Estoy viendo al gran Serrat cantar en la gala de los Goya "los fantasmas
del Roxy" y no tengo por más que recordar los fantasmas del Río y del
Bristol, mis dos cines favoritos y próximos, uno del otro apenas estaban
separados por cincuenta metros y realmente no se hacían competencia, El
Bristol era más señorial, pertenecía a una cadena que recibía estrenos
de segunda categoría con discotecas en el sótano del cine, aunque en el
caso del Bristol esto no sucedía.
Acontecía también que en el Bristol solían echar películas que apenas evitaban por los pelos la censura franquista, auenque fueran de dos rombos y estaban clasificadas para mayores de dieciocho años filmes como "las que tienen que servir" y la sublime "¿Qué hiciste en la guerra papi?
En en cine Río las películas no solían tener ese problema, su pantalla se llenaba con películas de humor como las de Luois de Funes, westerns y películas de humor patrio, del blanco más inmaculado, películas de acción o dramas como la adatación cinematográfica de "Lucecita".
En el Río acontecía que al ser de sesión contínua, en ocasiones me compraba un bocadillo y una cocacola y entraba a las cuatro de la tarde y me quedaba a repetir la primera película, por lo que no salía hasta casi las diez de la noche.
La soledad siempre me persiguió y muchos domingos ese fue mi plan. Un plan feliz, pues después de un libro no hay nada como ver una película para vivir desde entro una vida, una sensación sublime de flotar en un mundo feliz.
Acontecía también que en el Bristol solían echar películas que apenas evitaban por los pelos la censura franquista, auenque fueran de dos rombos y estaban clasificadas para mayores de dieciocho años filmes como "las que tienen que servir" y la sublime "¿Qué hiciste en la guerra papi?
En en cine Río las películas no solían tener ese problema, su pantalla se llenaba con películas de humor como las de Luois de Funes, westerns y películas de humor patrio, del blanco más inmaculado, películas de acción o dramas como la adatación cinematográfica de "Lucecita".
En el Río acontecía que al ser de sesión contínua, en ocasiones me compraba un bocadillo y una cocacola y entraba a las cuatro de la tarde y me quedaba a repetir la primera película, por lo que no salía hasta casi las diez de la noche.
La soledad siempre me persiguió y muchos domingos ese fue mi plan. Un plan feliz, pues después de un libro no hay nada como ver una película para vivir desde entro una vida, una sensación sublime de flotar en un mundo feliz.
Precioso conto... você se baseia na vida real ou tem essa imaginação toda típica de grandes escritores?
ResponderEliminarBeijo
En este caso es real, eran mis cines favoritos, un beso querida amiga
ResponderEliminar