Allí estaba, desde la esquina en que me
hallaba parapetado lo vislumbraba a través de las persianas, la luz encendida
me dejaba ver su silueta, el resto me lo imaginaba yo, calvo, enjuto con sus
sempiternas gafas de pasta, seguro que como siempre tendría alguna herida en la
cabeza, siempre se estaba golpeando con algo, armarios, el cierre metálico,
cualquier saliente con que pudiera tropezar, siempre lamentaba que no fuera a
más, que de verdad se partiera alguna vez el occipital, no solo los cuernos,
toda la testuz.
No me faltaba valor, sabía lo que iba a
hacer, solo me estaba regodeando, tenía que acabar con tantos años sufriendo
interminables pesadillas, necesitaba una paz espiritual que carecía de ella
desde hacía casi veinte años, veinte años en los que había soportado múltiples
vejaciones el último día, hacía ya cinco años de eso, que había trabajado para
él.
Nunca logré quitarme las pesadillas de mi
torturada mente, generalmente repetitivas, una y otra vez soñaba lo mismo,
estaba de nuevo trabajando para él, sufriendo de nuevo sus insultos, sus malos
modos, sus desprecios, sus amenazas. Así una y otra noche, sin poderme liberar
de esa opresión, de enérgicos y amargos despertares bañados en un sudor frio
con la mente obnubilada, deseoso de encontrar la realidad, siquiera el alivio
de conocerla y entender que ese plano de su existencia había pasado ya, no
encontraba la más mínima alegría, no servía para nada, el corazón y la mente
seguían lacerados.
Resuelto, avancé por la calle para
encontrarme con mi destino, o el de él, al parecer van juntos los dos de la
mano, alcé un poco el cierre metálico y colé mi cuerpo por debajo, luego empujé
la puerta de cristal que sabía que siempre dejaba abierta, el sonido de la
persiana le alertó haciéndole mirar hacia mí, sus ojos me dijeron la sorpresa
que le acababa de producir mi presencia ante él, tras un segundo eterno donde
no se oyó nada, absolutamente nada, farfulló a media voz:
-
¿Pero, qué haces aquí?
Solo encontró mi silencio, no estaba
dispuesto a dialogar con él, demasiadas palabras nos dijimos en su tiempo y
demasiados silencios insidiosos me regaló, ahora no pensaba decir nada, todo
estaba dicho ya.
-
¡Márchate! – Rugió – Aquí ya no eres bienvenido.
Esta vez acompañó sus palabras con la acción,
se acercó a mí dispuesto a expulsarme del local, craso error, lo dejé que se
acercara, como tantas veces pensaba que era la araña y yo la polilla, pero
aquella vez se encontró con una avispa. En el último momento di un paso hacia
él y nuestros cuerpos se juntaron, clavé mi aguijón en su vientre y el soltó un
gemido de sorpresa, nunca lo hubiera imaginado, mejor; una vez ensartado,
apenas tuve que hacer esfuerzo alguno para sujetarlo, su cuerpo escurrido por
décadas de mal comer y abusos con las drogas, era como una cáscara vacía, aún
así con mi brazo izquierdo evité que se pudiera separar de mí y entonces los
dos oímos el rasguido que producía mi mano libre al ir subiendo por su vientre,
esta no iba sola, había conseguido mi más valiosa herramienta afilando por los
dos lados un cuchillo militar de extraordinario temple, por lo que apenas
encontraba oposición según subía la mano, un chorro de sangre me salpicó,
cayendo entre mis manos, haciendo que su calor me causara un leve escalofrío de
placer. Con cada latido su vida se le escapaba y yo lo iba notando, busqué su
cara y fijé mis ojos en los suyos, quería que en esta vida lo último que viera
fueran mis ojos, que se llevara mi imagen al infierno donde seguramente le
estaban aguardando con la plaza asegurada desde hace mucho tiempo.
Acerqué también mi boca a su oído y cuando la
última palpitación me indicaba que se acercaba el final, le susurré:
-
Soy el ángel de la muerte
Escalofriante...genial.
ResponderEliminarConfío en que esta historia ponga e marcha al inspector Gracia. Falta hace.
ResponderEliminarUn abrazo
(Jose, las letras negras sobre este fondo oscuro dificultan la lectura)
Mi vaguería me impide solucionarlo, de verdad que un año de estos me pongo, mientras tanto pongo en marcha al inspector, ¡coño! me has dado una idea.
EliminarTremendo final, a veces son los impulsos los que controlan nuestro destino. Un abrazo.
ResponderEliminarJose Antonio, un relato ideal para una relajada y tranquila tarde de domingo jejeje. Bueno, en serio, aunque morbosillo, me ha gustado tu relato, genialmente escrito, como siempre. Un besote,
ResponderEliminarmás tarde te leo, tranquilamente.
ResponderEliminar:)
Cuanto odio, rencor, inquina y desprecio hay en esa última mirada.
ResponderEliminarMenuda descripción de una vida llena de desprecio y rechazo hacia alguien. Pero si lo pienso realmente, hay personas que se esfuerzan en que los demás le desprecien y no puedan soportarlo. Me gustaría saber qué ocurre en el interior de una mente así, qué le lleva a apartarse de los demás provocando el repudio de los demás...
un abrazo amigo :))
me encantó este relato.