A ratos aporreo la máquina de escribir como si fuera un piano, intento, a veces en vano, que no
se me escape la inspiración. Quizás solo el vago recuerdo que me une a ella me termina por sujetar a la
silla, pero después de un tiempo golpeando las teclas, los
dedos comienzan a dolerme lo que es suficiente para que tire de la hoja de
papel hacia arriba, esto produce un chirrido quejumbroso en el rodillo como si
le doliera que al sacar el papel también arrancase algo de su
vida.
Del perchero recojo la gabardina y me sumerjo en la
pestilente calle donde tengo mi oficina, llueve, por lo que me subo el cuello
de la gabardina y cruzo las solapas, además encojo el cuello en un
vano intento de evitar que la lluvia se cuele por mi pescuezo.
Meto las manos en el bolsillo y tanteo la vieja pistola
que hace tiempo me agencié en un antro de los bajos
fondos. Nunca la he utilizado por lo que no tengo nada claro que el día que la necesite funcione.
Llego donde aparqué mi viejo Oldsmóbile, observo con asco que las multas se van acumulando en el parabrisas
ahora mojadas y desteñidas. Tras varios intentos girando la llave
consigo que tras varias toses, el reumático motor se ponga en
marcha.
A través del parabrisas, las
gotas de lluvia forman un caleidoscopio donde se reflejan los escaparates de
las tiendas y las amarillas luces de las farolas. Apago el mojado cigarrillo
que llevaba hace tiempo mordisqueando y del que apenas conseguía sacar algo de humo, ni hablar de sabor, con el repetido mil veces gesto
de ponerlo encima del cenicero atiborrado por decenas de colillas que nunca
vacié.
—Me las va a pagar— mascullé. Era mucha la rabia acumulada que sentía. Di un volantazo y aparqué frente a la puerta de su
trabajo. No tenía escapatoria, por allí tendría que pasar y esta vez iba a ajustar
cuentas con él.
Sí, porque él era el culpable de esta situación, era el culpable de
todos estos meses de parón de desidia por su parte.
Por su culpa me hallaba allí con el folio recién sacado de la máquina en las que para romper este tiempo muerto,
sin escribir, sin crear. Me había obligado a actuar, a
ponerte tras la máquina y escribir estas líneas llenas de tópicos como si fuera Sam Spade, como
si fuera un autor de novela negra, todo por ver subido al blog un triste relato.
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