IX
La primera vez que vi a Alipio fue en el
instituto en el penúltimo curso de bachillerato, no fue nuestra cercanía lo que
nos unió, más bien fue la anécdota de su primer día de clase. La puerta del
aula se encontraba descolgada y se quedó atascada entre los dos quicios, por lo
que todo el que quería acceder al interior, lo debía de hacer inexorablemente
entrando de perfil. Durante toda la mañana todo funcionó bien hasta que intentó
acceder la profesora de latín, para su desgracia, tenía una constitución
gruesa, más bien tirando a vacaburra, por lo que sus probos intentos de
traspasar el obstáculo quedaron baldíos. Mientras los educandos guardábamos un
expectante silencio, una estentórea carcajada se oyó en un rincón del aula.
Efectivamente, Alipio sin ningún recato por su parte, se estaba partiendo el
pecho de tanto reír.
Después de un angustioso tira y afloja,
la dómine consiguió introducirse y llegar al podio donde estaba su mesa y sin
esperar a recuperar el resuello del ejercicio gimnástico recién padecido señaló
a Alipio y le dijo:
-
¡Usted!
Espéreme en la puerta del despacho del director.
Alipio tuvo suerte, el director no quiso
hacer sangre el primer día lectivo, hubiera sido poner el listón muy alto a las
primeras de cambio, por lo que todo quedó en una simple amonestación verbal,
eso sí, se dio cuenta enseguida que debería hacer algo realmente plausible para
poder aprobar ese año latín.
A quien buen árbol se arrima, buena
sombra le cobija y él encontró el cobijo de mi sombra. Nunca me pude
explicar el amor a primera vista que
surgió entre el latín y yo, las declinaciones y traducciones no tenían secreto
para mí, a final de curso conseguí el único sobresaliente de mi carrera
escolar. Todo esto hizo que Alipio se pegase a mí como una lapa a primera hora
solicitándome que me dejara copiar mis traducciones y las tareas encomendadas
por la profesora.
Realmente me molestaba que un zángano se
aprovechase de mis desvelos por aprender la asignatura, pero Alipio tenía un
encanto especial difícil de explicar sobre todo observando su fealdad casi
extrema, pues era poseedor de una napia retorcida, ojos estrábicos y una miopía
que le hacía portar quevedos de culo de vaso. Además tenía el regalo de su
nombre, al parecer su padre tomó el santoral de su natalicio, el 15 de agosto y
en vez de elegir entre los posibles Alfredo, Estanislao, Claudio o Carmelo,
escogió el de Alipio; claro que a la postre tuvo suerte pues también se celebra
ese mismo día San Tarsicio.
Y es que realmente por muy mal que
fueran las cosas y si sobre todo si el perjudicado era otro, Alipio siempre
reinaba con su risotada, muchas veces pensé que si nadie le cruzó la cara, tuvo
que ser por miedo a romperle las gafas.
Según iba echando años a la talega,
Alipio tenía una cosa cada vez más clara, él quería ser funcionario a toda
costa y como además le tiraban los uniformes, intentó ser policía municipal
primero y nacional después. Pero se encontró con un terrible impedimento, solo
medía 1,68 centímetros y la estatura mínima para optar siquiera a opositar era
de 1,70. No se arredró por ello y la mañana antes del reconocimiento médico, en
el camino hacia el lugar donde debía ser realizado el temido reconocimiento, el
bueno de Alipio fue dándose de cabezazos contra todo recio muro que encontró,
él juraba que el chichón producido era de considerables proporciones pero fue
insuficiente para cuando tuvo que situarse en el poste de tallaje, por lo que
regresó a su casa cariacontecido y con un tremebundo chichón.
A la chita callando un día se descuelga
con la alegre noticia de que ha sido admitido en la academia de la Guardia
Civil, después de las felicitaciones y parabienes vino la pregunta consiguiente
-¿Cómo conseguiste eludir el problema de la altura? A lo que siguió una
retahíla de frases inconexas como excusas. Pasó el tiempo correspondiente y
tras aprobar le pregunté donde había conseguido sentar plaza, a lo que contesta
que en Madrid.
-
Pero
bueno, habrás sacado un número altísimo en tu promoción.
-
Qué
va, del montón.
-
¿Y
cómo has evitado pasar por las provincias vascongadas?
Y ahí de nuevo se escabulló en frases
inconexas sin dar razón plausible alguna, lo que nos hizo conjeturar que el
haber nacido en Cebreros había tenido mucho que ver en sus éxitos.
Y heme aquí de nuevo junto a él ya en el
cuartel de la Guardia Civil. Le solicité mi derecho constitucional a efectuar
una llamada, lo que me valió que me enviara a hacer gargarismos con vitriolo.
De todas formas aproveché para llamar a mi mujer para que no se preocupara de
mi tardanza pues colegí que la noche iba a ser muy larga.
-
¿Y
bien, me lo cuentas o te lo saco a hostias? – Me dijo El bueno de Alipio
mientras me traía solícito el descafeinado que le había pedido.
