martes, 23 de marzo de 2010

¿Que es lo que nos lleva a enloquecer?

¿Qué es lo que nos lleva a enloquecer?
El camino circundaba el pantano, el amanecer traía un sol mortecino aún, pero ya calentaba lo suficiente para que encima del pantano un vaho amarillento se levantara de sus aguas y se desparramara por la orilla, esto hacía que una tibia humedad se pegase en mis pantorrillas, el rocío además hacía que mis deportivas empezasen a embarcar agua lo que hacía que un molesto gañido acompañase a cada uno de mis pasos.
El sol a la altura de los ojos me molestaba terriblemente, me deslumbraba y me hacía lagrimear constantemente, me frotaba los ojos con mis manos, peor mis sucios nudillos sólo conseguían que me picasen mas los ojos.
El otoño había alejado los pájaros, por lo que los únicos sonidos que se oían eran los graznidos chirriantes de los cuervos, lo que hacía que de tanto en tanto me estremeciera, no es un pájaro de buen agüero y tantos relatos de terror leídos me hacían sobrecogerme con cada graznido.
El camino rodeaba la ermita semiderruida, este trecho estaba lleno de arbustos y zarzas desprovistas de hojas, pero sus sempiternos pinchos, te obligaban a arrimarte a la pared de la ermita, a la altura de la derruida puerta, un terrible ruido me sobresaltó y me hizo detenerme en la misma entrada, me llevé la mano al pecho intentando sujetar un corazón desbocado , enseguida sentí un olor pestilente, parecía que todas las cloacas del mundo habían abierto sus sumideros en dese lugar, una mezcla de huevos podridos, olor de azufre y fruta podrida se juntaba ante mí provocándome unas fuertes arcadas, pero el asombro no me dejó moverme de allí, una bella muchacha aparecía tumbada en el suelo ante mí, tenía el rostro más bonito que jamás había visto, estaba apenas tapada con un leve vestido de gasa, después de un tiempo embobado contemplándola, un fuerte impulso me hico acercarme a ella, me puse de rodillas y acerqué mi rostro a ella, me dispuse a besarla en los labios, lo hice suavemente saboreando sus carnosos labios , cuando de repente se despertó, abrió los ojos y la sonrisa mas salvaje se mostró ante mis rostro, una fuerte carcajada que parecía sacada del infierno me atronó los oídos y ante mí la transformación mas horrorosa que jamás vi, delante de mi la muchacha se transformó en cuestión de segundos, primero en una vieja y seguidamente como si su carne se fuera mutando por capas, toda ella empezó a fundirse, licuándose sus carnes, cayéndose su rubia cabellera, todo ello acompañado por un tenue chisporroteo como si estuviera friéndose en aceite.
No tardó mucho tiempo en consumirse, quedando de ella apenas un cerco húmedo en el suelo de la ermita, aterrorizado, el miedo dio alas a mis pies y salí de allí enredándome con las zarzas que parecían querer sujetarme a aquel lugar maldito, corrí como si hubiera nacido para ello, el camino había desaparecido de mi ser, no se donde puse los pies, solo me detuve a los pies de la iglesia del pueblo, bajo la cruz del vía crucis, donde lleno de barro y arañazos me tumbé a sollozar.

Las arañas

- Mamá no me quiero dormir.
- Duérmete niño, que es tarde.
- Es que nada mas dormirme vienen los monstruos y me quieren comer.
Cerré los ojos y como siempre, como todas las noches, metí la cabeza debajo de las mantas, el miedo a las arañas me tenía sometido a esa costumbre, una liturgia ya.
Dormir en casa de mi abuela me resultaba traumático, ella alquilaba las habitaciones del piso bajo a veraneantes, los nietos teníamos que dormir en el altillo, una única sala en el piso superior, sin cielo raso en el techo, donde se secaban en otoño las judías que sembraba mi abuelo y donde se guardaban además de los aperos del campo, una cantidad de trastos recubiertos por el polvo secular del olvido.
Al ser el techo de vigas de madera, que directamente soportaban las tablas que a su vez sujetaban las tejas, un cantidad inmensa de arañas habían anidado allí, lo que me hacía que al acostarme temiera que alguna cayera sobre mi cabeza y se introdujera entre las sabanas, la iluminación breve, escasa que aportaban bombillas y una corriente de 125 voltios daban al lugar un aspecto tenebroso, acompañado por el ruido difuso y disperso de varias sabandijas que campaban por sus anchas en el lugar y que al arrastrarse por el suelo de madera , hacían que las noches fueran especialmente tétricas.
Por el día, una fuerza irresistible me hacía observar las arañas entre sus telas, me llamaban y me hacían pagar el tributo por dejarme dormir allí, tenía que capturar y llevares moscas y hormigas para su sustento, al arrojarlas en sus telas, ellas se abalanzaban rápidamente para clavarles sus dientes (quelíceros me enteré después que era su nombre) y sorber sus jugos, para después de sacarles toda la sustancia, arrojar a mis pies el cadáver consumido del insecto.
De la casa de mi abuela, apenas que da ya el vestigio de unas ajadas fotografías en blanco y negro, pero no puedo dejar de sentir un escalofrío, al recordar aquellas noches de mi niñez en que tuve que dormir allí.

