Madrid ganaba a mi Atleti; y tantos y tantos agravios sufridos y por sufrir.
No me había dado cuenta, pero con mis cavilaciones me había alejado del lugar y había llegado a las primeras casas del pueblo, me encogí de hombros y me fui a casa a merendarme el bocadillo de nocilla que solía comer.
Han pasado muchos años desde entonces y nunca volví a pasar por el lugar, no por problemas de conciencia sino quizás por no encontrar al fantasma de mi primo, quien sabe, a lo peor está allí esperándome para seguirme dando la lata con sus insidias.
Hola J.A.
ResponderEliminarPues yo de ti comenzaba a correr porque por lo que veo en la foto la roca que tapaba la entrada de la cueva ya no está, así que, tu primo debe andar buscandote como alma en pena por esos montes... por lo menos le podras dar en los morros que tu Atleti está en la semifinal de Champions League. Je,je,je.
Un abrazo .
(A ver si te decides a venir a la ciudad condal :D)
A veces, algunos, simplemente se lo están buscando. Yo también tengo un primo así, era mejor en todo y el preferido de mis abuelos, hasta fue campeón local de ajedrez unos cuantos años seguidos, mientras que yo solo era y sigo siendo un jugador mediocre, sin embargo, era malo, malo, malo como Satanás. Siempre me ponían de ejemplo sus logros, pero con los años las cosas cambiaron, por razones que no voy a contar ahora, y nunca mas volvieron a utilizarle como ejemplo, y eso que es un reconocido ingeniero. Un abrazo.
ResponderEliminarEntonces....¿dejaste a tu primo Valentín en la cueva?. jajajaja, ¡eso es fantástico!
ResponderEliminarPero no descartes que su espíritu, ahora que lo has hecho público, te visite. Incluso que abra un blog y se lleva a todos tus seguidores. Sabes que yo no te traicionaré, pero no me lo presentes por si acaso.
Un abrazo
es verdad hay primos q se atragantan y no hay manera con ellos, más si nos los ponen continuamente de modelo repelente, y has escenificado de maravilla la posesión de tu más sagrado tesoro, tu cueva, por ese odioso personaje
ResponderEliminarsaludos blogueros
jajaja
ResponderEliminarmadre mía!! está claro que hay que llevarse bien contigo, de lo contrario en cualquier ocasión el diablo que todos llevamos dentro saldrá -en este caso- de ti y nos organizará un buen estropicio o peor, algo con consecuencias más graves.
Creo que tu primo nunca te lo perdonará y tampoco su madre, de quien va a hablar si no??
una estupenda historia José Antonio.
un abrazo :))
Qué drástico pero merecido castigo. ¿que tal duermes por las noches? jejeje. Besos y feliz Domingo de Pascua. P.D. Gracias por cambiar el formato de tu blog, ahora se lee estupendamente.
ResponderEliminar¿Sólo insidioso tu primo? creo que te has quedado muy corto, asi que es lo menos que podías hacerle ¡se lo tenía merecido jejeje! Por cierto....¿qué tal te llevas con los primos que te quedan? es sólo curiosidad ...... Un beso,
ResponderEliminarAhahahahahaha
ResponderEliminarTanta raiva resultou numa escrita fenomenal!
Que conto mais divertido e maquiavélico...
Primos e primos... eu não gostava de alguns e fui apaixonada por 2. :) Coisas da infância... éramos 18 no total!!!
Beijo.
Cierto, los primos son tradicionalmente los miembros más deleznables de nuestras familias. Tengo yo uno por ahí que no sé... tomo buena nota de cómo te deshiciste del tuyo, quién sabe..
ResponderEliminarun abrazo, artista!!
Gracias por este comentario:
ResponderEliminar"Bello poema de amor, envuelves al otro con tus pasiones Un beso".
otro beso para ti :)
Realmente lo que pensé con el post de desdentada es que al perder los dientes pierdes partes del deseo, del gusto por hincar o hendir el diente en alguien que te gusta... jajaja algo malo y sucio jajaja.
ResponderEliminarun abrazo amigo.
:))
Vas a participar en el concurso al que te invita este médico??
ResponderEliminarseguro que lo harías muy bien...
:))
ah! por cierto, leí en algún lugar que lo que más nos atrae de las personas es su aspecto asimétrico... curioso.
un abrazo
tendrás que actualizar el blog...
ResponderEliminarlos últimos cuatro comentarios son míos jjajaja.
un abrazo amigo :)