martes, 28 de septiembre de 2010

Misterio en el autobús

Lo decidí hace tiempo, cambiaría mis hábitos para desplazarme al trabajo, en vez del atiborrado servicio de metro, me levantaría quince minutos antes y cogería en autobús, al tomarlo en la cabecera de línea, disfrutaría con toda seguridad de ir sentado, en el metro en hora punta, eso es del todo imposible, además de aglomeraciones, agobio por el calor y subida y bajada de escaleras que parece que te transportan a algún círculo de los infiernos de Dante.


En el autobús, siempre que podía cogía asiento atrás, en alguno de los asientos dobles que van encima de las ruedas con gente de frente, me gusta observar a la gente, sus gestos, su manera de vestir, qué leen y a partir de ello, comienzo a imaginar como son, en que trabajan, su nivel de estudios, es un gran deporte, nunca lo hago con afán critico, más bien por echar a volar mi imaginación.

Hasta el verano, se solían sentar frente a mí, dos muchachas de unos quince años, el uniforme delataba que era el último año de colegio antes de ir al instituto y abandonar el uniforme, les quedaba más bien escaso, sobre todo de falda, a ellas no parecía importarle lo más mínimo, y valoraban con soltura, las miradas que les echaban los pasajeros del bus y algún requiebro de otros chavales que les hacían sonreír y comentarlo con descaro.

Otras veces se sentaban una madre y su hijo, este tenía síndrome de Down, no tendría más de ocho años y se le notaba que era muy responsable, asentía con viveza a todas las indicaciones que su madre le daba con respecto al almuerzo y al cuidado de la ropa. – Que no te tires al suelo, que te lo comas todo. Solían bajarse en la penúltima parada del trayecto, por lo que me acompañaban casi todo el trayecto y siempre me saludaban con amabilidad.

Después del verano dejé de ver a las estudiantes y nueva gente me acompañaron en el trayecto, trabajadores dando cabezadas a los que alguna vez despertaba cuando el autobús llegaba al final, gente anónima que acudía a sus tareas, nuevos estudiantes y sobre todo ella.

Jamás me hubiera fijado en ella, no tenía una cara agradable, vestía como una progre de los años setenta, pero con un aspecto realmente andrógino, quizás por sus manos grandes, por su pelo corto y sus anchos pantalones, cuando estaba frente a ella, me embebía en escuchar a Simón & Garfunkel y distraído, miraba por la ventanilla el estado de la circulación de peatones y vehículos.

¿Porqué me fijé en ella? A veces un hecho por repetido que sea, lo tomamos como algo normal y nos cuesta pensar que es anómalo y así sucedía. Ella todas las mañanas, se sentaba y abría el periódico gratuito y se pasaba el trayecto leyéndolo, un poco antes de llegar a su parada, sacaba de su mochila unas tijeras de costura y recortaba un trozo del periódico, lo doblaba cuidadosamente en cuatro partes y se lo guardaba en el monedero.

Así explicado, parece de lo más normal, ¿por qué me tendría que llamar la atención? El ser humano es curioso por naturaleza, no lo podemos evitar, ¿qué artículo recortaba ella todos los días?, además concurría otro hecho, mi amigo Andrés escribía en ese periódico un artículo diario sobre economía y relaciones laborales, imaginaba que no sería ese el objeto del deseo de ella, pero ¿y si lo fuese? menuda casualidad sería, pero no, no creo en una remota probabilidad, mejor confirmarlo, ¿pero como? Por más que avizoraba, no conseguía saber siquiera que página recortaba, era una de las páginas centrales, pero nada más logré saber, intenté durante varios días sentarme a su lado, pero era imposible, no lo conseguía de ninguna manera ni usando todas las artimañas a mi alcance, como sentarme en el lado contrario a la circulación, lo que hacía ese asiento menos placentero, ella siempre se sentaba frente a mí.

Un día me arriesgué a lo inimaginable, la seguí; me bajé tras ella en su parada, a riesgo de llegar tarde a mi trabajo, procuré que no se diera cuenta, dándola unos metros de ventaja y mirando distraído hacia las alturas, de pronto tuve que ahogar un grito de jubilo, ¡había arrojado en una papelera el periódico! Ni que decir tiene que me arrojé de inmediato a sacar de sus fauces mi preciado botín, hojeé nervioso sus hojas hasta dar con el hueco, por fin lo tenía en mis manos, casi corriendo pues el tiempo corría en mi contra, me encaminé hacia la boca de metro más próxima para recoger otro periódico para cotejarlos y saber que artículo faltaba, cuando llegué, no pude más que maldecir mi perra suerte, el muchacho que los repartía se encontraba sentado bajo la sombrilla que les anunciaba al publico, ya había repartido toda la tirada a su disposición, el animo se me cayó a los pies, -No puede ser. –Me dije apesadumbrado. Voy a llegar tarde al trabajo sin enterarme del misterio.

De pronto se me ocurrió una idea, la gente que termina su viaje aquí, suele deshacerse de los periódicos que recogen en otros lugares, depositándolos en las papeleras de la salida, por lo que bajé los escalones de cuatro en cuatro, revisando las papeleras del vomitorio de la estación, ¡hurra! En mis manos estaba por fin el preciado tesoro, allí mismo apoyado en la papelera dispuse los dos periódicos y comencé a pasar las páginas a la vez con manos temblorosas.

¿Por qué me iba a extrañar del resultado? Lo imaginaba desde el principio, había una voz interior que me decía que iba a ocurrir así, el recuadro que faltaba era el de mi amigo Andrés, recogí a toda prisa los periódicos y volé más que corrí al trabajo. Llegué tarde, cansado, descompuesto y con los ojos bajos me dispuse a soportar la charla de mi superior, sólo quería que recuperase el resuello y que terminase la charla que recibía, para poder llamar a mi amigo, pero no hubo tal, tenía el móvil apagado, por lo que enseguida le mandé un correo electrónico contándole todo lo que me estaba sucediendo, no imaginaba que fuera un familiar de él, por lo que mil y una preguntas se agolpaban en mi mente y esperaba ansioso su respuesta.

¡No me lo puedo creer! Después de leer la respuesta del correo, estoy peor, mi amigo se lo tomó en tono de guasa, diciéndome que lamentaba que la señorita fuera tan fea, pues si fuera guapa, podría presentarme como amigo del autor, “por menos se habían iniciado grandes romances” terminaba su correo.

¿Y ahora que hago yo? No me veo capaz de dejar pasar el misterio por mi lado, sin tratar de resolverlo, por fin tengo algo emocionante, algo misterioso que me atañe, lo tengo decidido, resolveré el misterio.

