Te llamé y no me contestaste. Ante mi oído
sonaron todos los tonos hasta que una voz metálica me indicó un nosequé si me apetecía dejarte un
mensaje, por supuesto que no lo hice, ¿Colgué? Es una frase hecha, en un móvil
eso es imposible, ahora es preciso decir que le di a la tecla roja, y eso es lo
que ocurrió.
Era la segunda vez que me ocurría. El día de
tu cumpleaños te llamé compulsivamente, ansiaba hablar contigo. No me cogiste
el teléfono, la comunicación fue imposible ¿Tenías problemas? Quizás yo te hubiera
podido ayudar, “Quid pro quo Clarice”
Decía Hannibal Lecter.
Hay dos cosas que soy incapaz de no
introducir en un relato: Un “latinajo”
y una cita de una buena película. Esta vez me ha venido al pelo, dos por uno.
¿Cuál es el motivo por mi obsesión? Ni yo
mismo lo sé, te vi en la plaza de Colón con tu sonrisa y allí se me paró el
mundo. En cualquier otra ocasión no me hubiera molestado, pero entendí, o así
lo creí en aquel momento, que tú eras especial ¿Craso error?
Un día fabuloso, promesas de volver a vernos,
algunas comunicaciones cada vez más escasas y de repente el silencio, no hay
comunicación, silencio, fin.
Un problema familiar grave tuyo, lo entiendo,
te vuelvo a llamar, no contestas, te escribo, me pongo a tu disposición, un
escueto “gracias” y punto.
Las cosas han cambiado, hoy tengo por fin una
ilusión, es una ilusión peligrosa e incluso pecaminosa, pero el riesgo siempre
me atrajo. Tú no estás allí, ni como amiga ni como confidente, te lo está
perdiendo, es una aventura apasionante, pero claro, tú continúas en tu torre de
marfil, quizás cada uno tiene lo que se merece y en eso estamos bien
repartidos, cada uno con lo suyo.
Cuántas confidencias habríamos compartido, lo
sabes muy bien, tú lo has querido así, he salido de tu vida ¿Acaso eso es lo
que querías? Poco te duran las amistades, pobrecilla.
Falta de afinidade...
ResponderEliminarBeijo