El Búho Bizco,
último solaz de los desheredados de la vida, donde gente como yo miramos a
través del hielo flotando en un vaso de güisqui como si fuera una bola de
cristal. Miro tristemente el interior de mi cartera, apenas un par de billetes
de diez euros en su interior, qué triste es la vida del funcionario, sobre todo
del funcionario agente de policía y honrado a carta cabal, sin posibilidad de
ingresos extras, ni oscuros ni blanqueados.
-
Ponme la última, bella Lola
-
A esta copa invito yo, señor
inspector, ya que le han cercenado la paga de Navidad, es lo mínimo que puedo
hacer en solidaridad hacia usted.
-
Se agradece ricura, es un verdadero
placer venir al Búho Bizco, da gusto como tratáis a la parroquia, y sí,
francamente estoy muy afectado con esta amputación ¿No se molestará Jota con
esta convidada?
-
No por cierto, a pesar de
pretéritas peleas de gallos, le aprecia de corazón, lo sé.
-
Lo peor de todo es que todos estos
recortes aplicados a funcionarios y otros trabajadores, que sufro en mi propia
persona, soy merecedor de ellos, me tiro de los pelos solo con pensarlo.
-
¡Venga ya! No me diga que la culpa
de los recortes la tiene usted.
-
Algo hay de ello, no creas bella
Lola, déjame que te cuente.
Después de
mi aventura por los montes de El Pardo (Véase el relato: La bombilla roja) y en
“agradecimiento” por haber contribuido a detener el golpe militar del 23F, me
castigaron enviándome a Valencia destinado, 350 Km de mi casa, adiós al pase
pernocta y a reunirme con los amigos el fin de semana.
No voy a
describirte la variopinta fauna que encontré en mi nuevo destino, quizás en
otra ocasión, solo te diré que me integré de inmediato en el grupo, quizás
porque todos eran tan golfos y despreocupados como yo.
¿Todos? No
ciertamente, en todo redil siempre hay una oveja negra, el garbanzo negro, el
tonto del culo, este era nuestro amigo “el gallego”. Parecía como si se hubiera
criado en la aldehuela más recóndita de Galicia, realmente no sabía nada de la
vida, a pesar de ser mayor que todos nosotros, pues había pedido prórroga por
estudios, era el tipo más panoli que el mundo creó, se sacó a la vez la carrera
de derecho y la oposición a registrador de la propiedad, pero era incapaz de
anudarse convenientemente los cordones de las botas, desfilando iba
indefectiblemente con el paso cambiado y creo que por la vida también.
Como era de
esperar se convirtió en el objeto de broma de todo el cuartel, sus botas
siempre se las encontraba llenas de agua, colorante, talco, colillas y
múltiples inmundicias, pero él invariablemente en vez de mirar el interior
antes de ponérselas, siempre caía embromado. Lo mismo le sucedía en la cama,
todas las noches al acostarse siempre tenía la petaca hecha y siempre intentaba
meterse dentro sin comprobarlo. Una vez acostado no se terminaba su
martirologio, globos voladores llenos de cualquier líquido o material
impactaban en su catre, lógicamente nadie quería estar junto a él y su camareta
era conocida como la camareta de la muerte, solo apta para novatos.
¿Por qué lo
tomé bajo mi protección? No sé, igual que me apena la visión de un cachorro
apaleado o simplemente por hartazgo de ver a míseros pobres de espíritu
riéndose de las desdichas de un pobre hombre. Aunque en un principio le costó
entender que yo no participara en el escarnio general y que incluso lo impedía,
enseguida se acopló a mi vida sin que lo pudiera evitar, quizás influyó la
empanada y el albariño que recibía a menudo por correo de su familia. Era, en
fin, como un cachorrillo brincando alegre a mi alrededor, moviendo feliz el
rabo, y ya que lo menciono, no puedo por menos recordar el que fue su bautismo
de fuego.
Una vez que
le cogí el gustillo a visitar ciertos locales con una bombilla roja en la puerta,
como en mi aventura en el Pardo, cuando llegaba el giro de casa me acercaba a
darle alegría al cuerpo, mi gallego se acopló en el negocio, pues solo salía a
la calle en mi compañía, de lo timorato que era.
Nos
introdujimos en “Lo que necesitas es
amor” y al pobriño de mi gallego asociado, no se si es que se le empañaron
las gafas o lo quue vió dentro le causó tal reacción que se le nubló la vista.
