Iba subiendo renqueante la carretera de Extremadura
con el afamado Panda de mi madre, desde que yo no tenía coche un halo de
felicidad me rodeaba, olvidarme de seguros, impuestos y tener que disponer
siempre de un dinero ahorrado para averías o mantenimiento, todo esto evitaba
sencillamente careciendo de él. En caso de necesidad tomaba prestado el viejo
pero eficiente Seat Panda que compró mi madre cuando tuvo a bien sacarse el
carnet de conducir para poder desplazarse a Alameda cuando pluguiera.
Éste, obviamente, era un caso de necesidad para mí,
en aras de continuar con la investigación necesitaba el coche para poder
desplazarme por la noche hasta Arroyomolinos.
Me alejaba de la gran ciudad mas no de sus luces,
mis pensamientos me llevaban a añorar las estrellas ¿Cuánto tiempo hace que no
contemplaba un cielo estrellado? En el verano tenía previsto ir a Canarias y
aguardaba esperanzado el poder levantar la vista y poder apreciar la vía
láctea, el camino de Santiago que casi desde crio no había vuelto a ver.
Recuerdo noches tumbado sobre la tierra caliente de las eras mirando hacia el
infinito, casi me mareaba el vértigo con el que contemplaba un millón de
estrellas y jugaba a juntar estrellas y formar dibujos de animales con ellas.
Ahora, es del todo imposible, una luz ámbar lo
cubre todo, incluso desde la sierra se puede apreciar su molesta niebla que
todo lo ilumina.
Es lo que tiene el no tener música en el coche, la
mente se dispara y corre más que tú. Intenté concentrarme en la conducción, no
quería pasarme el desvío pues estos lugares son desconocidos para mí.
Me había imprimido por internet un plano del
polígono donde se debían disputar las carreras, pero tampoco quería dejar el
coche demasiado cerca por lo que pudiera pasar.
Pasé el desvío del polígono y tomé hacia el pueblo,
junto al polideportivo estacioné y salí del Panda encaminándome hacia el
destino fijado, había un trecho por recorrer, pero ya se veía ambiente por el
lugar, sobre todo a la hora de cruzar, pues pasaban coches desbocados.
Tampoco había posibilidad de perderse, una riada de
chavales con bolsas blancas de los “chinos” llenas de bebidas alcohólicas
indicaba el camino, esperaba no destacar mucho, pues nadie de mi edad parecía
acudir al evento, menos mal que de noche todos los gatos son pardos y mis canas
se camuflan en la mínima luz nocturna.
Al cabo descubrí el lugar donde, como si de
cuadrigas se tratara, se realizaría la carrera. El final del polígono no estaba
urbanizado y una de sus manzanas sería la elegida para la acción, en la spina
los vehículos contendientes estaban siendo revisados por sus dueños y por
mecánicos aficionados. Alrededor de ellos revoloteaban muchachas ligeras de
ropa y con brazos como pulpos intentaban abrazarse a sus ídolos. En las aceras
frente a ellos, el público aguardaba expectante el comienzo de la función,
había pocos sin una botella en la mano o un vaso de plástico de descomunales
dimensiones, lleno de vino, calimocho o cubalibre; pero aún podían portar en la
otra mano el inevitable porro.
Estuve dando varias vueltas, sobre todo buscando un
lugar donde no me llegasen los efluvios, más que nada para no tener que dar
tontas explicaciones a mi regreso al hogar sobre los aromas impregnados en mi
vestimenta.
Además quería introducir mi oído en las
conversaciones sobre todo con vistas a reconocer a Aquiles. No sabía cómo
hacerlo, tenía miedo de preguntar por él directamente y que reparasen en mi
edad y pensaran de mí que fuera un policía.
Había una zona como los boxes de las carreras,
donde estaban situados en paralelo varios vehículos “tuneados” de colores
chillones y formas extravagantes a mi parecer, incluso algunos autoiluminados
por neones multicolores. A mi parecer, siempre estamos copiando todo lo hortera
de Estados Unidos. Que inventen ellos y si es estrambótico, mejor.
