Tiempo de tormenta y no era incierto, densos
nubarrones cubrían el cielo a la par que gruesos goterones de sudor surcaban mi
frente. Una tormenta de verano se avecinaba, lo que hacía que el bochorno me
hiciera jadear pesaroso por la alta temperatura ambiente y la humedad que más
que sentirse, casi se llegaba a oler a pesar de la distancia que había hasta
las nubes.
En la radio a cassette
la gran Ethel Waters susurraba “Stormy
weather” con una voz que ni el ángel de la Anunciación sería capaz de
imitar en dulzura. Y ni la pobre estereofonía del aparato, más que añejo, que
portaba mi viejo Seat Panda, ni el ruido del tráfago a mi alrededor que entraba
a raudales por las ventanillas abiertas, eran capaces de impedirme silbar y
tararear a ratos la pegadiza melodía que
me envolvía.
El llevar bajado la ventanilla del añoso vehículo me hacía
creer en una brisa fresca en el interior, la verdad era otra, con los sobacos a
lo “Camacho”, grandes chafarrinones
de sudor marcaban mi espalda. La carretera, monótonamente recta, transcurría
entre campos de maíz. Ciertamente no estaba en Luisiana, pero la música y el
paisaje así lo asemejaban.
Un torbellino de polvo entró por la ventanilla y me
cegó momentáneamente. – Maldita sea.- acabaré pareciendo a Al Jolson y
precisamente no considero que tenga el alma blanca. Froto con fruición mis ojos
para sacudir las motas de polvo que se habían introducido en mis ojos, con lo
que consigo lagrimear abundantemente. –Lágrimas de cocodrilo.- A la par he
reducido la marcha hasta quedar casi completamente parado en una encrucijada
entre el cañaveral de maíz.
Since you went away, the blues walked in and met me.
If the stay away, ol’rocking chair will get me.
Desde que te fuiste la tristeza llegó, pero eso fue
hace mucho tiempo, tanto que ya no duele. Me acostumbré a vivir sin ti, en el
filo de la navaja, me derrumbé y continúo arrastrándome por la vida. Aceptando
los trabajos más abyectos para poder seguir levantándome un día más, quitando
paletadas de tierra de mi propia fosa.
Un lejano trueno pone fin a mis pensamientos, el cielo
cada vez se oscurece más, tiempo de tormenta. Continúo por el mismo camino, el
mismo sendero entre el maizal, sin una leve referencia de mi situación ni de mi
destino, aturdido por el calor, aturdido por la música que entristece mi
corazón.
It’s raining all the time, keeps raining all the time.
Keeps raining all the time.
Pero no es cierto, ni siquiera tengo ese consuelo, no llueve
a pesar del mareante olor a tierra mojada que me inunda. El sudor de la frente
se desborda y me vuelve a cegar los ojos, los enjugo como puedo con los nudillos,
lo que me provoca un doloroso escozor.
Vuelvo a maldecir. Un relámpago lejano hace que se me
escape un escalofrío, cuento para medir la distancia a la tormenta: uno, dos,
tres, cuatro, cinco, pierdo la cuenta. Mis pensamientos me llevan a mi niñez
cuando en días como este, temerosos, mis hermanos y yo nos arrebujábamos junto
al cuerpo de mi madre buscando protección. El estampido del trueno me hace dar
un respingo y mi cabeza choca contra el techo de metal. Maldita sea.
Por fin a lo lejos vislumbro mi destino, una vieja
cabaña de madera, al acercarme observo que está rodeada de viejas herramientas herrumbrosas,
un tractor completamente lleno de orín junto una cosechadora tumbada de costado
que apenas contiene la mitad de las piezas que solía. En la fachada principal,
hay una marquesina a la que una parra
sarmentosa parece soportar, dos mirlos que estaban picoteando las uvas huyen al
acercarse mi coche.
Aparco sobre el parterre que hay frente a la casa, sin
que me importe a mí ni a las dalias que aún no acertaron a florecer por falta
de riego. Giro la llave del contacto y consigo acallar el motor, un leve
torbellino de vapor escapa del capó recordándome que hace demasiado tiempo que
no vigilo los niveles de agua y aceite.
Can’t go on,
everything I have is gone
Stormy weather
Salgo del coche y las primeras gotas de la tormenta
comienzan a caer, son gordas como monedas y al golpear el suelo polvoriento me
manchan mis zapatos blancos y negros y me duele que se ensucien, me costó
conseguirlos, los encontré en una tienda vintage
en el barrio de Malasaña, desde entonces son mi seña de identidad así como mis
pantalones con el dobladillo por fuera.
Entonces por fin debió denotar mi presencia, abrió la
puerta y la mosquitera y abrió la boca en un gesto exagerado de sorpresa. No se
la dejé cerrar, para entonces ya había sacado una Luger de mi bolsillo, lo reconozco, me encantan los detalles “retro”
y si encima me dan fiabilidad, mejor que mejor. La bala le entró por la boca
sin dañarle ninguna pieza dental, soy un romántico y me gusta que la familia no
tenga que velar un cadáver con el rostro deformado. La calota es otra cosa, el
agujero en la parte posterior del cráneo producido por un disparo a tan corta
distancia impresiona.
Pasé sobre él procurando no ensuciar mis preciados
zapatos y me introduje en la casa, allí en un aparador encontré su sancta sanctorum, su objeto más
preciado, cogí el estuche y me dirigí de nuevo a la puerta. Era incapaz de
vislumbrar mi coche, una cortina de agua lo cubría todo, formaba un muro
imposible de franquear, en la parte derecha del porche una mecedora de mimbre
se balanceaba quejosa y allí me dirigí.
Keeps raining all
the time, keeps raining all the time.
Abrí el estuche, saqué el trombón y una gamuza que lo
acompañaba y me puse a bruñirlo suavemente silbando de nuevo la pegadiza canción
que me acompañaba toda la tarde. Miré al caído y no pude por menos que hablarle
con desprecio:
-
Ya no volverás a desafinar.
¡Hola José Antonio! ¿Qué susto! Creía que te habías cargado a alguien. Además, la atmósfera que has recreado lo hacía más verosímil.
ResponderEliminarGenial el final y un alivio para mi alma, ¡ja,ja,ja!
¡Saludos y cuídate!
Tempo tempestuoso... você é um grande contista!
ResponderEliminarFeliz semana!
Um beijo