Corren infinidad de chistes sobre la pérdida de
calcetines sueltos dentro de la lavadora, recuerdo uno especialmente, donde se
ve a una señora calcetín llorosa ante unos calcetines policías indicándoles que
entró con su marido en la lavadora pero él nunca salió.
No es ninguna banalidad ¿Quién no tiene calcetines en
casa desparejados? Ante esa evidencia mi solución es bien sencilla, comprarme
todos los calcetines del mismo color y modelo. No es broma, estaba harto de
tener calcetines solitarios dentro de los cajones esperando inútilmente a su
pareja, nunca los hallaba por lo que no tenía más remedio que rendirme a la
evidencia y con una nueva remesa de calcetines que meter en el cajón, dedicarme
a tirar a los solitarios a la basura.
Por otra parte, al desmontar el filtro de la lavadora,
quizás buscando una evidencia sobre las desapariciones, allí dentro encuentras
siempre algo que jamás pensarías recuperar además de los inevitables
imperdibles y horquillas, pues también encuentras la figurita del roscón de reyes,
la pluma del colegio de cuando era un chaval y sobre todo lo que más me
escamaba siempre, la llave del arcón donde guardo mi diario.
Este hecho siempre me descolocaba. Al principio discutía
con mi pareja creyendo que ella me cogía la llave para hurgar en mis memorias
escritas, pero el abandonar la llave en el interior de la lavadora era algo que
no me cuadraba que hiciera mi mujer. Pero el hecho tenía todos los visos de un
gran misterio. Tomé la costumbre de colocar una finísima mina de grafito encima
del arca para saber a ciencia cierta si alguien manipulaba el diario y a pesar
de que la llave apareció dos veces más dentro de la lavadora, la mina nunca
apareció descolocada.
Otra de mis preocupaciones eran los leves ruidos que de
vez en cuando escuchaba, sobre todo al acostarme, unos siseos y ruido como de
arrastrar papel por el suelo, hacían que a veces me desvelase intentando
dormir. A pesar de levantarme casi todas las noches a encender la luz de la
habitación y ponerme a mirar por debajo de la cama, nunca encontré nada ni a
nadie, incluso me compré una linterna con la que escrutaba los rincones de la
habitación antes de acostarme y cada vez que percibía un ruido.
Además era la única persona de la casa que los oía, ni mi
mujer ni mis hijos oyeron nunca nada. – Ya está Antoñita la fantástica con sus
cuentos de miedo.- Era la contestación que a modo de chanza recibía.
Lo único que conseguí fue volver a acostarme con las
mantas cubriéndome la cabeza como cuando era un niño, entonces los terrores
nocturnos me acechaban casi todos los días, nada más quedarme dormido una
pesadilla recurrente me golpeaba, un demonio salido del mismísimo averno me
perseguía y antes de cobijarme en los acogedores brazos de mi madre, éste me
atrapaba con sus garras y me devoraba sin remisión.
Con el paso del tiempo llegó mi primera visita al Museo
del Prado y al contemplar la obra de Goya: “Saturno devorando a su hijo” no
pude por menos que estremecerme ante la visión tan nítida del pintor que
parecía retratar en toda su magnitud mis pesadillas pretéritas.
Lo cierto es que con el paso del tiempo me fui
acostumbrando a vivir con mis temores y ya daba como un mal menor el convivir
con aquellos entes, al fin y al cabo, qué daño podrían hacerme.
Pero anoche no sé por qué todo cambió, nada más cerrar
los ojos tumbado en la cama me sentí extraño, me levanté con una rara sensación
al mirar en mi alrededor me di cuenta que todo mi mundo cambió de repente, mi
cuerpo había encogido extraordinariamente. Al ver junto a mí las zapatillas con
un tamaño similar al de una furgoneta, inferí que mi tamaño ahora apenas pasaba
de unos pocos centímetros de altura.
Un terrible escalofrío sacudió mi cuerpo. La película “el
increíble hombre menguante” pasó por mi mente en un segundo con la terrible
escena de la lucha el protagonista contra la araña que le quería devorar. Pero
en mi caso estaba perdido, sabía que en mi habitación no encontraría jamás un
alfiler acotados como estaban al entorno del comedor, dentro de un cajón del
mueble junto al televisor.
