martes, 29 de marzo de 2011

Crimen perfecto

Hoy he cometido el crimen perfecto, si, no me miren así, yo tampoco lo creía, pero he salido impune y eso es lo que cuenta. ¿Cómo se consigue? Muy sencillo, estando en dos lugares a la vez, pero no me pregunten como, ni yo mismo se como lo he hecho.


Parecía un domingo como otro cualquiera, igual de aburrido, lo de siempre, a primera hora sillón-bol, comida, siesta y por la tarde un paseo con mi mujer, viendo los mismos escaparates de todos los domingos, lloviznaba, pero no lo suficiente para abrir el paraguas, en Abril, ya se sabe, iba mirando distraído las baldosas del suelo, seguía con mi estúpida manía de no pisar las rayas entre las baldosas, sólo dentro de ellas, son recuerdos de cuando era niño, en las calles sin empedrar del pueblo donde vivía, jugaba con mi hermano a pisar sólo las piedras y no la tierra, “Quien pisa canto, mañana es su santo, quien pisa tierra, mañana le entierran” cantábamos mientras saltábamos de piedra en piedra, logrando a veces no pisar el terreno haciendo mil piruetas, buscando difíciles equilibrios abriendo los brazos.

Creo que no pensaba en él, incluso creo que no pensaba en nada, pero de pronto perdí mi cuerpo, si, así como suena, me sentí etéreo pues volaba, iba por medio de la avenida sorteando los coches al principio, para después atravesarlos en cuanto cogí confianza, la verdad es que no sabía que podía hacerlo, hasta que al esquivar a una moto, me empotré contra un autobús. Realmente no me empotré, sino como ya he dicho lo atravesé, pasé por el cristal, y me recorrí todo el pasillo atravesando también a todos los pasajeros que en ese momento viajaban en él, luego el motor y por fin de nuevo en la calle.

Me sentí en un estado de euforia como nunca había sentido, si hubiera tenido brazos, los habría abierto como los pájaros para intentar sentir el aire chocar contra mi cuerpo, planear y hacer piruetas, aunque mentalmente lo hice y conseguí tener algo parecido a ese sentimiento. Después de varias piruetas y sobrevolar el barrio, una fuerza irresistible me llevó hacia el estadio, allí el equipo del barrio que este año milita en segunda, jugaba uno de sus comprometidos partidos, el ascenso estaba cerca y las gradas estaban a reventar, atravesé el graderío y entre tanto publico le vi, allí estaba aplaudiendo a rabiar las acciones de los jugadores, recordé de golpe el odio que sentía por él, toda mi rabia, todo el desprecio, mil y un sentimientos afloraron de golpe, estaba encendido, si tuviera sangre, toda se habría agolpado en mi cabeza, sin pensarlo, me abalancé contra él, le atravesé y me quedé dentro, todo lo veía rojo, pero rápidamente me orienté, sobre todo por el ruido, nada que ver con un reloj, pero su compás fue lo que me guió, palpitante, activo, allí estaba el musculo más importante del cuerpo, con mis manos figuradas, lo aferré anclando mi deseo en él, poco a poco conseguí reducir su ritmo, hasta casi detenerlo del todo, noté como mi victima se levantaba, desplazó su brazo derecho hacia el pecho, intentando detener el intenso dolor que iba brotando, no lo consiguió por lo que abrió la boca para pedir ayuda, un sonido gutural es lo que consiguió emitir mientras caía hacia delante, rápidamente acudieron las asistencias, intentaban reanimarle, pero allí estaba yo atenazando mi presa sin aflojar un ápice, no se me iba a escapar.

Al cabo desistieron, yo también solté aquel péndulo detenido y abandoné aquel cuerpo yerto, me entretuve un instante regodeándome de mi obra y salí del estadio y del bramido de sus aficionados. Desande el camino para volver a encontrar mi cuerpo, me introduje en él mientras mi esposa me decía:

- Desde luego es que estás como atontado, toda la tarde yo venga a hablar y tú con esa cara de bobo sin decir ni pio.