El camino

Ella se acercaba a la cita, cogió por la calle ancha, camino de la iglesia, allí, pasando los altos chopos , empezaba la senda hacia Oteruelo, donde en mitad del camino, el la estaría esperando, después de un duro día de trabajo en el campo, de hacer las tareas del hogar y atender a los animales del corral, por fin llegó su hora, la hora del amor.

El pasó por la calle de la fragua hacia la plaza, pasando el bar empezaba la senda hacia Alameda, donde a mitad del camino estaría ella esperando, el también había tenido un día duro, al amanecer, ordeñar las vacas y llevarlas a la dehesa, luego cavar una tabla de patatas y después todo el día segando el prado con la guadaña, pero ahora por fin llegó su hora, la hora del amor.

Ella se arrebujó en la rebeca que había recogido en casa, las tardes de Junio en la sierra suelen ser todavía frescas, además la proximidad del rio Lozoya hacía que enseguida las plantas se cubriesen de un fino rocío, tenía que tener cuidado, ya estaba anocheciendo y tendría que cruzar una cacera, algo más adelante, como siempre, para evitar miradas indiscretas, había dejado el candil en casa.

El se caló la boina y se estiró el pantalón de pana algo ajado por el uso, para el invierno siguiente tendría que comprarse otro, con la siguiente cosecha estaba seguro que le alcanzaría para ese dispendio, estaba ahorrando para comprar la casa de Toribio, un par de años mas y podrían casarse.

Ella se iba acercando a la curva del camino donde quedaban siempre, también pensaba en la boda y en el traje de novia que perteneció a su madre, con pocos arreglos le quedaría de maravilla, allí a lo lejos vio el rojizo fulgor de lo que solía ser dos cigarros encendidos, aunque estaba mal visto que las mujeres fumasen, el la esperaba siempre con un cigarro encendido para ella, se acercó pero no le conseguía distinguir en la oscuridad, le llamó quedamente un par de veces mientras veía acercarse aquellas dos brasas encendidas lentamente, poco a poco ella acortaba el camino, hasta que de repente aquellas dos brasas se desplazaron súbitamente hacia su cuello.

El silbaba despreocupado, pasó el cementerio y se acercó a la curva donde siempre quedaban, iba pensando en las cuatro cosas que le diría en su encuentro, era iletrado como todos en el pueblo y apenas tenía parla, pero con el corazón encendido de amor, pocas palabras bastan, llegó a la curva y prendió el mechero para encender dos cigarrillos como siempre y allí vio con horror el cuerpo de su amada tendido en el suelo y los ojos fosforescentes del lobo que atenazándola del cuello, segaba la vida que juntos iban a compartir.

Vacaciones en Roma



No me resisto a poner el post que en su momento escribí para avisar a mis amigos que había llegado por fin el ansiado momento de mis vacaciones en Roma, mi sueño hecho realidad.

Allá vamos, la cuenta atrás terminó, el sueño hecho realidad, gracias a los que me apoyaron en mi sueño, sobre todo a quien me lo pagó... Ya os contaré a mi vuelta, no vengáis a mi casa que os daré sesión continua de fotografías.



Pompeya

Paseando por las calles de Pompeya, me abrumó la soledad que rezumaba, ya de por sí Italia es triste por su ausencia casi total de gorriones, los eché de menos enseguida, su presencia, sus gorjeos y una desesperada lucha siempre por unas migas, los hacen unos pillos muy simpáticos, su ausencia, ignoro el porqué, llenaban de silencio las calles magníficamente empedradas.

¿Qué pensarían los pompeyanos, mientras se les venía encima una de las catástrofes naturales más importantes de la antigüedad? ¿Qué fue de sus anhelos, de sus ilusiones?, de pronto, un día todo cambia, desaparece, se transforma en un vacío total, la nada, lo que ayer era, hoy ya no existe.

