domingo, 29 de mayo de 2011

El huerto del alcalde

Aquello era el paraíso, tumbado en el gran pasamanos de granito de la escalera de entrada a las escuelas, comía con delectación el bocadillo, bueno, siempre se denominó bocata, desde la noche de los tiempos, allí en la sombra, acompañado por mi chache, aguardábamos la llegada de toda la chiquillería veraneante del pueblo ¿A qué jugaríamos hoy? Lástima que las chicas no quisieran jugar más al pañuelo, se iban a enterar, para evitar postreras humillaciones ante su derrota, se habían negado a jugar más con nosotros, aducían lo de siempre: - Es que sois muy brutos y además nuestros padres no nos dejan jugar con niños.


Algo de razón, mirándolo bien, tenían, pues algún componente de la panda era terriblemente bruto por lo torpe y patoso. Recuerdo sobre todo a Martín, por su culpa las chicas tampoco se bañaban con nosotros en la poza de la Angelines, estábamos jugando a la pelota dentro del agua y el muy torpón, le bajó sin querer el bañador a Almudena, fue tremendamente gracioso el incidente, el culete tan redondo y blanco dio mucho de sí en chascarrillos en la pradera mientras nos secábamos, hacía bien en avergonzarse Almudena, Dios le puso en el mundo unas redondeces a las mujeres que les hace parecer seres grotescos y les hace caminar como patos y además no pueden estar el verano sin camiseta ¡menuda incomodidad! Le tengo que preguntar a Juan, pues tiene un hermano mayor, ¿Qué es lo que ven los mayores a las mujeres? Seguro que cambiaré, pero ahora mismo me parece una guarrada darle un beso en la boca a una chica, prefiero soplarle en el culo a una rana, para que no se pueda hundir en el río.



-¿Te vienes? Vamos al huerto del alcalde a robar manzanas.


- No, no tengo hambre, acabo de comerme el bocata.


- Venga tío, no seas jilipichi, vente y nos acompañas.


- Mira, tengo las playeras de la tarde y no me las puedo manchar.



Llevaba puestas las “tórtola” idénticas a las de todos los chavales, siempre tenía dos pares, uno para la mañana, que me servía para pescar, bañarme, jugar al futbol y cualquier otra actividad que se nos ocurriera, sin quitármelo en ningún momento y el otro era el de “vestir” era el que usábamos para la tarde-noche serrana, ir al cine de verano, jugar en las escuelas o ir a misa los domingos, por supuesto que este no lo podía manchar de ninguna manera, sólo cuando el otro par destrozado por su uso, acabara en el vertedero, previa compra de otro par en la tienda de “la Elvira”, entonces podría cambiar de escalón al par de vestir y convertirlo en las zapatillas de batalla. Por lo que decliné la invitación de la “famélica legión” que verano tras verano, asaltábamos según llegaban los frutos a su sazón, los huertos de la periferia del pueblo.



El huerto del alcalde, luego me enteré que no era del alcalde, pero nunca supimos quien lo bautizó así, se encontraba en las afueras, camino de Pinilla, cruzando el río Sauca, había que saltar una valla y caminar por una tierra de secano, a veces plantaban trigo y otras veces garbanzos, por eso de la rotación de cultivos. En lo alto de una loma había un par de manzanos y también un peral, llevaban muchos años sin podar, por lo que para tener acceso al preciado tesoro, había que trepar por sus ramas, pero merecía la pena, todavía recuerdo su sabor, redondas manzanas rojas, un delicado ocal solo para el paladar de reyes, todo eso en nuestras manos, con un leve esfuerzo.


Pero esa tarde no fui ¿Fue para bien? Quien sabe, solo se que me dio mucha rabia vistos los acontecimientos que sucedieron, según me contaron más tarde, saltaron la valla y accedieron al huerto en fila india, todos llevaban pantalones largos menos Luis Antonio que además era el que cerraba la fila, no contaban que parejo al jardín de las Hespérides, este huerto también tenía su Anteo particular, dejó pasar a toda la tropa y quizás pisado por Luis Antonio, hizo presa en su tobillo una víbora que allí moraba, poco disfrutó de su triunfo, pues allí mismo dejó su vida por un cantazo justiciero, en vilo y corriendo llevaron a su casa al casi desfallecido chaval.



