En otro momento quizás
diría que soy un afortunado pues sé cuándo voy a morir, lo malo es que ese día
es hoy y eso no es ningún privilegio.
Seguro que estaba
predestinado a ello, a llegar a este punto, a tener el conocimiento de mi
devenir. Todo ocurrió como por casualidad, en una de mis mañanas depresivas,
siempre con las lágrimas a flor de piel, solo aliviaba mi estado de ánimo el
caminar, el perderme por las calle de la gran ciudad, horas y horas caminando
sin rumbo fijo. A veces ni yo mismo sabía cómo había llegado a lugares de los
que desconocía su existencia en el callejero de mi ciudad y tenía que preguntar
a los vecinos cómo llegar a la parada más próxima de metro o autobús para poder
regresar a mi casa.
Así fue el día que
comenzó todo, un día tan triste como los demás, la jornada anterior fue otra de
esos terribles días en los que uno hubiera preferido quedarme en la cama y no
acudir a mi trabajo. Otra vez mi jefa me tenía preparada una encerrona,
cualquier nimiedad me la echaba en cara como si la empresa, una multinacional
con mil trabajadores en España, fuera a caer en bancarrota por culpa mía. Esto
se repetía ya desde hacía dos años, un acoso sistemático y atroz cernía sobre
mí, su titulación como psicóloga lograba en todo momento superar mi
personalidad y acoquinarme uno y otro día sin darme un respiro. Moralmente me
iba hundiendo y ya, ni el auxilio de otros psicólogos a mi favor con sus
tratamientos conseguían que levantara cabeza, acudía al trabajo como una res al
matadero.
Cuatro meses de baja
por depresión que tuve por prescripción médica, no sirvieron para parar sus
afrentas y desde el primer día me hizo saber que todo seguía igual entre ella y
yo, incluso iba a subir el tono, pues por culpa de mi baja, había sido
amonestada por la dirección y eso no me lo iba a perdonar, otra cuenta más en
mi debe.
Todo eso me rondaba por
la cabeza cuando aquel día paseaba apesadumbrado y con la vista en el suelo,
debía de llevar mucho tiempo y muchos pasos así, pues de pronto me vi en una
plazoleta sin calle de salida más que por donde había entrado. Cuatro acacias
enfermas por múltiples podas asesinas y un par de bancos de granito conformaban
todo el mobiliario urbano, las casas que rodeaban la plaza tenían solo dos
alturas y habían sido construidas al principio del siglo pasado. Habían
conocido mejores épocas y clamaban por una mano de pintura.
En un costado de la
plaza y protegido por la sombra que proyectaba el edificio anejo, un tenderete
me llamó la atención por lo extraño de su ubicación, ésta más bien hubiera sido
dentro de una feria de artes ocultas y esoterismo que en una plaza olvidada y
de ubicación ignota dentro de la ciudad.
Mi curiosidad pues
quedó muy excitada con la presencia del puesto, por lo que me acerqué a echar
un vistazo a la mercadería. Por la parte superior revoloteaban atrapasueños con
plumas de múltiples colores y encima de un tapete de color verde se hallaban
expuestos piedras de todos los materiales, jaspe, ámbar, mármol, hueso, etc.
Multicolores y tallados sobre ellas un emblema distinto y de dibujos geométricos.
- - Son talismanes
Una voz cavernosa me
sobresaltó, no había percibido la presencia del dueño de la tienda, un
personaje de tez cerúlea y de cuerpo enjuto y apergaminado, vestía de negro y
además de su rostro solo eran visibles
sus manos parecidas a garras de águila.
Sabía que estaba
obligado a responder, pero mi boca en aquel momento se me quedó seca y mi mente
quedó agarrotada, apenas conseguí balbucear:
- - ¿Pa para qué sirven?
- - ¿Tienes algún problema?
- - ¿Y quién no lo tiene hoy en día? – Nunca hubiera
imaginado que pudiera continuar con el juego de las preguntas sin responder, un
matiz irónico quedó en el aire tras mi última frase.
- - Quizás aquí está la solución – Me respondió por fin sin
dejar alguna interrogación, pero a su vez sin aportar mucho.