Hay una vana ilusión, parece que no ha pasado nada, parece una ciudad en ruinas, una excavación arqueológica como todas, una ciudad abandonada o destruida por la guerra, pero no, paseando, se respira ese aura de tragedia, de una ciudad que de la noche a la mañana perdió a costa de ganarse un sitio en la historia del mundo, todas las esperanzas de unos ciudadanos que eran ajenos al conocimiento del fenómeno que iba a acabar con sus vidas.

La visita es maravillosa, calles magníficamente empedradas, con pasos de peatones adaptados al ancho del eje de los carros, bares en las esquinas y estratégicamente situadas fuentes de bella factura, no faltan bares situados en las esquinas de las calles y el famoso lupanar, sobrecoge en el foro los moldes de escayola de los pompeyanos y sobre todo de un pobre perro encogido que transmite un dolor y un sufrimiento atroz.



Un paseo por el foro

Paseaba por el foro y un sentimiento de rabia me llenaba al pasar por sus calles entre las maravillas que allí se acumulan, que rabia el pasar dos mil años tarde por sus calles, el no poder estar allí entre gente togada, con cáligas, entre matronas y esclavos, senadores y filósofos, patricios y plebeyos, gente que supo crear esos templos con una estética y una perfección simpar.

¿Qué es lo que lleva a un pueblo, una simple ciudad a destacar sobre los demás, a conquistar medio mundo? Al fin y al cabo, en un principio, apenas inventaron nada, todo lo copiaron y asumieron de etruscos y griegos, ¡que fuerza y que determinación! Son la envidia del mundo, pues no es cosa de una persona, un líder como Alejandro o Napoleón, es la fuerza de una raza que se convierte de pastores en conquistadores y más tarde en legisladores y educadores de un mundo sumido en el oscurantismo.

Que rabia que el paso del tiempo, de los bárbaros y de los Barberinis, haya dejado el foro despojado de casi todos los edificios que contenía, aun así es grandioso lo que queda, apenas hace falta un poco de imaginación para sentirse vivo en la época imperial, ignorando la falta de techumbres y otros elementos de los templos, aun se puede imaginar a las vestales vigilando el fuego eterno, a los senadores discutiendo en la curia , viandantes y esclavos discurriendo por las amplias calles.

Hoy sólo discurren turistas, y las aglomeraciones, sólo las provocan la llegada masiva de japoneses, lo que provoca mayor tristeza, pues estos sólo van a los grandes monumentos, obviando luego el resto de maravillas que llenan las calles de Roma la inmortal.


Bajo aquel risco

El soldado se recostó entre las hierbas, bajo un risco al lado de un arroyo, no sabía si su ejército había ganado la batalla, en aquel instante le importaba muy poco.


Se obligó a cerrar los ojos, poner la mente en blanco y la vista en negro, pero todavía le atronaban los oídos el ruido de la batalla, a pesar de todos sus intentos, solo veía un color: el rojo de la sangre, sangre propia y ajena, sangre de sus amigos, de los enemigos que mató, de su propia sangre surgiendo de mil heridas.

No pudo mas y se puso a sollozar al recordarlo, las lágrimas se mezclaban con el barro que le llenaba la cara, los pulmones le ardían con los sollozos, lo que le hizo toser, un sabor amargo le quedó en la boca, escupió con rabia pensando en el general y su arenga de la mañana, ¡Íbamos hacia la gloria! ¡La victoria sería nuestra!, que vano orgullo le llenó a el y a sus compañeros, eran jóvenes, casi niños, habían abandonado sus casa ebrios de optimismo y jovialidad, les habían prometido el mundo, librarse de las cadenas de un cierto país lejano, donde el oro y el vino serían para ellos, nuevos conquistadores, creadores de un orbe más justo.

Allí estaba el, allí quedaron su juventud, su inocencia y sus sueños, allí bajo aquel risco al lado de un arroyo.




La red

Sabía que no tenía escapatoria, su red lo mantenía firmemente envuelto, había hecho un buen trabajo. Tampoco tenía tanto merito lo hecho, se había entrenado toda la vida para hacerlo, su instinto le había hecho, que desde el mismo instante de su nacimiento, todo en la vida le orientase hacia este logro, su crecimiento, su educación, su morfología, todo en ella estaba orientado hacia este momento sublime. Se acercó a su victima con pequeños pero firmes pasos saboreando cada paso y cada segundo que se acercaba a el, pobrecillo, el sólo podía mirarme con los ojos abiertos y un gesto tímido, casi triste. El destino lo había querido, no había tenido elección, cayó en la red y será él. En un último paso me acerqué a el con mi mejor sonrisa y nos fundimos, fuimos uno solo, se acabó, fin.