En los pueblos tan pequeños, donde por aquel entonces, la pobre energía eléctrica que llegaba, no daba para mantener con vida a una televisión y los periódicos no llegaban, pues no había ningún quiosco a treinta kilómetros a la redonda, pues bien, la conmoción y la noticia corrieron parejos, como si de un toque de campanas a rebato, toda la vecindad se reunió en la plaza, pues en los bajos del ayuntamiento, estaba el dispensario de don Ángel, el medico del pueblo, poco estuvo allí el agredido, pues por aquel entonces, a pesar de que las víboras eran muy frecuentes en la sierra, no se disponía de suero antiofídico, por lo que le condujeron de inmediato a Madrid.



A pesar que las fiestas fueron el mes pasado, estábamos en Agosto, la aglomeración de gente en la plaza era similar a un día festivo, no es que hubiera varios corros, más bien la plaza entera era un corro único de gente comentando el hecho, a pesar de la simpatía que se tenía en general por el chaval y su familia, algunos lugareños comentaban: “Hay que ver, estos veraneantes, es que no respetan nada y luego pasan las cosas”.


¿Y yo donde estaba? Muy sencillo, el cielo se me había caído encima, me encontraba en el centro de la plaza, rodeado de un centenar de personas, pero me sentía en el polo sur o en la cima de la más ignota montaña, ¡Maldita sea! Podía haber sido testigo de un hecho, que ha conmovido hasta los cimientos el pacifico transcurrir del verano, pero no, estaba a doscientos metros del hecho, que era como estar a doscientos kilómetros, todo por no sacudir mi pereza, por tener en mis manos un estúpido bocata de Nocilla y por no manchar las asquerosas, feas e impersonales “tórtolas”


Nadie me preguntaba nada, era yo el que preguntaba, no había sido protagonista, sino un mero espectador, comparsa entre tantos de la mayor noticia del verano y seguro que de los venideros.




martes, 24 de mayo de 2011

Proselitismo

Me pillaron un poco desprevenido, pues como todos los sábados, después de sacar al perro a hacer sus necesidades, me enfundé mis zapatillas de deporte y eché a andar hacia el parque, donde me pondría a caminar por el recorrido que todos los fines de semana por la mañana hacía dos veces, antes de volver a casa y tomar el aperitivo.

Iba embebido por la música que desgranaba el mp3 y de pronto las vi, dos mujeres vestidas de azul, con falda por debajo de las rodillas y rebeca también de color azul sobre una camisa blanca abotonada pudorosamente hasta el cuello.

- Buenos días ¿Te puedo hacer una pregunta?

- Perdonadme, pero paso de la religión, creía que todos los Testigos del barrio me conocían.

- Seguro que si, pero nosotras no somos Testigos, somos de una secta satánica. ¿Te importa que nos sentemos en el banco y charlamos?

- Bueno, no se, me pilláis un poco descuadrado.

- Mi nombre es María Eugenia de Somorrostro y mi compañera es Paloma O’Shea, no es la que estás pensando, además es sordomuda, por lo que no pienses que es tonta si se pasa toda nuestra conversación asintiendo con la cabeza aunque no venga a cuento. Somos de la Nueva Iglesia Satánica Matildiana Reformada, fundada por el gran maestro oscuro maese Tirso, mártir de nuestra causa, sufrió persecución y martirio por la cruel administración de Hacienda de Fuenlabrada y se haya penando diez mil horas de trabajos sociales para la comunidad, luego te pediremos que firmes un manifiesto pidiendo su exoneración de los cargos.