- - ¿La solución a qué? – Yo no me apeaba, a veces soy muy
cabezota.
- - Tú lo sabes, lo llevas en la frente y dentro del corazón
y si existe el alma también está dentro de ella.
¿Y si tuviera razón?
¿Podría cualquier talismán devolver la paz a mi vida? Durante un tiempo
permanecí callado meditando sobre ello. Como le dije a una amiga en el
Facebook: Yo solo creo en los unicornios. Cuanto más conocimiento tengo, menos
creo en lo inmaterial, llámense fuerzas telúricas o cuestión de fe, de
cualquier fe de las infinitas del planeta, de sus chamanes, brujos, sacerdotes,
rabinos o ulemas. Daba igual, mi descreimiento iba en aumento con el
transcurrir de los años, la madurez y la experiencia vital, por lo que ante mí
se hallaba una inquietud en mi conciencia ¿debía creer en una corazonada? A
veces la vida te las manda, pero no me engañaba, nunca funcionaban, por
experiencia lo sabía, ya no compraba números de lotería con los que soñaba por
la noche, ni jugaba en la bonoloto con los años de nacimiento de mi familia.
Pero esta vez me
decidí, total, peor no me iba a ir así que le pregunté:
- - ¿Cuánto me costaría?
- - ¿Qué precio tiene la tranquilidad? ¿Cuánto vale la salud?
¿Cómo valorarías recobrar la tranquilidad perdida? Respóndete a ti mismo.
- - Pero, es que tampoco puedo disponer de mucho dinero.
- - No te he dicho cantidad alguna.
- - ¿Te parecen bien diez euros?
- - Si a ti te parece bien, a mí también.
- - Es lo máximo de que puedo disponer.
- - Pues bien, aquí lo tienes.
Acompañó sus palabras
con la entrega de una pequeña piedra ovalada, parecía de marfil por su blancura
y su suavidad al tacto, tenía un grabado pintado en negro que me recordaba a la
triqueta de la serie “Embrujadas”. Un taladro en la parte superior hacía
posible que se engarzara con un complejo nudo a un cordel de un material
parecido al cuero, de color negro. Me ayudó a ponérmelo por encima de mi cabeza
mientras me quitaba las gafas para ayudar a que pudiera quedar en mi cuello,
apenas daba mucha holgura el cordel y costó introducírmelo.
- - ¿Y ya está? – Le pregunté
- - Bueno, cuando lo necesites haz un deseo sobre el mal que
te aqueja sujetando fuerte el amuleto.
- - ¿Y se cumplirá, así de fácil?
- - Todo es cuestión de creer o no creer, pero sobre todo,
ten en cuenta una cosa: No hay rosas sin espinas.
- - Ya, ni hortera sin transistor.
Uf, no me pude
resistir, era una frase hecha muy ocurrente de los años setenta y me lo había
puesto a huevo. Me despedí de él y me marché por donde había entrado.
Como siempre me
terminaba ocurriendo en mis paseos, no tenía la menor idea de dónde me hallaba,
después de recorrer varias calles todas iguales para mí y no encontrar la
salida de aquél barrio me tuve que detener a preguntar a una anciana que estaba
entada en la puerta de su vivienda en una silla de enea. Seguí sus indicaciones
y conseguí llegar a una boca del metro y llegar por fin a mi casa.
El lunes cuando llegué
al trabajo, no sabía por qué, pero me encontraba eufórico, quizás era por saber
que me hallaba protegido por el influjo de mi talismán y que ya nada malo me
podía ocurrir. Pero no, a media mañana el director regional se debía de haber
levantado con el pié izquierdo e iba repartiendo asperezas a todo el mundo, a
mí me pilló desprevenido y estaba charlando plácidamente con una compañera de
otro departamento cuando se dirigió a mí desabridamente:
- - Tú, Jose Antonio ¿No tienes otra cosa que hacer más que
estar charlando y entreteniendo al personal?
- - Es que…
- - Ahora lo comentaré con Salud (Salud era el nombre de mi
jefa que me tenía a maltraer)
Al oír el nombre
maldito para mí, empalidecí rápidamente, en un acto reflejo, sujeté el talismán
y pensé: - Ojalá te pudras, imbécil.
