El tabuco estaba lleno de telarañas y
polvo, apenas había sitio para moverse pues la mesa casi lo llenaba por
completo. Era una recia mesa de trabajo, de las que hacía varias décadas que
nadie era capaz de molestarse en fabricar, apenas desbastada, sus
protuberancias se me clavaban en varios lugares de mi maltrecha espalda, pero
claro, eso a él no le importaba.
Le oía trastear pero en la posición en
que me encontraba era incapaz de averiguar qué diablos estaría haciendo, al
parecer había abierto un cajón con cierta dificultad y removía los objetos
metálicos de su interior. Cambió de situación ahora, moviéndose hacia mis pies,
apenas vislumbré el volumen de su cuerpo vestido con un recio sayón de lino
crudo.
Entonaba una repetitiva salmodia
apenas audible e ininteligible por la que cada cierto tiempo daba un taconazo
en el suelo lo que le hacía volver a cantarla de nuevo una y otra vez. Tenía la
extraña virtud de revolverme el estómago y tenía que contener las bascas que de
vez en cuando me acometían, sabía que si me rendía al vómito podría asfixiarme,
la mordaza impedía cualquier trasiego de fluidos, aire incluido.
Por enésima vez intenté zafarme de mis
ligaduras con el mismo resultado negativo, habían sido realizadas a conciencia,
solo podría liberarme de ellas de la misma manera que Alejandro deshizo el nudo
gordiano.
Extrañamente apenas estaba nervioso ni
angustiado, a pesar de la situación en que me encontraba, mi corazón latía
pausadamente cuando lo lógico es que corriera desbocado, es posible que me
hubiera hecho tragar cualquier medicamento tranquilizante en algún momento del
que no tenía conciencia ni recuerdo.
Con un postrero zapatazo calló
repentinamente, se dio la vuelta y se acercó a la meda donde me hallaba
tumbado, se arremangó y del cordón que llevaba por cinturón sacó un largo
cuchillo lleno de orín, lo levantó sobre su cabeza y bajándolo de golpe hacia
mi corazón gritó:
-¡Amén!
Que conto mais intrigante!!! O.O
ResponderEliminarBeijo