jueves, 27 de octubre de 2011

Acompañame



¿Y qué es un río? Un río lo es todo, aunque no lo pueda parecer, miras desde arriba del puente y sólo ves agua discurriendo en un sentido determinado, miras pero no ves, aunque el dicho sea al revés, pero desde arriba no puedes observar la belleza que todavía atesora, a pesar de nuestros alevosos intentos, aún conserva vida, acompáñame.
Ten cuidado y sube conmigo el pretil del puente, no hay peligro, al otro lado está el prado donde antaño estuvo el camping, bajo los fresnos se resguardaban las tiendas de familias campistas, de las que mejor no queríamos saber donde iban sus detritos, hogaño, prohibidas las acampadas salvajes el prado respira salud, sobre todo en primavera cuando se llena de campanillas, dando un toque amarillo espectacular, sobre todo si te fijas en los bordes, junto a la valla de piedra que lo circunda, pues allí en la umbría brotan los auténticas violetas, una de las flores más bellas que encuentras en la sierra.
Con cuidado, salta la alambrada que separa el prado del cauce, algunas veces dejan en el estío a las vacas, pastar la hierba fresca junto al río, en lo más recio de Agosto, apenas queda hierba jugosa para los animales y el que posee tierras junto al río, puede alimentar mejor a las bestias.
Una vez llegados al cauce, espero por tu bien que tengas buen calzado, no es conveniente venir con chanclas playeras, lo mejor es unas sandalias de agua o algún calzado deportivo de deshecho, caminar sobre los cantos rodados ejercita los tobillos, pero tiene el peligro de caerse cuan largo es uno, por desgracia, al no ser tan puras las aguas que bajan, las algas se pegan a las piedras haciéndolas todavía más resbaladizas, por lo que conviene que hagas como yo y cortes una rama seca para apoyarte.
¿Sigues sin ver nada? Antiguamente antes de acertarte a la orilla notabas el primer signo de vida, pues siempre saltaba alguna rana, grande o pequeña era inevitable su salto, hermosas siempre, verdes con  su raya amarilla en el lomo son sus ojos saltones y su boca cerrada; pero no las busques ahora, no hay, la superpoblación de cigüeñas además de la plaga de cangrejos americanos comiéndose sus puestas, hicieron que el croar sea una música que no se escucha ya por estos pagos.
¿Ves las piedras grandes en medio del cauce? Las usaban las larvas de libélula para abandonar sus carcasas de ninfa, desplegar sus alas y dar un salto al cielo, volaban incansables revoloteando mostrando sus colores, naranjas unas y violetas las demás, tampoco las busques, fueron pasto también de la voracidad de los cangrejos.
Afortunadamente, no todo está perdido, si te fijas bien en los remansos, no faltan las bogas, los gobios y estáticas en la corriente, atentas a cualquier alimento que les pueda llegar, están las pintonas truchas, quedan pocas por desgracia, no tienen descanso apenas, hay muchos más pescadores de los que puede soportar su ciclo reproductivo.



¡Mira allí! Hoy hemos tenido suerte, una culebrilla está agazapada al acecho de cualquier incauto pececillo, de crío me encantaba coger alguna y asustar a las chiquillas que tomaban el sol en la pradera de la poza “engaña”, generalmente hasta que no me veían las manos libres no se quedaban tranquilas, ¿me seguirán recordando por eso?
Ten cuidado, no te apoyes sobre esa roca, un sapo, después de remojarse, está tomando el sol, no hacen nada, pero mejor no molestarlo; en invierno por esa chorrera, no es infrecuente contemplar algún mirlo acuático sumergiéndose en las heladas aguas, siempre consigue encontrar alguna mínima sabandija que llevarse al pico.
De todas formas, es difícil imaginar como era este río hace tan solo veinte años, sus aguas eran completamente transparentes, rebosantes de vida, en primavera los barbos y bogas remontaban la corriente dejando un precioso espectáculo en las chorreras; debajo de cada piedra encontrabas infinita vida animal, canutillos, gusarapas, renacuajos, miles de formas y colores. Por eso miro ahora con encono a los niños que llegan con sus redecillas al hombro dispuestos a acabar con los pocos alevines que quedan en los remansos.
No recuerdo quien dijo, con más razón que un santo, que si no hubiera tantas piscinas, se cuidarían más los ríos.

