III
La semana transcurrió plácidamente y más con la
cantidad de elementos que había conseguido con los mil euros de mi pareja de
clientes, además de una cena con mi mujer terminando la velada en un teatro.
En el trabajo cada vez que podía, me conectaba a
internet buscando cualquier información general sobre el caso que me ocupaba,
entré en las hemerotecas de los periódicos, pero solo informaban sobre
conjeturas e información muy general y conocida por mí, no encontré nada
especial.
Llamé así mismo al director del Colegio Mayor
Nuestra Señora del Abeto, para solicitar una entrevista con él, preferiblemente
el viernes por la tarde, aprovechando que no trabajo en ese día y en ese
horario, al otro lado del teléfono una voz ronca y potente tras unos segundos de
vacilación y ante mi insistencia en el hecho de que iba autorizado por los
padres, aceptó la visita.
Pensaba que era el movimiento más lógico que debía
hacer, primero hablar con el director y conseguir después su permiso para echar
un vistazo al dormitorio de Ana e intentar hablar con sus vecinos de cuarto y
posibles amistades que tuviera en el Colegio. A continuación pensaba ir a la
facultad donde intentaría también localizar a personas que la conocieran. A
partir de ahí, poco me venía a la cabeza sobre otros pasos a dar, según se
dieran mis dos visitas, así seguiría con mi investigación.
Me sentía un detective dominguero, solo podría
ocuparme del caso los fines de semana lo que no sabía era como podría acomodar
mi horario de trabajo a mis actividades de investigación. El viernes por la
tarde, después de comer me acerqué a Moncloa, en la calle San Francisco de
Sales se hallaba el Colegio Mayor, en conserjería me presenté y advertí que el
director me aguardaba. Después de la pertinente comprobación, el cancerbero me
abrió las puertas y me indicó como llegar al despacho, al ver la puerta
cerrada, llamé con los nudillos antes de girar el picaporte y pedir permiso.
-
¿Se
puede?
-
Adelante,
pase por favor.
Ante mí, en un despacho de paredes forradas de
madera, la figura del director se asomaba detrás de un recio escritorio de
madera noble, nada que ver con los existentes en la oficina donde trabajo,
muebles más funcionales de tiras de madera prensada. A su lado en un armario
bajo, unas fotografías enmarcadas en plata, mostraban a mi anfitrión junto a un
expresidente del gobierno de cómico bigotillo y otra con el actual presidente.
Al lado una banderita de España enrollada en sí misma, no terminaba de ocultar
que el escudo que portaba era de otra época del siglo pasado.
-
Buenas
tardes, mi nombre es Jose Antonio y como ya le dije por teléfono, los padres de
Ana me han comisionado para que indague sobre su desaparición.
-
José
Luis Carrasco, esto es realmente irregular, pero todo sea por el bien de Ana.
Me tendió una sarmentosa mano tan escurrida y
huesuda como él. Alto, delgado y casi calvo en su totalidad, parecía que se
escudaba tras unas gafas de un modelo pasado de moda, la camisa le quedaba
holgada y por la abertura del puño una línea azul indicaba que ocultaba un
tatuaje, no de color sino más bien de un color azulado como los que recordaba
haber visto a legionarios o ex presidiarios.
-
Lo
primero que se me ocurre es preguntarle si hay algo especial o nuevo además de
lo que declaró a la policía.
-
No,
en absoluto, nada nuevo.
-
¿Algún
otro alumno se ha dirigido a usted, con nueva información?
-
Nada,
ya le digo.
-
Respecto
a la vez que llegó ebria y usted tuvo que llamar a sus padres ¿Qué me puede
decir?
-
Pues
lo mismo que le dije en su momento a sus padres, el conserje detectó que
llegaba en un estado calamitoso, es más la tuvo que llevar en brazos hasta su
habitación. A continuación llamó a urgencias pues estaba cerca del coma
etílico.
-
¿No
le avisaron a usted primero?
-
No,
el protocolo es muy claro. Al ser un sábado por la noche, no hay servicio
médico en el Centro, por lo que se llama directamente a urgencias, luego se
abre un parte de incidencias que me llega a mí el lunes por la mañana.
-
¿Sabe
si llegó sola o venía acompañada?
-
Al
parecer según me contó el conserje, la trajeron en un coche y ella como pudo
llegó sola hasta la puerta, no llegó a ver a nadie.
Mientras le hacía preguntas, no dejaba de frotarse
las manos y mover los ojos de un lado para otro, no era ocasional, más bien
parecía su forma de ser, un tipo nervioso, seguro que la úlcera de estómago era
una fiel acompañante suya.
-
¿Tenía
Ana muchas amistades aquí?
-
¿Cómo
saberlo? ¿Sabes usted cuántos chavales tengo aquí? Bastante tengo con el
control de los empleados, el comedor, poner vigilantes para evitar novatadas,
buscar ponentes para darles conferencias de su interés y mil cosas más.
-
¿Podría
visitar su habitación? No sé si se la han adjudicado a otro estudiante.
-
¿A
estas alturas del curso? Imposible, está tal cual la dejaron sus padres cuando
se llevaron sus cosas.