- Impresionante, me dejas sin habla, fíjate que yo soy muy receptivo para estos temas, casualmente la semana pasada estuve en la consulta de un adivino.

- Bueno, si accedes a ingresar en nuestra secta, tendrás derecho a los servicios de una medium y un hechicero de forma gratuita una vez al mes, para los aquelarres, necesitas el visto bueno del obispo negro de tu zona que evaluará tu comportamiento malvado con la frecuencia que determine.

- ¡Caramba! Que bien ¿Qué requisitos tengo que tener?

- Nada, un par de cosillas, cedernos la escritura de tu piso y acceso a tus cuentas corrientes, abandono de tu antigua familia y comprometerte a trabajar después de tu trabajo, en las obras de nuestra comunidad que se te encomienden. En contrapartida, tendrás acceso a una vida de gozo y disfrute sin fin, una posesión infernal asegurada en la que un diablo cada vez de mayor categoría entrará en tu cuerpo y dominará tu mente y tus actos y al final tendrás asegurada la vida eterna en el infierno con la gozosa contemplación del mismísimo Satanás, príncipe de los infiernos, (que su nombre por siempre sea alabado)

- Oye, fabuloso, no lo hubiera imaginado, ¿Me podéis dejar un folleto mientras me lo pienso?

- Mira, aquí te dejo el Grimorio de Armadel, en versión facsímil y la nueva misa satánica para catecúmenos que te instruirá en la preparación de tu bautismo si te decides a incorporarte a la verdad que nos guía, grapada está mi tarjeta con el número de teléfono para que me llames por si te asalta cualquier duda.

- Estupendo, ten por seguro que te llamaré.

- Eso espero.

Me alejé de ellas, mis nuevas guías espirituales y continué mi caminata por el parque, mi mp3 explotaba mis oídos con el “Antichrist Superstar” de Marilyn Manson.

jueves, 19 de mayo de 2011

El adivino

Siempre imaginé que esta gente, los médiums y los brujos, vivían en viejos chalets, rodeados de verjas herrumbrosas, pero esta vez no era así, era un edificio de viviendas en una barriada popular de una ciudad dormitorio, para más INRI, era en un cuarto piso sin ascensor, en esta soleada tarde de Mayo, terminé de subir los últimos escalones agobiado y con dos lamparones de sudor a lo “Camacho”.

Estuve tentado de pulsar el timbre con la puntera del zapato, me pareció lo más higiénico viendo los chafarrinones que llenaban y aun rodeaban el timbre y gran parte de la pared, venciendo el escrúpulo y mirando de encontrar una parte donde pulsar sin contaminar mi dedo, pulsé y esperé.

Al cabo, oí ruido de pisadas al otro lado de la puerta y la mirilla al ser girada, la puerta se abrió por fin y delante de mí una persona, no mucho mayor que yo me preguntó:

- ¿Qué desea usted?

- (Pues vaya vidente) Soy Jose Antonio, tengo cita con el profesor Karanka.

- Soy yo, pero me llamo Karamba.

- Caramba, con perdón, disculpe usted, me sonaba como el del Madrid, ya sabe, además, imaginaba que era usted negro, perdón de color, de color negro, no de color blanco, o sea en plan fino, afroamericano.

- Está usted disculpado, la verdad es que la foto llama a engaño, no se por qué sale tan obscura en el periódico y en cuanto al color sí, soy de color carne, sólo se me pone la carne de color blanco, cuando monto en la montaña rusa. Pero pase usted.

Caminando por el pasillo adelante, comprendí como se sienten los insectos caminando por el papel matamoscas, rezaba en todo momento para no tropezar y caerme de bruces, sabía en todo momento que no me despegaría del suelo, feneciendo cruelmente de inanición allí mismo.

- Entre aquí en el gabinete.

