Tap, tap, tap, el golpeteo
rítmico de mi bastón blanco sobre las baldosas de la calle, me guían en mi
camino mil veces repetido. Cerrado el quiosco, marcho a casa. La calle de
Alcalá es mi yincana particular, una carrera de obstáculos me aguarda. Cubos de
basura, carteles publicitarios, corrillos de personas aturdidas por su propia
conversación, tanto que no denotan mi presencia.
Lo peor, las múltiples baldosas
sueltas que mi bastón no es capaz de detectarlas, a ver si inventan de una vez
el bastón radar.
Hoy es un día especial y no sé la
causa, pero me encuentro alegre, he logrado vender todos mis cupones, lo que no
suele ocurrir todos los días, cosa de la crisis.
Pero la causa principal ha sido
la conversación que he tenido con una viejecita, o eso he colegido a causa de
su cascada voz. Venía muy contenta pues la había tocado un pellizquito, lo
justo para compensar la magra pensión
que cobra. Me ha comprado una tira y al pagar me ha dejado una flor en la
bandeja.
Al despedirse me dijo alegre:
-
Ojalá tus deseos se cumplan.
-Qué simpática- Me dije. Cogí la
flor y la acerque a mi nariz. Era una rosa de la que lamenté no discernir el
color, pero su maravilloso olor me satisfizo por el sentido perdido.
En fin, ya de camino a casa me
quedó el último obstáculo, las dársenas de Ciudad Lineal. Después de esquivar
viandantes aguardando su transporte y a los propios autobuses, un último
semáforo, no adaptado para los invidentes, huérfano pues de señales acústicas.
Golpeo varias veces contra el
suelo el bastón en busca de un buen samaritano que me ayude a cruzar el
Rubicón. Esta vez escucho a pesar del ruido del motor del bus a una persona que
al parecer se dirige al conductor y lo interpela:
-
Espérame un segundo, voy a ayudar a esta persona
y ahora subo.
Se acerca a mí y me toma del
brazo, sietes pasos más adelante me advierte:-Cuidado con el escalón- Y una vez
a salvo en la acera se despide:
-
Hasta luego.
No tengo tiempo de agradecer su
acto pues escucho desolado cómo el bus ha partido sin aguardar a mi benefactor.
-
Vaya, cuánto lo siento –Solo acierto a decir
compungido.
-
No te preocupes, no tardará en llegar otro.
Entonces recuerdo las palabras de
la viejecita y le digo:
-
Deseo que seas feliz.
Es más que probable que no
volveremos a encontrarnos, pero estoy seguro que tarde o temprano mi deseo se
cumplirá.
Dedicado a Pali, que cumplas
muchos más.
Que conto tão gostoso de se ler!... graciosos grandes instantes de felicidade...
ResponderEliminarQue você seja muito feliz! A vida tem muitos altos e baixos, improvisos e dias inesperados... sejamos feliz com o pouco e intenso dia de pequenos bons momentos. Inesquecivelmente felizes...
Um beijo