Salimos del despacho en busca del ascensor, por el
camino le oí mascullar: -Eso me pasa por admitir a paletos muertos de hambre. –
Conociendo a su familia, en eso se equivocaba gravemente, después de varias
generaciones emparejándose endogámicamente Paco y Elvira tenían abundancia tanto
en tierras, como en casas y pajares, de hecho tras vender un par de huertos en
terreno edificable, con el beneficio edificaron una casa de tres alturas
abandonando el solar de sus ancestros, una vieja casa donde en la entrada, una
añosa acacia les daba sombra en el estío. Bajo el árbol mis recuerdos me
llevaban a evocar la imagen de varias mujeres, entre ellas mi madre, tejiendo o
haciendo ganchillo al amor de una radio.
Abandoné mis pensamientos justo al llegar a la
habitación que me señaló como perteneciente a Ana, la cama hecha daba
apariencia de normalidad al lugar, abrí los armarios y los encontré totalmente
vacíos, frente a la cama, pegados con cinta adhesiva un poster de un cantante
de moda y al lado contemplé sonriente una postal de su pueblo. Alameda del
Valle relucía en una fotografía hecha desde el puente del río Lozoya, a la izquierda
la figura de la iglesia se imponía sobre
el fondo montañosos y algo nevado de los montes Carpetanos, en el centro el
camino hasta la plaza del ayuntamiento y a la derecha el viejo sauce llorón
que, para mi desgracia, hurtaba precisamente de la vista, la casa de mi madre.
Abrí el cajón de la mesilla y observé que también se
hallaba vacío, al intentar cerrarlo noté que no
conseguía hacerlo del todo, había algo que lo impedía, saqué el cajón y
tras arrodillarme vi un pequeño objeto al fondo, metí la mano y saqué una
pequeña cruz repujada en plata.
-
Una
cruz copta. – Dijo el director.
-
¡Ah!
¿Sí?
-
Sí,
bueno, eso parece.
Hubiera jurado que lo vi ruborizarse, las manos le
temblaban nerviosamente, me pidió la cruz y se la di, la manoseó dándola varias
vueltas, como si fuera una llave en vez de una cruz, se la acercó a los ojos y
tras observarla un tiempo, al fin me la devolvió.
-
¿Le
dice algo la cruz?
-
No,
no, en absoluto, jamás la había visto.
A mí no me daba esa impresión, pero no podía
insistir sin dejarlo por mentiroso.
-
Me
la quedaré si no le importa para entregársela a su familia.
-
Bien,
me parece muy bien.
-
Para
terminar, me gustaría que me autorizara a preguntar a sus vecinos de habitación
si la conocían a ella o a sus amistades.
-
No
lo sé, esto me parece muy irregular, tenga en cuenta que tengo que velar por la
intimidad de mis clientes.
-
No
se preocupe, no les molestaré más que lo imprescindible, solo será un momento,
unas preguntas, no creo que sea una molestia.
-
Está
bien, vamos.
-
Perdón,
me gustaría hacerlo yo solo si no hay ningún impedimento, si le ven a usted es
posible que no hablasen con libertad.
Se me quedó mirando con cara inquisitorial,
Torquemada mismo no me habría mirado con mejor cara después de manifestarle mi ateísmo,
al final una nerviosa mirada a su reloj le obligó a decidirse.
-
Mire,
yo tengo mucho trabajo que hacer, haga usted lo que quiera, pero por favor
respete el centro y no moleste a los chicos.
-
No
se preocupe, confíe en mí, solo será un momento.
Apenas musitó una despedida y rápido tomó el camino hacia
las escaleras, siquiera esperó el ascensor.
En el pasillo me quedé pensativo, estaba claro que sabía
más de lo que quería aparentar. – En fin suspiré, vamos a preguntar a los
vecinos. – Y me encaminé hacia la puerta de al lado.
Me he leído los 3 capítulos de una sentada, sigue, sigue que ya estoy enganchada. Muaaak.
ResponderEliminarAos poucos vamos sabendo de tudo... são capítulos entretidos, bem escritos... aguardando outros mais! ;)
ResponderEliminarBeijos, precioso, e boa semana.
Estas lanzado, no se de donde sacas tiempo para realizar tus aficiones, foto, escritura, viajes a la Sierra... je,je,je :) Un abrazo!
ResponderEliminarEso es lo que me pasa, que no paro, lo malo es que se lo quito al estudio y así me va, que llegan los exámenes y no me presento.
EliminarUn abrazo
Y dices que la cruz le resultó familiar al director? él se la regaló? el director logró que ella se marchara y desapareciera? la acosaba?
ResponderEliminarmuchas preguntas que poca a poco se resolverán...
un abrazo
¡Uy, esa cruz parece que esconde algo, al igual que el director! Estoy intrigadísima. A ver qué dicen los compañeros.
ResponderEliminarMe resulta muy extraño tanto nerviosismo en el director, si realmente no esconde nada.
Me tienes intrigado con tus relatos.... espero conseguir llegar al final sin perder los nervios...jijijiji
ResponderEliminarun abrazo
fus