Dimos por terminado el paseo y el triste domingo, aunque por dentro sentía una luz en mi interior que me daba un calor y una satisfacción que hacía tiempo que no sentía, parecía que había repostado una energía vital, realmente me sentía mejor.

Amaneció un nuevo lunes, de nuevo la rutina de volver al trabajo, la misma mesa, los mismos papeles, las mismas caras de los compañeros.

- ¿Recuerdas a Juan, el del concesionario que te vendió el coche?

- Claro que si.

- Pues fíjate, ayer estaba en el campo del Rayo y le dio un infarto, la ha palmado el tío, ha salido en los periódicos y lo dijeron anoche por la radio.

- ¡Que se fastidie! No tengo ningún pesar, me vendió una autentica carraca.

Mi compañero me miró con cara de estupor, no imaginaba mi odio hacia ese personaje, ni imaginaba la verdad de su muerte. Me eché para atrás en mi silla y tabaleando con los dedos sobre la mesa, pensé en el próximo domingo y en todos los demás, afortunadamente para mí, ya no iban a ser tan aburridos.

 

jueves, 24 de marzo de 2011

Memorias encontradas bajo una lapida

Creo en fantasmas, no tengo más remedio, soy uno de ellos, huyo de las luces y me refugio en las sombras, odio la luz del sol y todo lo que pueda ser alegre, rechazo el calor y adoro el frío y la humedad, ese es mi ambiente.

Siempre, siempre empiezo a andar con el pie derecho, en los semáforos y en el metro, será por eso que no me han atropellado nunca, hay que usar todas las armas a nuestro alcance, en los peores días de mi vida me levanté con el pie izquierdo, se me cayó la sal, pasé por debajo de una escalera y rompí un espejo, ese es el castigo que nos mandan de arriba por nuestra osadía, comí de la manzana del jardín del bien y del mal, vedada a los de mi especie, más no recuerdo si fue Eva o la sierpe el que me sedujo, seguro que soy inocente en mi original pecado.

¿Qué puedo decir de mí? Pues subo por la calle camino de casa y siempre me la encuentro, enorme, ocupando la calle, insolente, bullidora, no me deja tranquilo, me habla y la escucho, asiento una y mil veces, rezo para que se calle, pero ella es inmune a cualquier espíritu que me quiera ayudar, durante siglos me tortura con su charla, seguro que esta noche no podré dormir.

El pecho me oprime y los ojos me pican, quiero llorar, pero se que no debo hacerlo, a lo mejor lo que quiero es descansar, recuerdo a cierta persona y es peor ¿En qué momento la línea de mi vida tomó por una bifurcación equivocada? Nunca lo sabré, es imposible volver atrás, por lo menos ahora, con la crisis emocional nada es factible, camino un paso tras otro y no llego a ninguna parte, cuanto menos volver atrás. Déjalo – Me digo y bajo los ojos al suelo en busca de alguna explicación.

Recuerdos, recuerdos, sólo me quedan recuerdos, ya no me quedan ilusiones ni esperanzas, ya todos mis tallos crecieron ¿Qué me queda por esperar? Nacer, crecer, multiplicarse, morir, pocas etapas por quemar, la meta está próxima.

Y al final, ¿Qué es lo que nos queda? Sólo mirar atrás

lunes, 21 de marzo de 2011

El gofre del Chirri

¡No es posible! bastante tenemos para aguantarle tres blogs, como para tener que seguirle un cuarto.




Pues aquí está "El gofre del Chirri" noticias para reir... o no.
Si quieres seguirlo, pincha en el enlace... o no.

miércoles, 16 de marzo de 2011

Goticos

No era de los mejores lugares donde uno querría estar, pero la obligación se anteponía a la devoción, además en mi caso, tenía que dar ejemplo, ¡que se le va a hacer! La puerta de O´Donnell del cementerio me correspondía vigilar esta noche, ante la acumulación de denuncias por vandalismo y practicas satánicas que noche tras noche se practicaban en él.