Ruleta

Por supuesto que era un fan de Alfred Hitchcock, le encantaba el suspense, había visto todas sus películas varias veces, de algunas sabía de memoria el dialogo de muchas secuencias, de las principales podía cerrar los ojos y revivirlas, creía incluso que sólo soñaba en blanco y negro como en las mejores películas del genero.

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Toda su vida había marcado un “tempo” especial, pausado, llevando un cierto ritmo que sólo el era capaz de imponer, se consideraba metódico y detallista hasta el límite, no era compulsivo, puesto que sus actos los meditaba antes de hacerlos y le llenaba de orgullo que la mayoría salieran bien.

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La soledad le dolía en el alma, no sabía donde estaba el alma pero imaginaba que estaría cerca del estómago, la úlcera de estómago le había corroído siempre y le había llenado de dolores desde que era capaz de recordar, pensó con ironía que la única persona a la que en realidad conoció fue a su farmacéutico.

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La oscuridad inundaba la estancia, siempre vivía a oscuras, se había acostumbrado a vivir así, no soportaba la luz de las bombillas, le daba un color amarillento al mundo, según el, y era un color que odiaba, su vida siempre la vivió en gris y marrón, marrón de sus vestiduras, y gris como su vida, así lo certificaba, su existencia era de ese color.

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Pensó en aquella niña que le sonrió esta mañana, se extrañó mucho que al cruzarse con ella que iba distraída, al tropezar con el, a pesar del golpe que se dio en la cabeza, en vez de llorar, ella le había sonreído antes de marcharse en busca de su madre, el se quedó un rato parado allí mismo, con la mente confusa, y asombrado.

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No era muy ducho en matemáticas, pero la estadística, pensaba le había sido totalmente favorable hasta aquel momento, no se podía pedir mas, a pesar que sabía que es lo que iba a pasar, no se lo pensó y actuó.

lunes, 22 de marzo de 2010

Cien años de soledad

Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el Coronel Aureliano Buendía habría de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo. Macondo era entonces una aldea de veinte casas de barro y cañabrava construidas a la orilla de un rio de aguas diáfanas que se precipitaban por un lecho de piedras pulidas, blancas y enormes como huevos prehistóricos. El mundo era tan reciente que muchas cosas carecían de nombre y para mencionarlas había que señalarlas con el dedo.

Así comienza la aventura escrita más fascinante escrita nunca desde El Quijote, Gabriel García Marquez, nos deja la narración de la vida y obras de la familia Buendía, aunque más bien es la historia del mundo desde que es mundo, todo lo que nos rodea tiene un principio, un desarrollo y un final y la vida en sí es similar a la novela.

Alguien me dijo que Úrsula, la matriarca del clan, representa a la tierra, creo que es cierto, pues sólo la tierra es nuestra madre, quien nos da la vida, a quien ignoramos creyéndonos sabios, maltratándola incluso, para al fin volver a ella.

El patriarca, José Arcadio, creo que es la raza humana, un ser sin cabeza, buscando la sabiduría, experimentando con todo lo que nos da la vida, y sólo siendo sabio al hallar el descanso y con él la muerte.

Está claro que recomiendo a todo el mundo este libro, sobre todo antes de que se haga un clásico al que a todos los niños obliguen a leer en la escuela, por lo que crecería la antipatía hacia él, este libro debe ser saboreado, leído con ganas de vivir la vida en Macondo, de estar allí, acudir a las peleas de gallos, aspirar el influjo de Remedios la bella, sudar al mediodía con ese calor húmedo que nos lleva al trópico y ser un observador en primera línea de todo lo que ocurre allí.

Vacaciones (I)

La carretera hacia la sierra me acercaba al destino de mis vacaciones, como siempre a finales de Junio mi padre nos llevaba en el 124 donde cabía toda la familia y mis ilusiones, lo primero que hacía era quitarme el pantalón largo al que ya no vería hasta Septiembre, aquel funesto mes que me separaba del paraíso para llevarme a una fría aula donde debería examinarme de matemáticas y física, este año había racaneado en matemáticas y las llevaba de penitencia en compañía de física, una asignatura que nunca entendí y que era mi fiel compañera de otoño.

Aquél día inmediatamente a la llegada, me puse el bañador y me fui directo al rio, el eterno Lozoya que fluye acompañado siempre entre chopos y fresnos y que contiene el agua más maravillosa que nunca encontré, un agua terriblemente fría las mañanas de Junio, pero suficientemente templada por la tarde para los más frioleros, pero que nunca me arredró, siendo siempre el primero de la pandilla en pegarme el chapuzón matinal.