El gabinete, era una sala donde se acumulaban mil y un cachivaches en una estantería que no conoció plumero, de sus baldas, colgaban un par de atrapasueños comprados en los chinos, perdón, en bazares de personas orientales, así como algunas brujitas de tela de la misma procedencia, en la otra pared un cuadro enmarcaba un título con un encabezado un poco fuera de lugar:

Su Excelencia el Jefe del Estado, etc. etc. Y para darle un toque de magia, de los rincones colgaban luengas telas de araña, de las que con certeza moraban inquietos inquilinos.

Me hizo sentar en una mesa camilla de grises faldones, en el centro una bola de cristal y una baraja de Heraclio Fournier.

- Muy bien. –Me habló, una vez el también se hubo sentado. - ¿Sobre qué quiere saber?

- No sé, oiga ¿Esto es seguro?

- Mire usted, esto no se hereda, mis padres fueron humildes trabajadores, yo soy la séptima reencarnación del maestro Don Tirso, gran vigía y luz espiritual de la iglesia Matildiana.

- ¡Oh! – Apenas pude hablar de lo impresionado que me hallaba.

- Deja fluir tus emociones, yo te diré lo que está por Karma que suceda, pues parto de la base de que todos somos energía en movimiento.

- Me deja usted muerto, cuanta sabiduría.

- Bueno, pasemos a la cromniomancia.

- ¿Cómo dice usted?

- Si. – Puso cara de erudito. – la adivinación por medio de la bola de cristal.

- ¡Ahhh! Que alivio.

Puso el profesor Karamba sus manos sobre la bola y los ojos bizcos concentrándose, con los hombros levantados.

- Veo, veo, movimientos en ascenso.

- ¿Eso es bueno?

- ¡Chist! Por favor, no me interrumpa, - Volvió a ponerse bizco de nuevo. – Veo nubes blancas y lluvia, mucha lluvia, es usted afortunado, eso significa que le esperan buenos tiempos y prosperidad.

- ¿Y ya está? – Pregunté para ver si rentabilizaba el dinero que a buen seguro me costaría la experiencia.

- Si, con la bola de cristal no se puede apreciar nada más, si quiere pasamos a la cartomancia, que antes que me pregunte es la adivinación por medio de las cartas, pero serán cien leuros más.

- Todo sea por conocer que avatares me esperan en el futuro.

Tomó el profe, le llamo así en confianza, pues después de que me va a sacar doscientas púas, hasta le puedo tutear. En fin, como digo, recogió la baraja, barajó nerviosamente durante un minuto y la puso ante mí.

- Corte con la mano izquierda.

Y extendió delante de mí trece cartas formando un semicírculo.

- ¡Que buenas cartas!

- Vaya, cuanto me alegro.

- Pues sí, fíjese, siete de oros, buenas noticias, felicidad. Ocho de copas, mantendrá buenas relaciones amorosas próximamente y el caballo de bastos me dice que estará muy bien considerado en el trabajo y tendrá el éxito laboral que se merece y que tanto anhela.

- No sabe usted lo contento que estoy, que alegría, así da gusto venir a sitios así, porque para malas noticias ya están hacienda y los telediarios.

Después de abonarle la minuta, él afectuosamente me guió por el pasillo, apoyando su mano en mi hombro, supongo que para conjurar el peligro de una caída, me abrió la puerta y puesto en el umbral, se despidió de mi persona.

- Ya sabe, siempre a su disposición.

- Encantado, profesor Karembeu

- Profesor Karamba, si no le importa.

- Perdone, esto del futbol…

Me volví para marcharme justo a tiempo de evitar que una de las dos bolsas de rafia del Carrefour que portaba una señora que a la vez intentaba entrar en el domicilio del profesor Karamba, impactase contra mi rodilla.

- ¿Ya has terminado con este panoli? - Le espetó la repelente mujer al profesor.

- Si amor, pero…

- Y recuerda que mañana tienes que ir a sellar la cartilla del paro.

- Si amor, pero…

Y de un portazo, cerró la puerta y así salió de mi vida mi apreciado profesor Karamba.

martes, 17 de mayo de 2011

El bus

Apenas era capaz de coger las monedas para darme el cambio, la artrosis había deformado terriblemente sus manos, los dedos estaban retorcidos y su contemplación me hacía rechinar los dientes.

