VII
Conduciendo por la Nacional I camino de Alameda, iba
pensando en la llamada de Elvira que me rogaba que fuera a su casa, alguien
aprovechando su ausencia mientras se dedicaba a las labores del campo, había
entrado y había registrado la casa, especialmente la habitación de Ana. Al
parecer no se habían apoderado de nada, pero me pedía que de todas formas me
acercara. Por lo que este fin de semana tocaba jira campestre, cogí el Panda de
mi madre y conseguí que me acompañara mi mujer y los perros.
A la altura de La Cabrera, a mano izquierda, el pico
de la Miel me recuerda que ya soy muy mayor para trepar por sus paredes, lo que
no hice con dieciocho años, con cincuenta y cuatro no procede.
Sin embargo me deja bellos recuerdos de mi juventud
cuando pensaba convertirme en un Perez de Tudela o un Reinhold Messner, solo
fue eso, sueños de juventud mientras pateaba la sierra de Guadarrama en
acampadas junto con amigos que el tiempo borró de mi memoria. A pesar de todo,
todavía suelo escaparme por la Pedriza del Manzanares y Cercedilla, solo o con
nuevas compañías rememorando aquellos años y volviendo a disfrutar de unos
paseos en la naturaleza, intentando saturarme de oxígeno y de maravillosos
paisajes, además de la contemplación de cualquier árbol o roca distinto de los
demás, algo que se salga de la uniformidad y la ortodoxia que marcan las leyes
de la naturaleza.
A pesar de no ir muy deprisa con el coche, es
difícil conducir cuando tienes la mente puesta en el limbo de los recuerdos,
una leve pereza te invade y desearías no estar dentro de un cajón metálico y
con ruedas, sino en el campo sentado en la hierba y con los pies sumergidos en
un arroyo.
Con todos estos pensamientos, me acerqué por fin a
mi destino, una doble curva anuncia el desvío hacia el pueblo donde fui tan
feliz en mi niñez.
Tengo que decir que Alameda del Valle es un
pueblecito de la sierra norte de Madrid y como todos los de la zona, fue castigado
duramente por la emigración, esto le hizo perder su identidad además de la
juventud que marchó a la capital.
Recuerdo que de pequeño encontrar a alguien
desconocido era una novedad, hacerlo ahora con alguien que conozca, es una
quimera. Esta invasión de nuevos vecinos que adquirieron aquí su segunda
residencia, hizo que tras el boom de la construcción y la anterior bonanza
económica, desaparecieran dentro del casco urbano todos los pajares y huertos,
así como las antiguas viviendas seculares. Un mutación de casas y chalets de
todos tipos, algunos verdaderamente horteras y fuera de lugar, han hecho que Alameda,
al igual que los pueblos adyacentes, se hayan convertido en un espanto
urbanístico.
Aun así conserva sus encantos, los maltratados
chopos de la ribera del río sobreviven a duras penas a las feroces talas
consentidas por el consistorio, la iglesia y el ayuntamiento acompañan a la
media docena de bellos pajares que, algunos sin techumbre, se empeñan en
mostrarnos las huellas de un bello pasado rural.
Además el valle del Lozoya nos muestra un entorno
cerrado, opresor, donde cualquier camino se empina la poco entre las montañas
que cierran el valle y dan un tono multicolor según transcurren las estaciones
y las hojas de los robles van transmitiendo su paleta a través de sus hojas.
Me podría tirar horas relatando las excelencias del
lugar, pero éste no es el motivo de este relato, así que de vuelta a la
realidad, me dispuse a visitar a Paco y
Elvira.
Cuando llegué a su casa, sus rostros severos
denotaban que no había buenas noticias que recibir.
-
¡Buenos
días!
-
Pasa
Jose, queremos enseñarte una cosa
Accedí por la escalera a su vivienda y me guiaron
hasta la segunda planta, en el pasillo Elvira se quedó plantada ante la puerta
abierta de una habitación.
Me asomé sin entrar todavía y contemplé como los
efectos de un tornado, o algo parecido, causan en una habitación otrora
ordenada. Absolutamente todos los objetos estaban caídos por el suelo en un
maremágnum de papeles, cuadros, muñecos, ropa y demás utensilios, el colchón de
la cama mostraba varios desgarrones y algunos muelles afloraban de él, los
cajones de las mesillas aparecían volcados y esparcido su contenido por
doquier. Creo que en algunas películas de gangsters hay cuadros realmente
similares a lo que se figuraba ante mis ojos.
-
¿Has
visto? ¿por qué lo habrán hecho? – Me interpeló Elvira.
-
Vaya,
está claro que buscaban algo ¿Cuándo ocurrió?
-
Antes
de ayer, por eso te llamé para que vinieras lo antes posible.
-
¿Lo
saben las autoridades?