Ya estoy de nuevo en la parada, el día anterior me pareció eterno, las horas no pasaban, apenas conseguí dormir, la inquietud que padezco, me hizo dar vueltas en la cama como un pollo asándose, me subo al autobús y me siento en mi sitio habitual, dos paradas más y se subirá ella, rediez, ya no me quedan uñas que morderme, ¡ahí está! Perfecto, se sienta frente a mí, como una liturgia ensayada, abre el periódico y lo lee mientras el autobús va recorriendo el mismo camino de todos los días, una tras otra van pasando las paradas, ella, abre el bolso, saca las tijeritas y recorta el periódico, lo dobla y se lo guarda.

Todo iba transcurriendo como en un guión de una película mil veces vista, los mismos gestos, los mismos hechos, los mismos protagonistas, ella toca el timbre para avisar de su bajada y enseguida el autobús se detiene en la parada, ella se apea y yo tras ella, la sigo ya sin disimulo, ella tira el periódico en la misma papelera, pero no le hago caso, la sigo hasta un portal de un viejo edificio, allí mismo la intento abordar, pero antes de que pueda abrir la boca ella me espeta:

- Tú, gilipollas, deja de seguirme o voy a tener que llamar a la policía.-Y me arrea un puñetazo en un ojo.



Acabo de descubrir las ventajas de viajar en metro, se va calentito en invierno, me levanto quince minutos más tarde, hago ejercicio subiendo y bajando escaleras y me relajo oyendo a Simón & Garfunkel con los ojos cerrados, sin fijarme en nadie ni pensar en nada, el ojo cada vez me duele menos y casi no lo tengo morado.


 
Gracias a Andrés (APU) él sabe porqué.
 
 

viernes, 24 de septiembre de 2010

La ventana

No llegué a hacer caso a mi madre, pero según me iba acercando al lugar de la cita, echaba de menos la tila que se empeñó que me tomara y es que los nervios se iban adueñando de mí. No era para menos, tal y como estaban las cosas, salir de mi condición de parado e introducirme en el mercado laboral con pleno derecho y poder meterme en la vorágine de la sociedad consumista, evitando la terrible dependencia de las pagas semanales que me daban en casa.

Me miré por enésima vez en el reflejo de los escaparates al pasar, volví a pasarme revista: zapatos brillantes, la raya del pantalón perfecta (mi madre se esmeró con la plancha), camisa con los picos metidos dentro del pantalón, afeitado de anuncio y cabellos cortados a navaja la tarde anterior. Todo perfecto, pero aun así mi nerviosismo no aflojaba.

Afortunadamente llegué al edificio de la que esperaba fuera mi nueva empresa, un viejo edificio cercano a la glorieta de Bilbao, donde se mezclaban viviendas con oficinas y comencé a subir las viejas escaleras, con escalones de madera que rechinaban quejumbrosas a mi paso hasta la entreplanta donde tomé el ascensor hasta el sexto piso.

Una placa en la puerta denotaba el nombre de la empresa, toqué el timbre y esperé respuesta, para evitar sorpresas con el transporte, llegaba media hora pronto a la cita, con el temor de encontrarme la empresa cerrada, pero no, al poco rato me abrió una señorita que me indicó que me introdujera en el recibidor.

- Buenos días, pase y siéntese por favor, el señor Muñoz aun no ha llegado.

Así lo hice y me senté en un cómodo y mullido sofá y me dispuse a esperar, mientras esperaba iba dirigiendo mi mirada por las paredes de la oficina y sus cuadros, tan impersonales como todos los cuadros que hay en todas las recepciones del mundo, parecían hechos por el mismo pintor, escenas de calles de ciudades irreales donde apenas se veían gente paseando o vehículos atascados en calles irrespirables por el humo.

Cansado de los cuadros, me fijé en la recepcionista, un vestido ya pasado de moda y una tez más pálida de lo que sería normal en estas fechas, recién terminado el verano, me llamaban la atención, cada poco tiempo un leve suspiro que era más un sollozo, se escapaba de sus labios y con el pico del pañuelo, comenzó a enjugar una lágrima que pugnaba por salir de sus ojos, cada vez me iba sintiendo más violento en este estado, no sabía si seguir callado o preguntarle por el motivo de su desconsuelo, ella de repente rompió el silencio.

- Que terrible es la vida.

- ¿Perdón? – Apenas conseguí responder.

- Ayer tan llenos de vida y hoy…

- ¿Le puedo ayudar señorita?

- Ya nadie me puede ayudar, pulvis eris et in pulverem reverteris.

Ante el cariz que la situación iba tomando, me levanté y me acerqué a su escritorio, aunque no sabía que hacer ni decir.

- Los he perdido para siempre, para siempre… nunca hallaré consuelo.

- De verdad, si puedo hacer algo por usted…

- Muchas gracias pero no, ya he tomado mi decisión, no merece la pena vivir.

A mi se me iban poniendo los pelos de punta, sobre todo al escuchar la última frase, me encontraba tremendamente alterado y nervioso, ya ni recordaba la entrevista que tenía y casi lo único que deseaba era salir de allí, ella de repente se acercó a la ventana apenas musitando una despedida.

- Se acabó, mi sufrimiento se acabó.

Apenas terminó de decirlo y sin poderlo evitar a pesar de acercarme a ella, se arrojó por la ventana, acompañada por el grito de horror que emití.

No era capaz de asomarme a la ventana y mirar hacia abajo, apenas era capaz de sostenerme en pié, un temblor recorría mi cuerpo, no sabía que hacer con los brazos y sólo acerté a frotarme las manos desesperadamente.

- ¡Oh Dios! ¡Que terrible!

Sin pensarlo, abrí la puerta para salir a la calle para buscar ayuda y casi me di de bruces con una señorita que entraba en la oficina.

- ¿Qué hace usted aquí? ¿cómo ha entrado?

- ¡Necesito ayuda! ¿no la ha visto? Ella se ha tirado por la ventana.

- ¿Qué ventana? Si las ventanas no se pueden abrir.

- ¡Como que no!

Me volví azorado y con grandes pasos me acerqué al ventanal, allí contemplé atónito como el ventanal, era cierto estaba sellado, era una cristalera de una sola pieza, ya no estaba el tirador de la ventana donde hacía un momento se acababa de arrojar aquella mujer.

En aquel instante, entró por la puerta el dueño de la empresa, el señor Muñoz, que con gesto serio preguntó:

- ¿Qué ocurre aquí?

Con muchos balbuceos por mi parte le hice un relato pormenorizado de lo ocurrido, de vez en cuando el asentía levemente sin interrumpirme, cuando terminé mi relación de lo ocurrido, me habló así.