- Perdona, hijo, tantos años a la intemperie aquí en el kiosco, pasando frío.

- No se preocupe, está perdonada, apenas tengo prisa.

No era del todo cierto, pero por urbanidad y por solidaridad hacia su persona, contenía los nervios a duras penas.

- Mi marido, el pobre, se me murió el mes pasado, no fue capaz de terminar el invierno, una pulmonía acabó con él.

- Vaya, cuanto lo siento.

En mi fuero interno me decía que no me preocupaba la muerte de su marido, la mano deformada, el frío que pasaba todos los inviernos y hasta el cambio climático. ¡Por dios! Sólo quiero mi maldito cambio y meterme de nuevo en la vorágine de la vida moderna ¿Tan difícil es?

- Aquí tienes hijo y disculpa por la espera

- De nada señora, a cuidarse.

Terminé casi corriendo hacia la parada del autobús, ¿Por qué mi comportamiento casi hipócrita? Tengo dos seres dentro de mí, no es mi conciencia la que me dicta mis actos, maldita posesión infernal, tengo que hablar de ello a mi psicólogo, o mejor ¿Por qué no se lo oculto? Mi espíritu transgresor me dicta realizar esos pequeños pecadillos, a veces le disfrazo la realidad, no es que sea una mentira, pero casi.

¡Maldita sea!, en la parada como siempre se me ha adelantado la gorda, ¿Es políticamente correcto decir “la gorda”? suena un poco mal decir “la rubia obesa” pero me entra cuando la veo sentada la primera en la parada, una rabia inmensa, la odio, siempre llega la primera y parece que sonríe cuando me ve, seguro que piensa: -Fastídiate, he llegado primera y elegiré asiento. Sólo soy feliz los viernes, no se por que extraña razón ella no toma el autobús ese día, o si lo hace a otra hora.

Al fondo, en la última fila, siempre la misma pareja, el, muy tieso intenta fijar los ojos al frente, aunque se le notan unas ganas terribles de dormir, ella, con la cabeza apoyada en el hombro de el, duerme del tirón hasta la última parada, no se despierta ni cuando pisamos los grandes baches de la calle de Alcalá.

Esos baches que no son capaces de impedir que se maquille otra muchacha ¿Cómo lo consigue día a día sin saltarse un ojo? No soy capaz de explicármelo, veo más lógico levantarse cinco minutos antes que estar jugándome un ojo, desde luego, el día que se lo salte, no me pienso agachar a recogérselo, ¡estaría bueno!

El final del recorrido me hace mirar nervioso el reloj del tejado del centro comercial, ¿Recuerdas cuando te pusiste el último reloj? Es un adminículo del que no me arrepiento el haberlo extraído de mi vida, suelen pesar, en verano te hace llenar de sudor la muñeca y aunque parezca mentira, todos los golpes van a la muñeca izquierda, justo en el centro de la esfera.

Recorro pesaroso el camino hacia la oficina, he mezclado hoy los recuerdos de mi juventud, hace años que ya no compro periódicos, la eterna quiosquera, hace muchos más que traspasó el negocio, muchos más aun que su esposo se transformó en polvo y al fin y al cabo, nunca voy con prisas al trabajo, puedo recuperar el tiempo a la salida.


domingo, 15 de mayo de 2011

Liberando libros



La semana pasada, paseando por el paseo del Prado, me encontré este libro que había sido liberado, Río de tinieblas de James Grady, un libro de espías que si bien te engancha el primer capitulo, en el quinto abandoné su lectura, perdido en farragosas descripciones de personajes que no aportaban nada a la historia o más bién la embrollaban cada vez más.

Creo que es una simpática acción y voy a partir de ahora a dejar mis própios libros, habiendo ganado la battalla el e-book que me regalaron y ante la tardanza de hacerme millonario con la primitiva, para así poderme comprar una casa más grande, donde tener una habitación para mí con una hermosa estantería donde exponer con orgullo todas las adquisiciones de tantos años.

