Afortunadamente el director no me acompañó por el
bien del inquilino de la habitación. Dentro, una espesa niebla desdibujaba los
contornos del interior. Rompí a toser desaforadamente sin poder parar, lo peor
de todo es que el humo no estaba provocado por la incineración de tabaco, había
alguna otra sustancia que lo acompañaba.
-
Por
Dios, abre la ventana. – Conseguí decir entre varias series de toses.
-
Espera
colega que pongo el extractor.
Un ruido mecánico me avisó de que estaba en marcha
el aparato salvador. A partir de unos instantes la habitación me devolvió por
fin el aspecto interior más definido, además de los muebles iguales a los de la
habitación de Ana, unos fluorescentes colgaban del techo para dar luz y calor a
unas plantas herbáceas de la familia Cannabaceae, se veía que era un tipo
sensible que mimaba a sus plantas, otros plantaban geranios, me dije.
-
¿Y
bien? – Me interrogó.
-
Perdona
por mis disculpas. – Creo que la exposición al humo me empezaba a pasar
factura. – Mi nombre es Jose Antonio y vengo comisionado por los padres de Ana
para buscarla, también tengo la autorización del director para hacer preguntas
a los alumnos por si tuvierais conocimiento de algo especial en la vida de Ana.
-
Pues
mira, tío, apenas tenía contacto con ella, siquiera en el plano profesional.
-
¿Profesional?
-
A
ver si te crees que todo esto me lo voy a fumar yo solo.
-
Y
no temes que el director…
-
¿Ese?
Si es un “pringao”, no se atreve a venir por aquí.
-
¿Y
eso?
-
Hombre,
muy sencillo, por cuestiones familiares, mi padre es un baranda del régimen.
-
¡Ah!
Ya me parecía tu rostro familiar, eres el hijo de…
-
Cierto,
y … es el que más pelas le da al “pringao” del director.
-
De
todas formas, el pring... el director también come en el mismo pesebre que tu
padre, lo digo por las fotos de su despacho.
-
Es
un pobre hombre, se cree que siendo un
lacayo de los barandas le van a dejar ponerse al mismo nivel, además de un
chalet, le hace falta algo más para codearse con la gente de la calle Génova.
-
¿Tiene
un chalet?
-
Si,
joder, en Campo Real en una urbanización en las afueras.
-
Me
pones a huevo la pregunta ¿Cómo lo sabes?
-
Porque
su hijo es uno de mis clientes, mientras el padre intenta ganarse la vida, el
hijo se monta unos fiestones de lujo. Por cierto, la chica esa…
-
¿Laura?
-
Sí,
eso, es que soy muy malo para los nombres ¿Tú crees que será por fumar maría?
-
Quién
sabe, volviendo a Laura ¿Seguro que la viste allí?
-
Sí,
pero no te molestes en preguntar a su padre, él no tiene ni idea de lo que hace
su hijo, es un cabrón con pintas y suele venir por aquí también para ver si
caza algo.
-
¿Y
caza?
-
Siempre
hay un roto para un descosido.
-
No
me imagino a Laura así.
-
Las
tías son así de raras, viene un menda con unas pintas raras pero con mucha boca
y se dejan liar.
-
¿Sabes
si la policía le interrogó?
-
¿Los
maderos? Ni saben que existe.
-
¿Dónde
lo podría encontrar?
-
Búscalo
por los polígonos de Alcorcón o Móstoles los sábados por la noche en las
carreras ilegales.
-
¡Joder!
Vaya elemento.
-
Es
lo que tiene ser un buen hijo de papá.
-
¿Y
no le podría preguntar a su papá?
-
Allá
tú, él no sabe nada de las andanzas de su hijo, ni aquí, ni en su chalet, si le
preguntas lo negará todo y no mentirá.
-
¡Vaya!
Me gustaría hablar con el niñato ¿por cierto cómo se llama?
-
Aquiles,
como el héroe ese que se casó con la Angelina Jolie.
-
Brad
Pitt ¿Te puedo dejar una nota con mi teléfono por si viene a comerciar contigo?
Dile que es muy importante que se ponga en contacto conmigo.
-
Vale,
pero no te garantizo nada.
Salí de la habitación aliviado por dejar de respirar
los peligrosos efluvios que flotaban por allí, pero preocupado, mi
investigación avanzaba, había alguien que había tenido relación con Ana y a
quien la policía no había interrogado. Lo peor es que no veía la posibilidad de
hacerlo por mí mismo a no ser que se pusiera en contacto conmigo, ni hablar de
decírselo a su padre, éste no conocía las andanzas de su hijo por lo que de
poca ayuda me serviría su conocimiento, aparte de que no le haría mucha gracia
enterarse por mi parte de los pecadillos filiales.