Claro que a esas alturas, me daba lo mismo todo, si debía
de convivir en adelante con seres del tamaño de una araña, me entregaría a sus
fauces de buen grado.
No tuve mucho tiempo para preocuparme por mis cuitas, el
famoso ruido y los murmullos comenzaron a oírse de nuevo, mi horizonte tan bajo
no me permitía vislumbrar a ningún ser por lo que comencé a caminar siguiendo
el camino que me acercaba al ruido, o eso creía.
Al poco, hechos extraordinarios comenzaron a acaecer, a
esas alturas ya estaba curado de espanto, por lo que les di la justa importancia
que en esos momentos me parecía que tenían. Porque no era normal encontrar en
el suelo un rastro de tinta y que ese rastro se fuera convirtiendo poco a poco
en una retahíla de frases. Según iba pasando junto a las frases me di cuenta
con horror que era mi letra lo que estaba viendo, es más al leer las frases
colegí que justamente era todo lo que había escrito la noche anterior en mi
diario.
Allí estaba la explicación del porqué a veces al día
siguiente a primera hora retomaba el escribir en el diario y encontraba en
blanco lo escrito la noche anterior, yo lo asacaba al hecho de que no había
escrito nada y todo había quedado en la intención nunca resuelta, estaba claro
que no era así.
¿Pero entonces quién gobernaba esta conjura? Me daba
miedo volver y encontrar el diario en blanco, después de reflejar en él todos
los hechos importantes de mi vida durante casi medio siglo.
Caminando sin descanso siguiendo el rastro de tinta
llegué hasta la pared y allí contemplé que en el rodapié había un agujero
semicircular, similar al de los dibujos animados que sirve de vivienda y
refugio a los ratones que siempre hacen la puñeta a los pacíficos gatos. Estaba
claro que hasta el ese día nunca había encontrado el agujero en mis revisiones
por mor de efectuar alguna limpieza o reparación en la habitación.
No parecía obra de ningún animal pues sus bordes estaban
perfectamente redondeados sin huella alguna de mordisco o herramienta. Una vez
en el interior me di cuenta que el murmullo se acrecentaba, algunas sombras
cruzaban veloces ante mi sin poder vislumbrar claramente más que turbias
figuras de color oscuro. En un lateral noté de pronto una puerta que se abría,
allí delante de mis ojos se almacenaba una ingente colección de calcetines de
varios colores, formas y tamaños, incluso encontré uno que perdí de adolescente,
era de color azul y tenía huecos para meter los dedos de los pies, realmente
era cómodo y un imán para epatar a las chicas con quien me relacionaba.
Más adelante otra estancia almacenaba guantes
desparejados también, estos la mayoría los debí de perder siendo niño, más
alguno de invierno que siempre imaginé perder en alguna excursión. En la
siguiente estancia, zapatos y zapatillas como un muestrario abatido y
desarbolado de un viajante se mostraban sin orden ni concierto.
Una tras otra, puertas y más puertas con infinidad de
objetos: juguetes de mi infancia, libros, revistas, bolígrafos, mecheros,
billetes y monedas de anterior acuñación, llegó un momento en que no sabía
dónde mirar ni qué puerta abrir. La cabeza comenzó a darme vueltas y un nudo se
me hizo en el estómago. ¡Quiero volver a mi casa!
Abrí los ojos, no sabía muy bien dónde me hallaba, los
tonos pastel de las paredes de la habitación me tenían desconcertado, me
encontraba fatigado sin siquiera haber hecho algún esfuerzo, trabajosamente me
levanté, unos pies que parecían no ser los míos a duras penas me sujetaron, el
reflejo en el cabecero metálico de la cama me devolvió una imagen de color
blanco, como el color de mis cabellos.
¿Blanco? No podía ser, cuando me acosté tenía apenas
algunas canas entreveradas en una mata de pelo castaño que me cubría casi toda
la cabeza, excepto en la coronilla como una tonsura. La puerta estaba cerrada,
había un papel clavado en ella, tuve que forzar en grado sumo la vista para
poder leerlo.