Así que aprovechando mi paseo matinal de los domingos, he procedido a su liberación en la avenida de Daroca, junto a un parque, en el banco donde descanso al trancurrir una hora del paseo, eso sí lo que más temía sucedió, no había dado tres pasos cuando me gritaron: ¡Eh! que te dejas el libro.


miércoles, 11 de mayo de 2011

Ex

Con cincuenta y un años y ya jubilado, no lo logro entender, es la primera vez que oigo que hacen un ERE en la policía, o eso es lo que me dijeron, lo iban a llevar en secreto por eso de la cercanía de las elecciones, un tema político, ya se sabe, las cosas estas cuanto más arcanas mejor, que se le va a hacer.

Sobre todo porque no quiero creer en una mano negra, ya que no creo en el incidente Roswell ni en la conspiración del hangar 18, no estoy por la labor de pensar que mi archienemigo el Dtr. I. Mero, gracias a sus contactos masónicos, sea el causante de mi baja en la policía, pero es sospechoso lo del ERE, nunca hubiera pensado que se pudiera dar en la policía y más aun que todo se llevase en secreto y que no conozca a ningún otro implicado a quien le hubieran dado la baja.

Desde luego a partir de ahora las calles son algo menos seguras, alguna cabeza pensante le había dado mi puesto a Bernal, ya se que era un enchufado, pues nunca nadie tan inútil había llegado tan alto, bueno vamos a obviar al ministro R. solo espero que no sea capaz de ponerse a manejar el departamento, mejor que lo deje estar y se dedique al papeleo.

En esas elucubraciones estaba, cuando llegué a casa, saludé a la portera y ella me dijo con su voz de pito a lo Gracita Morales:

- Ha venido un señor a traerle esta carta.

- ¿Y ya la trajo abierta?

- Es que tenía las manos mojadas de fregar y se abrió sola, pero no se preocupe que no le he leído.

- Vale, gracias.

Del sobre saco una hoja cuadriculada, arrancada de un cuaderno de espiral, aun quedan algunos flecos en el lado izquierdo, dentro un escueto: Vente al Búho y una letra jota mayúscula como firma.

Me tomé el tiempo justo de ducharme y cambiarme el traje, del que previamente extraje y tiré a la basura, el pin de oro con el escudo del cuerpo, triste adiós y recompensa recibida después de tantos desvelos por la seguridad de los demás. Dentro del compartimento oculto del mueble bar, saqué la Beretta 92 y la placa falsificada, ambos regalos de mi viejo amigo Goran, ahora dándole gusto a sus hormonas en Marbella, quien incapaz de vivir la vida fácil, nos hacía estremecer de emoción con sus epístolas.

Pertrechado con todo esto, bajé la escalera silbando la de la bahía con los pies colgando. Vaya, creo que me repito con las canciones. –Me dije, pues no me gusta tener más manías de las necesarias, como levantarme siembre con el pié derecho y con este mismo pié, avanzar primero para cruzar los semáforos etc. En el bajo me esperaba la portera asida a su arma reglamentaria, o sea su escoba.

- ¡Qué! ¿Ya se va al Búho? Vaya antro de perdición.

- No me dijo que no leyó la carta.

- Y yo que sé, lo habré acertado por casualidad.

- Si ya sabía yo que usted tenía algo de bruja.

- Esos son los ojos con los que usted me mira.

En mis tiempos de agente de la ley, siempre eché en falta un batallón de porteras como la mía distribuidas por la ciudad, como informadores no tienen igual y salen más baratos que los soplones, un aguinaldo por Navidad y te cuentan todos los dimes, diretes y entresijos de la ciudad y sus ciudadanos.