-
Óyeme Josse ¿Pero essto no ess
pecado? – No lo había dicho, pero el pobre además tenía un problema de dicción
y arrastraba en exceso las eses.
-
Mira, tío, lo que es pecado es
perdérselo, tú hazme caso, esto es la universidad de la vida y como suspendas
no hay recuperación en septiembre.
Me acerqué
a Deisy (sic) una mulata exuberante y con unos labios que hasta la irrupción de
Carmen de Mairena, no se vieron más grandes, no se daba carmín con pintalabios,
sino con rodillo de pintor de brocha gorda, en fin, con mi desparpajo habitual
la confié el retoño:
-
Mira nena, te entrego a un niño,
devuélveme un hombre.
Vale, ya se
que no es nada original la frase, pero me encanta La leyenda de la ciudad sin
nombre y no lo pude evitar, sobre todo al ver al rato salir del ayuntamiento
con la mulata y ver su cara de satisfacción.
-
Teníass razón, ha ssido lo mejor de mi vida, esspero
haber aprobado.
-
¿Tú qué opinas Deisy?
-
Pos claro mi amol, lo que tu digas.
Cumplido el
rito tribal de iniciación, regresamos felices, él más que yo evidentemente. Al
día siguiente tuve guardia, por lo que no nos vimos hasta el día posterior
encontrándomelo abatido y lloroso, fané y descangallado.
-
¿Qué te ocurre gañán?
-
Perdona que te lo pregunte ¿Tú lo
hicisste con una cossa de plásstico que le llaman condón?
-
Pues claro, como es de menester.
-
Puess yo no lo hice, Deissy me dijo
que para estrenarme non hacía falta chubassqueiro.
-
Pues me parece muy bien ¿Y pues?
-
Me dicen loss veteranoss que voy a
coger la ssífilis o el ssidra
-
¡Anda ya! Si estas muchachas son
muy relimpias y están vacunadas contra el moquillo.
-
Ya lo decía yo desspuess de ver a
la Deissy lavarsse en una tina, pero ellos inssisstieron y me dijeron que tenía
que ssalvaguardarme de lass enfermedadess.
-
Coño ¿Y eso?
-
Me dijeron que me tenía que resstregar
el ninot con estropajo y detergente, y ahora me esscuece una barbaridad al
orinar, pero esstoy feliz al haber eludido la enfermedad.
A pesar de
todo le cogió gusto al negocio de la coyunda y siempre que tenía dinero se
encaminaba feliz a la casa de lenocinio, pero ya tomando precauciones para no
tener que pasar por la liturgia del estropajo.
Pasaban las
semanas y la hora de la licencia llegaba, eso hacía que nuestras conversaciones
se encaminaran sobre el futuro que nos aguardaba de civiles.
-
¿Y tú, Josse, desspuess qué harass?
-
Bueno, tengo un enchufillo por ahí
para entrar en la policía, gracias a mí detuvieron a Carrillo cuando el PCE era
ilegal (Véase el relato el secreto) ¿Y tú, Mariano? (Qué curioso, era la primera vez que no utilizaba su
epónimo)
-
Creo que ssentaré plaza en el regisstro
de la propiedad que gané en oposición, ess lo que sse espera de mí.
-
¡Coño! – Juro que lo dije en tono
de chanza - ¿Y por qué no te dedicas a la política? Mira a Reagan que bien le
va.
-
Pues no lo había penssado, fíjate que
ssoy paissano de Manoliño Fraga y tengo contactos
cerca de él.
-
Pues que quieres que te diga, no te
lo pienses, yo te veo con futuro en esa rama, y en cualquiera del árbol que te
subas.
geniales ese gallego y esa Daisy, esas cuitas chubasqueras, esa escritura tan divertida.
ResponderEliminarsaludos blogueros
Yo pensé que el sr. Inspector le habría preparado algo bueno al pobre registrador de la propiedad y en venganza, éste una vez ascendido, le birlaba la paga de navidad, pero no, tan solo o tan lleno... le aconsejó que se dedicara a lo que no se necesita preparación alguna para desarrollar: la política.
ResponderEliminarEstas leyendo el libro de la Srta Puri, ya me contarás si te gusta. La leo en twitter.
Un abrazo
Ay, el inspector, que es lo que ha hecho. Imperdonable. Me ha encantado. Un abrazo.
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