viernes, 21 de enero de 2011

Pataspelás

A pesar de que hace veinte años que ocurrió todo, todavía lo recuerdo como si fuera ayer, aun me sigo regodeando de los que hice, mis hermanos y yo disfrutamos de la venganza entonces, aunque hace cuatro años que Emilio ya no vive para disfrutarla.



Recuerdo aquel mes de Agosto, todo se fue elaborando para llegar a su clímax en verano, el frío agarrota mis dedos y no soy capaz de apretar el gatillo así, a pesar de sentirme entonces todavía joven a mis cincuenta y dos años y de pasar sin esfuerzo una jornada de trabajo en el campo o detrás de la perra cazando sin fatigarme, la artrosis me impide manejarme bien con los dedos en los días de invierno.



Ese día amaneció con un calor que picaba, un calor para el que hay que ser extremeño o andaluz para soportarlo sin sucumbir. Los jilgueros que mis hermanas poseían, apenas el alba dejó paso a una mayor claridad, dejaron de emitir sus alegres cantos, creo que barruntaban la tragedia que se avecinaba. Después de lavarnos, desayunamos fuerte, como si la jornada que nos aguardaba fuera a durar una eternidad, para algunos, así iba a ser, pero ellos aun no lo sabían.



Descolgamos las escopetas del altillo y nos dispusimos a efectuar su última limpieza, ellas iban a ser nuestra manera de hacer justicia, no podían fallarnos en aquella hora crucial. Con mimo, como siempre las habíamos tratado, pasamos varias veces la baqueta con un trapo por el ánima del cañón, unas gotas de aceite en las piezas móviles y quedó bruñida como si fuera nueva.



En ese ínterin nuestras hermanas habían hecho ya la maleta, el autobús para Badajoz salía dentro de media hora y por nada del mundo lo podían perder, para poder enlazar con el tren a Madrid, así estarán a salvo, nunca se sabe como saldrá todo y no queremos que vuelva a suceder como con madre, cuando estos cobardes de los Amadeos prendieron fuego a nuestra casa con ella dentro.



Ese es el motivo de nuestra acción de hoy, la venganza, ya que no tuvimos justicia por la inacción de jueces y guardias civiles, hoy nos tomaremos la justicia por nuestra mano y esta será dura, no temblará ni tendremos compasión.



Abandonamos por fin Monterrubio, dejamos toda nuestra vida atrás, ya nada importa, vamos a echar un órdago con todo lo que tenemos, vamos a por todas, ahora comienza el resto de nuestra vida, este es el punto de inflexión, lo que hicimos hasta el día de hoy no cuenta, no sirve de nada, ha quedado borrado de nuestra memoria, hoy lavaremos con sangre la afrenta que el pueblo de Puerto Hurraco le hizo a nuestra familia, perdimos a nuestra madre y nuestro hermano se pudrió en un manicomio, hay algo que flota en el ambiente que clama venganza, lo hemos respirado, lo hemos vivido, lo hemos mamado, no cejaremos en nuestro empeño.



Durante los doce kilómetros del recorrido, no cruzamos una palabra entre nosotros, no hay nada que decir, ya está todo dicho, noches de insomnio hacían que nos reuniéramos en la puerta de casa, sobre sillas de enea mascullamos nuestra venganza, recociendo una y otra vez nuestro rencor, nuestra rabia, nuestra desesperación, en años, no hubo un día que no tuviéramos en nuestro pensamiento a los Amadeos, como mala hierba, había que arrancarlos de raíz, borrarlos de la faz de la tierra y de la memoria de los hombres, maldita sea su ralea.



Por el camino nos saluda un labriego vecino de nuestra finca:

- ¿Dónde van los Patapelás?

- A cazar unas tórtolas allá pasado el linar.

- Que se os dé bien.



El no lo sabe, pero seguro que se nos va a dar bien.



Puerto Hurraco, mucho nombre para tan poco pueblo, antes que se ponga el sol, tus calles se llenarán de luto y de dolor, mañana se acabará la tela de color negro en todas las pañerías de la comarca, tu nombre será conocido en toda España y quedará grabado en periódicos y libros con letras rojas de sangre.



No sé cómo empezó todo, vimos dos niñas y disparé por pura simpatía tras mi hermano, fue sin pensar, como un acto reflejo, como cuando tras una mata saltan dos liebres a la vez en direcciones distintas, disparó mi hermano y yo después, no hay más.



Luego sobrevino una ordalía de fuego y sangre, el orden de los disparos y sus destinatarios apenas importaban, casi sin apuntar siquiera, no hacía falta, habíamos aprestado nuestras cananas con munición de postas, era imposible fallar.

Lo siguiente que recuerdo fue el color rojo, rojo en blancas camisas, rojo en blancas paredes encaladas, rojo en grises suelos, en marrones bancos, en cristales rotos. Vidas segadas, venganza cumplida.



Tenía el cuerpo mojado, lleno de sudor, no notaba el calor pero la garganta me escocía, intentaba por todos los medios encontrar algo de saliva para tragar, pero mis intentos eran vanos, entonces recordé el consejo de mi madre de pensar en limones abiertos y conseguí trasegar por fin algo de saliva. El sudor corría frente abajo, cegando mis ojos haciendo que sólo viera delante de mí, prismas irreales, caleidoscopio del averno dentro de mis ojos.