- Has sido testigo de un hecho terrible, no creas que todo ha sido causado por tu imaginación, ni te sientas mal por ello, hace unos años ocurrió una tragedia en esta oficina y debió de ser tal y como lo cuentas. En esta empresa, trabajaba Ana, una recepcionista muy cualificada y excelente persona, una mañana recibió por teléfono la terrible noticia que su marido y su hijo de cuatro años, habían fallecido en un accidente de tráfico aplastados por un camión, ella apenas se hizo cargo de la noticia, abrió la ventana y sin que pudiésemos hacer nada por evitarlo se arrojó al vacío, falleciendo en el acto, el hecho nos llenó de dolor, además de que era una excelente persona, imagínese el acompañar hasta el cementerio la procesión de tres ataúdes, toda una familia destrozada por la adversidad.

Ante esa revelación todos guardamos silencio un momento, sólo roto por mi pregunta.

- ¿Y el ventanal?

- Después del luctuoso incidente, di orden que cambiasen la disposición de la ventana, para que el terrible hecho, ni por asomo pudiera repetirse.

- Todo era tan real, ella era real…

- No se torture usted, hay cosas que no podemos intentar comprender, hechos que escapan a todo conocimiento y comprensión.

Acordé con él, posponer nuestra cita al día siguiente y mucho más tranquilo, salí del edificio, parándome en el portal y dirigiéndome al lugar donde ella debió caer, musité una oración en memoria de aquella persona que tanto sufrió.

Caminé por la calle sobrecogido, aun meditando el hecho de haber sido testigo de un acto tan misterioso que sólo dejaba preguntas en mi interior.

 

miércoles, 22 de septiembre de 2010

La importancia de llamarse Afrodisio

El llamarme Afrodisio ya de por si era un hecho terrible, sobre todo porque además el físico no acompañaba, o más bien sí, iba de perillas al nombre, me miro al espejo y veo un tipo alto y desgarbado, con la cara llena de prematuras arrugas longitudinales y con una nariz… bueno, pues eso, con una nariz a la que no pienso detallar aquí, es suficiente con lo dicho.

¿Por qué me pusieron el dichoso nombre? Real como la vida misma, nací el veintiocho de abril y el resentido de mi padrino, mi tío Godofredo (que nació el veintisiete de diciembre) dijo:

- El niño se llamará Afrodisio, como el santo del día de hoy.

Lástima no se hubiera quedado, a instancia divina, mudo cinco minutos antes de esta frase.

Los niños son muy crueles, no voy a descubrirlo ahora, pero es verdad, mi infancia es un mundo de dolorosos recueros de burlas y humillaciones por parte de todos los niños que conocían mi nombre, claro que no podía quebrarles la cintura, haciendo que me llamasen por mi apellido: Gegundez, era caer en las brasas desde la sartén de la burla y la rechifla.

La adolescencia me juntó con una cierta parada de monstruos, mis mejores amigos fueron: Alipio “Ali” para los amigos, Demetrio “Deme” y Obdulio que astutamente había mutado su nombre de guerra por el de “David”. Yo con un estúpido orgullo de casta, me negué a embalsamar mi nombre frente a extraños, el que me quiera, que sea por el lote completo. La verdad es que con esos nombres y nuestra belleza interior oculta, sólo conseguíamos salir con muchachas que eran verdaderos desechos de tienta y tan terriblemente aburridas como nosotros.

Tampoco consentí que me abreviaran el nombre, lo de “Afro” suena fatal, un poco étnico el término, cuando me llamaban así, no hacía ni caso, sobre todo a mi prima Penélope.

- Pero primo, ¿por qué no me respondes cuando te llamo Afro? Es un nombre más bonito, queda muy “cool”.

- ¿Tú me responderías si abrevio tu nombre y te llamo “Pene”?, desde luego quedaría muy “hot”

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Luego vinieron muchos años de aguantar al típico graciosillo que te decía:

- ¿Afrodisio o Afrodisíaco? Con ese nombre ligarás mucho ¿no? Ja ja

Y claro a mi sólo me quedaba mirarle con cara de conmiseración y darle a entender que su ocurrencia era muy original y a nadie más se le había ocurrido, mientras apretaba los puños para evitar que me venciera la tentación y le cogiera del pescuezo como un pollo y me enseñara cuan larga tenía la lengua.

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Un día todo cambió, la luz llegó a mi corazón y me iluminó el alma.

- Felicidad.

- Igualmente, te deseo lo mejor.

- No, es que me llamo Felicidad.

- ¡Ah! Perdona chica mi torpeza, yo me llamo Afrodisio.

- ¡Que bueno!, mi prima tiene un hamster que se llama igual.

La verdad es que nadie me había dicho una cosa igual, la miré y me quedé prendado de su perfección, obviando claro está algún rasgo peculiar que marcaba su personalidad, como esas patillas a lo “Pantoja”, esa tez morena a lo “De la Vega” con arrugas incluidas y esa naricita a lo “Rosy de Palma”. Todo un conjunto que daba armonía a su cara, una cara angelical como ninguna, Murillo mismo, la habría tomado como modelo para dibujar sus angelitos.

Dicen que el amor es ciego, pero la verdad es que me enamoré de ella al instante, mi corazón corría desbocado en su presencia.

- ¿Quieres salir conmigo?

- ¿A dónde?

- No, si digo que para todos los días.

- Vale, no tengo con quien salir. ¡Huy! Quizás no debí decir eso, vas a pensar que no valgo para salir con nadie, o que nadie quiere salir conmigo porque dicen que soy fea.

- Eso es que no te miran con los ojos del corazón como te miro yo.

- ¡Hay que ver! Que cosas más bonitas dices, oye, ¿No será que me estás camelando para llevarme a la cama y luego si te he visto no me acuerdo?

- No mujer, no seas mal pensada, lo mío es más espiritual.

- Bueno, de todas formas no vayas a pensar que soy una estrecha, porque yo, aquí donde me ves, soy partidaria de las relaciones prematrimoniales.

- ¡Toma, y yo!- Exclamé alborozado.

Y así dio comienzo mi maravillosa relación con Felicidad, no hay nada como vivir con tu alma gemela, genio y figura hasta la sepultura.

jueves, 16 de septiembre de 2010

Fiebre

A los pies de mi cama se agolpaban los visitantes, a causa de la fiebre que tenía, no quería ver a nadie, pero ellos insistían en verme y charlar un rato conmigo.

- ¡Dejadme en paz!
- Chaval, toda la vida cortándote el pelo me da derecho a decirte lo que tenga que decirte. –Insistía el peluquero del barrio.

- Mira, si me burlé de tu hija fue sin mala intención, de verdad que lo siento. La verdad es que no lo sentía en absoluto, ella era realmente fea y me divertí saliendo con sus amigas para molestarla.

