Tierra de nadie ¡qué ironía! En unos
instantes un trozo de esa tierra sería mío a perpetuidad, comenzaba a darme
cuenta de ello, casi como un alivio, como una liberación, a pesar que apenas
sentía dolor ya.
No lo había oído ni sentido llegar, la muerte
siempre es silenciosa cuando viaja, imaginaba que no fue un proyectil, más bien
una esquirla de algo más grande que me llegó de rebote, recuerdo mis lecturas
de Galdós, en especial Trafalgar, donde narran el temor que sentían, no a los
cañonazos en sí, sino a las esquirlas que saltaban cuando los proyectiles
golpeaban la madera de la que estaban hechas las embarcaciones de la época,
también recordaba el hecho que esparcían arena en las cubiertas para fijar la
sangre que aquellos desventurados a bien seguro, iban a regar el suelo con
ella.
Aquella evocación me facilitaba el evadirme
de la realidad haciendo que mi agonía fuese más tranquila, sabía que no podía
durar mucho, mis manos agarrotadas eran incapaces ya de sujetar mis vísceras,
en un momento mi instinto me impelió a rodear mi vientre con las dos manos en
un intento vano de evitar que mis intestinos cayeran al suelo, pues al cabo,
rodé por el suelo enredándoseme estos con los pies, juntándose con las
inmundicias que había en el suelo. - ¡Agua! – Conseguí musitar, no tenía claro
si era por una sed que no tenía o sencillamente por un acto de pura higiene,
para lavar aquella parte de mi cuerpo que se escapaba de mi control.
Una frialdad se iba apoderando de mis
piernas, de rodillas para abajo era incapaz ya de sentir nada, al mismo tiempo
mis sentidos se iban adormeciendo, mi mano izquierda colgaba ya exangüe junto a
mi costado, poco a poco voy notando como la vida se escapa de mi cuerpo, ya
apenas soy consciente de lo que ocurre a mi alrededor, en la seguridad de que
voy a morir solo, lejos de mi casa y de mis seres queridos, sobre todo de mi
madre, confirmo así la regla, la terrible experiencia de la guerra dicta que
los moribundos casados llaman a su mujer, los solteros inevitablemente siempre
llaman a su madre.
Cierro por fin los ojos, total apenas me
servían de mucho, las tinieblas hacía tiempo que los nublaron, respiro como
puedo buscando el descanso.
Seguro que nadie está dispuesto a ello, pero
creo que yo sí, ya estaba dispuesto para una nueva sesión, notaba como poco a
poco todo mi cuerpo iba teniendo sensibilidad y con ella el dolor, un dolor
acerbo e intenso, todas las terminaciones nerviosas estaban alerta y mandando
impulsos al cerebro indicando su disposición a recibir más dolor, el
atontamiento y la insensibilidad que me había dejado el verdugo después de sus
golpes repetidos, comenzaba a remitir,
incluso el pulgar que por descuido me había arrancado de cuajo, también me
dolía, cosa que me parecía extraordinaria, cómo un miembro que tiempo ha las ratas
se disputaron, puede causar tanto dolor.
Lo peor es que él seguro que se daría cuenta
enseguida, no tardará mucho en hacer su ronda para observar su obra, la
maestría en un verdugo es la que se consigue haciendo vivir a la víctima por
más tiempo del que nadie, ni la propia víctima es capaz de imaginar, un tira y
afloja atroz cuyo fracaso es la muerte.
No basta con confesar lo que se solicita, hay
que llegar más allá, infligir un castigo del que uno ya no se pueda recuperar
ni física ni mentalmente.
Al llegar al punto donde yo me encontraba,
anhelaba con pasión la muerte, pero esta tardaría aún, la pérdida del pulgar
era pecata minuta con lo que el verdugo había hecho en la geografía de mi
cuerpo, el primer día me quedé sin las uñas de las manos y el segundo sin las
de los pies arrancadas con maestría con unos alicates de carpintero, luego
fueron saliendo de mi cuerpo las orejas el cabello acompañado del cuero
cabelludo y varios trozos de mi anatomía gracias a los citados alicates.
Nunca volveré a caminar normalmente, los
varetazos sufridos en la planta de los pies me impedirán hacerlo sin cojear ni
anadear, amén de los daños en las rodillas por golpes varios. Luego tras unas
cuantas sesiones de potro, mi columna tornó sinuosa cual cadena de montañas,
seguro que habré crecido a consecuencia de ello, algunas pulgadas.
En fin, torna ya mi ejecutor, por lo que mi
mente se presta a recibirle, espero que esta vez no esté tan presto y pueda
darle descanso a mi alma.
No volveré a caminar normalmente, dice. Ni a comer decentemente después de enredarse las piernas con los intestinos...joder, si sentía yo el dolor!!
ResponderEliminarMuy bueno. Un abrazo
Hoy te noto un poco negativo, Jose Antonio.. una muerte lenta, prefiero las horitas cortas, como dicen las abuelas. Como Javir, he sentido el dolor en carne propia.
ResponderEliminarUn abrazo, feliz finde!
Uy, Jose Antonio, brutal entrada y de acuerdo con los amigos de mas arriba, el dolor era casi palpable. Besos.
ResponderEliminarah! qué angustia :)
ResponderEliminarleerte es vivir intensamente el sufrimiento del reo, sabiendo que no morirá puesto que el verdugo es un verdadero profesional.
Qué bien escribes!
un abrazo
Você é um mestre com as palavras...
ResponderEliminarBeijo carinhoso.
Hola J.A.
ResponderEliminarOye que te pasa... menuda escabechina. Anda que como has dejado al pobre protagonista de tu historia, este no vuelve a aparecer por tu brote de inspiración en la vida, ya te puedes buscar a otro que torturar en tus siguientes relatos... je,je,je.
Un abrazo
Jajaja no puedo evitar reirme del comentario de APU, porque tiene toda la razón. En lo que a mi respecta me ha atrapado la lectura de tus dos historias, has hecho unas descripciones magistrales de los últimos momentos de sufrimiento previos a la muerte, tan precisas que casi las siente el mismo lector ¡pobres! Muchas felicidades. Un beso y disfruta de tu fin de semana,
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