Enjugué
mis hipócritas lágrimas y, siempre por el lado derecho, proseguí mi ascensión,
no tardé en pararme un instante en evocar más recuerdos infantiles. En el lugar
donde se alza ahora un feo puente de hormigón, pasé muy buenos momentos en mi
infancia. Bajo el antiguo puente de madera, era el lugar donde estaba
autorizado a bañarme en ausencia de mis padres, cuando en los estíos quedaba al
cargo de mi abuela y de mi tía, solo podía acercarme a un tramo de río, el más
cercano a la casa de mis abuelos.
Aquí bajo el puente fue donde tomé contacto
con la fauna fluvial, renacuajos, alevines de varias clases de peces,
escarabajos acuáticos, “aclaraaguas” más bien llamados zapateros, ranas, gobios
y alguna esquiva trucha. Ante la imposibilidad de que mi hermano y yo nos
ahogáramos en una cuarta de agua de profundidad que aportaba el Sauca, nos
dejaban corretear toda la mañana y parte de la tarde, por supuesto dos horas
después de comer y con la digestión bien hecha. Muchos momentos felices
disfruté de ese lugar en compañía también de nuestro amigo Ricardito, la
captura de renacuajos y su posterior estabulamiento en pocillas excavadas por
nosotros, se convirtió en nuestra primera experiencia para el manejo y
explotación de una industria piscifactora.
Allí
mismo tuvo además la célebre contienda entre mis dos primos, Tirsín y el Negus,
nunca más el segundo se atrevió a abusar de su condición de mayor estatura y
edad. Al aceptar Tirsín el reto de ser nuestro paladín, bajó desde casa de
nuestra abuela hacia el río donde aguardaba el Negus muy entero él sin saber
lo que se le venía encima. Nunca mejor
dicho, porque después del segundo soplamocos y ante la caída al césped del
Negus, todo sea dicho un flojo contrincante, Tirsín saltó sobre su maltrecho
cuerpo como si el mismísimo Hércules Cortés hubiera abandonado el ring de la
plaza de las Ventas y se hubiera encarnado dentro de Tirsín.
El corto
combate de Catch as Can, o lucha libre americana terminó cuando al Negus
los ojos se le voltearon hacia atrás lo que nos preocupó en grado sumo, por lo
que decidimos pedir asistencia a los mayores que pudieran encontrarse próximos.
Tomamos pues cada uno de una pierna y Tirsín de un brazo con lo que consiguió
que a cada paso que dábamos la cabeza del Negus golpeara con cuanto canto
hubiera por el camino y no eran pocos en una época en la que las calles no
estaban adoquinadas.
Afortunadamente
en la casa de mi abuela nunca faltaba “agua del Carmen” (es decir agua de
colonia) que era el elixir mágico para cuanto problema médico surgiera. El
Negus volvió en sí y Ricardito, Tirsín y yo nos fuimos a celebrarlo yéndonos a
comprar una bolsa de pipas a casa de la Faustina, sobre todo antes de que los
mayores nos pidieran cuentas sobre el desenlace de la contienda.
Otro
hecho que aconteció en ese mismo lugar, fue cuando bajo unos chopos que antaño
ocupaban la ribera, jugábamos mi hermano y yo. Habíamos delimitado con cantos
rodados nuestro chalet unifamiliar, aquí la entrada, allá la cocina, acullá los
dormitorios. Así pasábamos las tardes mientras hacíamos la digestión.
Pero el
mal acechaba y es que el movimiento ocupa no es una cosa de este siglo, ya en
el siglo XX sexta decena, unas malandrinas vinieron a perturbar nuestra grata
estancia sobre Alameda. Alicia y su hermana aparecieron un día por nuestros
predios, habían cometido la insolencia de ocupar nuestra finca añadiéndole el
deleznable gusto femenino de aportar florecillas por doquier.
No nos
lo pensamos ni un momento, como si de un buldócer se tratara, recopilamos todas
las piedras y visto y no visto, acabaron en el río que al fin y al cabo era el
lugar donde las habíamos acarreado. Para nuestra desgracia en los últimos instantes de nuestra hazaña
aparecieron las susodichas jurándonos odio eterno por nuestra acción.
Poco nos
importaron aquellas anatemas, las hormonas apenas habían aflorado en nuestra
sangre por lo que la futura falta de su amistad nos traía al pairo. Total yo
por entonces tenía muy claro que el amor de mi vida acababa de quedar segunda
en Eurovisión y que cuando Karina me conociera caería rendida a mis pies.
Ya no me
entretengo más en este tramo, continuo avanzando y llego al puente del Toril,
recientemente lo renovaron y pusieron alguna piedra más en sus paredes, pero el
Sauca cuando quiere es muy inquieto y alguien va a tener que volver a gastar
dinero en remozarlo y levantar las piedras que cayeron al cauce en alguna
avenida primaveral.
El
objeto del citado puente es llegar al toril donde se guardaba el “toro villa”
es decir el semental de la población. Todos los chavales intentábamos
contemplar los escarceos que allí ocurrían entre el toro y sus partenaires, pero
los mayores no nos dejaban que nos subiéramos a las vallas de piedra, por lo
que nunca vimos aquél espectáculo.
En este
punto hay que cruzar el puente y subir por la margen izquierda hasta llegar al
puente sobre la carretera comarcal. El puente en sí es el mismo desde hace unos
cincuenta años en que se ensanchó la carretera dotándola de márgenes. Hace poco
tiempo se ha vuelto a ensanchar, sin tocar la estructura básica del puente para
crear un estrecho e insuficiente carril de acceso hacia la carretera.
También
se creó una plataforma para que los carros y los animales pudieran bajar de la
dehesa sin tener que atravesar la carretera con el peligro que suponía.
Este
hito en el camino sirve para marcar ya el ámbito de fuera del pueblo, a partir
de entonces ninguna casa debía de figurar, pero esto no fue así y algunas casas
y chalets rompen el paisaje.
Continua.
No hay comentarios:
Publicar un comentario