Al caballo del Cid, obviamente no le dejé pasar a mi habitación, sólo me faltaba que defecara en la habitación, me sentía bastante mal por mi parte y no necesitaba de ayudas ajenas para tener el estómago revuelto.

La Faustina tan enjuta como siempre y con su voz de pito me ofrecía pipas Arias.

- Si sé que son tus favoritas, no les hagas ascos y coge una bolsa.

- No, muchas gracias, de verdad, que no me apetecen.

- Cógelas y vete a pasear hasta el empalme, verás que bien te sentirás después, o mejor, vete a las escuelas y túmbate en la valla.

Ahí me golpeó bajo la línea de flotación, siempre añoré esos ociosos días de mi niñez, tumbado en la valla de las escuelas, bajo la sombra de las acacias, libando también el dulce fruto blanco, años después entendí perfectamente la frase “dolce fare niente” Sabía muy bien hacer exactamente eso.

- Nene, no te revuelvas tanto en la cama. -Insistía mi madre. –Vas a romper el termómetro, hay que ver, con esta fiebre que tienes, no vamos a poder ir a Alameda.

- ¡Puf! Me importará a mí mucho.

Las visitas no paraban de pasar, a quien de verdad quería ver era a la tía de mi madre, la memoria ya me gasta malas pasadas y no recuerdo su nombre, las manzanas asadas que traía a mi abuelo estaban para chuparse los dedos.

Recuerdo a mi abuelo y su enfermedad, varios años en nuestra casa de Madrid, casi arruinan la economía familiar, pero nos dejaban onerosos visitantes, que para mis padres eran una maldición, para mí, eran una fuente de datos sobre otros mundos ajenos a mi barrio.

- Que morro tienes, el enfermo eres tu, no haces más que desviar el tema con tus recuerdos.

- Pero bueno, ¿A ti quien te da vela en este entierro? – Pregunté a quien tan groseramente había interrumpido mi divagar.- No me hagas recordar al Negus.

- ¿Al Negus? ¿Y quien es ese?- Respondió toda la parroquia a coro.

Recuerdo como nunca el cartel de pinturas Valentine que tan ufano le tenía, era un taller de coches cerca de la avenida de San Diego y es que era tan mediocre mentalmente que se creía que la empresa era suya.

- Cuenta la paliza de Tirso. – Me pedía la concurrencia.

A mí la cabeza me daba vueltas, antes no conocían al Negus, y ahora resultaba que conocían la anécdota de la paliza que le propinó Tirso en el Sahuca.

La verdad es que siempre añoré la amistad de Ricardito, recuerdo meriendas en su casa mientras disparábamos bolas de plástico con su escopeta de juguete, como a tanta gente fabulosa que conocí, el crecer nos separó.

- Quiero dormir. –Supliqué.

- Esta bien, pero tienes que seguir contándonos tus recuerdos.

- Vale, pero otro día de fiebre será, por hoy ya está bien.

miércoles, 15 de septiembre de 2010

Un círculo alrededor de la hoguera

Todos estábamos ansiosos que el Oscuro se sentase en el corro del fuego y comenzase a contarnos sus historias, él lo sabía y se hacía rogar, remoloneaba hablando vaguedades con unos y con otros, preguntándoles por cosas que ya debiera saber o ignorar.

Tenía una manera de vivir que todos envidiábamos, iba de poblado en poblado intercambiando noticias, dando recados, comerciando con lo poco que podía cargar en su piel de uro enrollada en la espalda y sobre todo por los cuentos maravillosos que contaba por la noche.

Una vez que todas las faenas habían acabado, todos nos reuníamos en la hoguera del jefe, en la que ese día todos aportábamos un brazado de leña, para poder sentarnos alrededor, también cogíamos una piel para echárnosla por encima, las veladas se solían dilatar en la noche y era mejor ir prevenidos contra el frío.

A los lados del Oscuro se sentaban el jefe y su mujer y a continuación los guerreros, en la segunda fila se situaban las mujeres y en los huecos que quedaban, nos sentábamos como podíamos, toda la chiquillería del poblado.

El chamán siempre se ausentaba, no podía disimular la antipatía que le producía el Oscuro y la expectación que creaba su presencia, haciendo que la superioridad moral que tenía sobre la tribu se difuminara. Siempre consideró que las narraciones del oscuro eran puras mentiras frente a las enseñanzas que generación tras generación le habían sido reveladas y consistían en la memoria de la tribu desde la noche de los tiempos, el contacto con los espíritus y la liturgia que había que celebrar.

No hacíamos mucho caso esa noche del chaman, aunque sabíamos por experiencia que al día siguiente padeceríamos su ira, pero esa noche era la noche del Oscuro, una noche que no se repetiría hasta dentro de varias lunas.

Por fin se puso en pie apuntándonos con su mano derecha comenzó su narración.

- Oíd y recordad, esta es la historia de los hermanos Ori y Litzi, que vivían en una aldea más allá de las montañas blancas, un día Ori salió a cazar bisontes en compañía de su hermano Litzi, anduvieron varios días en busca de una manada, evitando en todo momento ser olfateados por una manada de lobos que rondaba por la pradera.

Así, gesticulando en todo momento, repitiendo los mismos gestos y movimientos, ora era un lobo, ora era uno de los hermanos, el Oscuro incluso era capaz de arrastrarse por el suelo y gruñir o aullar según correspondiera. Todos le mirábamos embobados y con la boca abierta, a veces cuando contaba escenas llenas de emoción y peligro los niños nos abrazábamos a nuestras madres o escondíamos la cabeza debajo de las pieles, algunos, presos de terror soltaban grititos ahogados por el miedo.

Las veladas así, eran sublimes, servían para recordar durante muchos días sus hechos y comentarlos entre todos los miembros de la tribu, día tras día hasta la siguiente visita del Oscuro.

Gracias a Donaire Galante por la inspiración





lunes, 13 de septiembre de 2010

La casona

La casona en medio del pueblo me atraía irremediablemente, desde niño soñaba con introducirme dentro de sus muros, pasear por sus estancias, investigar en sus armarios.

Sus puertas raramente se abrían, ¿Quiénes serían sus inquilinos que se ocultaban a todas horas? De vez en cuando una fina columna de humo escapaba por la chimenea y alguna noche se entreveían a través de sus ventanas, luces difuminadas por los cortinajes que las tapaban, lo que le daba la apariencia de una cierta habitabilidad, aunque sus moradores nunca se dejaron ver jamás por el pueblo.