Entre los mozalbetes, se había puesto de moda el estilo gótico, unos familiares cercanos del presidente del gobierno, no se les había ocurrido una cosa mejor que acudir disfrazados y vestidos de negro, ante el presidente del mundo mundial, en otra época, esto habría sido la rechifla general, pero al contrario de lo que se podía esperar, sirvió de acicate a una juventud, falta de valores y ávida de posturas rompedoras y transgresoras con la cultura y la moda imperante. Con tristeza observaba por la calle que apenas se veían ya botones rojos en las solapas, postrera moda impuesta por la ortodoxia de las marcas dominantes en la moda.

Esto no sólo conllevaba el vestir de una manera determinada, el estilo de música cambió radicalmente, triunfando ahora grupos autodenominados “satánicos” de ritmos duros y letras que rezumaban necrofilia, la palma se la llevó David B. subido al carro del goticismo, había dejado de ondularse el cabello y lo había teñido de puro azabache, sus fans, pasado el primer momento de estupor, se habían transmutado alborozados, aunque todavía lo mejor estaba por llegar, su primer videoclip batía records de audiencia, en él se aparecía en un lúgubre cementerio, abriendo la tapa de su ataúd y con una monda calavera en la mano entonaba su canción, convertida en himno por la juventud.



A partir de entonces, la lucha por la posesión de este adorno comenzó de manera desorbitada, los más pacíficos se conformaban con cráneos de material plástico, pero los más dogmáticos, comenzaron a saltar las vallas de los cementerios en busca del preciado trofeo, esto creó una ola de denuncias por las tumbas que iban profanando, sin que ningún cementerio se salvara de sus ataques.

El alcalde dispuso que se necesitaba dar un escarmiento, por lo que habíamos dispuesto un plan de choque, por el que todos los cementerios de la ciudad quedaron vigilados por la noche, por lo que mis noches ya de por sí tristes, se veían ahora terriblemente aburridas, montando guardia junto a la verja metálica, ante unos vecinos silenciosos, nada que ver con mis alegres noches, delante de una copa de güisqui, en el maravilloso ambiente del Búho bizco. Ahora capeaba como podía la noche moviendo de un lado para otro el dial de la radio, en una infructuosa búsqueda de un programa ameno para aliviar el paso del tiempo, ante la ausencia de “Butanito” en las ondas, el aburrimiento saturaba el habitáculo del coche patrulla.

Tras múltiples cabezadas contra mi pecho, el cuello me dolía horriblemente y los ojos me picaban, pues empalmaba un cigarrillo tras otro, de todas formas preveía una noche tranquila, lo más seguro es que las hordas góticas no actuasen hasta el viernes o sábado, pues entre semana poco movimiento se veía por la noche en general.

Quedaba poco más de una hora para el amanecer, cuando me despabilé del todo, acababa de ver una sombra saltar la valla, me envaré y llamé por la emisora a mi subordinado, el inefable subinspector Bernal.

- ¡Bernal! ¡Rápido! Reúnete conmigo en el interior del cementerio, en la parada del autobús.

- De acuerdo jefe, voy para allá.

Me introduje en el cementerio y caminando por la ancha avenida, sin encender la linterna, iba mirando por los cuarteles en busca del invasor, pero este debió de seguir más adelante, al parecer no se conformaba con los primeros enterramientos.

Así continué hasta encontrarme con Bernal que me aguardaba en la parada del bus.

- ¿Qué hacemos ahora, jefe?

- Tú camina por la avenida, yo iré paralelo a ti, por la calle junto a la tapia.

Así dispusimos la búsqueda del intruso, de vez en cuando nos parábamos a escuchar, pero sin ningún resultado, también era posible que éste no dispusiera de herramientas para levantar una lapida y se dirigiese a la zona de los nichos. Al rato un susurro de Bernal me hizo acudir junto a él.

