viernes, 25 de marzo de 2016

Pobrecilla



Te llamé y no me contestaste. Ante mi oído sonaron todos los tonos hasta que una voz metálica me indicó un nosequé si me apetecía dejarte un mensaje, por supuesto que no lo hice, ¿Colgué? Es una frase hecha, en un móvil eso es imposible, ahora es preciso decir que le di a la tecla roja, y eso es lo que ocurrió.
Era la segunda vez que me ocurría. El día de tu cumpleaños te llamé compulsivamente, ansiaba hablar contigo. No me cogiste el teléfono, la comunicación fue imposible ¿Tenías problemas? Quizás yo te hubiera podido ayudar, “Quid pro quo Clarice” Decía Hannibal Lecter.
Hay dos cosas que soy incapaz de no introducir en un relato: Un “latinajo” y una cita de una buena película. Esta vez me ha venido al pelo, dos por uno.
¿Cuál es el motivo por mi obsesión? Ni yo mismo lo sé, te vi en la plaza de Colón con tu sonrisa y allí se me paró el mundo. En cualquier otra ocasión no me hubiera molestado, pero entendí, o así lo creí en aquel momento, que tú eras especial ¿Craso error?
Un día fabuloso, promesas de volver a vernos, algunas comunicaciones cada vez más escasas y de repente el silencio, no hay comunicación, silencio, fin.
Un problema familiar grave tuyo, lo entiendo, te vuelvo a llamar, no contestas, te escribo, me pongo a tu disposición, un escueto “gracias” y punto.
Las cosas han cambiado, hoy tengo por fin una ilusión, es una ilusión peligrosa e incluso pecaminosa, pero el riesgo siempre me atrajo. Tú no estás allí, ni como amiga ni como confidente, te lo está perdiendo, es una aventura apasionante, pero claro, tú continúas en tu torre de marfil, quizás cada uno tiene lo que se merece y en eso estamos bien repartidos, cada uno con lo suyo.
Cuántas confidencias habríamos compartido, lo sabes muy bien, tú lo has querido así, he salido de tu vida ¿Acaso eso es lo que querías? Poco te duran las amistades, pobrecilla.

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