domingo, 28 de agosto de 2011

Tres años


Como siempre acodado en la barra de ElBúho Bizco, frente a la bella Lola, en mi mano una copa del licor alcohólico que se obtiene del grano de algunas plantas, destilando un compuesto amiláceo en estado de fermentación RAE dixit, esta vez Lola se encontraba francamente aburrida, sin clientes que atender, sólo al fondo del bar, sentados frente a frente con una mesa de por medio Jota y Margarita Rizzi hablaban de sus cosas, demasiado juntos para mi gusto.
Pues bien, Lola se dedicaba a hojear interesada, las noticias de una revista del higadillo, comentando de vez en cuando las entrevistas o los hechos de los famosetes que salían en ella.
-          Hay que ver, qué bello es el amor sin barreras, veinticuatro años de diferencia entre la duquesa de Alba y su novio y ahí los tienes tan felices y a punto de casarse.
-          Lola, Lola, a veces sólo tres años es una barrera insalvable.
-          No me lo creo señor ex – inspector, tres años es una minucia, imposible que se interpongan en una pareja que se ama.
-          Tú te lo has buscado, tendré que contarte una historia de las mías.

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Su rostro no te lo voy a describir, eso pertenece al secreto del sumario, sólo te describiré su cabello, era lo más representativo de su persona, un largo y rizado cabello negro, onduladas guedejas, volutas en espiral, qué podría decir más, aparte del efecto hipnótico que ejercía en mí. Pertenecía a la pandilla de gente mayor en dos o tres años que la mía, suficiente para que no hubiese contacto alguno entre sus miembros, pero el verla aun a lo lejos me causaba un placer superior al contacto con las chicas de mi edad, no sé si era insano, pero pasaba mucho tiempo del verano pensando en ella, no imaginaba que designio era el que hizo que nos separasen tres años en el tiempo, lo suficiente para que ella jamás se fijase en alguien como yo, sabía que nunca conseguiría tener ninguna relación con ella, ni aun de amistad.
El único contacto físico por entonces que tuvimos, fue en una ocasión en el frontón, acababa de conseguir un tanto con mucho esfuerzo, la bola había ido donde ella estaba sentada, la cogió y en vez de lanzármela dio dos pasos hacia mí y me la entregó en la mano, fue solo un instante, pero pude sentir su mano cálida y a pesar de mi estado sudoroso por el esfuerzo, sentí un escalofrío en mi cuerpo, me hizo tal efecto el hecho, que el siguiente punto lo perdí al golpearme la bola en la cara tal era mi ensimismamiento.
Así fuimos creciendo, verano tras verano, ella reía y yo envidiaba el no poder ser yo el que la hiciera reír y si lloraba, lamentaba no poder acercarme a consolarla y sobre todo odiaba con toda mi alma a todos los novios que ella iba teniendo, yo sabía que juntos seríamos felices y no habría nada ni nadie que nos pudiera separar.
Hasta que un día dejamos de vernos.


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-  -        Es extraño, tu primera visita a la Ciudad Condal y elige ver primero el mercado de la Boquería, creo que dijiste que te interesaba mucho el museo arqueológico, o las Reales atarazanas.
-  -        Bueno Andrés, hay elecciones que vienen dictadas por los sueños, contra eso no puedes luchar, nunca imaginé encontrarme aquí, no sé lo que busco porque no se qué quiero encontrar. De todas formas sabes que los sueños sacan lo mejor de mi genio. De todas formas, hártate a hacer fotos del mercado, pero llévame a la zona de descarga del mercado, necesito ir allí.
En los sueños todo tiene un porqué, no busques más explicaciones, todo sucede de manera lógica aunque al narrarlo no lo parezca, en cuanto estuvimos en la calle se organizó una gran balacera, el furgón blindado que acababa de recoger la recaudación, estaba siendo asaltado, conseguí poner a Andrés a cubierto y me dispuse a soltar por mi parte plomo a mansalva, después de terminar con el duelo en OK Corral, me acerqué al desalmado que había tenido la mala suerte de comprobar mi habilidad con el revólver, es lo que tiene tener buen pulso.