- ¡Inspector! Mire, allí hay una persona que sujeta un rifle. ¿Pido refuerzos?

Miré donde me indicaba y vislumbré una elevada figura, muy alta para ser una persona, por lo que me decidí a encender la linterna y alumbrar en su dirección, a su vez, Bernal, impaciente o nervioso, desenfundó su arma y con voz tronante gritó:

- ¡Alto, policía! ¡Tire el arma al suelo y levante los brazos!

- ¿Tú estás tonto, Bernal? ¿No estás viendo que se trata de Juanita?

- ¿Qué Juanita? –Repuso balbuceante, como cada vez que metía la pata.

- Que Juanita va a ser, pues Juanita Cruz la torera.

- Caramba, pues la espada parecía un rifle.

- Tú si que estás para el descabello, so cenutrio.


Seguimos avanzando mientra el alba empezaba a asomar, pronto el intruso no podría esconderse en la oscuridad, por lo que estaba disfrutando de sus últimos minutos en libertad, con el cabreo que tenía de pasar las noches en vela en este lugar, le haría caer con toda la fuerza posible el peso de la ley, dura lex, sed lex.

- Mire jefe, fuegos fatuos. –Interrumpió mis pensamientos Bernal.

- Desde luego que no tienes remedio, ¿Fuegos fatuos en Marzo? tú si que eres fatuo, eso son fogonazos de un flash.

Desenfundamos nuestras pistolas y nos acercamos sigilosamente a un grupo de cipreses, desde donde parecían salir los fogonazos, le hice una seña a Bernal y se desplazó en una maniobra envolvente, el intruso no tendría escapatoria, de un salto me abalancé hacia el con la linterna encendida:

- ¡Alto, policía!

Sorprendido, dejó caer lo que tenía en las manos.

- ¡Date la vuelta pimpollo, que te vea tu asquerosa jeta! ¡Gótico apestoso!

Lentamente se dio la vuelta y al alumbrar su rostro con la linterna, no pude por menos que exclamar:

- ¡Ostras, Andrés! ¿Qué haces tú aquí?

- Pues ya lo ves, haciendo fotos a las tumbas para “Que foto!”, aprovecho la luz del amanecer para darle un aspecto más tétrico.

- ¿Y no podías pedir permiso o avisar a las autoridades?

- ¿Tú crees que con la caña que doy a las autoridades con La Zona mileurista, me van a dar algún permiso?

- Pues si, tienes razón. Bueno, como ya es de día, vamos a desayunar unas porras con una copa de anís al Búho bizco y así te presento a la nueva secretaria de Thomas, una tal Margarita Ricchi, que está de muy buen ver.

viernes, 11 de marzo de 2011

Séptimo aniversario

Que rabia, siete años ya de la barbarie, pero no hay que olvidar, recuerdo…



Recuerdo que la primera noticia que tuve fue de la mensajera que repartía por la calle Tellez y nos avisó por la emisora que había infinidad de personas atravesando la avenida, buscando ayuda, huyendo de la masacre, a partir de ahí, Madrid se paralizó, en la oficina los teléfonos enmudecieron, pues llegó la hora de los móviles, todos acudimos a ellos buscando noticias de nuestros allegados, a pesar que no viajasen en tren, ante la magnitud de la tragedia, sólo buscábamos oír la voz de nuestros familiares para asegurarnos que estaban bien.

Como siempre, la radio fue la que nos acercó la noticia, todos los datos, toda la oscuridad, todo el horror, todos los escalofríos, nos los fue narrando, nos pidió que no usásemos los vehículos privados para un mejor desplazamiento de ambulancias y obedientes, todos lo hicimos, nos indicaron los puntos de donación de sangre y los saturamos, por lo que hubo de dar contraorden rápidamente y nos acercó el sentir de toda España que iba amaneciendo horrorizada ante el peor espectáculo que se puede imaginar.