De pronto todo terminó, se hizo un silencio atroz, dolía, silbé para romperlo y saber que estaba vivo, no imaginaba que sobre la tierra pudiera existir algún lugar con tanta ausencia de sonido alguno. Por fin en el centro de la plaza después de beber largamente en la fuente, nos sentamos en el poyo junto al pilón, nos miramos y sonreímos moviendo levemente la cabeza, haciendo un movimiento de afirmación.



Nuestra madre está vengada. –dijimos al unísono y una paz se instaló en nuestro interior, haciéndonos sentir como hacía mucho tiempo que no lo lográbamos. Encendimos un cigarro dando largas caladas, nos sentimos por un momento los reyes de la creación, estábamos en la cumbre, más arriba era imposible estar.



Lo demás es historia, la conmoción nacional, la captura por las ahora eficaces fuerzas del orden, la presión de la prensa insultándonos y denominándonos con epítetos que no hubieran sido capaces de regalar al mismísimo Nerón, un falso juicio donde todo estaba dicho y planificado y una sentencia que les satisfizo a todas estas hienas sedientas de fabricarnos nuestra ruina.



Pero no obtuvieron nuestra humillación, entramos en la cárcel con nuestra dignidad sin corromper, con la cabeza muy alta, conscientes y orgullosos de lo que habíamos hecho, allí nos fabricamos nuestro propio mundo a medida de nosotros dos, donde nadie era bienvenido y nadie pudo entrar. La misma prensa que antes nos demonizó, ahora nos ofrecía sumas indecentes de dinero por hablar con nosotros, por supuesto que escupimos en su maldito dinero ¿para qué nos iba a servir ya?



Veinte años ya, atrás quedaron mis hermanas y hermano, sus huesos abonan camposantos ajenos a nuestra tierra. ¿Pero donde está nuestra tierra? Fuimos desheredados de nuestras raíces, despojados de nuestra casa, expulsados de nuestro paraíso.



Hoy es el día, hoy tendría que quedar libre, pero los que dejé vivos se han confabulado de nuevo con los jueces para evitarlo, eso es lo que se creen, hoy volaré libre tras estos barrotes, hoy me reuniré con mi familia para reírme de los Amadeos y gritar al mundo que los Patapelás se tomaron por fin cumplida venganza.











La Matanza de Puerto Hurraco nos acercó las terribles masacres que aterrorizan aún a la sociedad norteamericana, nos hizo ver la facilidad que en España, cualquier desequilibrado podía tener acceso fácil a armas largas con la excusa de la caza, a pesar del debate posterior y de los intentos por acotar los medios para lograr tener estos permisos, en España hoy en día sigue habiendo más cazadores que presas que abatir, sin contar con las armas ilegales que cualquier delincuente pude conseguir en el mercado negro, no es un hecho aislado de la España negra, es algo que cualquier día se puede repetir.



10 comentarios:

  1. La España profunda, la España en blanco y negro, si no tiene una escopeta a manos abre la hoja de su navaja.
    Es la España que ha macerado sus valores al sol del medio día, entre olivos y con los civiles al fondo.
    Escribimos nuestra propia leyenda negra. ¿Leyenda?

    Un abrazo

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  2. Sabes que estudié con una chica de Puerto Hurraco, que estuvo en aquella matanza del verano del 90. Tremendo, escucharla hablar y llorar ha sido uno de los relatos que nunca olvidaré...
    triste historia de venganzas, odios familiares y casi ancestrales, porque aquel resentimiento venía de los abuelos de los hermanos Izquierdo. El odio/violencia solo engendra más odio, aprovechando que se acerca el Día de la Paz...

    Un abrazo.

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  3. Hola José Antonio. Me lo he leído sin respirar, lo has descrito como si hubieras estado allí, estoy de acuerdo con Oliva que el odio genera mas odio y la violencia mas violencia. Un abrazo.

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  4. Terribles hechos, terribles mentes alienadas y terrible realidad que como siempre supera cualquier ficción. Un abrazo.

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  5. Genial, como siempre Jose.
    Un abrazote bien grande

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  6. Me has trasladado al pie de la historia, como si formaramos ambos parte de ella.


    Magistral.

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  7. Gracias por tu visita y comentario. Espero que no pares de buscar y escribir jaja.

    un abrazo.

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  8. Hola Jose Antonio,
    Impresionante... dá -casi- miedo abandonarse a tus Letras y enorme relato lleno de -verdades- sufrimientos, odio y venganza..
    Gracias.
    Un Beso

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  9. ¡Por Dios, José Antonio! Cuando aún no había asociado el texto al trágico suceso de Puerto Hurraco, creí que tú..., ya me entiendes, ¿no? Uf, ¡qué susto!

    Besossss.

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  10. Ufa! Fiquei sem ar lendo essa prosa... que droga! Toda violência gera mais violência...
    Eu tenho que te falar: você escreve muito bem!

    Beijos.

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