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Seguro que hay cosas peores que un balazo en las tripas, lo malo de este caso es que además del dolor insufrible, sabes que te estás muriendo, así estaba ella, mirándome con ojos vidriosos, lo más que podía hacer por ella era poner mi mano intentando taponar la sangre, que con la vida se le escapaba a chorros por el agujero de bala, de la bala que le había disparado hacía unos instantes, no me conformé con dejarla irse sin hablarla de mí, aunque triste consuelo es darse a conocer por fin, después de tantos años y haber sido el que la dio el pasaporte para el otro lado.
-    -      ¿Te acuerdas de mí? Soy Jose de Alameda, el nieto de M.
-    -      Ah, ya recuerdo, eras el chico que me miraba.
-    -      Ese mismo, lamento todo lo que ha pasado, después de tantos años, atreverme a hablarte ahora.
-    -      Si, eras guapito, pero un poco pequeño para tenerte en cuenta, me mirabas con mucha insistencia, me daba cuenta que andabas un poco colado por mí, pero…
-    -      Si hubieras querido…
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-   -       ¿Está pelando cebollas, Lola?
-  -        De verdad que cuando se pone usted a contar historias tristes, es usted un campeón.
-  -        No llores, tonta, por los sueños no hay que llorar, menos aun por los ajenos.