viernes, 14 de octubre de 2011

Niebla




Hay mucha gente que no le gusta pasear por el campo bajo la niebla, puede que sea por miedo a perderse y no encontrar el camino de vuelta, también por dar un mal paso y precipitarse por una sima, es posible que sin ser tan tremendista, sencillamente les disguste salir al mundo en un día generalmente desapacible, húmedo y frío.
Les respeto, pero creo que no saben lo que se pierden. ¿Bondades? Infinitas, para mi gusto, no difieren mucho de pasear en un día luminoso en primavera, la sensación de hollar por primera vez un suelo virgen, dejando en las hierbas húmedas por el rocío la marca de tus huellas, pagando eso sí, el peaje de mojar tu calzado, nada que preocuparse si has tenido la previsión de salir de casa embutido en un buen par de botas.
¿Más? Por supuesto, ¿no notáis la sensación de recorrer un camino nuevo que se va abriendo a tu vista según vas caminando? Los paisajes aparecen como si estuvieses dentro de un túnel, descubres cada paso un paisaje nuevo, un nuevo árbol, una roca, una valla; una vaca pastando te parece un animal recién descubierto para la ciencia, la lluvia que le chorrea por el lomo, le da un color completamente nuevo a su pelaje, ya no es el pardo y blanco de siempre, ahora hay infinitos tonos imposibles de definir e incluso de llevar a la paleta de un pintor.
Qué decir de los árboles, en la sierra abundan los fresnos mil veces desmochados y mil veces brotan de nuevo las ramas, por lo que no hay que forzar mucho la imaginación para verlos  como gigantes con los brazos extendidos al cielo intentando alcanzar un yo qué sé, pues con la niebla no te imaginas su anhelo, hay un techo demasiado cercano a la vista, o quizás es precisamente la niebla lo que los fresnos sustentan.




De todas formas, es imposible que yo me pierda, conozco prácticamente todas las sendas y vericuetos y sé donde podría dar un mal paso para evitar circular por ciertos lugares. Un consejo, caminad por las sendas justo entre las rodadas, otrora de los carros de bueyes, y en la actualidad provocadas por vehículos llegados de allende los mares denominados “pick-ups” ahora de moda entre los ganaderos serranos, entre las rodadas, puedes caminar entre hierba, evitando en todo momento pisar el barro de los caminos y además tendrás una perfecta referencia del sendero y evitarás perderte.
Eso hice yo esa mañana alejándome del pueblo, pero ensimismado como iba, no debí de seguir perfectamente mis propias instrucciones, puesto que de repente me di cuenta que no sabía dónde me hallaba, es fácil saberlo, de repente cada paso que daba los gigantes  que se abrían a mi paso por la dehesa eran totalmente desconocidos para mí, y sus largos brazos ya no querían alcanzar el techo, más bien se empeñaban en alcanzarme y rodear mi cuerpo con sus garras con siniestras intenciones. Cuando te pasa eso, la llovizna que trae la niebla o refresca tu cara pues se convierte en inicios de lágrimas saliendo de tus ojos y la hierba que tan a gusto pisabas, se convierte en pequeños liliputienses que intentan sujetar tus pies con finos hilos con la malévola intención de hacerte caer.




Cuando te sientes perdido, la primera intención es dar marcha atrás y desandar el camino andado, pero, ¿Por dónde queda atrás? Giras ciento ochenta grados y te preguntas: ¿es por aquí? Los mismos gigantes, la misma llovizna, los mismos liliputienses. Afortunadamente siempre me guardo un as en la manga; en un valle, si vas hacia abajo, tarde o temprano encontrarás el río que lo atraviesa y a partir de allí sólo es cuestión de seguirlo y encontrarás alguno de los pueblos atravesados por él.
Como la dehesa es bastante plana, seguí una de las caceras que  discurrían regándola. Caminé bastante tiempo paralelo a su curso, dándome cuenta que no podía imaginar que la dehesa fuera tan extensa, en otras visitas veraniegas con toda la claridad, nunca había tardado tanto en atravesarla.
Todo parecía mágico, la niebla cada vez más espesa, el desconocimiento de mi situación y de repente lo inimaginable, una verja de metal cerrándome el paso.




