No hay nada como viajar en tren. Eso afirmo y
eso creo, sobre todo en los viejos vagones azules de RENFE, la alta velocidad
ha traído al viaje en tren lo que las autovías al viaje en automóvil, es decir
la nada, espacios vacíos, monótonos campos cuadriculados sin un ápice de
aventura por entrar en paisajes ignotos a nuestros ojos.
Sí, eran muy incómodos los vagones de segunda
clase para viajes de más de cuatro horas. Y no digo nada cuando era el expreso
de Algeciras, diez horas de traqueteo infernal sin posibilidad de descanso encajonado
en incómodos escaños. Alguna vez viajé en primera pero el resultado era casi
igual, la diferencia era un asiento basculante en el que podías escaquear tus
pies con el asiento del de enfrente, siempre que éste ocupante quisiera.
¿Entonces cuál era la mejor manera de viajar
en tren? Sin duda la litera. Nunca tuve el monetario suficiente para permitirme
a mí y a mi familia para viajar en coche cama, pero con un pequeño esfuerzo
podía adquirir cuatro billetes en litera donde el descanso nocturno estaba
asegurado.
El traqueteo nocturno en las literas nos
mecía y el sueño acudía presto, sobre todo después del acarreo de maletas para pasar
las vacaciones de verano. El amanecer era lo mejor, traspasados los monótonos
campos de olivos de Jaén, la sierra de Grazalema se mostraba en pleno esplendor.
El río abajo en la quebrada bordeado por adelfas, que para entonces reventaban
de colores blancos y rosados, nos daban la tremenda sensación de altura sobre
la que circulábamos atravesando túneles eternos.
Al final se llegaba al Campo de Gibraltar,
con sus manchas eternas de alcornoques con sus troncos repelados una y otra vez
y sobre todo el olor, un olor rancio y extraño a algo que no era capaz de
distinguir, algo que a quien como yo, de tierra dentro era incapaz de concebir,
el mar. Primero representado por El Peñón y después por una mancha azul verdosa
en la que no se distinguía el agua del cielo.
Para mi desgracia, o mi favor, el viaje se
acababa, los huesos doloridos volvían a encajarse y el espectáculo visual
terminaba para de nuevo bajar las valijas y de nuevo acarrearlas por el andén.
Que bonitos recuerdos de los viajes en tren de mi infancia cuando dormiamos en literas, cuando ibamos en nuestras vacaciones de verano a Alicante. Aquellos viajes en tren si que tenian encanto y los saboreabas y disfrutabas, no como ahora con los AVES, con los que la velocidad ha acabado con la experiencia de vivir el viaje.
ResponderEliminarSem dúvida alguma, as viagens de trem que fiz para o sítio de meu tio nas férias de verão ficarão marcadas docemente na minha memória...
ResponderEliminarGracioso relato... um beso