jueves, 25 de agosto de 2011

Impunidad


Sangre, sangre en las manos, en la cara, en la ropa, por donde mirase solo encontraba el color rojo, el color del sufrimiento, propio y ajeno, algo se había roto y había formado un punto de inflexión en mi vida.
De pronto me di cuenta, había cometido el hecho más abyecto que un ser humano puede cometer, el asesinato de un similar, de un ser humano, de un hermano de género, alguien con pensamientos, ideas, sueños y necesidades, lo mismo que me pasaba a mí, pero mi víctima ya  no tendría más, con el último estertor, no solo acabó su respiración, acabaron también sus ambiciones, sus pensamientos, sus deseos y sus palabras, terminó, fin.
Salí entre arcadas de aquel lugar, donde todo había sucedido, tan pequeño y tan grande a la vez, en el patio el perro del muerto me gruñó  nerviosamente, pero no se atrevió a acercarse, un sexto sentido le avisaba y le contenía en sus acciones, se volvió a tumbar ansioso, frente a la casa, esperando que saliera su amo.
 En la cercana fuente me lavé las manos, frotaba nervioso una contra la otra, pero la sangre es difícil de despegar, casi como la culpa, del suelo tomé un puñado de tierra y con eso conseguí despegar los cuajarones pegados en los brazos ¡Maldita sea mi estampa! También lavé el arma del crimen, aquella navaja que compré al buhonero que mercaba sus productos siempre en la plaza, no faltaba ningún domingo con su jumento lleno de cacharros de metal.
¡Ya está! Las vecinas han acudido al final alarmadas por la algarabía de la pelea, me miran y se tapan la boca al verme con este terrible aspecto, alguna se santigua, todas cuchichean, los maridos también acudirán pronto, a esta hora se encuentran todos en la única taberna del pueblo, un oscuro figón donde los campesinos ahogamos nuestras penas con un vinazo agrio y peleón.
Detrás vendrían las fuerzas del orden, aun tenía algo de tiempo para emprender la huída, son cuatro los kilómetros que nos  separan del cuartel de los quiñones, en el pueblo principal del valle, seguro que vendrán a caballo, por lo que mi única escapatoria es  cruzar por la montaña, alejado de los caminos y trochas más habituales.
Me entretuve en mi casa lo justo para preparar un hatillo con una muda, algo de tocino y una hogaza de pan y emprendí raudo el camino del monte, en un principio, por la ruta hacia el puerto de montaña que daba en la otra vertiente, con la capital, allí podría esconderme un tiempo confundido con la multitud, hasta ver que iba a hacer con el resto de mi vida.
La noche se iba acercando, lo que venía bien a mis planes de huída, lo peor era estar a merced de las fieras que acechaban en la noche, los lobos no eran infrecuentes por esos andurriales y un hombre armado solamente con una navaja y sin perros pastores que le protejan es un bocado fácil para ellos.
Así anduve caminando, dando tumbos, perdido entre montes cada vez más desconocidos para mí, evitando caminos y caminantes, bebiendo en manantiales y comiendo bayas y algún animal que era capaz de atrapar.
Llevaba muchas, demasiadas horas caminando a buen ritmo monte arriba, las zarzas que se arracimaban al borde de la delgada trocha, me laceraban cara y brazos sin piedad, quizás era parte de mi castigo y mi condena fuera ir siempre ensangrentado, esta vez era la mía la que iba surgiendo por innumerables heridas, pero me detuve de repente, el olfato no me podía engañar, un leve olor a humo me llegaba, es posible que fuera algún pastor en alguna majada próxima.