Siempre procuraba llevarme las gafas de buceo, el rio es rico en fauna y siempre encontraba truchas, bogas, ranas e incluso alguna culebra con la que solía asustar a las niñas que estaban en el prado tomando el sol, la verdad es que hasta que no me veían mis manos vacías no respiraban tranquilas, hasta unos años después no tuve muchas amigas en el genero femenino del pueblo.

Inmediatamente tocaba reunión de la pandilla, había que dar novedades, contar amoríos inventados, alardear de nuestros suspensos, excepto el empollón de J.A. siempre con ese aire de suficiencia, al haber aprobado todas y no necesitar de clases de apoyo, en fin haciendo planes para formar el equipo de futbol y golear a nuestro eterno rival, el pueblo de al lado.

Por la tarde, después del baño, con el bocata de panceta (adiós membrillo) nos reuníamos en las escuelas, donde disfrutábamos de una gran panoplia de juegos infantiles, aunque los primeros días embromábamos a los nuevos veraneantes con el juego del rabo de la zorra, ¿no habéis jugado nunca? Pues no os lo contaré por si acaso coincidimos algún día.

Vacaciones (II)

Jugábamos hasta que se hacía de noche, la noche era oscura y vacía, por toda iluminación el pueblo contaba con dispersas farolas con bombillas de 60 vatios que apenas alumbraban en derredor del poste que las soportaban, por lo que para ir a comprar la leche (recién ordeñada) todos portábamos una variopinta colección de linternas.
En medio del verano para aliviar un poco la monotonía nocturna, llegaba el cine ambulante con sus magníficos “estrenos” que inevitablemente repetían cada año, sobre todo “Un caballero andaluz” solaz de nuestras noches veraniegas. A la postre nosotros lo que más valorábamos de cada película era la cantidad de muertos que tenían siendo el famosos caballero andaluz y una de Palito Ortega las menos valoradas (con un muerto cada una).
Estuvieron viniendo la misma gente con las mismas películas muchos años, pues recuerdo que la última vez que vinieron iba con mi coche a la plaza a ver la película desde el coche, pues era más cómodo que bajar desde mi casa con una silla para poder ver la película, en el intermedio recuerdo que rifaban una botella de coñac, que inevitablemente siempre se llevaba el más bruto y borrachín del pueblo.
La vida era fácil y regalada, sin más obligaciones que estar en casa a la hora de la comida y al anochecer, recuerdo a mis compañeros de correrías Ricardo, Rafa, Juan Antonio, a los que sólo el traslado de su lugar de veraneo o las chicas nos separó. Y sobre todo el fatídico día que empezaba el Torneo Ramón de Carranza, hito indiscutible que marcaba el final de las vacaciones, final de Agosto, las moras en sazón, los días más cortos y Septiembre que llamaba a la puerta para la vuelta a la rutina, al colegio y a Madrid.

Ella

Aquel día me levanté como siempre con el pie derecho, pero estaba escrito que aquel día todo iba a cambiar en mi vida, iba a ser un punto de inflexión, ya nada sería igual.
Aquel día perdí un trozo de mi corazón, perdí un amigo, perdí un trabajo, perdí parte de mi familia.
Pero encontré una doctora que me atendió como una hermana, encontré amigos que reafirmaron nuestra amistad, encontré a mis hijos que maduraron de golpe y encontré a ella, que hizo setecientos kilómetros con el corazón en un puño, que cuando abrí los ojos estaba conmigo, que cuando me abrazó no sabía si reír o llorar, que cuando finalmente lloró sus lagrimas que quemaron el cuello, que prometió no volver a dejarme solo, que siempre estuvo conmigo en mi recuperación, que siempre me animó cuando estaba triste.
Aquel día perdí un trozo de corazón, pero encontré el de ella.

Locura

Aporreaba el piano con toda la desesperación que era capaz de transmitir a sus dedos e incluso a sus nudillos, no sabía que era capaz de hacer, la bilis le subía por la garganta dejándole un sabor acre en la lengua, ella, ella, si ella era la culpable de su desesperación ¿porqué?, ¿porqué?, se repetía, una y otra vez, ¿no tenía suficiente con haberle conocido? ¿no tenía suficiente con haberle enamorado? Al parecer no era suficiente, no, todo el afán de ella fue llevarle a la locura, si la locura, ya nada sería igual, su vida ya no tiene sentido ni razón de ser, ella bajo su artera sonrisa le había llevado a ese estado de locura total en la que sus sienes palpitaban con tanta fuerza que sus vanos intentos de masajearse le estaban provocando ya ligeras heridas en su piel, por fin se decidió, y acercándose la pistola en la boca apretó el gatillo.