Ahora si que algo no transcurría razonablemente, nunca, repito, nunca había encontrado allí una verja, tampoco tenía su razón de ser, estábamos en la dehesa boyal, terreno comunal de los ganaderos del pueblo y era imposible el aparcelamiento del terreno y la edificación de una vivienda.
Movido por la curiosidad seguí el perímetro de la verja, hecha esta de hierro forjado, de considerable altura y rematada en aguzadas puntas que la hacían inviolable; nunca había visto nada igual en mis anteriores paseos ni había oído comentarios sobre este hecho, pero siguiendo con mis cavilaciones, por fin encontré una puerta.
Si la verja estaba artísticamente trabajada, el portón de entrada era magistral, posiblemente un orífice no lo hubiera hecho mejor en el noble metal, si no fuera porque estaba hecha varios cientos de años después, se podría decir que había sido hecha por  Fray Francisco de Salamanca, al igual que la del cercano Monasterio de El Paular, magistral artesano.
Empujé el portón a sabiendas que estaría abierto, no podía ser de otra manera, el misterio se presentó ante mi persona y no era concebible el que no pudiera ser desvelado, con un chirrido quejumbroso, franqueé la puerta y me introduje siguiendo un camino pavimentado de losas de granito, cosa que agradecí, estaba harto de pisar hierba siempre mojada con su insidioso silencio, el pisar sobre piedra me devolvía el ruido de mis pisadas, rompiendo el absoluto y chillón sonido de la nada que hacía que mis oídos zumbasen continuamente.
El camino serpeaba entre abetos más acogedores que los fresnos, pues estos no tenían garras ni intención de sujetarme, más bien iban apuntando el camino a seguir, vigilantes y enhiestos como soldados.
La lluvia paró de repente, por lo que pude frotarme los ojos para enjugar el agua que discurría por ellos y ver algo irreal frente a mí, una recia mansión berroqueña, digna de un marqués o de un indiano recién llegado de las Américas, apenas distinguible el techo de pizarra asumido por la niebla, con altos ventanales y media fachada tapizada por el ramaje de lo que en tiempos debió ser una exuberante enredadera, convertida por el tiempo y el abandono en una telaraña de color marrón marcando como una cicatriz la fachada del edificio.
Al haberme detenido el silencio debía haber regresado, pero no, una dulce música salía del porche, otrora pintado de blanco, allí una dama en vuelta en gasas y tules, figurando un vestido poco acorde con la moda presente, tocaba el arpa como sólo la diosa Hathor o las quijotescas Altisidora y Dorotea, hubieran sido capaces de sacar tanta armonía a tan bello instrumento, si el cielo existe, tiene que haber un sonido así dentro de él.  
No se cuanto tiempo estuve ensimismado contemplándola y disfrutando de aquellos acordes, imposible sentirse mejor, me habría quedado allí toda la vida, pero todo tiene su pero, hay un certero dicho que nos dice: mañanita de niebla, tarde de paseo y así comenzaba a ser, se acercaba el mediodía y algunos atisbos de color azul se colaban entre el gris dominante, incluso un leve rayo de sol juguetón se coló entre el espeso meteoro golpeando a la mansión, y esta se deshizo.
Así, de repente y sin parar, según se abría el día y los blancos y azules dominaban a los grises, todo a mi alrededor iba desapareciendo, los abetos, el camino adoquinado, el techo de pizarra, los ventanales, la hiedra y ¡Ay! el porche y la dama con su música y el arpa.
Me rebelaba aquella intromisión, ¿Cuántas veces he dicho que no hay nada como un día de niebla? ¡Vuelve! Pero no hubo caso, todo se transformó en un estúpido día brillante y soleado.

miércoles, 5 de octubre de 2011

El fín del mundo

-          Bésame, que se acabe el mundo no me importa si te tengo a mi lado.
No importaba el destino, pero nos pusimos a andar calle adelante, nos cogimos de la mano como solíamos, lástima que hace mucho tiempo que olvidamos el control insidioso de la báscula, pues me hubiera gustado tomarte del talle mientras damos nuestro último paseo.
Cuanto me alegro de haber sido tan felices y de haber sido tan diferentes, no hubiéramos soportado tener a nuestro lado alguien similar a nosotros, nuestras diferencias es lo que nos unió, lo que nos hizo más fuertes ante las adversidades, lo que nos daba espacio para respirar.
-          ¿Dónde vamos?
-          Que más da, a cualquier sitio menos al sol poniente.
-          Mira que eres poco romántico.
Uno de mis innumerables defectos fue ese, nunca o casi nunca supe dar a mis actos un toque romántico.
-          ¿Recuerdas cuando nos conocimos?
-          ¿Cómo lo iba a olvidar? Tonto, esa tarde mi amiga Virginia y yo no paramos de reírnos, estabas tan gracioso vestido de militar, y de espaldas ni te cuento, si apenas tienes culo.
-          Que graciosa, yo tampoco olvido que apenas te consideré, tus pechos siquiera apuntaban dentro de tu jersey.
-          ¡Es que era una niña!

Niña tienes algo
que me puedes dar.
Brillan tus encantos
en tu caminar.
Tuvimos una noche
llena de color
un río dorado tus ojos son.
Tocamos la vida con nuestras manos
la vida cantaba esta canción:
Una noche de amor desesperada,
una noche de amor que se alejó.

-          Estaba de moda aquel año, en la feria, cuando te dije que te quería a ti y a nadie más, cuando me iba al cuartel la tarareaba una y otra vez.
-          Creí que nuestra canción era “Sin ti no soy nada”
No nos dábamos cuenta, pero la noche se cernió casi de repente, algunas farolas, pocas, se encendieron iluminando un camino que iba a ninguna parte.
-          Eso fue después, cuando me dí cuenta que la vida se me iba a chorros y todavía no te había dicho lo que te quería y sentía por ti después de ventimuchos años de casados.
-          Me gusta más esta, sobre todo cuando me lo dices.
Cientos de soles, de repente, iluminaron la noche, mutándola en el día más luminoso desde la creación de la Tierra.
-          Creo que todo se acaba.
-          Pues abrázame y no me sueltes.
Y es que la visión de varios hongos atómicos puede ser hasta bella.



Por cierto, ya está disponible para vuestro gozo el capítulo II de "Historias y relatos de un turista que nunca ha estado en Barcelona" con unas fotos de Apu para alucinar, no os lo podéis perder por la cuenta que os trae.


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