Siguiendo los efluvios llegué a un raso en el monte entre los robles, allí encontré un chamizo de madera, supuse que de algún pastor o carbonero de la zona, pensé que no me vendría mal cobijarme dentro para pasar la noche, las nuevas de mi crimen aun no habrían llegado allí, por lo que me podía sentir allí con total impunidad, golpeé la puerta y una cascada voz de mujer me mandó pasar.
Al entrar, el humo del fuego que ardía en la chimenea me hizo toser y un fuerte picor en los ojos, me hizo rascarme con los nudillos en un vano intento por no lagrimear, con la vista nublada, aprecié un interior lleno de hierbas y tiras de carne puestas a secar en el techo de la morada, el mobiliario se componía de una mesa con un par de sillas y un gran arcón junto al la pared, en el lado contrario, una chimenea con un tiro que dejaba más humo dentro que el que sacaba al exterior, junto al hogar, una vieja vestida de negro daba vueltas al contenido de un puchero.
-   -       Buenas noches, voy de camino a la capital a servir al rey y creo que me he perdido ¿Podría cobijarme por esta noche?
-  -        Como no, hijo, toma asiento, enseguida te pongo un plato, tengo un poco de estofado y lo podemos compartir.
-   -       ¿Vive usted aquí sola todo el año?
-   -       Si, hijo, en el pueblo no me tienen mucho aprecio, creen que soy una especie de bruja o hechicera, si no fuera porque me temen tanto, hace años que me habrían denunciado a la santa hermandad. El caso es que solo soy alguien que ha estudiado el poder de las hierbas del campo.
-          Pues a mí me vendría muy bien una poción que me hiciera crecer alas en el cuerpo, lo digo por llegar antes a mi destino.
-  -        El camino está mejor andado que volado, deja el aire para los pájaros, toma, siéntate y come.
Así lo hice con buen apetito, después de tantas horas caminando, el estómago reclamaba su llenado, por lo que acogió de buen grado la pitanza.
-  -        Puedes tumbarte aquí junto al fuego, estarás más caliente, las noches en estos montes siempre son frías.
Así lo hice, me acurruqué junto al fuego y en mi mente fueron formándose extrañas ideas, todo me daba vueltas, sentía un vacío en el estomago que no presagiaba nada bueno; de pronto me levanté, saqué la navaja y me fui al jergón donde dormitaba la anciana, la atenacé por el cuello y amenazándola con la navaja la susurré:
-  -        Necesito que me entregue todo el oro y cosas de valor que posea, estoy desesperado, por lo que no le aconsejo que me engañe.
-          ¡Ay hijo! Poco de valor te podrás llevar de esta mísera cabaña, hace años que no veo una triste moneda y aunque me dieras todos los tormentos del infierno, no conseguirías nada de mi persona, aquí estoy solamente yo y mis hierbas, condimentos y saberes.
-  -        ¡Maldita bruja! Arderás con tu cabaña si es cierto eso.
-  -       ¡Espera! Creo que puedo ayudarte, tengo una poción que te servirá, es uno de mis saberes más arcanos, te permitirá huir de tus enemigos, sea lo que hayas hecho no podrán atraparte.
-   -       ¡Sea! Dame esa poción.
De un pequeño arcón semienterrado en un ángulo de la cabaña, sacó un pomo de color ambarino y me lo ofreció con estas palabras:
-   -       Toma, bebe, pero has de saber que aunque la justicia de los hombres no pueda cumplir con su cometido, siempre hay una justicia divina de la que no se puede escapar.
-   -       Ya, vieja, pero eso, será en la otra vida, hasta entonces no tengo prisa.
De un trago bebí todo el contenido, no sé qué noté, pero los ojos se me cerraron irremediablemente.