Recuerdo la llamada de los compañeros de otras delegaciones, de Barcelona, de Bilbao, de Sevilla, que nos llamaban sólo para manifestarnos su solidaridad, nos llamaban a nosotros, por la proximidad de los atentados de Tellez y Atocha y conseguían enternecernos y llenarnos de agradecimiento en nombre de las victimas.

Las victimas, ¿Quién no conoce a una victima de aquel nefasto día? Muy cerca nos tocó el dedo de la muerte, Roberto, el alma buena de la plataforma de Barajas, no apareció, el sino le marcó al acompañar a su esposa, recién casados, jóvenes y con mil proyectos de futuro, su vida quedó truncada aquel día.

Luego, la tarde, oscuridad, todos en la manifestación, ¿todos? No, todos no, en MRW a pesar del dolor por la perdida de tantas vidas y la de Roberto, no hubo permiso, un hipócrita comunicado, daba más valor a estar al pie del cañón (¿?) que el manifestar nuestro dolor y nuestra repulsa por los hechos, si, señor Frías, perdió una gran oportunidad su empresa, paladín de la solidaridad, aquel día arrastró su nombre por el lodo y demostró una de tantas falsedades que atesora, recuerdo la calle Seco, la avenida ciudad de Barcelona, todo a oscuras, menos la oficina de MRW poniendo la única y patética nota discordante.

Luego, la pena, el luto, el recuerdo, la rabia y el dolor, mucho dolor.

martes, 1 de marzo de 2011

El secreto

- ¿Qué tal esa resaca inspector?

- Muchas gracias Lola, hija, es que yo creo que últimamente Thomas hace honor a su apellido y sirve mucho garrafón, porque la verdad es que tampoco bebí tanto ayer.

- Perdóneme que le contradiga inspector, pero usted se bebió hasta el agua del florero donde puse las rosas rojas, que me regaló mi novio por el día de San Valentín.

- ¡ Ay Lola, Lolita! Que exagerada que eres, ¿tu no serás de la tierra de María Santísima? Anda ponme un guisquicito para empezar bien el día, que la mancha de mora, con otra verde se quita.

Mientras, en la grasienta televisión del Búho bizco, la cadena oficial del régimen, alababa el papel que jugaron en la transición ciertos padres de la patria, en especial los del mismo pelaje que los que en este momento gobernaban, varios eméritos personajes, algunos ya en silla de ruedas, desfilaban delante del congreso de diputados, expuestos al populacho para su mayor gloria y alabanza, el mismo populacho que antaño hubiera pedido su cabeza, más bien su pescuezo apretado por unas cuantas vueltas de garrote vil, cosas de los tiempos.

- Lo que es la vida. –Exclamé. –Yo podría o más bien, debería estar allí entre ellos.

- ¡Hala! Inspector de verdad que esta vez se ha pasado, dígame ¿Qué es lo que hizo usted para merecerlo?

- Si, no te rías, yo también aporté mi granito de arena en la historia de este país, la transición democrática me debe en cierta manera algún reconocimiento.

- Cuénteme, ande, a lo mejor algún día cuando se muera ponen una estatua de bronce con su imagen, donde puedan acudir las palomas a hacer sus necesidades encima.

Corría el año 1976, yo alternaba el estudio de la oposición para entrar en la policía, con varios trabajos que hacía por libre para una empresa cuyo dueño era T.L. que luego me enteré tuvo mucho que ver con el devenir de mi aventura y con la historia alrededor del personaje oculto de la trama.

Pues bien, recibí el encargo de acercarme a Buitrago del Lozoya y recoger un paquete, luego debía regresar a Madrid y llamar por teléfono a la agencia donde me darían la dirección final de entrega, de momento como adelanto me entregaban para gastos quinientas pesetas, luego haríamos cuentas del resto de mis emolumentos.