-
Para
el carro picoleto, que los tiempos de El Lute pasaron a mejor vida hace tiempo,
tanto, que ni siquiera tú estabas en el cuerpo.
-
Pues
entonces deja que adivine porqué te empapelo, en la puerta número uno delito
contra la hacienda pública por apuestas ilegales. En la puerta número dos,
delito contra la seguridad vial por carreras ilegales y en la puerta número
tres, homicidio por imprudencia si es que tienes algo que ver con el finado.
-
¿Finado?
O sea que el chaval la palmó.
-
Imagínate,
acabo de hablar con el jefe de bomberos, todavía están despegándole los sesos
de la junta de la trócola.
-
Pues
qué alegría me das, a ver cómo sigo con lo mío.
-
¿Y
qué es lo tuyo?
-
Intentaré
resumirlo en pocas palabras, no sé si recordarás a Laura Canencia, desapareció
hace unos siete meses, pues bien, sus padres me encargaron que la buscara fuera
de la órbita policial, están convencidos de que habéis dado carpetazo al asunto
y perdona por mi inmodestia, pero descubrí lo que ni vosotros ni los maderos
habíais encontrado, que este chaval, Aquiles, había tenido contactos con ella,
punto.
-
A
ver, no me salgas con esas y no te la des de Sherlock Holmes ¿Qué tiene que ver
Aquiles con Laura?
-
Si
la policía hubiera investigado mejor y
tuvieran algo más de olfato. – En este punto recordé a mi contacto del colegio mayor y se me escapó una
sonrisa sardónica.- Se habrían enterado que Laura era la chica de Aquiles y que
además es el hijo del director del colegio mayor de Laura.
-
¿Ah,
sí?
Alipio no puso la cara de bobo del que
se entera de repente de la resolución de un misterio, más bien le brillaban los
ojos mientras sacó unos folios y comenzaba a escribir todo lo que yo le iba
relatando sobre cómo fui resolviendo el caso, bueno, más que resolviendo, cómo
llevaba la investigación, pero por su mirada que ya conocía, estaba convencido
que Alipio iba a sacar petróleo y que como en las tareas de latín, se iba a
ganar el galardón con el sudor de mi frente.
Pero en este caso estaba atado de pies y
manos ante él, si quería salir con bien de la casa cuartel, tenía que abrirme y
contar todo lo que sabía sobre el caso de Laura. Al cabo de unas horas cuando
comenzaba a amanecer, Alipio se dio por satisfecho y dejó de hacerme preguntas.
-
Pues,
hala, por mí ya te puedes ir.
-
Te
invitarás a algo cuando te den otro galón ¿No?
-
A
ver si te crees que con cada caso que resuelvo me ascienden y además tú ya
sabes que nos hemos quedado a la mitad.
-
Efectivamente.-
Repuse. – Falta por despejar la equis, encontrar a Laura.
-
Pues
a mí me da que el “Fittipaldi” se ha llevado el secreto a la tumba.
-
Eso
a mí ni a sus padres nos consuela, para mí el caso sigue abierto y seguiré
metiendo las narices por todas partes hasta que la encuentre.
-
Si
quieres le puedo apretar las tuercas a tu querido primo el catedrático.
-
Nada
me gustaría más, es más hazlo si te place que a mí no me disgustará, pero creo
que por allí no van los tiros.
-
En
agradecimiento a tus servicios me lo voy a traer setenta y dos horas aquí,
aunque solo sea por molestar.
-
¡Ostras!
No se te ocurra sacar mi nombre a relucir, este es capaz de buscarme con el
pistolón.
-
¡Ja
ja ja! No te preocupes, eso es lo primero que le voy a quitar, te apuesto cien
euros que no la tiene legalizada.
Mi experiencia en la vida me enseñó que
hay ciertos individuos con los que no conviene entrar en apuestas y dejarlo
todo en porfías y Alipio era uno de ellos.
-
Toma
mi tarjeta, si se te ocurre algo me avisas y ten cuidado por donde metes la
nariz, hay compañeros míos además de maderos que no les gusta que les enmienden
la plana.
Tras esa velada amenaza, la verdad es
que se portó bien conmigo, le pidió a un compañero que me metieran con una
patrulla y me llevaran al polígono donde aparque mi coche.
Cuando llegábamos acertó a pasar la grúa
con los restos del coche de Aquiles convertido en pura chatarra, los bomberos
debían de haber sudado de lo lindo para excarcelarlo. ¿Contaría como víctima
del fin de semana para las estadísticas de Tráfico?
En mi escuela había un Alipio de nombre entiendo menos desfavorecido pues se hacía llamar Jerónimo. En belleza igualaba a éste aunque era menos espabilao. Yo creo que no llegó a Guardia Civil, le iban más otros cuerpos que los de seguridad. En fin, todo el mundo no vale pa lo mismo. Un abrazo.
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