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¡Maldita vieja! Debí matarla en cuanto la vi, lástima que cuando desperté de los efectos del bebedizo, no la encontré por más que busqué, rabioso prendí fuego a la cabaña y me alejé de allí lloroso.
Desde luego tuvo razón, quedé impune, las autoridades no me pueden castigar, nada, ni cárcel, ni picota, ni garrote, soy y seré libre para siempre, pero mi desgracia va conmigo y siempre me acompañará, así como mi cayado y mi campanilla, los mismos que van anunciando a los demás que no se acerquen a mí, que soy portador de una terrible enfermedad, la lepra.


domingo, 14 de agosto de 2011

El amigo Hans


Ver a mi amigo Juan después de tanto tiempo, me causó una gran alegría, eran ya dos, no, tres años desde la última vez que nos vimos, pero la magnífica amistad que teníamos cultivada desde la infancia, hizo que esta no se resintiera, al contrario, en cuanto nuestros caminos se volvieron a cruzar una tarde tormentosa de agosto, un fuerte, dilatado y emotivo abrazo nos unió.
-          Cuánto tiempo ha pasado – Por mi parte no fue una pregunta, más bien una aseveración.
-          Demasiado, te lo juro, demasiado.
Viendo en qué se había transformado, no hube por más que darle la razón, aquel joven atractivo para las mujeres por su porte atlético y su rostro varonil, con un duro mentón y unas mejillas sonrosadas, avanzadilla de un cuerpo recio sin un ápice de grasa y con una musculatura envidiable, todo eso se había transformado en un pobre hombre de rostro cetrino, pómulos y ojos hundidos, y con un cuerpo con una delgadez extrema, era apenas una sombra de aquel Juan que conocí.
Un par de truenos nos decidieron a buscar cobijo al resguardo de una cafetería, allí delante de un par de jarras de fresca cerveza me empezó a relatar sus penalidades de estos últimos años.
Un día. –me dijo. – comencé a sentirme harto de la vida que llevaba, cada vez necesitaba nuevas emociones, la típica historia del pobre niño rico, después de una época dedicado a los deportes de riesgo, estos cada vez me daban menos satisfacción, no encontraba un sentido a la vida, un día hice como los Beatles, me marché a la India y estuve con el rollo de la meditación transcendental con un gurú, tú no veas que parafernalia, parecía todo verdad, mucho incienso, muchas posturas del loto, ya te lo puedes imaginar, un sacadineros total, despechado, cambié de continente, en América, el sueño de California acabó hace tiempo, sólo encontré los rostros y actitudes totalmente estereotipados, nada nuevo bajo el sol.
Lo único que destacar de aquella época es que conocí a un holandés, Hans, que casualidad que nos llamásemos igual, con las mismas inquietudes y búsqueda de valores que yo, conectamos enseguida, en la playa pasábamos horas y horas charlando, ya sabes de lo divino y de lo humano, de la falta de valores de esta sociedad, de la búsqueda de la felicidad y de el significado de la palabra vivir.
El desierto de Sonora fue nuestra siguiente etapa, en compañía de varios descerebrados como nosotros, descubrimos el peyote y los sapos alucinógenos, parecía que esto nos había dado un nuevo impulso a nuestras vidas sin rumbo, durante meses nuestros cuerpos y nuestras mentes estuvieron en planos existenciales distintos, a otro nivel, éramos felices a nuestra manera, aunque cada vez nuestros cuerpos se iban resintiendo.
El parón vino de golpe, las autoridades norteamericanas dijeron basta, e hicieron una limpieza en toda regla, nos trataron como indeseables y nos devolvieron de malos modos a la vieja Europa, después de comentarnos que no seríamos bien venidos de nuevo dentro de sus fronteras, en el camino de regreso,  alguien nos habló de los efectos en la mente de la ayahuasca, al parecer ciertas tribus del Perú, efectuaban rituales en los que se consumía esta droga, con unos efectos muy singulares sobre la mente, por lo que recién aterrizados, en el mismo aeropuerto, sacamos dos billetes hacia nuestro nuevo Eldorado.
Aterrizamos en Lima y enseguida nos integramos en una expedición hacia la zona selvática del país, allí los lugareños nos indicaron la manera de ponernos en contacto con la tribu Shuar, poseedores del secreto de la fabricación de la ayahuasca, para no dilatar mi relato, no te referiré las vicisitudes que pasamos hasta poder encontrar la tribu, en un medio tan hostil como la selva tropical, sólo te diré que fueron ellos los que nos localizaron cuando ya nuestra fuerzas nos abandonaban y estábamos al borde de la inanición.
En su poblado, un lugar igual como se refieren en los documentales, una gran cabaña circular, con un  techo de hojas alargadas y varios fuegos en el centro, múltiples hamacas colgaban cerca del muro hecho con recios troncos. Nos recibieron con alguna curiosidad y nos preguntaron el motivo de nuestra estancia en la selva, apenas les podíamos entender en su jerga hecha de palabras nativas mezcladas con otras castellanas y portuguesas.
Desde el principio nos dejaron muy claro al conocer nuestra motivación, que no nos veían con buenos ojos, la existencia allí ya era lo suficiente difícil como para alimentar a dos bocas más, no veían como seres improductivos, incapaces de aportar nada a la comunidad. Esa misma noche celebraron un conciliábulo del que no nos dejaron participar, ni nos íbamos enterando de lo que decían, después de varias horas de espera, se acercó el chamán y nos dijo que podíamos participar en la ceremonia de la ayahuasca, pero que deberíamos pagar por ello, no nos importaba, le dijimos, éramos capaces de soportar todos los pesados trabajos que nos impusieran.
