La nostalgia pudo
más que yo y me acerqué a la vieja casa de mis abuelos, tras morir mi abuela en
enero, por cinco días no cumplió ciento un años, sus hijos procedieron al
reparto de los bienes que dejó. La casa de Alameda que tanto esfuerzo les costó
comprar la compró mi tío para irse a vivir allí tras derribar el viejo edificio
como era su intención.
Cuando llegué,
los albañiles ya habían abatido el tejado y solo encontré una escombrera sobre
el terreno en que tantas veces había jugado. Recuerdo en la parte de la
derecha, justo al lado del cenicero donde se quemaban los pocos residuos que
entonces producía un hogar pues todo se aprovechaba. Las latas y los frascos se
reutilizaban para compotas y otros alimentos, los papeles para encender la
lumbre, la comida sobrante se echaban a los cerdos y gallinas, por lo que creo
que solo se quemaba el papel de estraza de envolver el pescado. Pues bien,
justo al lado, había una veta de arcilla con la que creábamos entre mi hermano,
nuestro amigo Ricardito y yo, una fortaleza a la que asaltábamos con nuestros
muñequitos de Montaplex, un poco más adelante estaban las piedras cimeras de la
valla medianera donde no sentábamos y con algo de imaginación soñábamos que
cabalgábamos a lomos de piafantes corceles mientras perseguíamos a tribus de
pieles rojas.
Los recuerdos se
me agolpaban en la memoria y tenía que luchar para que alguna lágrima no
arrasara mis ojos a base de frotármelos. Afortunadamente eso no fue óbice para
que pudiera vislumbrar entre los derrelictos del pasado algo que destacaba
entre las ruinas, a riesgo de tener una mala caída, fui pisando entre los
sillares más gruesos para acercarme donde algo de color destacaba sobre el gris
dominante. En efecto, tras levantar una par de piedras y alguna teja que lo bloqueaba,
conseguí rescatar una caja metálica, muy similar, si no era la misma, a las
antiguas cajas del Cola cao que tras descargar su mercancía, siempre se
reutilizaban generalmente, como botiquín o como caja de costura.
Abandoné
presuroso el peligroso punto donde me hallaba y, egoístamente todo hay que
decirlo, abandoné el lugar para que no tuviera que dar explicaciones a los
nuevos dueños y poder quedarme con el hallazgo.
En vez de irme a
casa por el centro del pueblo, tomé el camino del rio al ser este menos
transitado y además lo hice caminando presuroso como alma que lleva el diablo.
Ya en mi casa me dispuse a abrir la caja. Después de tanto tiempo como debía de
llevar cerrada, me costó esfuerzo abrirla, algunas manchas de orín en el borde
hacían de pegamento natural por lo que me hube de armar de paciencia. Al cabo
de un cierto tiempo conseguí abrirla y lo que encontré dentro me alegró
sobremanera. Allí dentro un rimero de sobres amarillentos unidos por un trozo
de tramilla rematado con una artística lazada.
No me lo pensé y
deshice el nudo de inmediato. Todas tenían el mismo remitente: Eladio García
López desde varios lugares distintos y una única destinataria: Matilde Díaz
Ruiz calle Cochera 4 en Alameda del Valle. Los matasellos indicaban que habían
sido emitidas en los años de 1921 y 1922, por lo que casi cien años las
contemplaban. Ante esto y el frágil aspecto que tenían, volví a cerrar la caja
y aguardé a que terminara el fin de semana serrano que iba a disfrutar y nada
más llegar a Madrid, preparé el escáner y una a una, casi amorosamente, las fui
desplegando tras sacarlas del sobre y las escanee para trabajar directamente
con las copias ya impresas.
Yo sabía por lo
que me había dicho mi madre, que mi abuelo siempre sintió auténtica devoción
por mi abuela, pues de ellos se trataban las cartas, a pesar de que mi abuela
no siempre le correspondió igualmente, ella estaba hecha de otra pasta, pues mientras mi abuelo era más tranquilo y
pacífico, ella era de armas tomar, entre otras diferencias de carácter que
mantenían.
Ya con todos los
folios en la mano, cogí la carta más lejana en el tiempo y me dispuse a leerla.
Eladio López García
Regimiento Álava XXII
2º Batallón 3ªCompañia
Málaga 7 de Agosto de 1921
Querida Matilde:
Me alegraré que al recibo de esta estés bien, yo me encuentro bien de salud
gracias a Dios.
Pues te contaré
que ya me encuentro en Málaga, en el cuartel de Transeúntes esperando el barco
que nos ha de llevar a África, estamos confinados toda la compañía y no nos
dejan salir a conocer la ciudad. Los mandos se encuentran muy alterados y nos
contagian de su nerviosismo, no saben qué nos vamos a encontrar, al parecer
hubo varios miles de muertos y desaparecidos causados por los moros. No es que
te quiera asustar, pero es la realidad de lo que nos aguarda al otro lado del
mar.
Después de la
instrucción apresurada que nos dieron y el fatigoso viaje por ferrocarril, el
estar ahora ociosos nos hace pensar y divagar, me asusta sobremanera que seamos
como los caídos anteriores, carne de cañón. Vamos mal equipados pues ninguno
tiene botas y llevamos el mismo uniforme de dril de los soldados desde la
guerra de Cuba. Lo peor es que por ejemplo los fusiles también son de la misma
época, si con ellos no pudimos con los mambises, no se me imagina cómo podremos
ahora con la morisma. Apenas llevábamos un par de meses incorporados al
ejército haciendo la instrucción cuando nos trasladan aquí por lo que hay
algunos que apenas saben utilizar los rifles.
Bueno, ya te iré
contando según vayan pasando los días cómo me va por tierras africanas.
Recibe un beso de
éste que te quiere:
Eladio
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Yo sabía que mi
abuelo para su desgracia, había combatido en la guerra civil, pero creo que
apenas nadie en la familia conocía el dato del viaje a África pagado por el
ejército para cumplir el compromiso del servicio militar. Era lógico si lo
contemplaba, en aquellos tiempos te podías librar del servicio pagando una
cierta cantidad, lejos del alcance de un peón del Canal de Isabel II como era
mi abuelo. Por lo que no le cupo más remedio que hacer el petate y despedirse
de la familia y marchar a la ventura.
Es decir, que
ante mí se abría una ventana a la historia de la familia que nadie conocía, el
haberme apropiado de las misivas me iba a hacer partícipe del conocimiento de
unos hechos ignotos de los que estaba ansioso por conocer, por lo que comencé
la lectura de la segunda carta.
José Antonio, me ha emocionado y a la vez dado un poco de envidia el que tengas esas cartas de tu abuelo, realmente en un tesoro que debes conservar y proteger, aunque a veces contigo no sé si es realidad o ficción. De todas formas me ha gustado.
ResponderEliminarUn abrazo.
Pedro
Um histórico precioso de alguém que já viveu e fortaleceu a sua vida...
ResponderEliminarBeijo.
Me ha resultado precioso que conserves esas antiguas cartas de tu abuelo. Forman parte de la historia de tu vida y debe ser como un tierno tesoro para ti.
ResponderEliminar¡Te mando un saludo y te deseo que tengas una buena semana!