Cuando paso por la que fue la casa de mi abuela en la Sierra,
no puedo dejar de mirar hacia una esquina en la valla de piedra. El patio era
mi campo de juego de los veranos, cada rincón del cercado de grandes piedras
berroqueñas era un lugar que me llevaba a la fantasía, en especial una piedra
cimera ahorquillada. Era mi trono, sentado a horcajadas servía para todo, si
imaginaba una lucha contra los feroces apaches, era la silla de montar de mi
caballo "Furia" mientras yo era un miembro del Séptimo de caballería,
o llevando en ristre una vara de sujetar judías, era Ivanhoe en una justa
contra el "caballero negro" Incluso servía aferrando un plato de
peltre de la cocina, era Stirling Moss en la carrera de las Mile Miglia.
Hace veinte años que mi tío compró la casa, la abatió y reformó el patio, por más que miro no la he vuelto a ver, todo queda atrás, incluso la niñez.
Hace veinte años que mi tío compró la casa, la abatió y reformó el patio, por más que miro no la he vuelto a ver, todo queda atrás, incluso la niñez.
De la otra valla medianera no guardo gratos recuerdos, una
tarde de verano vestido solamente con un bañador, no sé qué me pudo pasar que
perdí el equilibrio y caí al otro patio aterrizando en una enorme mata de
ortigas, creo que ese día el vinagre se agotó en casa de mi abuela.
El patio guardaba muchos lugares especiales para mis juegos,
donde antaño estuvo el cenicero (éste era el lugar donde se quemaban los pocos
desechos sólidos que se producían) quedó una arcilla muy moldeable para crear
fortificaciones para mis “montaplex”
Veo a mi abuelo cavando
en el patio, abatiendo una de las cochiqueras y cavando un profundo hoyo y creando un pozo
negro, para que por fin tuviéramos un aseo donde hacer nuestras necesidades sin
tener que ir con mayor o menor prisa hacia el prado más cercano. Recuerdo las
páginas amarillas colgadas en la pared como áspero remedo de papel higiénico,
cosas de gente que pasó mucha hambre y necesidad y que aunque no conocían el
vocablo reciclaje, ellos eran capaces de nunca tirar una lata de conservas que
bien se podía convertir en una maceta.
Miro la foto que me hicieron en la valla sobre mi piedra y
veo mi mirada triste, ya no recuerdo lo que pensaba en aquel momento, quizás
que estaba harto de las sandalias de goma que tenía que llevar para ir al río y
que me hacían tener los pies siempre sudando lo que sumado al polvo del camino
formaban siempre unos churretes pintorescos en mis pies.
Quizás fuera el dolor de verme con el pelo cortado a tazón,
pues en la Sierra el peluquero era “amateur” y uno podía salir con un moderno
corte de pelo a la “parisien”.
A lo peor es que
presentía en el pueblo tan mediocre y maltratado por un urbanismo de
domingueros que iba a acabar con todas las típicas casas castellanas de
montaña, con sus pajares y sobre todo con las recias vallas de piedra donde
aluna vez un rapaz jugó.
Que carita!!!
ResponderEliminarQue carita!!!
ResponderEliminarJaja, parezco buen chico
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