-
Avisamos
a la guardia civil de Rascafría, hicieron unas fotos y tomaron huellas de los
picaportes, pero no nos dieron muchas esperanzas.
-
¿Solo
han registrado esta habitación?
-
Si,
el resto de la casa estaba tal como lo dejamos, no se han llevado nada de
valor, ni televisores ni dinero, nada. Sabían muy bien donde registrar.
-
¿Habéis
echado a faltar algo de la habitación de Ana?
-
No, a simple vista parece que no falta nada,
fíjate en ese pico de la cama está su joyero y el contenido volcado al lado y
no parece que falte nada, están las pulseras y las medallas de oro que ya no se
ponía y eran de la herencia de mi madre.
-
¿Qué
crees que estarían buscando? – Terció Paco.
-
No
lo sé. – Respondí – Tampoco estoy seguro que tenga que ver con su desaparición,
pero no le encuentro explicación al hecho.
Por más vueltas que daba al asunto no era capaz de
encontrar una explicación, a pesar de lo que les había dicho, tenía muy claro
que sí tenía que ver el que hubieran entrado a su casa y directamente subieran
a la habitación de Ana y revolvieran su interior. Lo que no se me ocurría era
qué estaban buscando, el comenzar mis pesquisas había provocado este hecho sin
lugar a dudas.
Elvira y Paco me llevaron al comedor y me obligaron
a sentarme para agasajarme e invitarme a una naranjada y unas rodajas de
embutidos.
Qué diferente aquella moderna cocina con la cocina
de su antigua casa, mis recuerdos me llevan a una cocina donde en un rincón
ardían dentro de una chimenea, varios troncos de roble formando unas brillantes ascuas, el resto de la pared, una
vieja cocina de forja servía a la vez como calefacción además de preparar los
guisos en pucheretes de barro. Era inevitable sentir un alegre sopor al sentir
el calorcillo que despedía mientras me sentaba en unas sillas de enea con un
cojincito bordado en ganchillo por los bordes, la mortecina luz de daba una
bombilla de 40 vatios no hacían más que incitar a ello. Aunque los sentidos,
especialmente el del olfato, se avivaban al estar al lado de la cámara donde
guardaban los productos de la matanza de ese año.
Creo que habían ganado en comodidad con la nueva
casa, pero ahora se les caía encima su grandeza, llena de habitaciones vacías
donde nunca corretearían sus nietos.
Volviendo a la actualidad, les puse al cabo de todas
mis pesquisas y les mostré la cruz que había recuperado de la habitación.
-
Nunca
la habíamos visto, todas las joyas que tiene ella, ya las has visto, son cruces
normales o imágenes de santa Ana que es la patrona del pueblo. Esa cruz tan
rara se la debió de regalar en Madrid alguien de su entorno.
Asentí gravemente al verme contrariado por no
encontrar una respuesta al enigma, les pedí quedarme con la cruz mientras
continuaba con la búsqueda, ellos no pusieron objeción alguna, por lo que me la
volví a guardar en el bolsillo.
Me despedí de ellos y me encaminé hacia la casa de
mi madre, no comprendía qué estarían buscando en la habitación de Ana pero
presentía que podía ser precisamente la cruz que ahora portaba yo.
El sonido de mi móvil me distrajo de mis
pensamientos, era un número desconocido el que me llamaba.
-
¿Diga?
-
Hola
colega, te llamo del colegio mayor soy el vecino de… bueno, no sé, estuviste
aquí el otro día.
-
Si,
ya recuerdo ¿sabes algo del novio de Ana?
-
Estuvo
aquí ayer noche, le di tu teléfono, pero usó el papel para liarse un canuto,
así que te aviso de que no te llamará, jaja. Pero te puedo decir que el sábado
que viene tiene carrera por si lo quieres encontrar.
-
¡Sí!
Cómo no ¿Dónde va a ser?
-
En
Arroyomolinos, en el Polígono de las eras.
-
¿Sobre
qué hora?
-
A
las doce.
-
¿Del
mediodía?
-
No
panoli ¿dónde has visto tú una carrera ilegal por el día? Hasta ahí podríamos
llegar.
-
Oye,
muchas gracias, de verdad que te estoy muy agradecido.
-
De
nada, hombre, ya sabes dónde me tienes si necesitas de mi mercancía.
-
Bueno,
uno nunca sabe cuándo necesitará utilizar los poderes curativos del cannabis.
Un saludo.
¡Oh, entonces lo que estaban buscando era droga! Parece mentira.
ResponderEliminarMe han gustado mucho tus recuerdos, incluídos los de hacer camping. Por cierto, nosotros acabamos de llegar de hacer camping en Isla Cristina, una bellísima playa de Huelva, mira por dónde.
Ya estamos de vuelta de las vacaciones.
¡Un beso!