Ante el hecho de no poder conducir o que fuera conducido en un coche patrulla, enfilé hacia el garaje del sótano, donde debajo de su funda protectora, se hallaba el Panda que con mil esfuerzos había ahorrado con el exiguo sueldo de funcionario todos estos años, afortunadamente ya lo tenía pagado hace tiempo, pues la merma en un cinco por ciento de mis haberes este último año, decretada por el gobierno, habría hecho ahora imposible su adquisición.

A pesar de sus catorce años de antigüedad, el kilométrico del Panda marcaba sólo diez mil kilómetros y es que en todos estos años, apenas había disfrutado de mis merecidos periodos vacacionales, mi afán por la justicia, me impedía dejar el puesto vacante siquiera por un mes, el crimen no se detiene en verano. Solamente algunos fines de semana, era capaz de acercarme a la cercana sierra a relajarme en un pequeño pueblo en un albergue rural.

Antes de llegar al Búho, me detuve a yantaren el restaurante “Cristelicious”, lo regenta mi buena amiga Cris, nadie como ella sabía como regalarme una buena colación, aun a pesar de sus intentos de atraerme hacia la causa vegetariana, esta semana el plato estrella era pasta integral con tofú y shiitake, quitando lo de pasta, el resto era incapaz de entender a que se refería, pero como siempre, me hice el entendido y me lo comí todo, rebañando incluso con un trozo de pan.

Una vez satisfecho esta necesidad fisiológica que me venía bien en el caso que empezase a trasegar güisqui y otras bebidas espiritosas, me dirigí sin más ambages a la renombrada taberna, tuve suerte, pues aparqué el Panda justo enfrente, a pesar de la insistencia de algunos parroquianos, yo creo que algo bebidos, Thomas, no había dispuesto aun de un servicio de aparcacoches, no se dan cuenta que en el barrio donde está enclavado el Búho Bizco, no faltan amables personajes que están dispuestos a cualquier hora para aparcarte el coche, sin garantía de retorno.

Detrás de la barra, Lola, lozana y pizpireta, me saludó:

- ¿Cómo va eso inspector?

- Ex

- ¿Ex?

- Sí guapísima, ex inspector.

- Ya sabe, la costumbre, entonces ¿Cómo debo llamarle a partir de ahora?

- Tú misma, cariño, esposo mío, amado mío…

- ¡Ay! Ya viene usted con sus guasas.

- Bueno, llámame Pepe.

- ¿Sólo Pepe?

- Pepe…Lotas.

- Desde luego es usted incorregible. Jota le está esperando en la sala de Villar.

- ¿Desde cuando tenéis billar aquí?

- Es el salón de la televisión panorámica que compró Thomas para el mundial, para darle color, pusimos en la pared un poster de la selección y alguien en pleno fervor patriótico lo arrancó parcialmente y dejó pegado en la pared la foto del presidente de la federación, señor Villar.

- Desde luego Lola, eres insuperable, piénsate lo de casarte conmigo, guapetona.

Me introduje a mi pesar en el salón indicado y allí encontré a Jota con su sonrisa sardónica, sabiéndose triunfador en nuestra pugna por los favores de Margarita Ricci.

- Pepe ¿Qué tal lo llevas?

- Me ronda por la cabeza que tú lo sabes mejor que yo.

- Le das muchas vueltas a la cabeza y eso es malo, piensas que todo el mundo conspira contra tu persona y tengo que decirte que eres un poco pedante, no eres tan importante como te crees, tú y yo solo somos simples peones en un juego llevado por manos de grandísimos jugadores.

- Siempre fui muy rebelde, no me gusta que me dirijan.

- Así te ha lucido ¿Y a partir de ahora, qué vas a hacer?

- No lo se, apenas me hago a la nueva vida.

- Si eres capaz de aceptarlo, yo te puedo ayudar.

- ¿Ayudarme a mí? Tus regalos suelen estar envenenados.

- Haré que no he oído tus palabras, te ofrezco seguir haciendo lo mismo que antes, pero sin jefecillos que te dejen tirado, solamente dando cuentas a tu cliente, con mis contactos, estos no te faltarían.