Pasamos todo el día siguiente alimentados por las mujeres de la tribu, poco era lo que nos podían dar, no era época de caza y no tenían carne que ofrecernos, por lo que nos sustentamos con un puré que nos ofrecieron además de una calabaza de chicha, un licor semifermentado que nos comenzó a embriagar levemente. Los nativos mientras tanto iban llenando el espacio central de la cabaña con grandes troncos secos preparando una gran pira, a la vez se iban adornando con sus mejores galas, consistentes en grandes tocados de plumas, a la vez que se embadurnaban el cuerpo de barro de distintos colores, a nosotros nos desnudaron completamente y nos ofrecieron un sucinto taparrabos solamente, creo que para evitar el contraste de nuestras blancas pieles, también nos embadurnaron de un barro ocre.
Se hizo de noche y nos reunimos delante de la gran hoguera recién encendida cuyos troncos comenzaban a crepitar, las mujeres empezaron a entonar una canción una y otra vez repetida como si se tratara de un estribillo sin fin, Hans y yo cada vez más íbamos perdiendo conciencia de la realidad, pues no paraban de ofrecernos calabazas de chicha que vaciábamos sin parar. De repente se hizo un silencio sepulcral acompañando la entrada del chamán, éste portaba un canuto de madera como de medio metro, e iba soplando a intervalos en las fosas nasales de los varones de la tribu puestos en fila, cada vez que esto sucedía, un griterío ensordecedor atronaba nuestros oídos y el indio al que el chamán le había introducido la ayahuasca, caía al suelo en medio de convulsiones.
Por fin llegó nuestro turno, después de ver a Hans caer al suelo, el chaman me puso el tubo y sopló, dándome la vida, la muerte, el dolor y el placer, todo a la vez ¿Cómo explicar aquello? Oía la cigarra cantar en lo alto del árbol y sentía que era yo, frotaba la pata contra la caja de resonancia de mi  abdomen, también era la larva del escarabajo que poco a poco iba royendo la madera del poste central de la choza, ora soy una tarántula escondida bajo una piedra sorbiendo los jugos de la presa que acababa de capturar, miles de sensaciones en una, algo irrepetible, de pronto era un ente fuera de mi cuerpo sobrevolando el poblado, observando como el chamán de una certera puñalada, atravesaba el corazón de mi compañero Hans, con el mismo puñal y con un gesto experto, lo decapitó fríamente, las mujeres rápidamente comenzaron a despedazar el doliente cuerpo de mi amigo, lo más horroroso, es que nuestro pago por la experiencia, era el aporte de proteínas de origen animal que tanto escaseaba en la tribu en aquella época, pues con los trozos de mi amigo iban llenando pucheros y ollas.
Mi horror llegó al límite al ver lo que hacía el chamán con la cabeza de mi amigo, con dos certeros tajos desolló la cabeza y clavó la calavera en una estaca junto a la hoguera, los ojos ya sin parpados miraban aterrados a los miembros de la tribu y se fijaban en los míos culpándome a mí de su desgracia, me gritaban quedamente: ¡Y tú tienes la vergüenza de estar vivo!
Para entonces creo que había dejado de hacer mi viaje astral a través de los insectos del lugar y me revolvía inquieto en un cuerpo de pesadilla, dentro de una hamaca, empapado en sudor y con el sabor acre de mis vómitos en la boca, apenas era capaz de apreciar como el chaman introducía el pellejo de lo que quedaba de Hans en un caldero hirviendo, donde iba añadiendo jugos y hojas de plantas, no tardó mucho en sacarlo de allí y tomando varios puñados de cenizas calientes rellenó aquel pellejo, con cuidado para que no escaparan las cenizas, cosió los agujeros que fueron los ojos, boca y cuello con burdas puntadas, hecho esto, la colgó de los cabellos junto a la lumbre para que se fuera ahumando.
El horror que sentía, junto a algo que me habían echado en la bebida, me imposibilitaba salir de allí  como deseaba, me notaba febril y constantemente estaba durmiendo, con terroríficas pesadillas, en las que unas veces yo era la victima del sacrificio y otras el verdugo de mi querido amigo Hans, pero en todas ellas, los ojos, sus ojos me miraban acusadores, llorosos, me reclamaban que lo sacara de allí, no quería pasar toda la eternidad entre aquellos salvajes.
Supongo que a mí me reservaban para cuando hubiesen terminado con mi compañero, por lo que tenía la angustia de saber cual era mi futuro allí, una noche, no sé cómo, tuve el valor y la fuerza de salir de mi hamaca y tambaleándome, descolgué los restos de mi compañero y salí de allí evitando hacer cualquier ruido, huelga decirte las calamidades que pasé, semanas enteras de horror, huyendo de aquellos salvajes, temiendo caer en su poder o en el de las fieras que poblaban la selva, al borde de la muerte, pues sólo conseguí alimentarme de algunos puñados de insectos, llegué a un población donde me acogieron y me curaron.
Hace un mes conseguí ser repatriado y aquí me ves deambulando y haciendo acopio de  fuerzas para ir a Holanda, quiero visitar a los familiares de Hans y contarles la terrible experiencia y el triste final que tuvo el desdichado, para nuestra desgracia, nadie nos dijo que a la tribu Shuar, también se la conoce por el terrible nombre de los jíbaros.
En ese momento abrió una pequeña caja de madera y allí mismo estaban los despojos del desdichado Hans, reducidos al tamaño de una naranja.