Ansiedad

Oigo pasos por la escalera, ¿se detienen?, no, continúan , uno, dos, tres, siguen subiendo escalones, esta vez no llega, me retuerzo las manos, me rasco la barbilla y me tiro de los pelos de las cejas pero nada, no me calma mi ansiedad ando pasillo adelante y voy golpeando las paredes con los nudillos, un leve resalte en la pared me crea un arañazo, ¿me saldrá sangre? creo que no, menos mal, los antiagregantes que tomo me harían sangrar un buen rato hasta parar la hemorragia, aun así me chupo repetidas veces el puño, ¿Por qué tardara´ tanto? Me paso repetidas veces las manos por la cara frotándome los ojos, pero no consigo tranquilizarme, que terrible es vivir en este estado, la preocupación no me deja vivir, mi desesperación me lleva a dar patadas al rodapié en un vano intento de relajarme, siquiera es capaz de llamar por teléfono, lo he revisado mil veces, tiene carga y esta´ conectado, pero aun así lo vuelvo a revisar, vuelvo a la puerta y me apuesto en la mirilla, los nervios hacen que se me nuble la vista y tengo que volver a frotarme los ojos, vuelvo a mirar y las puertas de mis vecinos se aparecen ante mi vista si que se perciba un solo movimiento, me retiro de la puerta llevándome las manos a la cabeza desesperado, sin saber que mas hacer.

domingo, 21 de marzo de 2010

Asi fue


Voy a dejar de leer y me voy a echar un rato en la cama, a ver si se me pasa este mareo, que agobio, el vientre, me lo frotaré para que se me pase, no, no sirve, no debí de recoger la ropa recien duchado y con el pelo mojado, seguro que me ha dado un corte de digestión.
Me levanto y ando un poco, nada, no sirve, me vuelvo a tumbar, ahora me empieza a doler el pecho, me pica más bien, seguro que acabaré devolviendo la cena, cierro los ojos, ¿me relajo? no, tampoco sirve, nunca me había sentido así, que mareo, se me revuelve el estómago y el esternón me arde, me incorporo un poco pero me tengo que ayudar con el brazo derecho, el izquierdo me duele y lo tengo que tener encogido, esto es nuevo, no puedo mantenerlo estirado y el dolor del pecho crece cada vez más, ¿qué me estará pasando? antiguos fantasmas me llevan a la memoria dolores ajenos pasados y recuerdo, sí ya lo sé , me ha tocado, y no me gusta, se acabó mi vida ya no será igual y espero que no me hunda demasiado, ya se lo que pasa, me ha golpeado a mi también y digo:
Niña, llama al 112 que me está dando un infarto.


Nostalgia

Nostalgia, de tiempos buenos, de tiempos malos, de viejos olores, de nuevas sensaciones, de memoria de mi juventud, de memoria de mi niñez, el olor de la clase de primaria, el sabor de las manzanas que robábamos en los huertos, el sabor del tomate arrancado de la mata, del sabor de las lágrimas, de los domingos de cine de sesión doble en un viejo cine de barrio, de la emoción de esperar a tu novia en la puerta del metro de Gran vía, del bocadillo de nocilla que preparaba mamá, del primer beso en una tarde de tormenta, del miedo a que llegaran sus padres, del dolor del primer desengaño, de la noche que ella me dijo que sí, de la primera vez que me dijo: papá.
Ahora que mi corazón late a otro ritmo, miraré para delante, buscaré nuevas sensaciones y nuevos recuerdos para el futuro.

El primer beso

Hacía calor aquel día, un calor húmedo que presagiaba tormenta, jugábamos en pandilla a juegos ya olvidados, de pronto todo el agua del mundo se vino a precipitar sobre la tierra, todo el mundo buscó resguardo en cualquier sitio que pudiera evitarles una buena mojada, tú tiraste de mi mano hacia tu casa, bueno más bien era la casa de mi abuela que tus padres habían alquilado para ese verano.
Nos resguardamos en el salón y te abrazaste a mí, creí que buscabas protección ante el ruido de la tempestad, pero de pronto sentí tus labios en los míos, en ese momento empecé a temblar como si uno de los rayos que estallaban en el entorno, hubiese hecho blanco en mis piernas, sus padres estaban a punto de llegar de Madrid, y ese pensamiento me hacía temblar aún más.
Creo que la tormenta no duró mucho tiempo, no recuerdo eso, la cabeza me daba mil vueltas y el corazón apenas podía sujetarse dentro de mi pecho, después, escampó y afortunadamente la casa se llenó de nuestros compañeros de juegos que acudían a la casa una vez terminada la tormenta, nos miramos con una sonrisa cómplice y nos separamos justo a tiempo al oír el motor del coche de sus padres.







