Me estaba convirtiendo en un investigador de fin de
semana, pero obviamente por razón de mi trabajo no podía hacer otra cosa, otra
semana volcado en mi trabajo, deseando que llegase el viernes para poder
dedicarme a la investigación que me corroía por dentro, había avanzado en mi
investigación de todas formas, más de lo que nunca llegué a imaginar
averiguando incluso cosas que no había conseguido la policía.
El viernes se presentó con mil dudas, no sabía muy
bien dónde dirigir mis pasos este fin de semana, por lo que ante mis dudas, me
senté a esperar que me llegase la inspiración.
Lo que sí que recibí fue la llamada de Rosa, una
antigua compañera de trabajo, dueña de una curiosa historia. Al año de casarse
enviudó repentinamente, la carretera la hurtó la compañía de su marido, lo que
nadie en la oficina pensaba es que las hormonas bullían en su interior, pobre,
con veintidós años se veía muy sola, demasiado para todos los años que contaba
vivir, lo que la llevó a una interesante estrategia de pesca con anzuelo. A los
cuatro meses de enviudar se despojó de su luto mental y comenzó a lanzar el
cebo en cualquier río e incluso charco donde hubiera peces, preferiblemente
besugos o más bien salmones desenfrenados por llegar al final del arroyo para
copular con cualquier hembra dispuesta a ello. Además ponía como aliciente el
morbo de hacerlo con la pobre “viudita”, ideal para mentes calenturientas:
Creo que fui de los primeros a los que mostró el
tentador cebo, pero siempre hice caso de Cela y su frase “donde tengas la olla,
no metas la p...” Y es que los líos entre compañeros de trabajo no suelen salir
bien, además no estaba seguro que solo me quisiera para un “apaño” sino más
bien creo que pensaba para un emparejamiento sin fecha de caducidad.
El siguiente pececillo se tragó el anzuelo con sedal
y todo, un pollito obeso y obseso al que los granos que marcaban su cara,
indicaban la verosimilitud del dicho que indicaba que el onanismo produce
erupciones cutáneas. Al principio alardeaba entre los compañeros de la cantidad
e intensidad de los encuentros carnales con la viudita de marras, solía rematar
la erudita charla con un: -Pues sí tenía hambre la pobrecilla.
Al poco tiempo al chaval ya no le empezó a gustar el
hacernos partícipes de sus habilidades en la cama, ni consentía chistes sobre
ello, por lo que dedujimos que la fase dos, o sea el noviazgo había comenzado,
éste fue muy breve pues al poco de celebrar el aniversario del óbito del primer
marido, llenó el libro de familia con una página más.
A los dos años se marcharon de la empresa y les vi
esporádicamente, supe que tuvieron una hija y que hacía unos años se habían
separado, al parecer el pececito había caído en las redes de la ludopatía, lo
que llevó a la destrucción del vínculo, no somos nadie.
Realmente no me llamó por teléfono, sino por ese
invento del diablo llamado “guasap” o algo así, realmente me pareció increíble
que me hubiera localizado, pensaba que ella hubiera perdido mi número de
teléfono a la par que yo perdí el suyo “quid pro quo”.
No sé muy bien si es cierto que la curiosidad mató
al gato, pero a mí me picaba (la curiosidad) de saber algo de su vida, suponía
que el tiempo, la edad y sobre todo la menopausia, habrían atemperado sus
instintos depredatorios, por lo que acepté tener una cita con ella, por
supuesto sin que lo supiera mi mujer.
Ella insistió que quedáramos en su barrio para tomar
unas cañas en un bar que conocía donde cantaba las excelencias de sus tapas,
como buen caballero que soy, acepté y el sábado por la mañana me encaminé hacia
la cita. Allí, en la salida del metro, me aguardaba ella sonriente, después de
los dos besos de rigor, caminamos por un bulevar aledaño mientras conversábamos
contándonos las nuevas en nuestras vidas. La encontré con buen aspecto, pocas
líneas de expresión en su rostro y el mismo tipo enjuto pero con las justas
redondeces en los lugares adecuados.
