Mientras tocaba al piano una triste melodía no
dejaba de pensar en los tristes tiempos pasados, aquellos tiempos en los que mi
juventud y mis errores dictaban el devenir del tiempo, para todos yo era
solamente un joven inconsciente e inmaduro, bueno solamente para requebrar
doncellas y correr detrás de cualquier sueño imposible, todos sabían que
malgastaba mi juventud, todos menos yo. Cualquier canto de sirena me hacía
coger una liviana maleta y tomar el primer tren hacia cualquier Shangri la que
me ofrecieran, pero a la postre, donde realmente llegaba era a Xanadu en manos
de cualquier Khan.
¿Decepción? ¡Ca! De eso no se hizo, otros sueños,
más o menos forzados reconfortaron mi alma, siempre había una montaña que subir
o una sima donde bajar.
Ella, su cara, no la olvidaré nunca, o quizás nunca
la recordé, a veces se me figura su semblante en los vapores alcohólicos de mi
inconsciencia, siempre la perseguí con un amor galante o una persecución atroz
y dolorosa, daba lo mismo el lugar, un salón versallesco o el lupanar más
abyecto.
Mis dedos seguían acariciando las teclas del piano, única
enseñanza de mis maestros que aprendí con rigor, quizás lo único real que quedó
de tantos años.
Es la vida, amigo. Se valora más una oposición para bedel del mercado de abastos que aprender piano. Yo, incapaz, me conformo con la gramola. Un abrazo
ResponderEliminarA veces lo que perseguimos siempre estuvo a nuestro alcance sin saber que lo está. Bonito relato en "piano". Un abrazo.
ResponderEliminarAprenderé de tus enseñanzas y no dejaré de tocar el piano... es necesario que la música suene continuamente, casi sin parar.
ResponderEliminarun abrazo