Como por aquel entonces era más pobre que una rata, me encaminé a la calle de Alenza, donde salían los autocares para la sierra norte, me hice con un billete y antes de montarme en el autocar, en el quiosco de la estación, adquirí un ejemplar de Cuadernos para el dialogo, tan de boga por entonces. Ya dentro del vehículo, intenté ponerme cómodo mientras leía en la revista, las reacciones de la clase política ante la última homilía del Cardenal Tarancón. A pesar de vivir cerca del Pozo del Tío Raimundo y de la magnifica obra del padre Llanos, mi agnosticismo me dictaba que tanto en esta transición, como en la historia, había habido siempre demasiadas opiniones del clero, que en ningún caso se les habían demandado.

Enfrascado en estos pensamientos, el viaje se me hizo realmente corto, el autobús me abandonó en la calle mayor del pueblo y arrebujado en mi trenka, pues estábamos a finales de Febrero, me dispuse a preguntar por la casa del señor Eugenio A…

Lo bueno del espíritu castellano, es que la gente parece hosca, pero realmente están deseando echarte una mano, enseguida me indicaron la casa que andaba buscando, al parecer este señor era una institución en el lugar, con el transcurrir del tiempo, incluso le pondrían un museo en su honor.

Llamé a la puerta con los nudillos, y me abrió una anciana que me hizo pasar al interior, acogedor por la buena temperatura que caldeaba una chimenea con unos grandes tizones de madera de roble, al poco, apareció este señor que me hizo entrega de un paquete, algo más pequeño que una caja de zapatos, confirmó conmigo mis instrucciones y me dio cien pesetas para que me tomase algo en el bar de la plaza mientras aguardaba al autocar de regreso a Madrid.



Realmente agradecido ante su gesto, apreté amistosamente la mano que me ofreció y salí a la calle empedrada de camino hacia la parada, el viaje de regreso, fue igual de monótono como el de ida, evitando los intentos de mi vecino de asiento por entrar en una conversación por la que no tenía ninguna intención que mantener, siempre odié a las personas que intentan implicarte en banales conversaciones sin conocerte de nada. Afortunadamente, parapetado detrás de mi revista conseguí llegar “indemne” a Madrid y corrí a la primera cabina telefónica que encontré en un bar, compré unas fichas y marqué el número que me facilitaron para la entrega.

- ¿Oiga? Llamo para entregar un paquete que he recogido en Buitrago.

- Perfecto, vaya usted a la Avenida del Generalísimo 376 y en el Bar Pinilla, pregunte por Isidoro.

No me pillaba muy mal, era la misma línea de metro, hasta la plaza de Castilla y luego andar un poco, me introduje en el suburbano y en los viejos vagones rojos llegué a mi nuevo destino, una vieja taberna de paredes alicatadas y amarillentos carteles taurinos.

- Buenas tardes. ¿Isidoro, por favor?

- El que está jugando al petaco es.

- Gracias.

Me acerqué a un individuo vestido por una cuarteada cazadora de cuero y boina negra que aporreaba con relativa violencia a la máquina del millón.

- Buenas tardes Isidoro, traigo este paquete desde Buitrago.

- Perfecto, sígueme.

Así lo hice y en la puerta del bar se introdujo en un gris motocarro que había aparcado, me hizo una seña para que me sentara junto a el.

- Pero…

- ¿Tú quieres cobrar, macho?

- Claro que si.

- Pues adentro, que es gerundio.

No entendí muy bien la aplicación del tiempo verbal, pero si la cobranza dependía de entrar en el vetusto vehículo, lo tenía claro, me encogí como pude para acomodarme en su interior, mientras, de un par de pisotones, mi compañero de viaje arrancó el motor y seguidamente nos pusimos en marcha Generalísimo abajo.

En esta España del último cuarto del siglo, la arteria principal de Madrid, era la única calle que quedaba por asfaltar, el transitar con un motocarro por el adoquinado de la calle, hacía que hasta el último átomo de mi cuerpo se viera sacudido y agitado como un coctel de Chicote.

