- La conocí en el metro, en la línea 4, yo acababa de
salir de la consulta del psicólogo e iba de camino a la biblioteca. Iba
molesto, me había pasado cinco días de la fecha tope de devolución del libro,
era la primera vez que esto me sucedía, no sabía qué consecuencias me
acarrearían, imaginaba que durante varios días no podría retirar ningún otro
libro y esto me disgustaba sobremanera. Desde la noche de los tiempos, no
recordaba ver la estantería de mis libros de cabecera sin algún libro con la
vitola en el lomo, marcando con su especial código, la pertenencia al
Ministerio de Cultura o al Departamento de cultura de la Comunidad Autónoma.
Seguro que fue ella quien inició la conversación, la
timidez congénita que padezco me impide intercambiar cualquier frase que no
fuera un educado “buenos días” con cualquier ser desconocido no importando la pertenecía
a sexo cualquiera.
- Si la homeopatía es una ciencia, la bruja Lola es
doctora en aquelarres.
- ¿Perdona?
- Disculpa si te molesto con mi rollo, pero es que no
aguanto a cierto tipo de personas que se creen doctores y solo son unos
matasanos.
- Bueno, en mi caso te diré que de Física ando pez,
pero casualmente conozco el número de Avogrado y en esto te puedo dar
honradamente la razón.
- Ja ja, menos mal, me has evitado el tener que ponerte
un ojo a la funerala.
Tenía una risa cantarina que escuché perfectamente a
pesar de los mil ruidos inherentes a la circulación del suburbano, pitidos,
conversaciones de mayor o menor intensidad, la insufrible voz grabada de la
locutora que anuncia: “Próxima estación, Bilbao, correspondencia con línea 1”
Al oír su risa, por desgracia inhabitual en cualquier
lugar que no sea en un botellón de porretas a las doce de la noche. Mucha de la
gente que nos acompañaba en el vagón volvió sus rostros para mirarla, lo que la
hizo sonreír y hacer brillar sus ojos.
Todo esto consiguió transfigurar su cara,
recordándome los cuadros de los maestros renacentistas, en los que un Cupido alado
intenta velar con etéreas gasas las desnudeces de diosas casquivanas con una
mirada traviesa.
- La gente no está acostumbrada a ver reír a los demás,
es una desgracia de la raza humana, todo tiene que ser gris, o peor aún, negro.
Nadie concibe siquiera la existencia de colores ¿Tú qué opinas?
- Pues que me estás dejando alucinado, hacía eones que
no tenía una conversación tan interesante con alguien, y permíteme decirte que
afortunadamente me apeo en Arguelles que es el final de línea, para poder
seguir disfrutando de nuestra charla.
- Vaya, lamento comunicarte que me apeo en San
Bernardo, no es porque quiera, sino por pura necesidad, pues allí mismo está ubicada
la oficina en la que trabajo, más bien una de ellas, pues pertenezco al pulcro
gremio de las señoras de la limpieza, vamos, las reinas del mocho, ja ja.
La insidiosa voz de la locutora se dejó oír en aquel
momento: “Próxima estación San Bernardo, correspondencia con línea 2”
- Pues antes de que desaparezcas de mi vida, solo
decirte que muchas gracias por tu amena charla, hay días que empiezan grises,
casi negros, pero gracias a ti hoy terminará de color.
- ¿De qué color?
- Verde, verde esperanza.
Quiero encontrarme con alguien así en mi camino. No estoy pensando alguien del sexo contrario -todavía soy heterosexual ... jaja-, sino por el hecho de que te alegra el día, independientemente de la atracción sexual; es solo que necesitamos contagiarnos por el ánimo y la emoción de las personas optimistas.
ResponderEliminarun fuerte abrazo :))
A veces un mal día puede cambiar de manera radical solo con una sonrisa y una buena conversación. Muy ameno y divertido el relato. Un abrazo.
ResponderEliminarUm encontro precioso... um verdadeiro antro de felicidade.
ResponderEliminarBeijos, amigo querido.