Mis recuerdos de la infancia siempre son en blanco y negro, más bien grises y oscuros.
Quizás se debiera a que vivía en un bajo cuyas ventanas daban a un patio
cerrado por una alta valla. Así recuerdo mis cumpleaños, bajo la tamizada luz
que entraba por persianas enrollables de láminas de madera.
En esta semioscuridad instalábamos el viejo
tocadiscos portátil que mi padre trajo de Alemania cuando estuvo trabajando
como emigrante, era por fuera un maletín algo barrigudo, lo abrías y una mitad
era el altavoz, en monoaural, todavía el estéreo no estaba disponible. En la
otra el plato junto a unos pocos mandos, volumen, revoluciones por minuto y
encendido; simplicidad prusiana.
La ventaja que tenía, aparte de evitar tener un
trasto permanente en una casa tan pequeña, era que mi hermano y yo, desde muy
pequeños éramos capaces de insertar un disco y escuchar la música de los mismos
discos una y otra vez que mi padre había traído de Alemania junto con el
aparato.
Además de discos que apenas recuerdo sus melodías,
mi madre compró una colección de cuentos infantiles. Narraban relatos de Perrault, Andersen y los hermanos
Grimm. Desconozco la intención que tendrían los autores, supongo que además de
entretener buscarían un interés pedagógico, pero creo que eran terriblemente
crueles, en mi juventud incluso, leí que algunos de estos cuentos se prohibieron
en la liberal Suecia. Un país denostado por los sacerdotes del colegio por su
protestantismo oficial y las costumbres licenciosas de sus moradores.
Recuerdo aquellas escuchas en el comedor de mi casa
escuchando sentado sobre la alfombra en la penumbra ya mencionada. Había
cuentos que me hacían meditar sobre lo terrible de la vida.
Nunca olvidaré la historia de los dos conejos que en
medio de una cacería discutían sobre si los perros que los acechaban eran
galgos o podencos. Los galgos los conocía, eran unos perros zafios que nunca
acudían a las llamadas de los chavales ni para darles un jato de pan, pero
nunca había visto un podenco, en el barrio nadie tenía mascota, eso es una moda
moderna y en la sierra los únicos perros que había eran cruces de mastines como
perros de labor, costumbres heredadas de cuando sus ancestros debían proteger
al ganado de los extintos lobos, muchos años ha.
Y sobre todo nunca se me va de la mente la pegadilla
cancioncilla que uno de ellos entonaba:
Mi
abuelo que era un conejo,
viejo
muy viejo reviejo
de
los perros se sabía cuanto había que saber
y
por ser valiente y cuco
se
aprendió muy bien el truco
de
esconderse o de correr
cuando
el perro le acosaba
se
ponía él a cantar...
y
a los perros ahuyentaba...
Dumbi
dumbi dumbi du
Dumbi
dumbi dumbi du
Por
eso mi buen amigo
yo
te doy este consejo
que
un día a mi me lo dio
mi
abuelo que era un conejo.
No todos los cuentos eran tan amables, o casi,
puesto que al final los conejos fenecían entre horribles convulsiones
despedazados a dentelladas por los chuchos, había otros peores.
Hansel y Gretel o Garbancito, cuentos muy similares
donde unos padres proletarios y empobrecidos ante la inopia más severa, deciden
abandonar a sus hijos en lo más recóndito del bosque, en el caso de Garbancito,
incluso varias veces ante su inesperado regreso.
Yo miraba a los míos y me echaba a temblar, las
cosas no iban bien en casa, el televisor que tanto esfuerzo costó adquirir, se
había estropeado, llevaba varios meses sin reparar y sin visos de asomarse el
técnico nunca reclamado. Mi padre apenas era visible para el resto de la
familia, en aquellos tiempos donde la libranza no era obligatoria, el trabajar
de taxista hacía que mi padre trabajara siete días a la semana, desde el albor
hasta más allá del ocaso.
¿Serían capaces mis progenitores de, un aciago día,
tomarnos de la mano a mi hermano y a mí y llevarnos a dar un nemoroso paseo sin
retorno?