Desde siempre los chiquillos del pueblo elucubrábamos sobre sus moradores, imaginando que eran contrabandistas de viejos tesoros olvidados, otros pensaban que eran el apoyo en el pueblo del maquis que otrora aterrorizó aquellas tierras, el más enterado de todos nosotros era el alguacilillo del pueblo que además de ser el monaguillo de la iglesia era además el pregonero de la villa y haciendo uso de su acceso a los documentos del ayuntamiento nos indicó que sus dueños era gente de la capital, lo que nos añadía nuevos horizontes a la investigación, al pensar que sería el refugio serrano de algún marqués casquivano que traería sus conquistas al viejo caserón.

Sus altos muros que la rodeaban, hacían impenetrable cualquier intento de adivinar siquiera que ocurría tanto en su interior, como en el jardín, del que sólo imaginábamos su existencia por las cónicas copas de los chopos que sobresalían de el. Un gran portalón de grandes vigas de madera era lo único que rompía la monotonía del muro de grandes sillares, estos estaban coronados cada poco, por grandes hierros aguzados, que imposibilitaban del todo cualquier ascensión para escalar el muro.

A pesar de nuestras inquietudes, nuestros padres apenas sabían más que nosotros, por lo que un mundo de misterio rodeaba al viejo edificio, hubiéramos dado todas nuestras posesiones por poder entrar dentro de sus muros y desentrañar el misterio que estaba vedado a nuestro conocimiento.

Día tras día, mes a mes el misterio seguía allí, tan cerca pero inalcanzable a nuestro conocimiento, por más que dábamos vueltas alrededor de sus muros no encontrábamos ningún resquicio por donde pudiéramos introducirnos en su interior, con la escala mas alta que pudiéramos fabricar, era aún inalcanzable además los aguzados hierros que la bordeaban suponían un nuevo problema que nos hacía desistir de poder incluso trepar por una soga que pudiéramos enganchar en ellos.
Una tarde de Septiembre, todo el cielo pareció derrumbarse sobre el pueblo, el cielo se tiñó de negro y una terrible tempestad se abatió sobre nosotros, todo el mundo dejó las labores agrícolas y se refugiaron cada uno en su casa ante el vendaval acompañado de truenos y relámpagos que llegaba, empezó a llover como si de repente miles de grifos se hubieran abierto, el ruido de los truenos nos tenía asordados a todos, los animales en sus corrales elevaban un coro de mugidos, balidos y berridos implorando el fin de la tormenta que tan aterrados les tenía, las calles del pueblo que daban al río eran torrenteras donde discurría el barro, piedras, ramas y todo lo que se interponía a su paso era abatido y arrastrado también.

Creo que nunca he sentido tanto miedo por los elementos de la naturaleza tan desbordados como aquel día, los canalones de mi casa incapaces de evacuar tanto agua, tiraban chorros ingentes de agua contra la fachada y las ventanas que más bien parecía que estábamos debajo del un mar embravecido, el granizo que también acompañaba a la lluvia golpeaba con fuerza el tejado, dando la sensación que el techo se nos iba a venir encima en cualquier instante.

De pronto todo se detuvo, el silencio lo invadió todo, un silencio que no auguraba nada bueno en el, parecía el intervalo de las campanas de la iglesia cuando tocan a misa de difuntos, con cuidado, recogimos apresuradamente nuestros impermeables y nos aprestamos a socorrer a nuestro ganado, chapaleando entre los charcos y evitando las caceras que se habían desbordado, llegamos a la cuadra donde lo guardábamos, afortunadamente el estropicio no fue grande, apenas un par de gallinas y una oveja se habían ahogado, los demás animales se habían puesto a buen recaudo.

No se por qué extraña razón pasé por la puerta de la casona, no era el camino habitual de vuelta a casa pero una fuerza extraña me llevó a pasar delante de ella, asombrado vi que un alto chopo, había sido abatido por la fuerza del viento, cayendo sobre el muro, con sus altas y gruesas ramas había formado un puente perfecto, no me lo pensé y encaramándome a él, salté sobre las raíces, para ir poco a poco, por lo resbaladizo que estaba, subiendo por el tronco hasta la copa, desde allí fue fácil descender por una gruesa rama hasta el patio de la casa, un patio enlosado con viejas baldosas de cemento y piedra, a mi alrededor unas ventanas ojivales de oscuras vidrieras emplomadas en las que el tiempo había dejado una verdusca pátina.

Las paredes estaban desconchadas y en algunos tramos cubiertas de una enredadera que hace años se secó dejando sus marchitos brazos sobre la pared, en medio del patio un pozo hecho de grandes piedras, al que le faltaban la garrucha y la cuerda rompía la soledad del patio.

Me acerqué a la fachada principal, allí encontré un zaguán acristalado con tejado de pizarra que daba acceso a la puerta del edificio, me acerqué a ella temblando, casi con la necesidad interior de encontrarla cerrada, pero todo fue una vana ilusión, al empujarla levemente, esta giró sobre sus goznes herrumbrosos provocando un molesto y agudo chirrido, dejando entrever apenas un umbral oscuro, me introduje por fin en el recibidor y observé que allí sólo había un gran perchero de madera.
En mi bolsillo llevaba una linterna para poder iluminar mi camino en las noches oscuras de un pueblo que no poseía iluminación alguna, así que hice uso de ella para introducirme en la siguiente estancia, esta resultó ser un gran salón donde partía una gran escalera hacia los pisos superiores, una grandiosa lámpara de araña colgaba del techo, esta había conocido tiempos mejores, peor ahora mostraba sus carencias por el paso del tiempo, varios brazos colgaban exánimes acompañados de muchos hilos de telarañas y muchas piezas de cristal se hallaban en el suelo, en las paredes varios oleos de retratos de diversa gente de otras épocas, todos vestidos con negras vestiduras, rodeaban a una gran chimenea de mármol rojizo donde todavía se veían apoyados en los morillos dos grandes troncos medio quemados.

Llegado a este punto, no sabía exactamente para donde encaminar mis pasos, como siempre las luces que a menudo se veían encendidas, pertenecían a las estancias superiores, tomé por la escalera, subí por ella, evitando acercarme a la balaustrada de mármol, pues tenía gran cantidad de polvo acumulada en ella, los escalones, también de mármol, indicaban por el polvo acumulado que por allí nadie había transitado en mucho tiempo, lo que añadía aun mas misterio, pues hacía pocos días que las misteriosas luces, se habían manifestado en las ventanas, llegado al primer piso, intenté abrir la primera puerta que encontré, pero estaba cerrada, un poco más adelante me encontré con otra puerta de madera oscura y empujé, esta si se abrió levemente dándome acceso a un salón tapizado en rojo, sin ventana alguna, pero en la pared del fondo había una puerta en la que el marco estaba pintado con letras rojas formando palabras sin sentido.