Creo que me arrepentí
al momento, pero durante un segundo le desee todo el mal que le pudiera
acaecer. A mis problemas con mi jefa, solo le faltaba que viniera alguien a
añadir más cuitas.
La euforia se me borró
al instante y solo deseaba terminar lo más rápido posible mi jornada laboral y
encontrarme bajo el cobijo de mi hogar con mi familia.
Conseguí llegar sin más
incidentes al final de mi jornada y otro día víspera de otro triste día me
aguardaba cuando volviera a sonar el despertador.
A la mañana siguiente
mientras me afeitaba noté que apenas quedaba holgura entre el cordón del
talismán y mi cuello, parecía haber encogido
y apenas cabía un dedo entre ambos, no sabía si el sudor o que cupiera
la posibilidad que durante la noche se hubiera enrollado sobre sí mismo
menguando de tal manera. No le di más importancia pues el tiempo apremiaba y no
quería bajo ningún concepto llegar tarde al trabajo.
Llegué por fin de nuevo
a la oficina y encontré un ambiente raro, algunos corrillos formados me
indicaban que algún suceso había ocurrido, me acerque al que formaban mis
compañeros de departamento y les pregunté:
- - ¿Qué ha ocurrido?
- - Una pasada, Juan, el director regional, ha fallecido esta
noche, un infarto fulminante.
El aire me comenzó a
faltar y un zumbido cubrió mis oídos, creo que me debí de poner amarillo pues
enseguida me interrogaron.
- - ¿Te encuentras bien? Caramba no pensé que te sentara así
de mal la noticia, no me lo explico, pues no tenías mucho contacto con él.
¿Casualidad o el
influjo del talismán? Eso era lo único en que podía yo pensar, pero en el fondo
me alegraba sobremanera, creo que era el regusto del poder que obraba en el
talismán adquirido y que era capaz de controlar, pero estaba visto que mis
problemas no acababan de comenzar.
La directora de
recursos humanos me llamaba a su despacho, entré con toda la prevención posible
rezando para que no fuera para nada malo, pero no debí rezar lo suficiente a
dioses en que no creía.
- - ¿Se puede saber en qué estabas pensando? –Me espetó
- - Discúlpeme, no sé a qué se refiere.
- - Vamos a ver, Jose Antonio ¿No te dije que los
certificados los quiero con la fecha sellada?
- - Perdón, se me ha debido de pasar, iba con mucha prisa en
el reparto pues el cartero llegó tarde.
- - ¡Ten mucho cuidado! Estás teniendo muchos fallos
últimamente y no pienso soportar ni uno más ¿Me entiendes? ¡Ni uno!
No conseguía comprender
que por tamaña nimiedad se pusiera así, total, el correo inexcusablemente lo
repartía a diario, por lo que era lógico suponer que el certificado que obraba
en sus manos era del día de hoy.
No lo pude evitar, mis
manos eran un organismo autónomo y ellas recorrieron solas el camino que
llevaba a mi cuello, al talismán, a su vez, cerré los ojos, intentando poner mi
mente en blanco pero no pude evitar que un pensamiento o más bien un deseo
flotara en mi mente: - “Ojalá se quede sola la vieja bruja”
A partir de ahí se
terminaron los gritos, me marche contrito a mi mesa, no sabía muy bien si por
la admonición recibida o por el temor que el poder del talismán obrara efecto,
el caso es que a la mañana siguiente…
Un deja vu planeaba sobre mi mente, todo me parecía una copia del día
anterior y del otro día, estábamos a miércoles pero podía ser perfectamente
lunes o martes. Pero al mirarme en el espejo me di cuenta que no, que aquél día
era distinto al anterior.
El cordón del talismán
me rodeaba íntimamente el cuello, por más que lo intenté no conseguí separar el
cordón del cuello sin que me faltase el aire con el intento, abrí el botiquín y
saqué unas tijeras que guardaba para cortar las gasas y los apósitos, pero a
pesar de mis nerviosos intentos no conseguí cortarlo, atravesé mi casa para
tomar de la caja de herramientas un cortaalambres con el mismo resultado,
acababa de caer en la cuenta cual era la contrapartida a mis deseos, las
espinas de la rosa, el talismán tenía este efecto secundario que lo
transformaba en un dogal, en la soga que me ahorcaría cono si del cadalso se
tratara.