Mi segunda
parte del plan era, ya que me hallaba junto a Moncloa, acercarme a la facultad
donde Ana cursaba sus estudios. Tomé el autobús “A” pues su facultad estaba en
Somosaguas. Nada nuevo bajo el sol, dentro del bus las mismas caras de los
estudiantes que año tras año deambulaban por Madrid, chicos y chicas de todos
los pelajes, siempre con un aire progre aunque últimamente se imponía el estilo
punk, ropa rota, remendada y desteñida de colores terriblemente chillones
acorde con las pelambreras que adornaban sus testuces. Supongo que el pensar: “¡Dios
mío! Estos son el futuro del país” no me llevaría a nada, desde la noche de los
tiempos se ha venido diciendo esta frase con referencia a las generaciones
anteriores, por gente que a su vez escuchó esta frase de sus ancestros.
Me apeé del autobús y entré en el edificio, en la
entrada dentro de su cabina estaba el conserje, ocioso como estaba me indicó
amablemente la ubicación del aula donde estaba el curso de Ana, en ese momento
no había clase y varios grupos de estudiantes se habían formado, saqué la foto
de Ana y la fui mostrando a todos los integrantes del grupo más próximo a la
puerta. Un silencio sepulcral se formó cuando vieron la foto, me iba a costar
algo más de lo pensado desatar las lenguas de los presentes.
-
¿De
verdad no la conocéis? Mirad, necesito vuestra ayuda, no soy policía ni
periodista, vengo por encargo de sus atribulados padres, necesito vuestra
ayuda, imaginad cómo lo están pasando, cualquier cosa, por nimia que parezca
puede ayudarme mucho.
Después de un cruce de miradas entre todos, sin que
nadie se atreviera a intervenir, una chica de cabellera con rastas me habló.
-
Mira,
no sé quién eres y si de verdad eres lo que dices, realmente no aparentas ser
un madero, por lo que no me importa decirte lo que sé, que es lo mismo que
sabemos todos. Ana apenas tenía tratos con nadie, apenas lo justo para pedir o
prestar apuntes si alguien se los pedía. Cuando acababan las clases se marchaba
y santas pascuas.
-
¿Qué
tal estudiante era?
-
Del
montón, aprobaba sin complicarse la vida, pero nada más, se esforzaba lo justo.
-
¿Se
llevaba bien con todos?
-
Si,
ya te digo que nunca tuvo un problema con nadie, excepto…
-
Excepto…
- La apremié.
-
Esto
no te lo he contado, que luego todo se sabe y no tengo ganas de problemas.
-
De
acuerdo, dispara.
-
Tuvo
varias agarradas con el catedrático de derecho, el año pasado la suspendió y ella reclamó una revisión del
examen, y después de una buena pelotera, él no tuvo más remedio que aprobarla,
este año, en el primer cuatrimestre pasó lo mismo, tuvo que volver a pedir la
revisión para aprobar, ella comentaba que era de manifiesta injusticia su
suspenso.
-
¿Había
alguna razón para que el catedrático la tuviera esa inquina?
Otro incómodo silencio se cruzó en nuestra
conversación, todos de repente miraron al suelo, como si no se atreviesen a
mirarse a la cara casi avergonzados de su conocimiento.
-
¿Y
bien? – Insistí.
-
Esto
como comprenderás no lo sabe la policía ni nadie, sería la palabra de un alumno
contra la de un señor catedrático, además de que nadie nos creería, imagínate
las represalias que podrían tomar. Pues bien, al parecer todo partía del pueblo
de donde era Ana, ella comentó una vez que la había llamado paleta y que
viniendo de ese pueblo no podía aspirar a ser nada en la vida.
-
¿Sabéis
de qué pueblo era Ana?
-
No,
ni idea, ella nunca nos lo dijo.
-
¿No
hay nadie de pueblo por aquí que haya tenido problemas?
-
Eso
es lo que nos pareció raro, aquí hay mucha gente de pueblo y nunca nadie tuvo problemas
con él.
Al final había sacado más que la policía, había
tenido mucha suerte, no me podía quejar, como no tenía más que preguntarles,
les agradecí su inestimable ayuda y volví hacia la conserjería, allí el
conserje no se había olvidado de mí y seguía siendo igual de atento, empezaba a
sospechar que su amabilidad se debía a que pensaba que yo era un periodista,
antes de que su verborrea me abrumase, conseguí que me indicara la dirección
del despacho del catedrático de marras que tantos disgustos dio a Ana.
Llegué a la puerta del despacho y la encontré
abierta, toqué con los nudillos en el cerco de la puerta y solicité:
-
¿Se
puede?
-
Adelante.
Me respondieron desde el interior. Di dos pasos
hacia la mesa donde me aguardaba y al acercarme no pude por menos que exclamar:
-
¿Tú?
¡No puede ser!
Vaya, vaya... esta historia va resultando cada vez más interesante y atrayente. El catedrático era alguien del pueblo de Ana? tal vez un amigo de la infancia del investigador, vecino de los padres de la chica desaparecida?
ResponderEliminarseguiré leyendo...
un abrazo :)
Ya veo que la investigación sigue avanzando y con mucha suerte encima. un abrazo.
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