No me arredré por ello, giré el picaporte con suavidad y entré en la siguiente estancia, di un paso adelante y de repente la puerta se cerró a mis espaldas dejándome en la oscuridad mas absoluta, tomé mi linterna pero aun así no conseguí alumbrar apenas nada, la estancia parecía infinita, el haz de luz alumbraba varios pasos delante de mi, gire en derredor la linterna pero no apreciaba nada, ninguna pared, volví sobre mis pasos e intenté abrir de nuevo la puerta, nada, mis esfuerzos fueron vanos, después de varios intentos, abandoné y seguí a mi afán de aventura que me llevaba a continuar de frente, por lo que abandoné la pared y me adentré en la negrura imaginando no tardar mucho en encontrar la siguiente puerta.

No tardé encontrar el fin de la estancia, allí encontré un gran espejo que el tiempo había hecho desaparecer el azogue en varias partes, esto le daba un aspecto dorado y triste a la vez, mi reflejo en él me devolvía una imagen deformada de un joven asustado y empapado.

No fue hasta que me giré buscando la salida cuando me di cuenta que había algo extraño en el espejo, volví a mirar pues algo me había parecido fuera de lo común, cogí un viejo trapo polvoriento del suelo y lo pasé repetidas veces por la lisa superficie del espejo en un torpe intento de limpiar el polvo acumulado y devolverle un lustre ya olvidado. Después de un tiempo de frotar conseguí despejar un amplio espacio, acerqué la linterna al espejo y de repente me caí de espaldas soltando la linterna de la impresión al ver en el espejo reflejado otro rostro que no era le mío.

Era incapaz de controlar el corazón que corría desbocado por mi pecho, un ruidoso jadeo salía de mi boca incapaz de llevar suficiente aire a mis pulmones, las venas de mis sienes latían desaforadamente provocando un dolor insoportable en mi cabeza. Así estuve un buen rato hasta que conseguí estabilizar mis emociones, si no fuera por el temblor que sentía en mis piernas, hubiera echado a correr al instante, pero la curiosidad pudo más, me incorporé y volví a mirar al espejo. ¡Era cierto! Detrás del espejo había otro rostro que me miraba con cara apenada, apenas alumbrado por mi linterna otra cara me devolvía la mirada, la linterna que sujetaba apenas era capaz de alumbrar el rostro del extraño que me miraba.

-¿Quién eres? –Conseguí articular balbuceante. -¿Qué haces aquí.

Un suave susurro apenas audible me respondió:

- Sácame de aquí, te lo ruego, sácame por favor.

- ¿Pero como…? ¿Cómo has llegado hasta allí?

- Eso no importa, por favor, te lo ruego sácame de aquí.

- Bien, bien, dime como. ¿Qué tengo que hacer?

- Las velas, enciende las velas.

Me volví buscando con la mirada las velas que mencionaba mi interlocutor, las hallé tiradas en el suelo, dos velas a medio consumir que el polvo acumulado había tornado grises.

- Enciéndelas. –Me ordenó

Así lo hice obediente – ¿Y ahora qué? – Le pregunté

- Dibuja un círculo en el suelo, pegado a la pared.

Con un trozo de escayola que había caído del techo, dibujé en el suelo pegado a la pared donde estaba el espejo, con trazos temblorosos un círculo.

- Ya está ¿Y ahora qué hago?

- Pon las velas en las palmatorias y apoya tus manos en el espejo.

Después de colocar las velas, puse las manos con las palmas en el espejo y observé que el hacía lo propio y con voz esta vez tronante gritó.

- ¡Oh espíritu del espejo!, tú que me maldijiste a estar en esta dimensión del tiempo y del espacio, yo te invoco. ¡Escúchame! Aquí y ahora se cumplen las condiciones para mi excarcelamiento. ¡Cumple tu palabra! ¡¡YA!!

En ese momento, no se que ocurrió, una especie de neblina me envolvió y comenzó a girar a mi alrededor, debí de perder en algún momento el sentido de la vista y de la orientación, sacudí la cabeza para intentar recuperarme y al recuperar el equilibrio, me horroricé. Todo había cambiado, era yo el que se encontraba al otro lado del espejo, la persona que acababa de liberar, con presteza sopló las velas y las extrajo de las palmatorias, con los pies, borró cualquier rastro del círculo que yo había dibujado y mirándome con una sonrisa sardónica se despidió de mí levantando el brazo, al verlo comencé a gritar:

- ¡Sácame de aquí!, ¡No me abandones!

No me sirvió de nada, comencé a aporrear el espejo hasta que el dolor en mis manos no permitió continuar, busqué algo con que atacar el espejo, pero allí no había nada, era el vacío, la oscuridad eterna, condenado hasta el fin de los tiempos o que otro incauto se acercara al espejo.






viernes, 10 de septiembre de 2010

Encuentrame

Lo confieso, me he perdido, no se como ha pasado ni me lo puedo explicar, de pronto estaba contigo y enseguida he dejado de verte, sé que la culpa es mía, me distraigo con facilidad, tengo mucha curiosidad, todo lo tengo que ver, oler, probar, seguir y en la calle hay tantas cosas nuevas, tantas sensaciones que sentir, tanto por ver, por experimentar.
Espero que cuando me encuentres me sepas perdonar, sé que me reñirás y que te molestarás conmigo, pero enseguida se nos pasará a los dos, a ti el enfado y a mí el disgusto y seguiremos paseando uno al lado del otro.
Recuerdo cuando era más joven, todo lo que se, te lo debo a ti, a tu lado me he criado, he crecido, he madurado y no soy capaz de imaginar una vida sin ti, por eso cada vez que te veo sólo siento alegría, ahora estoy triste, los ratos de ausencia son los peores, te echo de menos, no me duele reconocerlo, es la pura realidad.
Por eso estoy aquí, ¿dónde estoy? Encuentrame, te lo suplico, quiero volver a casa, te juro que cuando te vea te daré un lametón en la cara y moveré el rabo de alegría, encuentrame.


miércoles, 8 de septiembre de 2010

El encuentro

- ¿Te acuerdas de mí? Soy el que le hiciste el beso del sueño.

- No te he visto en mi vida. Olvídame

- No te preocupes, no te voy a denunciar, sólo era para decirte que fue la experiencia sensual más importante de mi vida, con gusto lo repetiría… pero en un hotel.

- ¿Ah, sí?

- De verdad, fue genial, me volviste loco y es que no hay una mujer como tú.

- A ver si te vas a enamorar de mí.

- No, no te preocupes, te he visto en la calle y me he dicho, voy a saludarla y a agradecerla aquél momento de pasión.

- Eso te ha quedado un poco cursi.