Paciente: Jose Antonio Gracia. Edad. 75 años. Diagnóstico.
Alzheimer.
Gracias a María, me he dado cuenta que debo revisar mis escritos, la enfermedadera Alzheimer y no Parkinson como por error puse
Gracias a María, me he dado cuenta que debo revisar mis escritos, la enfermedadera Alzheimer y no Parkinson como por error puse
Yo no lo veo tan claro. Salud compañero
ResponderEliminarMe estaba riendo porque en mi casa el asunto de los calcetines traía cola hasta que no sé donde vi que la solución para no perderlos era anudarlos antes de echarlos a la lavadora y funciona.
ResponderEliminarTambién me he reído con el agujero ese porque yo tengo una pesadilla recurrente (sólo cuando se me ocurre dormir la siesta en un determinado sofá, o sea, otro misterio) que consiste en que por el rabillo del ojo veo la rejilla de la respiración del hidromasaje de la bañera, que en realidad no se ve salvo que te pongas delante, y veo salir perros y gatos muy sucios de la susodicha rejilla.
Lo bueno es que, como maniática de la limpieza y del orden que soy, medio dormida les riño a mis hijos y a mi marido por permitir que los bichos lo pongan todo perdido.
Y, al final, cuando he leído parkinson se me ha helado la sonrisa porque meto esa enfermedad en el mismo saco del alzheimer que mató a mi padre y de la demencia senil que padece mi madre y me aterroriza.
Besos
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
EliminarMuchas gracias por indicarmelo, creo que también me acecha antes de llegar a la edad de mi relato, jaja, en realidad quise decir y así lo he corregido, Alzheimer. Un beso
EliminarCualquier excusa es buena para justificar la perdidas de los calcetines
ResponderEliminarAinda bem que você escreve no computador... vai que perde a caneta também... ahahahaha
ResponderEliminarMuito bom, amigo, muito bom!
Como dizia a minha mãe: você só não esquece a cabeça porque está grudada no pescoço. Ahahahaha
Beijos.
Hay que ver la que has liao por no buscar el calcetín perdido. Seguro estaba en el tambor de la lavadora. Pero me apunto a la idea de comprarlos todos iguales. Abrazos, artista.
ResponderEliminarjajaja
ResponderEliminarTambién tu estupenda historia podría casar con la enfermedad de Parkinson porque se caracteriza por un trastorno del movimiento, una alteración de la función cognitiva, de la expresión de emociones y de la autonomía personal. Por tanto, cada vez que el protagonista intentara introducir su ropa pareja en el lavadora le resultaría muy complicado acertar hasta que desaparecerían poco a poco cada una de las prendas. Lo mismo ocurriría con los demás objetos que tratase de coger... irían quitándose de la vista, hasta ocultarse de sus ojos... jajaja pero sin duda, tu idea original es más realista y siempre tan bien contada como tu acostumbras. Ayer pasé por tu casa pero no pude terminar de leer, hoy te dejo un saludo, un vaticinio o mejor, una predicción y buenos augurios para el año que está a punto de comenzar. Que en el 2015 tengáis todo lo mejor.
un fuerte abrazo José A.
José Antonio, como siempre un placer viajar sobre tus letras buscando objetos perdidos.
ResponderEliminarMe dejo caer por aquí después de tanto tiempo porque hoy por alguna extraña circunstancia mi jefe a decidido que merezco descansar después de tirarme casi 3 meses trabajando de lunes a sábado unas 16 h al día, y hasta tengo que dar las gracias porque aun no me ha tocado los domingos y las fiestas. Estaba ya harto del pasado y dichoso 2014 y tengo la vana esperanza que el nuevo año sea un poco, solo un poco mas llevadero y de tener solo un poco, un poco mas de tiempo libre. Estoy agotado, de veras y lo que mas siento es no poder disfrutar de la compañía de mis queridos amigos blogueros. Te deseo un buen año 2015. Paz.