Rápidamente, llamé al
trabajo indicando que me encontraba enfermo, la operadora me dijo que la
empresa pasaba por una mala racha: - Fíjate.- Me dijo – Primero fue la muerte
del director regional y ayer al marido de la directora de recursos humanos lo
atropelló un camión, lo dejó hecho papilla, la pobre está desconsolada.
Ante la confirmación de
mis más negros temores, me lancé hacia el metro en busca de una solución a mi
gran problema, me bajé justo en la parada donde aquél aciago día lo tomé para
volver a casa e intenté desandar el camino recorrido, pero por más que lo
intenté no lo conseguí, una y otra vez volvía a la avenida principal a la boca
del metro, intenté fijarme en los edificios por si reconocía alguno de aquél
día, pero no lo conseguí.
Sentado en un banco
intenté poner en orden mis pensamientos, me dije que no perdía nada por probar
hacer lo mismo que aquella vez, es decir mirar al suelo y que mis pasos ciegos
me guiasen de nuevo hacia la plazoleta, así lo hice y después de un tiempo
considerable, lo conseguí caída ya la tarde.
Ante mis ojos se
mostraba la plazoleta con sus escuálidas acacias, sus erosionados bancos de
granito y sus fachadas huérfanas de pintura. Pero para mi espanto lo que no
estaba era el tenderete, ni el menor rastro de él. Me acerqué a la puerta más
próxima y toqué el timbre, me abrió una señora ya mayor.
- - ¿Qué quiere?
- - Perdone que la moleste ¿no sabrá usted por qué hoy no
está el tenderete?
- - ¿Qué tenderete?
- - Pues el que había el domingo aquí, justo al lado de su
puerta.
- - ¿Es una broma? Llevo viviendo aquí cuarenta años y nunca
se puso nada en la plaza, jamás hubo aquí un tenderete ¿A quién iba a vender nada?
Aquí somos cuatro en la plaza y por aquí no pasa ni el cartero.
Se volvió a meter
dentro de su vivienda musitando y quejándose de la gente que viene a molestar.
No me arredré ante la respuesta negativa y continué pulsando timbre y
aporreando puertas, pero o no me abría nadie o me daban la misma respuesta que
mi primera interlocutora. Cuando no quedó ninguna puerta que llamar me senté en
uno de los bancos y apesadumbrado me cogí la cabeza con las manos.
Al cabo, me levanté y
volviendo a mirar al suelo me encaminé hacia el metro, pues sabía que de esta
manera llegaría sin problema. Por más vueltas que le daba, no encontraba
solución para mi problema, me veía encaminado inexorable hacia un mal final.
No había más que hacer,
la suerte estaba echada y los dados tirados, al día siguiente, como si no
quisiera aguardar más a la bajada del telón, mi jefa me estaba esperando, esta
vez no se molestó en arrastrarme hacia su despacho, allí mismo, en la recepción
y con un elevado tono de voz comenzó a reprenderme por mi ausencia del día
anterior y por mil y una nimiedades más.
Lo que tenía que
suceder ocurrió, sabía que era un títere en manos de poderes ocultos y que no
podía hacer nada por evitarlo, por lo que sujeté el talismán y esta vez sí,
deseé con todas fuerzas que se muriera, ya daba lo mismo, quería terminar con
los dos suplicios, el de tener que aguantarla y el del poder del talismán que
atenazaba mi cuello.
No aguardé ni un minuto
más, me di media vuelta sin hacer caso a sus imprecaciones y me marché a casa,
con mi familia para poder pasar feliz y tranquilo as últimas horas de mi vida.
Dedicado A Luis, no estoy muy seguro que pensara que yo sería capaz.
Muy adecuado para las fechas, me ha encantado.
ResponderEliminarMe encantó el relato Jose Antonio, de principio a fin y especialmente, el final. Por cierto, vaya bicho de jefa jejejeje. Un besazo,
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