- Tienes razón, en penitencia si quieres te invito a un café.

- De acuerdo.

No tuvimos que andar mucho para entrar en un bar, vivimos en un país donde en un cruce, dos esquinas serán bancos y las otras dos, bares.

- ¿Sigues en lo mismo?

- ¿Tu que crees?

- Creo que si, aunque no me lo explico, una persona como tú, con esa prestancia, la cultura que se nota que tienes y el manejo de personas y situaciones, se puede abrir camino fácilmente en cualquier empresa, por ejemplo serías una relaciones publicas sensacional.

- ¿Y tú crees que de relaciones públicas iba a tener lo que tengo?

- ¿Qué es lo que tienes?

- Más de lo que te imaginas, de todas formas, esto es para unos años, yo soy como los futbolistas, después de cierta edad, no pienso arrastrarme por los campos… o por las esquinas.

- Me alegro por ti.

- ¿A pesar de lo que te hice? Eres un tipo raro.

- Fue fabuloso, de verdad que mereció la pena.

- ¿Perdiste mucho?

- No deja de ser dinero, lo gano bien y bueno… digamos que el año pasado no me fui de vacaciones.

- No puedo decir que lo siento, al fin y al cabo es mi trabajo.

- Ya me hago cargo.

- Bueno, se me hace tarde, tengo cita con la esteticista, son cosas de mi trabajo, debo estar lo más guapa posible.

- En tu caso no es muy difícil.

- Bueno. Adiós.

Y dándome un beso, salió del bar y de nuevo de mi vida, aprendí mucho esa noche de ella, lo menos que podía hacer era invitarla a un café para agradecérselo. Pagué los cafés y metiéndome las manos en los bolsillos, continué con mi camino.



domingo, 5 de septiembre de 2010

El beso de la muerte

El martes que viene hará cinco años que la perdió, la perdió para siempre en aquel estúpido accidente, si no hubiera ido a trabajar, si se hubiera quedado en casa, si no hubiera... Tantos si no hubiera por exponer, por determinar, por pensar y de ninguna manera era capaz de quitárselos de la cabeza, una y otra vez les daba vuelta, incluso alguna vez añadía alguno más.
Desde entonces todo cambió, nada fue lo mismo,él se abandonó, no de cara a la gente, él se sentía hipócrita al exponer a los demás una cara que no era la suya, una risa que no sentía y unas ganas de vivir que no tenía, se abandonó por dentro, de espíritu, de pensamiento, de anhelos, de emociones, se sentía idiotizado, plano, con la misma manera de actuar que un robot, mecánicamente, sin dolor, sin amor.
No consintió en encerrarse en casa, daba paseos frecuentes, con rabia, a veces paraba de andar y se detenía atónito al darse cuenta de la cantidad de horas que llevaba caminando y encontrarse en sitios donde jamás había estado. -No puedo más. -Se repetía una y otra vez, pero era mentira, y lo sabía, al día siguiente se levantaría e iría al trabajo como todos los días y volvería a llevar esa misma vida monótona que le martirizaba y de la que no podía escapar.
-La muerte, la muerte, la muerte. -A veces repetía de una manera cruel, como deseo o necesidad, otras como invocación, la gran separadora como la nominaban en las mil y una noches ¿cuantos años llevo sin ella? ¿cuantos más me quedan por vivir así?
El martes llegó como llegan todos los martes, una tras otra las páginas del calendario se van arrancando, es como el libro de arena de Borges, por más que pases las hojas, otras nuevas se van añadiendo sin encontrar el final.
No había ido nunca al cementerio, nunca tuvo valor, no quería ver el hogar de ella hasta el fin de los días, sabía que poco a poco su cuerpo se haría uno con el entorno y no era capaz de imaginar su sublimación.
Se sorprendió al ver la lápida tan limpia, en comparación con las vecinas, entonces se fijó en la fecha de defunción de esas y notó que eran muy anteriores, hasta el granito tiene fecha de caducidad, la de ella todavía era completamente lisa y brillante, sólo alterada por dos líneas: Elisa y más abajo. 1980-2005
No lo pudo resistir más y cayó de rodillas delante de la tumba.
-Por favor, te lo ruego, quiero ir contigo, dame un último abrazo.
Dicho esto algo se rompió en su pecho y su deseo le fue concedido.
-Elisa, ¿pero eres tú?
- Shh calla amor, no quiero que sufras más.
Y un beso sublime los unió para siempre


Gracias a Andrés (Apu), Por la Foto y la inspiración.



viernes, 3 de septiembre de 2010

Misa negra

Estaba muy nervioso, nunca imaginé que sería capaz de embarcarme en una aventura como la que iba a realizar, estacioné el coche como acordamos en el aparcamiento de la plaza de España, segundo nivel, allí me encontré a la persona que hizo que me interesara en acudir a una misa negra. Cerré hace meses un importante negocio con otra empresa gracias a su intermediación y en las conversaciones que teníamos fuera de reuniones o en cenas distendidas me habló de las misas negras a las que se había aficionado y en la posibilidad de integrarme en su hermandad, me indicó que había que hacer también una importante donación para integrarme como neófito en ella.


Soy una persona muy inquieta en la vida, me gusta experimentar sensaciones nuevas incluso aunque lleven algo de riesgo aparejado, no importándome la legalidad del acto, el caso es poder tener nuevos conocimientos y quemar adrenalina, no sólo hay que apreciar la caza, también hay que saborear el acto de hacerla furtivamente, cazar y a la vez evitar ser cazado, esa era una de mis máximas.

El día anterior le había enviado por mensajero un talón por una más que importante cantidad a mi conocido, por lo que me dieron la conformidad para asistir, él mismo me puso una capucha en la cabeza para, según me dijo, salvaguardar el sitio donde se reunía la fraternidad, -Entiéndelo, hay mucho curioso que viene por puro morbo, y hasta que no tengamos claras tus intenciones, hay que actuar así.

Montamos en el vehiculo y partimos de allí, noté que durante una media hora circulábamos por la ciudad y pasado ese tiempo lo hicimos por carretera, durante el viaje ninguno de mis acompañantes articuló palabra alguna, por lo que una leve modorra se apoderó de mí, hasta que noté que el coche abandonaba la carretera y se introdujo por caminos empedrados primero y luego de pura tierra con bastantes baches, hasta que el motor del coche se paró por completo, me abrieron la puerta y me hicieron bajar, a mi olfato le llegó instantáneamente olor a pino, la verdad es que enseguida me quitaron la capucha y lo pude corroborar, nos encontrábamos en un pinar, frente a una ermita parcialmente derruida, ésta no tenía más techo que la miríada de estrellas que relucían gracias a encontrarnos fuera de Madrid y su resplandor de millones de luces tapando el firmamento. Fue un burdo intento de su parte el que no supiera donde nos encontrábamos, una vez de niño mis padres me habían llevado de visita a este pueblo y sus alrededores, especialmente la visita de sus ermitas, sobre todo esta que quedó en ruinas tras la desamortización de Mendizabal, para no dar más pistas de las necesarias diré que el pueblo es El M…

Allí mismo me hicieron enfundarme en una capa negra con capucha igual que las que ya se habían puesto ellos, sin una palabra, nos introdujimos en la ermita, donde unos hachones colgados de las paredes, apenas iluminaban el interior, allí se encontraban un par de docenas de personas todas vestidas con las mismas capas, algunas llevaban en la mano un cirio de cera negra, lo que daba un aspecto más tenebroso al lugar.