Puerto de Malagosto




Pasando una mañana
El puerto de Malangosto
Salteóme una serrana
Ala asomada del rostro.
“Hadeduro”, diz,” ¿Dónde andas,
qué buscar o qué demandas,
por aqueste puerto angosto?”
Dixle yo a la pregunta:
“Vome para Sotosalbos
Juan Ruiz, Arcipreste de Hita
Pues yo también seguí la senda del famoso arcipreste, pero puedo asegurar que desde entonces nadie más ha pasado por esa senda.





Hasta aquí la senda aparecía y desaparecía entre los piornos y las zarzas que habían invadido un camino que ni las vacas son capaces de transitar, solamente algún corzo era capaz de recorrer, además cada vez que atravesaba una tolla debía buscar de nuevo la vereda.


Las vistas desde allí ya eran fabulosas, Peñalara se veía con otra perspectiva, pero todavía me quedaba lo peor de la ascensión, la senda la perdí definitivamente y tuve que tirar montaña arriba como las cabras, el pulsómetro se volvía loco de tanto pitar y llegué a las 154 pulsaciones por minuto, (y yo con miedo en las ergometrías)


Llegué por fin al nacimiento del arroyo de Oteruelo, lo que aproveche para reponer mi reserva de agua y refrescarme, el sol pegaba de lo lindo en las alturas y el esfuerzo de la subida me estaba dejando seco.


Por fin llegué al nevero de donde partía el reguerillo de agua que poco más abajo formaba el riachuelo, ya estaba cerca de la cima.


¡Por fin! cinco horas después de salir de Alameda conseguí llegar a la cima, donde alguien llamado J.A.G. (a pesar de la coincidencia de las iníciales, juro que no fui yo) grabó en esta peña el dato, aunque no sé si él mismo se corrigió en cuanto a los datos de la altitud.



En lo alto de una loma cercana estaba esta cruz, al parecer realizan misas allí, desde luego se ganan las indulgencias el que asista.
Allí mismo me puse a comer, y después de un breve descanso me dispuse a bajar siguiendo las pistas forestales que allí había.




De la bajada, aparte que los caminos marcados no iban a ningún lado y tuve que atajar monte abajo, con lo que a mis ya fatigadas piernas les tuve que pedir un esfuerzo extra, me encontré esta chorrera que en al mes de Abril tiene que estar increíblemente hermosa cuando escurra por ella el agua de lluvia, y no como ahora sólo el agua del deshielo de los pocos neveros que quedaban montaña arriba.
Y esta fue la experiencia, a pesar del terrible cansancio que tenía, pues fueron once horas casi sin parar, la experiencia mereció la pena, pero el que la quiera repetir, que coja el camino desde Rascafría hacia el puerto de Reventón.

sábado, 20 de marzo de 2010

El río Santa Ana



El rio Santa Ana serpenteaba a lo lejos, al abrirse un claro en las nubes, el sol hizo que pareciera que una serpiente de cristal se deslizaba por el valle entre los rebollos que aun no eran capaces de verdear el paisaje.

Esta vez había elegido andar por la otra vertiente del valle, elegí esta parte a pesar que no había vereda que me llevase más allá de la ermita.


Atrás dejé la ermita, huyendo del ladrido de los perros, pues en el campo no hay animal más peligroso que un perro sin un amo cerca que detenga su agresividad contra los extraños que pueden agredir al ganado que guarda.

Los únicos chopos que los rayos respetaron,siempre me parecen gigantes que quieren abrazarme con sus ramas, nunca fui capaz de detenerme bajo su sombra, ni aun bajo la peor de las tardes de Agosto, cuanto más bajo un día plomizo de Mayo, bajo un viento que hacía gemir sus ramas.


En el cruce de caminos me encontré con este crucero, siempre recuerdo la leyenda de Bécquer sobre la cruz de hierro en la que estaba el diablo introducido a fuerza de rezos por los protagonistas del cuento, nunca he sido de rezar por lo que pasé de largo ya de camino hacia el valle, se hacía tarde y el viento que venía cargado de humedad arreciaba

