sábado, 5 de marzo de 2016

Cuartillas ajadas por el tiempo

Me atreví, era un reto que tenía desde la niñez. El caserón de Alameda llevaba décadas abandonado, sus altas vallas de piedra eran impenetrables para los zagales que intentábamos desde nuestra infancia entrar y jugar con los secretos que guardaban sus recios muros y sus altas paredes.
Desde cualquier lugar del pueblo era visible lo que le hacía más especial, no conocíamos a nadie que hubiera podido traspasar sus muros, era un reto imposible de conseguir, tres metro de pared eran demasiado para cualquier escalada con escalera o sin ella.
Pero un día la ocasión la ocasión la pintaron calva. Nunca sabré el porqué de la apertura del altísimo portón, pero no me lo pensé a sabiendas de que si en algún momento era cerrado, mi salida se vería terriblemente problemática lograrla.
No me lo pensé, después de atravesado el portón, me introduje en el patio y de allí directamente a la puerta principal bajo un dosel acristalado. La entrada estaba espléndidamente rematada por una escalera de mármol, algo raro en la sierra donde el granito campaba. Había algo que me llevaba a la primera planta, fui directo sin pararme en mientes a mirar en derredor. Una habitación me impelía a entrar en ella. El polvo se amontonaba desde tiempos inmemorables y desde una grieta de la contraventana un haz de luz me guiaba a un bargueño, y de él un cajón era el señalado.
Me sentía una marioneta guiada sin voluntad, desde el principio sabía que algo era lo que me daba órdenes a mi subconsciente y que mi camino estaba marcado. Pero no podía dejar de obedecer, abrí el cajón y en mi interior sabía lo que iba a encontrar, un fajo de hojas de papel amarillento por el tiempo anudado por un lazo de raso rosa.
En ningún momento pensé que hacía mal, lo tomé como quien coge algo propio, sabía en mi interior que era algo mío. No necesité investigar las salas anejas del edificio, salí de allí y me dirigí a mi casa.
Como una comadreja que hubiera asaltado un gallinero partí hacia el dormitorio de la casa de mis padres. Ellos habían comprado una vieja casa y la habían acondicionado, en la planta aja se situaba la cocina con una chimenea ancestral , la cocina y la habitación de ellos. El la planta superior, donde estuvo la cámara, hicieron dos habitaciones, una compartida por mis hermanos y la otra para mí solo. En invierno eran terriblemente frías, pero en verano, como era el caso ahora, el frescor hacía que se disfrutase de un verano feliz.
De los tiempos de la vieja casa de Vallecas, en mi habitación quedaba un escritorio donde en tiempos estudiaba y ahora, para mi desgracia, seguía haciéndolo pues la física siempre la “arrastraba” para septiembre. Tomé el atado de folios y con infinito cuidado deshice el nudo tan primorosamente anudado.
Lo primero que me vino a la cabeza fueron los escritos de mi viejo profesor de primaria, Don José, con su pluma tenía una caligrafía primorosa que aun siendo un educando a punto de desasnar envidiaba su arte. Pues bien, todos los folios seguían esa línea primorosa de alguien que escribe con pluma y tinta china en cuartillas de dos líneas escribiendo palabras perfectamente encastradas. Ni los afamados Cuadernos Rubio eran capaces de hacerlo con tal perfección.
El atado de cuartillas ajadas por el tiempo era una especie de diario, no figuraba la fecha, pero hubiera jurado que un siglo llevaban escritas. Apolilladas por el tiempo y los ácaros su transcripción era a veces complicada..
Comencé a leer la cuartilla que se encontraba en la parte inferior al suponer que sería la primera de la serie y el resultado no dejó de asombrarme.

Alameda del Valle. 6 de Julio de 1882
Amor mío.
Escribo esta carta y otras que la seguirán con la esperanza de que algún día pueda hallar la manera de hacértelas llegar. Desde aquél infausto día en que a mi progenitor le otorgaron el cargo de secretario del ayuntamiento de este villorrio, sabes que he estado rezando fervorosamente para que no llegara este aciago día. Pero ni mis rezos ni mis súplicas a todos los santos sirvieron para nada.
Tres días de traqueteo insufrible en el carro donde transportábamos los muebles que nos acompañarán, no esperamos hallar muchas comodidades, pues ya te he dicho que las referencias que teníamos eran de un villorrio olvidado por el tiempo, por Dios y por los hombres.
Mis temores se confirmaron cuando llegamos a la aldea, apenas cuatro casas se pueden llamar así, además de la iglesia y el consistorio, hay dos que pertenecen a unos ricos boticarios que, según refiere mi padre, hicieron su fortuna con usuras y malas artes y otra al médico del pueblo, ésta algo más modesta. La que tenemos por asignación es un recio caserón del que tiemblo al pensar la cantidad de leña que debe de hacer falta para calentar sus alcobas en los crudos inviernos serranos que nos aguardan.
Te diré que..
 
A partir de aquí el tiempo y la humedad fueron inmisericordes con el papel, lo que hizo que la misiva terminara abruptamente, para mi desgracia, no sería la única vez que eso ocurriera.
Me atreví a tomar la siguiente cuartilla y comencé a leer:

Alameda del Valle 9 Agosto 1882

Amor mío.

Continuo contándote cómo estoy aquí, ya te dije que parece que estemos en otro mundo (ilegible varias líneas)

El 25 de Julio fueron las fiestas mayores (sic) y la romería a una hermita (sic) en las afueras de la población, hubo misa y baile con dulzaineros y creo que esto haq sido lo único que me ha causado diversión desde que llegué.

Las gentes del lugar a pesar de la miseria que arrastran, no dudaron en vestir sus mejores galas para acudir a venerar a la imagen de Santa Ana, tienen una vieja talla de varios siglos de antigüedad a la que veneran y llevan en andas desde el pueblo.

Tras la misa, hacen una comida bajo la sombra de los chaparros circundantes, donde sacan productos de la matanza que les deben de quedar en las despensas. El ayuntamiento por su parte, reparte dos arrobas de vino entre los romeros y  es que a pesar de la cortedad del pueblo, éste cuenta con un fielato donde se pagan las tasas correspondientes al trasiego del vino.

(Siguen de nuevo varias líneas ilegibles) el calor a pesar de estar en agosto es mucho mejor que el que supongo que padecerás en Madrid, las noches ya son frescas y tenemos que echarnos un chal sobre los hombros nada más llegar el ocaso. Como ya te conté, la única diversión vespertina en las tardes eternas de verano es pasear por la calle Grande arriba y abajo, además de los días especiales que mi padre nos lleva a Rascafría  y podemos pasar a comprar telas e hilos para poder bordar y llenar nuestros días con trabajos de costura, cosas de mujeres.

Como siempre atesoro estas cartas por si algún día consigo hacértelas llegar.

Con todo mi amor.

Águeda.






1 comentario:

  1. Que conto impressionante, embargado de emoção... algumas cartas ficam, porque talvez servirão de história para os que ficam...
    Um beso

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