Nos situamos en un lateral de la nave y allí pude observar un altar enfundado en paños negros y encima de él una joven completamente desnuda, de una grieta que había por el baptisterio, se introdujo una figura peculiar embozada en un manto negro con capucha, al deshacerse de él frente al altar, vimos que llevaba en su mano un cáliz de metal brillante, uno de sus acólitos llegó portando dos velas negras en forma de serpiente, ya encendidas y puso una en cada mano de la mujer.

El celebrante habló con voz tronante:

- En el nombre de Satanás, de Lucifer y de Belcebú.

Después de un breve silencio continuó.

- Que el poder de todas las fuerzas del averno sea con nosotros.

Y todos respondieron:

- Que así sea.

El sacerdote elevó sus brazos sosteniendo una cruz invertida que llevaba colgada del cuello y continuó su salmodia.

- Hermanos, hemos pecado,

somos pecadores contra Dios

muéstranos Satanás tu poder

concédenos el poder del mal



Dicho esto bajó la cruz y tomó el cáliz, sacó una hostia triangular y de color negro del interior, la levantó y habló así.

- Este es el alimento que nos da fuerza, viene del mismo Lucifer, él nos enseña el camino del mal, de la fuerza de la oscuridad, la puerta del infierno; con este alimento, nos hacemos hermanos, todos somos uno, de la vida sale y vida nos da.

Bajó la hostia y la introdujo en el sexo abierto de la mujer, acto seguido se la metió en la boca, a partir de entonces todos los presentes se pusieron en fila en el centro de la ermita, camino del altar, mi guía me cogió del brazo y me situó en la fila, cuando llegó mi turno, el sacerdote tomó una hostia y siguió con el mismo ritual.

- Este es el cuerpo de Satanás.

Y después de introducirlo en la mujer, lo puso en mi lengua extendida, lo intenté saborear, pero era como todas las obleas que se utilizaban para este fin, sin ningún sabor apreciable. Me volví para situarme de nuevo en mi sitio, esperando la continuación del ritual.

Lo que ocurrió entonces, si me causó gran asombro, un acólito apareció con un niño de pecho en sus brazos, que entregó acto seguido al sacerdote, este lo puso encima del vientre de la mujer desnuda y de la cintura sacó un brillante puñal, lo dispuso en alto sobre el niño y gritó:

- ¡Satanás, Lucifer, Belcebú! ¡Dueños de los infiernos!¡Yo os conjuro fervientemente para que aceptéis el sacrificio de este niño que os ofrezco! ¡Que su sangre cubra este vientre símbolo de fertilidad! ¡Que su vida apagada nos llene de poder y de maldad!

No le dio tiempo a más, en ese momento unas luces azules centelleantes y una potente voz le interrumpió:

- ¡Alto a la guardia civil!

Como si de un pistoletazo de salida de una carrera se tratara, todos corrimos para ganar la grieta que nos sacaba de la ermita, afortunadamente no parecía una redada organizada y sólo se trataba de una patrulla que sorprendida por la aglomeración de vehículos aparcados y las luces dentro de la ermita se acercó a observar lo que ocurría. Todo esto lo supe después al leer el periódico los días posteriores.

Yo corrí desbocado monte abajo dejándome en las zarzas jirones de tela y de piel, el corazón me iba a estallar y fue de las pocas ocasiones en que maldije mi espíritu aventurero, al rato me detuve a recuperar las fuerzas y escuché ruido de motores, era la circunvalación de la carretera nacional que rodeaba al pueblo, hice señales al primer coche que pasó y tuve suerte al verlo detenerse, no me lo podía creer, al volante, enfundado en una sotana negra se hallaba un sacerdote, esta vez de verdad.

- ¿Que te ha pasado hijo?

- ¡Ay padre! continúe rápido, he tenido un problema con unos malhechores y me andan buscando.

- ¡Por Dios, sube rápido!

Así lo hice y durante el camino hacia Madrid, fui hilvanando una historia rocambolesca para convencer al cura que yo era una buena persona a pesar de mi maltrecho aspecto y de la inutilidad de parar en el primer pueblo a poner una denuncia en el cuartel de la guardia civil.

Conseguí que me dejara en la plaza de Castilla y tras despedirme de él, tomé un taxi para mi casa, ya iría otro día a recuperar mi coche del aparcamiento. Varios días después ya más tranquilo, intenté ponerme en contacto desde una cabina con la persona que me llevó a la misa sin conseguirlo, nunca contestó a mis llamadas, el talón que le pagué fue cobrado aquella misma mañana por ventanilla, por lo que no pude seguirle la pista a esa persona, lo único que me quedaba era olvidarme de todo y echar tierra al asunto.

Algunos meses después en una reunión de negocios, en una charla distendida con varias personas que no conocía, uno de ellos se acercó y me dijo:

- ¿Has estado alguna vez en un aquelarre?






miércoles, 1 de septiembre de 2010

Y Madrid fue una fiesta


Un fiesta rojiblanca, miles de atléticos vitoreando al equipo, incansables cantando el himno una y otra vez. En la Almudena las campanas repicaban a la salida del equipo, aunque ¿Quién fue el lumbreras que vistió a los jugadores de blanco?


La copa en exposición en el autobús para que todos pudiéramos disfrutar de su visión ¿fue el mismo lumbreras el que dispuso que fueran en autobús cerrado?


La Puerta del Sol engalanada para la ocasión, allí la Espe, tan falsa como siempre, después de ponerse la camiseta del Atleti, confesó que era vikinga, peor para ella.


Pasé de ir a ver a Gallardin, es cenizo, cuando le da la gana de ir a vernos, perdemos, (la copa del rey), así que la apoteosis final estaba en Neptuno, con un ambiente increíble, lleno de familias que acudían a la celebración.



Sin olvidarnos de las mascotas, todos engalanados de punta en… rojiblanco, para la ocasión, ¡volvemos en Mayo!

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