Máxima expectación, el trabajo de todo un
año depende exclusivamente de la meteorolología, todas las miradas se elevan al
cielo, algunos incluso musitan una plegaria rogando a su santo preferido para
que las nubes cenicientas que flotan sobre la urbe, no descarguen una sola gota
que puedan mancillar e impedir que la talla tan venerada por todos, pueda ser
expuesta y paseada en loor de multitudes.
Una multitud se apelotonaba en los
alrededores de la iglesia, todos miraban repetidamente el reloj y el cielo, pero esta vez el cielo iba a darles una tregua, por lo que todos iban
respirando aliviados. Las madres, solícitas, componían en reparaciones de
última hora, a sus retoños vestidos para la ocasión con las galas de la
Congregación que iba a sacar el paso, por doquier jóvenes y no tanto,
engalanados y con el capirote aun sin colocar, apuraban esos instantes mágicos
antes de la procesión; algún osado incluso fumaba nervioso. Por el otro género,
multitud de mujeres vestidas de negro también aguardaban de la misma manera,
orgullosas de portar sus mejores galas, enhiesta la peineta sujetando vaporosas
mantillas, todas mirando en derredor para sentirse observadas y admiradas.
De pronto, la expectación devino a más, un
sacerdote preconciliar ensotanado, miró hacia el exterior del templo como el
mismísimo alguacil de una plaza de toros y dio su aquiescencia, el acto podía
comenzar, la banda de música empezó a templar los instrumentos y los esforzados
portadores del paso entraron en tropel, algunos dándose un postrer apretón a su
faja, todos desaparecieron en las entrañas de madera que les aguardaba y tensos
esperaron la orden de marcha.
Un silencio imposible de comprender en un
espacio donde tanta gente se hallaba se creó, quizás hasta los corazones se
pararon así como todos aguardaban expectantes conteniendo la respiración. Un
leve golpe con un martillete en una campana y al unísono se levantó la imagen y
la banda principió a entonar los compases del himno patrio.
El silencio ya roto, mutó por un
ensordecedor aplauso unánime, algunos exaltados incluso en un estado rayano en
el éxtasis gritaba: -¡Guapa! ¡Viva la madre que te parió- El sueño y las
ilusiones de todo un año se habían materializado por fin.
Como en una enorme partida de ajedrez,
todas las figuras se situaron en sus escaques, en dos enormes filas, los penitentes
con sus cirios encendidos, luego el paso y después las madrinas, como si cada
uno en el día de su nacimiento supiera ya el lugar que tenía asignado para la
eternidad. Con cortos pasos todo el conjunto se puso en marcha por el camino
mil veces recorrido que todos sabían de memoria.
No transcurrió mucho tiempo hasta la
primera parada, en el balcón, muy peripuesta, una de las cantantes de saetas de
la localidad, se arrancó con un cante quejumbroso que a todos los creyentes,
les puso la carne de gallina, algunos lloraban…
Entonces actué, me acerqué a ella, mi
sufrimiento iba a terminar para siempre, ya no me molestaría más, ya no penaría
en el trabajo; de debajo del ropaje saqué el estilete y de un violento empujón
se lo clavé por la espalda. A través del metal sentí el escalofrío que ella
padeció, notaba como sus latidos expulsaban la vida a borbotones por la herida,
como el aire escapaba de sus pulmones para no retornar y como poco a poco la
fuerza de sus piernas la iban abandonado.
Poco a poco, como si de una película a
cámara lenta, fue dejándose caer hasta el pavimento, allí quedó de rodillas.
Mientras la gente iba caminando
rodeándola, incluso con admiración comentaban su pasión su devoción y su dolor.
Me alejé poco a poco de allí, con el paso marcado
por la música de trompetas y tambores de la banda, pasito a pasito, con el
cirio en la mano izquierda y el puñal en la derecha bajo la ropa.
¿Hay mayor impunidad que estar bajo la
protección de un capirote?
Dedicado a Jesús, pues le extrañaba que no
fuera capaz de asesinarla.
Son cosas que pasan en Semana Santa, pocas veces una saeta queda tan convincente. Por aquí habrá que lamentar el azote de la lluvia, no creo que el nazareno tenga ocasión de perpetrar el crimen, habría estado interesante, pero qué se le va a hacer, el año próximo tal vez.
ResponderEliminarun abrazo
Magnífico relato, tão bem contextualizado nesta época do ano.
ResponderEliminarAbraço
Eres un auténtico maestro de la descripción, de la situación detallada, de la exposición y el inventario que llevan a un acto concreto. Me has recordado a la película española Nadie conoce a nadie, de Eduardo Noriega y Jordi Mollá, también la película está muy bien, casi tan bien como este relato :))
ResponderEliminarun abrazo profe :))
Hola J.A.
ResponderEliminarEso si que sntir de verdad el dolor...
Buen relato.
El año que viene todos los que portan capirote deberan llevar un número de identicación grande como ahora van a poner a los polícias je,je,je.
Un abrazo
Um detalhista inveterado! Que bom relato nos apresenta!!!
ResponderEliminarMuitos beijos, querido José Antonio!
Feliz Páscoa para você e sua família!
Vaya fervor crea la semana santa en tu pueblo, me ha gustado mucho tu relato y por supuesto no me imaginaba el final.
ResponderEliminarun abrazo
fus
Que raridade... vir aqui ler seus relatos é um tempo ganho em divertimento e imaginação.
ResponderEliminarBeijos de outono, guapo!
Muy bien descrito y detallado pero el final, para mí, ha sido del todo inesperado. ¿Cómo se te pueden ocurrir semejantes cosas? ¡Vamos, lo que menos esperaba era un asesinato... y a la Virgen! ¿Lo he entendido bien o lo has escrito en sentido figurado?
ResponderEliminarEsto me recuerda a cuando prohibieron los Carnavales en Cádiz, porque se cometían asesinatos camuflados bajo los disfraces y salían impunes los asesinos.
¡Besos!
Muy apropiado para las fechas y maravillosamente descrito, ¡por falta de pasión no será! a partir de ahora, miraré a los nazarenos con otros ojos. Y como siempre, el final de tus relatos no dejan de sorprenderme, algo que me encanta. Un beso,
ResponderEliminarMe encantó Jose Antonio, no me esperaba tal final. Besos.
ResponderEliminarBravo!
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