Me acerqué por allí silbando y con las manos en los
bolsillos en un vano intento de pasar desapercibido, sobre todo porque iba
silbando aquella canción de sentado en el muelle de la bahía, claro que todos
estos jovenzuelos jamás oyeron hablar de Ottis Redding, ni del movimiento
hippie, ni en su vida oyeron una canción de soul. Ya lo sé, estoy envejeciendo
sin remedio, a mi padre le oí hablar igual de mí y de mis gustos musicales y
seguramente todos estos tarados harán igual con sus hijos, si es que este
jodido planeta no se va antes al carajo en una guerra atómica, una eclosión de
zombies o simplemente de puro asco.
De pronto lo vi, no podía ser otro, Aquiles era la
viva imagen de su padre, pero todavía conservaba el pelo sobre la cabeza, eso
que salía ganando. Le observé durante un rato, galleaba mientras sujetaba a una
chiquilla y en la otra mano portaba un porro del que daba furiosas caladas,
cada cierto tiempo pasaban otros chavales y menos chavales que le daban
amistosas palmaditas en la espalda.
Un tipo del que colegí enseguida que era un
corredor de apuestas, le dijo algo al oído, Aquiles asintió con una sonrisa de
superioridad y del bolsillo trasero de su pantalón sacó un rollo de billetes
que le entregó al corredor, éste después de guardarlo le dio un ceremonioso
apretón de manos.
En ese momento vi el campo libre y me acerqué a
Aquiles, me hallaba apurado por el lugar y el ruido circundante por lo que fui
directo al grano.
- Hola,
tenemos una amiga en común.
- ¡Ah!
¿Sí? ¿Y quién es ella? Ten en cuenta que conozco mucha gente y sobre todo
¿Quién eres tú?
- Soy
amigo de Laura.
Por mucho que lo intentó y de la oscuridad
reinante, una palidez en su rostro se dibujó, con voz que intentaba ser firme
me espetó:
- ¿Laura?
¿Qué Laura? Yo conozco muchas Lauras.
- Tú bien
sabes qué Laura es, la que hace meses que desapareció y nadie sabe de su
paradero.
- ¿Y qué
tengo yo que ver con eso, tipo listo?
- No lo
sé, pero te juro que no pararé hasta averiguarlo.
- Mira,
lárgate de aquí antes de que le pida a un par de coleguitas que te partan las
piernas.
- Yo
también tengo colegas de esos, no me vas a asustar.
Dándome la espalda dio por terminada nuestra
conversación, a mi pesar yo también me había alterado y el temblor que corría
por mis manos así me lo confirmó, aquel era uno de aquellos momentos en los que
lamentaba el haber dejado de fumar.
Tomé asiento en la ladera de una pequeña montaña
formada por escombros que algún incívico conductor de bateas de obras, descargó
en el descampado. Enseguida la gente empezó a desparramarse por los alrededores
despejando la calle, dos coches de marcas extrañas para mí pues soy incapaz de
discriminar marcas y modelos de los vehículos actuales, a mí me parecen todos
iguales, como decía los dos coches se alinearon en lo que iba a ser la primera
carrera de la noche.
Los corredores de apuestas iniciaron una frenética
actividad voceando nombres y cifras que cada poco tiempo aceptaba la gente
dándoles billetes y siendo apuntados en las listas de éstos.
Yo esperaba una carrera al estilo de Rebelde sin
causa, con Natalie Wood dando la salida y un precipicio al final de la pista,
pero me tuve que conformar con un menda con una especie de pañuelo atado a un
palito dando salida a los dos rugientes vehículos que tras una vuelta al
circuito dio el banderazo de llegada con el mismo adminículo.
No estuvo mal la carrera, algunos derrapes, olor a
gasolina y rueda quemada y un público enfervorizado jaleando cada curva que
daban. Evocando otra película, se podría decir que nos habíamos retrotraído a
los tiempos de los romanos y a las carreras de cuadrigas tan magníficamente
retratadas en Ben-Hur.
Como en aquellos tiempos, los espectadores ansiaban
sangre en el espectáculo y en la segunda carrera a fuer que casi lo consiguen,
en la tercera curva, uno de los contendientes derrapó y volcó en medio de la
carretera lo que provocó que los gritos alcanzaran niveles rayanos al
paroxismo.
