Siempre mira el lado brillante de la
vida y eso hacía silbando la pegadiza canción, el bulevar de la calle de Ibiza
nunca me pareció tan ancho ni tan largo como ahora se me presentaba. Esquivando
cacas de perro y quioscos iba caminando hacia el Retiro, o eso intentaba, el
aturdimiento que sentía en mi cabeza me hacía discernir escasamente las
distancias y el ya nombrado bulevar se me antojaba como el campo de futbol de
Oliver y Benji.
Número 216 JA, cuando salió en la
pantalla de la sala de espera me levanté como un resorte, llevaba más de media
hora aguardando mi turno, claro que también he de decir que mucho de ese tiempo
correspondía a mi inveterada costumbre de llegar con antelación a cualquier
cita y esta vez no iba a ser menos, siempre dije de mí que llegaría incluso
puntual con la muerte y nunca imaginé cuán pronto se me presentaría la ocasión
de demostrarlo.
Entro en el Retiro y mis pasos me
llevan inconscientemente hacia la antigua Casa de Fieras, lo recuerdo como un
lugar de solaz de mi infancia, un mundo inexplorado y salvaje que siempre
terminaba por sorprenderme, los animales que allí se exhibían eran del todo distintos
de los que solía ver en la Sierra Norte de Madrid, cuyos exponentes de mayor
fiereza eran el toro y el verraco de la villa amén de alguna víbora.
- Lo siento, se encuentra en un estado muy avanzado.
Más lo siento yo, acierto a pensar a
pesar de encontrarme grogui en mi rincón, sin una banqueta ni un asistente en
quien apoyarme, estoy al borde del K.O. Y aquí no me sirve de nada arrojar la
toalla, me veo besando la lona.
Recuerdo los fosos vacíos otrora
llenos de animales a los que observábamos sin tener conciencia del daño atroz
que les causábamos con su confinamiento. Para la sociedad de entonces no eran
más que fieras, un escaparate a la vida salvaje, simpáticas sabandijas a las
que alimentar tirándolas trozos de pan y cacahuetes.
Como no espero que me compadezca,
abandono la consulta sin siquiera despedirme, tampoco podría, el nudo que
atenaza mi garganta me hace incluso lagrimear, las enjugo como puedo y desdeñando
el ascensor, bajo los escalones casi flotando, esta vez no tengo nadie en quien
apoyar mi hombro.
Salgo del zoológico y me siento en un
banco del parque, la primavera se muestra en su esplendor y los gorriones
revolotean ruidosos a mi alrededor, busco en mis bolsillos algo con
qué premiarlos y con el movimiento de mi cuerpo se retiran asustados quedando únicamente
una paloma a la que solo puedo ofrecer las migajas de lo que fui.
Espero que você esteja bem, amigo!
ResponderEliminarUm beijo