Afortunadamente los afanosos desvelos de mi padre
evitaron tal quimera, la verdad es que aquél era un mundo con poca maldad,
además del registrado en los cuentos, la moral franquista evitaba en lo posible
las malas noticias y el sadismo, en la tele lo peor que podía pasar es que
Ironside quedara abocado a resolver sus casos en una silla de ruedas, donde
todos los malvados acababan con penas gordísimas de cárcel o que el pequeño de
los vaqueros de Bonanza se cayera del caballo rasguñándose el pobre. Todo esto
hacía que nunca viera, como es posible hacerlo ahora, noticias o series de
televisión donde aparecieran padres psicópatas capaces de las mayores
atrocidades.
Afortunadamente un día apareció el técnico de la
televisión, aquella gris con dos botones: UHF y VHF y un mando para el volumen
y después de hurgar en sus interioridades, la magia del mundo reapareció a
través de su tubo catódico, ya no tendría que verla en casa de mis amigos como
un paria y sobre todo ya podía irme de paseo con mis padres sin tener que
echarme un mendrugo de pan para hacer miguitas en el bolsillo de mi pantalón.
Eres muy bueno en esto de la escritura, tanto que siempre te he admirado. Pero recuerda que en la montaña te supero, je je. El tocadiscos de la foto es el que trajo tu padre de Alemania ? Pues eso para mi museo.
ResponderEliminarUn abrazo
Pedro Zorro Corredero
Pero a pesar de esos recuerdos, que los mios son del mismo estilo, mis amigos tenìan la misma forma de vida y todos eramos felices en nuestros juegos al no tener informaciòn de otras cosas las necesidades tb eran otras, tu serias el rey con un tocadiscos en aquella època.
ResponderEliminarun abrazo
fus
¡Hola José Antonio! ¿Cómo estás? Creo que tienes razón con respecto a los mensajes de los clásicos clásicos que nos contaban de pequeños; o eran machistas, o eran bastantes crueles como el de Garbancito que tú muy bien has mencionado.
ResponderEliminarMe has hecho recordar tiempos antaños y sentir la magia de tu blog durante un ratito.
Muchas gracias por tus palabras y tus mensajes.
¡Que tengas un buen fin de semana!
Preciosas recordações de um tempo inesquecível! Tempo em que brincávamos e conversávamos olho no olho sem esses apetrechos tecnológicos que mais isolam do que unem as pessoas...
ResponderEliminarBeijo, precioso.
Si Jose Antonio, los cuentos a veces son mas bien de terror que infantiles. Yo también escuché de niña cuentos en un tocadiscos, me encantaban. besos.
ResponderEliminarQué bueno disfrutar de tus recuerdos y lograr visionar con imágenes claras mientras imagino y recreo el aparato de música e incluso, te veo escuchando los cuentos y reflexionando sobre ellos :))
ResponderEliminarLos cuentos se han ido dulcificando con los años, eran demasiado crueles y violentos, pero quizá no sería tan negativo preparar a los niños para lo que se les viene encima... hoy que estoy pesimista.
un abrazo :))
Lo dicho, aquí estoy. Mi padre se trajo de Alemania una tele "portátil" en blanco y negro y disco de Tom Jones. Nunca entendí para qué una tele cuando ya teníamos una más grande. Cosas de mayores, pensé. Eso sí,lo de Tom Jones me marcó.
ResponderEliminarUn abrazo
¡Coño, acabo de saber que Tom Jones estará en le palacio de deportes de Madrid el próximo 1 de julio!
ResponderEliminarMe encantó tu entrada Jose Antonio, has plasmado de una forma ideal tus recuerdos infantiles (a los que me uno y comparto) sobre los cuentos que nos contaban entonces, que nosotros escuchábamos y nos tragábamos con tanta inocencia, pero que escondían bastante crueldad detrás, como tu bien dices. Un beso,
ResponderEliminarQué buen relato! Mis padres tenian un tocadiscos de estos tocadiscos de maleta "mono" (de audío) y recuerdo haber tenido un "comediscos" que como me gustaban tanto los discos al final me lo regalaron :)
ResponderEliminarMe encanta tu relato. Curiosamente buscaba la canción que has puesto aunque me habría gustado encontrar el cuento también jiji.. Otro que escuchaba yo era de "un gorrioncito que no quería estudiar" ya no tenía que escuchar regañiñas de papá porque ya sabía volar. Un placer leerte. Gracias
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