- ¿Por qué me da la impresión de que vas siempre un paso por delante de mí?

- Lo consideraré un halago por tu parte. – Margarita, por favor.

A mis espaldas y surgida de la nada, apareció como siempre esplendorosa y llena de majestad Margarita Ricci a sus cuarenta años no confirmados.

- Estás morena Margarita, ¿Has estado en la playa?

- Un viaje de negocios por el caribe. – Me respondió con frialdad.

Me hizo entrega de una tarjeta con una dirección garabateada en ella.

- Pásate ahora, el cliente te está esperando. – Me hizo saber Jota.

- No te he dicho que iba a aceptar.

- No infles la cuenta o te pesará.

Salí del salón guiñándole un ojo a Margarita, lo que casi hizo que me estampase de bruces con el flamante inspector Bernal.

- Bernal, cuanto bueno hay por aquí.

- Inspector Bernal, por favor.

- Si, cierto, nunca un trepa fue tan bien recompensado.

- Confundes la excelencia con el enchufismo. –Me dijo mientras blandía un ejemplar de un periódico gratuito, donde en grandes titulares en la sección local se destacaba: El nuevo inspector recupera autobús robado.

- ¡Enhorabuena! ¿Quién te lo sopló? ¿Algún contacto con sectas masónicas?

- Por supuesto que no le voy a nombrar mis fuentes, sólo se trata de un excelente trabajo policial dirigido por mi persona.

- Perdona que no continúe con la plática, mi tiempo dedicado a la carroña toca hoy a su fin.

- Ten cuidado, recuerda que eres un ex, ya no pintas nada ni tienes nada que te proteja, eres uno más en la calle.


martes, 3 de mayo de 2011

Atado a la tierra

Con la cuchara de peltre hizo un hueco entre las verduras que sobrenadaban en la sopa, para migar el pan que acababa de cortar de la hogaza de pan, vuelto a coger la cuchara y empezó a llevársela llena a la boca en una cadencia acompañada de resoplidos para enfriar y sorbidos al tragar, terminado el rito eterno, se limpió la boca con el dorso de la mano y del bolsillo de su ajado pantalón de pana, tomó la vieja navaja que heredó de su padre, este de su abuelo y que algún día su hijo heredaría a su vez. Del cesto de mimbre que se hallaba en el centro de la mesa, tomó una manzana y con una habilidad que solo da la experiencia de un hecho repetido mil veces, mondó la fruta sin que el pellejo se le partiera, dejando en el plato una hermosa espiral amarilla.

De inmediato, saco de la chaqueta que colgaba detrás de su silla, sacó la petaca y estableció de nuevo otro rito mil veces repetido a su vez, elaborar un perfecto cilindro con el papel y las hebras de tabaco, un rápido lametón al borde y colocarlo en la comisura del labio, un certero golpe con la palma de la mano al chisquero y una inspiración profunda, le provocan una gran satisfacción, echa el cuerpo hacia el respaldo y coloca sus manos detrás de la nuca, estirando el cuerpo después de esta pausa en el día.

Mira enfrente de él a su mujer, el penoso trabajo que ella soporta diariamente, la ha convertido en una mujer avejentada prematuramente, sus manos callosas y nervudas, después de soportar el frío al borde del río para poder lavar la ropa, batiéndola contra la piedra una y otra vez, después de tantos años, no siente nada, le da igual que a veces haya que apartar el hielo en la orilla, quizás le duela más las rodillas o la espalda de estar tanto tiempo agachada.

Por más que la mira, no sabe que decir, esta es la vida que les ha tocado vivir, nacieron pobres y morirán de la misma manera, el traje de los domingos, será su mortaja. Su tumba, la misma tierra donde viven, allí donde su azada la golpea buscando una cosecha que mengua con los años, que año a año les hace más miserables.

Mira a su retoño y apenado le dice:

- Hijo, espero que la tierra no te ate como a mí.

 
 

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