Uno no deja de pensar en el triste país que me tocó
en suerte vivir, en Estados Unidos que son capaces de ver el negocio como
nadie, esto mismo lo llevan a un recinto cerrado cobrando entrada y encima saca
tajada Hacienda de las apuestas. Aquí sin embargo, gazmoños y beatos, solo
vemos el pecado y perseguimos y prohibimos estas cosas siempre pensando en que
el hijo de algún padre que sea capaz de escribir en la sección cartas al
director de El País, se haga daño en estos eventos.
La siguiente carrera iba a ser la principal para
mí, Aquiles se puso a los mandos de su coche y se acercó a la línea de salida,
después de una procesión de chicas dándole besos, el juez de salida levantó el
banderín y al bajarlo, el ambiente se llenó con el estrépito de los motores de
los dos coches contendientes, al llegar a la primera curva Aquiles la negoció
tomando una cierta ventaja sobre su oponente, aceleró a fondo lo que hizo
tronar aún más su motor si cabe y enfiló
a toda velocidad la segunda curva, ya con una aparente ventaja, en este momento
apareció el desastre. Justo una de las ruedas traseras pasó por donde justo
antes había volcado el vehículo de la carrera anterior y éste había soltado
algo de aceite, al derrapar el coche hizo un trompo y ya sin control se salió
de la carretera estrellando aparatosamente contra una farola.
De repente todas las gargantas enmudecieron,
incluso desde mi posición pude oír caer al suelo todas las piezas que se habían
soltado con el golpe, como si hubieran dado un pistoletazo de salida, los
cientos de personas que se hallaban congregadas se desperdigaron despavoridas,
todos los que hasta allí se habían desplazado usando su vehículo, arrancaron
los motores y emulando a los que habían ido a ver, con estrepitosos chirridos
de ruedas desaparecieron por las calles adyacentes.
Además entraron en ese momento en escena varios
vehículos de la Guardia Civil acompañados de sus ruidos de sirena y destellos
luminosos, todos los que para nuestra desgracia habíamos aparcado algo más
alejados, corrimos campo a través despavoridos. Por más que intentaba sumarme a
la masa, mis piernas no me acompañaban. Ahora que viene al caso, comentaré que
sufrí un infarto hace ocho años y a pesar de mi excelente recuperación, las
carreras de fondo no son algo a lo que esté acostumbrado ni sea conveniente
para mi dolencia.
Al cabo me encontré solo por lo que al verme
rodeado de destellos azules, intenté confundirme con el terreno, bueno, más
bien el resuello no me daba ya para más y me dejé caer al suelo.
No sé cuánto tiempo estuve intentando llevar aire a
mis pulmones y que el corazón latiera a un ritmo decente, cuando lo conseguí,
levanté la cabeza y una silueta enmarcada en la luz amarillenta que reverberaba
de la ciudad me dijo:
- ¡Alto a
la guardia civil!
Me incorporé como pude con las manos levantadas y
bien a la vista, es lo que tiene haber vivido en tiempos de Franco y conocer lo
que era la ley de fugas, te deja un prudente respeto por las fuerzas de la ley
y el orden.
- ¡Acerquese!
– Me instó el guardia.
Así lo hice y al observarle bien exclamé:
- ¡No me jodas, Alipio!
Disculpad queridos lectores el baile de nombres, lo que comenzó como un relato largo en varios episodios, se ha convertido en un proyecto importante, la creación de una novela, esto me ha obligado a cambiar los nombres, que si bien en mi blog no tendrían importancia, al salir en formato papel y por la distribución que pudiera tener, tengo que cambiar los nombres pues son demasiados obvios ¿Esto por qué? Muy sencillo, como ya me vais conociendo, tengo alma de gamberro y me encanta colocar personas reales en mis escritos, por mucho que los hechos sean inventados, los personajes de esta novela son absolutamente reales, hasta Laura, que está, Dios menguante, vivita y coleando.
Como siempre, muchas gracias a todos los que me leeis.
Excelente, meu caro, excelente!!!!
ResponderEliminarAvante com seus escritos e imaginação!
Beijos de fã. ;)