Giramos en Cibeles y por fin dimos paso al asfalto de la calle de Alcalá, nos adentramos en el Retiro y delante del Florida Park aparcamos aquel engendro mecánico.

- ¿Tú crees que nos habrán seguido?

- ¿Quién?

- ¿Eres gallego o algo sordo?

- ¿Yo?

- Bueno, déjalo y sígueme.

Nos introdujimos en las cuadriculadas calles del barrio de Salamanca y en un lujoso portal de repente, se introdujo por la escalera principal, enseguida nos echará el portero, pensé, él con esas pintas proletarias y yo con mis hechuras de estudiante progre, el portero raudo nos indicará el camino de la escalera de servicio. Ante mi extrañeza, el portero al ver a mi acompañante, le dedica un cálido saludo.

- Salud, camarada.

- Salud.

Y nos abre la puerta del ascensor, cada vez más intrigado por lo que estaba observando, me agarré a la caja y me introduje en él, en el cuarto piso, por fin se detuvo y llamó al timbre de la puerta, un melodioso carillón hizo eco y la mirilla se abrió al instante. Verificada la identidad de mi acompañante, se abrió la puerta y entramos al piso, donde nuestros pasos se iban marcando por el sonido de la brillante madera que íbamos pisando, en una sala capaz de abarcar todo el piso donde vivía, me hicieron entrar, allí ¡por fin! pude hacer entrega del dichoso paquete.

La odisea mereció la pena, me hicieron entrega no de quinientas pesetas, que era lo acordado, sino de mil, por lo que mis ojos comenzaron a brillar de alegría, me encaminé a la salida y reflejado en uno de los grandes espejos de la habitación, observé en la sala contigua a alguien que nunca hubiera esperado ver en ese lugar, ni siquiera en esta ciudad.

Había rumores, se decía, porque él lo había así anunciado, que estaba en España, que había retornado del exilio, que iba a forzar a las autoridades la entrega del pasaporte español, pero al fin y al cabo, todo eran habladurías, pero yo me acababa de convertir en un privilegiado, podía confirmar que todo era cierto, allí estaba, a pesar de la peluca que intentaba componer adecuadamente encima de su monda cabeza y que yo era el mensajero que se la acababa de traer, Santiago Carrillo, estaba en Madrid.

Inmediatamente giré la vista al frente, intentando que nadie notara que era partícipe de su secreto, tenía miedo que si se daban cuenta, pudiera quedar prisionero y me aplicaran mil y una torturas, encerrado en alguna checa como las que hasta el hartazgo, el anterior régimen nos había mostrado su panoplia de tormentos que esa gente era capaz de aplicar.

Ya en la calle, respiré por fin aliviado, había superado la prueba indemne, a pesar de todo, el camino hacia mi casa se me hizo eterno, de vez en cuando me detenía y volvía la cabeza atrás para comprobar si era seguido.

- Y esta es la historia, bella Lola, como verás yo también tengo un trozo del Valhalla de los héroes de la transición.

- Que simpático es usted y que inmodesto, no creo que el ser transportista de peluquines, sea para que le den una medalla.

- Más de lo que tu te crees, bella paloma, más de lo que crees, sobre todo, cuando ves con angustia como un muro infranqueable la oposición para entrar en la policía y eres dueño de un secretillo que te puede dar un empujón más que notable en la culminación de tus aspiraciones de entrar en el cuerpo.

Y lanzándola un beso con la palma de la mano, salí del Búho Bizco camino de la comisaría.


Sigo compartiendo los maravillosos personajes creados por Javir y su blog Al Sol, además de haceros partícipes de los recuerdos de aquella época tan importante en la historia más cercana de España, que me perdone Santiago por haberle traicionado, espero que con el transcurso de los años, el rencor se haya diluido.



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