En el río

El agua fría me mojaba los pies, iba corriente arriba conservando precariamente el equilibrio sobre los cantos rodados y las algas escurridizas entre las piedras, la espalda me escocía ya pues el sol de Agosto en todo lo alto calentaba el ambiente y al ir sin camiseta, notaba su presencia en la espalda, estaba deseando llegar al remanso a unos cien metros río arriba para dejarme caer y refrescarme la espalda y la cabeza.
Esta vez había elegido el tramo alto del rio a pesar del sol, aunque está mas expuesto al sol, siempre me trae mas recuerdos, cientos de veces subido el imaginario camino que pasa por el centro del rio.
Entre las plantas del rio las truchas y barbos a mi paso huían rio arriba al sentir mis pasos, nada fácil de disimular al tener que luchar contra la corriente no es fácil pisar sin provocar salpicaduras. Hoy sólo sigo sus idas y venidas sin prestarles demasiada atención, mi animo depredador de otros días estaba dormido y hoy no iba a perseguidlas.
Me dejé caer como siempre de boca en el remanso, cada año con mas cuidado, cada año la poza tiene menos profundidad, invierno tras invierno llegan mas piedras y arena dentro de poco no se distinguirá, que alguna vez allí mismo nos tirábamos de cabeza y nos reuníamos la chiquillería para nadar todas las tardes de verano.
Contra mi costumbre, siempre que no iba de pesca, seguí rio arriba caminando hasta el puente de Oteruelo, o eso pensaba, pues nunca fui de paseos preconcebidos, en cualquier momento podía cambiar de camino o volver tras mis pasos.


Sauca arriba

No lo voy a negar, es mi río favorito. Desde niño siempre que dejo mis pasos libremente ir, desembocan inevitablemente hacia el Sauca, según cuentan mis padres ya desde crío, una vez me escapé de casa para ir a columpiarme del zarzo que llevaba a la dehesa, atravesando incluso la carretera, y bordeando la ribera del Sauca.


Recuerdo una de mis excursiones de la niñez, yendo con mi primo y mi hermano, acortando camino, salimos del río y entramos en la dehesa, que en Agosto era un secarral, dónde encontramos una víbora, inconscientemente no se nos ocurrió más que meternos con ella con palos y piedras, obviamente se lo tomó a mal persiguiéndonos, especialmente le dio por mí, por lo que tuve que correr como un gamo, afortunadamente un cantazo de mi primo, dio con sus huesos en tierra y a mí con un susto morrocotudo.

Es un río especial, distinto al Santana y al Lozoya, el agua corre todo el año sin formar remansos, sólo en algunos tramos se ensancha y deja ver su fondo de caliza roja lo que le da un color especial, en tiempos tuvo mucha más vida acuática y aunque no subían las bogas, siempre estuvo bien provisto de truchas, gobios y cachos y tampoco faltaban ranas en sus riberas.

Recuerdo que si recibíamos alguna visita de familiares o amigos que iban a pasar el día a la sierra, inevitablemente era el lugar dónde les guiaba, a cualquiera de los tramos del sauca les llevaba de paseo en la confianza que siendo para mí la puerta del paraíso, a ellos les dejaría impresionados la contemplación de aquellos lugares. Si para mí era lo mejor del mundo, ¿por qué no iba a enseñárselo?



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          La hice bajando del camino de Malagosto, en el valle llovía a mares, pero yo no esta va satisfecho al ver que en las cumbres nevaba, no había tenido bastante con la nevada de hacía unos días en Madrid, así que me cogí la mochila y aunque no estaba preparado del todo, no llevaba botas, me lance al camino de Malagosto, obviamente no había serrana alguna, el Marques de Santillana no se donde podría haberla encontrado en esos riscos, yo sólo encontré huellas de gamos y de algún gato montés en la nieve, el sahuca corría bravío y en las cumbres el silencio era absoluto pues los desfiladeros evitaban el sonido del viento, el sentimiento de soledad me embargaba llenando mi espíritu de una tranquilidad y sosiego absoluta, tenía miedo que la nieve me impidiera bajar al valle , por lo que no estuve mucho tiempo allí, además un inoportuno resbalón me dejó dolorida mi rodilla derecha lo que me lleno de miedo por poderme quedar aislado y sin cobertura en el móvil, allí afortunadamente el siglo XXI no ha llegado y en el valle alto del Sahuca no hay posibilidad de conectarse con el resto del mundo, continué la senda ya de bajada y ya en la dehesa me encontré con la estampa del árbol en medio de la niebla y de la lluvia y pensé que el árbol se sentiría igual de solitario que yo, en medio de la niebla, alejado de todos, aguantando el chaparrón con las raíces echadas en esa bendita tierra de Alameda y sin poder despegarse de allí, los recuerdos son nuestras raíces y mis raíces son la memoria de tantos hechos vividos, mi niñez, mi adolescencia y mi madurez, algún día mis cenizas también echaran raíces allí.

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