Llegamos a la puerta de un bar que estaba cerrado
por descanso del personal, “casualmente” era el tan alabado por ella y
“casualmente” era en la puerta de al lado de su casa, ante su insistencia de
pasar a tomar unas cervezas que ella siempre guardaba frescas en su
refrigerador, no tuve más remedio que aceptar.
Entramos en su casa y me dijo el consabido: -Ponte
cómodo.- Así que me senté en el sofá, un poco envarado, para qué negarlo. Ella
desapareció en la cocina y al poco apareció portando en sus manos dos vasos
llenos de cerveza, lamenté no haberla dicho que no bebía alcohol, supongo que
por un día no pasaba nada.
Seguimos charlando sobre nimiedades, como si ya
hubiéramos agotado todos los temas que teníamos en común, dejé en la mesita mi
vaso de cerveza casi vacío y al recostarme en el sofá algo se me abalanzó sobre
mí, cerré los ojos por puro pánico y abrí la boca, justo a tiempo pues otra
lengua que no era la mía se introdujo en ella. No fue lo único, una mano que no
era la mía se introdujo entre la cremallera de mi pantalón, hubiera jurado que
la llevaba cerrada no hacía mucho. Todo esto hizo que mi cuerpo se negara a
responder a mi mente y solo atendía a los impulsos de yo qué sé qué órgano que
pulsaba mi sangre por todas mis extremidades, todas.
Entre ellas se encontraban mis manos, por más que
intentaba detenerlas, ellas se hicieron con el cierre del sujetador de la fiera
que me estaba devorando y a la primera (!) conseguía desabrocharlo, por lo que
enseguida hubo un cambio en lo que se introducía en mi boca, ahora era un pecho
lo que ansiosamente besaba.
El cambio de posición hizo que me encontrara con
ella sentada sobre mí y que mi miembro se introdujera con su ayuda dentro de
ella, Dios mío – Pensé. - ¿Acaso no llevaba bragas? Pues no recordaba habérselas
quitado.
Después de un intercambio de fluidos, ella por fin
me liberó de su mortal abrazo por lo que pude relajarme y equilibrar mi
respiración. Se hizo un silencio entre los dos que me incomodaba sobremanera,
sentía el irrefrenable deseo de romperlo, pero a la vez sabía que debía decir
algo realmente conveniente, así que me arriesgué.
-
¿Así recibes a
todas tus visitas?
-
A ti sí, ya te
tenía ganas.
-
Qué susto, pensaba
que era con todos, incluido el que viene a revisar el contador del gas.
-
Desde luego no has
cambiado nada.
-
Tú tampoco.
Después de ducharme, corrí como alma que lleva el
diablo y me marché a casa andando a marchas forzadas para conseguir sudar un
poco, no es que fuera muy ducho en el arte de engañar a mi mujer, pero no
quería que un olor extraño delatase mi infidelidad.
Me sentía a la postre como el pececillo que no
quería ser, había picado en el anzuelo, no voy a negar que había recibido mi
compensación, pero no tenía nada claro que fuera a volverla a ver.
El resto del fin de semana lo dediqué a leer y a
estudiar, cosas ambas que tenía algo abandonadas, quizás sirvió como expiación,
o no.
Siendo tan fogosa la muchacha hubiera sido una proeza resistirse. Además a lo hecho, pechos! Un abrazo y feliz finde.
ResponderEliminarjajaja al final y después de tanto tiempo logro cazar la presa que tanto anhelaba. Menos mal que una buena ducha lava todos los pecados. Un abrazo.
ResponderEliminarNada como uma aguada para lavar a alma.... ahahaha
ResponderEliminarAdmiro seu dom para a escrita.
Beijo.
Deja ya de soñar y saca algo de tiempo para vernos. Las únicas que pillas son las cañas, las chicas siempre se te escapan. Por algo será.
ResponderEliminarZorro Corredero
Uf, mereció la pena leer todos los capítulos que me perdí al final se me hicieron cortos. besos.
ResponderEliminarJajaja
ResponderEliminarEse fin de semana concediste un respiro a la investigación del caso de Ana, pero te regalaste el excitante sobresalto jaja.
luego continuaré leyendo.
:))