martes, 9 de agosto de 2011

La pura realidad


¡Que terrible! Ayer atracaron en la delegación de Moratalaz, no puede ser, seguro que el siguiente soy yo, el pulsador de alarma ¿funciona? Por favor, que funcione.
-       ¿Unisegur? Buenas tardes, llamaba para hacer una comprobación del pulsador de la alarma.
-      
-       Si, eso es, pulso la alarma y seguido la clave, a ver… si, (era el día, mes y año de mi nacimiento) Perfecto señorita muchas gracias.
Y ese que parece merodear por fuera del local, que mala espina me da, si no se marcha pronto es que viene a atracarnos, la caja, el dinero de la caja, bueno mientras se entretiene con las secretarias, puedo coger el dinero y escaparme por la puerta trasera, espero que si no encuentra dinero, no le de por golpear los ordenadores.
¿Qué hago? ¡Ay Señor! Que cruz me toca llevar y es que en este país debería gobernar Jimenez Losantos, es el que nos llevaría a un estado realmente policial, donde los honrados empresarios podríamos crear empleo con unos sueldos realmente eficaces, no las barbaridades que nos vemos obligados a pagar.
¿Qué sería del país sin los honrados empresarios como yo? El caos, aun peor que el que tenemos… vaya mala pinta que tiene ese que acaba de entrar, que mala espina me da, ¡Uf! Menos mal, era un cliente, tendría que haber una ley contra los pelos largos en los hombres, parecen delincuentes.
Ya está aquí J.A. maldito golfo sindicalista, con el rollo de su enfermedad, insiste en trabajar sólo diez horas, a mi no me la da, el aceptó como todos trabajar hasta que se termina el trabajo, da lo mismo las nueve o las diez, maldito golfo, este viene a por mi dinero, pero va dado, ni un duro le voy a dar, que pida la cuenta y se marche, lo peor es que está aconsejando a los demás en cuestiones salariales, desde luego le voy a hacer la vida imposible, ¡ah! Ya se, les voy a decir a todos que es un chivato de la empresa, así le harán el vacío y dejará de fastidiarme.
Como aquella vez que le dijo al palestino que tenía derecho al permiso de boda, ¡pero si se había casado en Palestina! Por supuesto que no tenía derecho a irse de vacaciones, y el mes pasado cuando M. tuvo un hijo, ¡Que desfachatez pedir un permiso de paternidad estando soltero! Que dé gracias que le di la tarde libre y es que en el fondo soy un blando.
Cuanto tardan los mensajeros hoy, seguro que estarán fumando porros, eso es lo que hacen cuando me doy la vuelta, como pille a alguno le pongo de patitas en la calle, de mi no se ríe nadie.
En Intereconomía han dicho que el índice de atracos en Madrid está por las nubes, ¿Qué voy a hacer hoy con la caja? Malditas transferencias, hoy en la caja hay un millón ¿Qué hacer? Esconderlo, es la mejor solución ¿Pero donde?
Mira que le dije al casero de levantar una baldosa y hacer un doble fondo para estos casos, pero nada el muy sinvergüenza me negó el permiso para hacer la obra, ¡Estoy rodeado de canallas!
Lo pondré en un sobre entre los archivos ¿Y si miran allí? Además abulta mucho, se darían cuenta enseguida los atracadores, ¿En el cuarto de baño? No, no hay sitio, siquiera he comprado un triste armario con espejo para la gente, ¿Entre los paquetes del reparto? No, seguro que se llevarían alguno y justo sería el sobre con el dinero, con la perra suerte que tengo…
¡Ya está! Ahora mismo cojo una bolsa de basura, meteré el sobre bien envuelto y lo meteré en la papelera ¿Quién va a ser el listo que se ponga a mirar en la papelera? Si es que soy un tío listo, ¿Sino quien iba a levantar esta empresa?
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-       ¿Domingo? Si, soy yo, mira ¿Sigues trabajando en el vertedero de Valdemingomez? Te comento, ayer por descuido tiré unos papeles muy importantes a la basura, si, unas escrituras y títulos legales, oye ¿Con quien tendría que hablar para que me dejaran rebuscar en la basura y que me digan por que zona del vertedero ha descargado el camión que hace este barrio?


Todo lo que una persona puede imaginar, otros pueden hacerlo realidad.
Julio Verne
¿La diferencia entre realidad y ficción? La ficción tiene mayor sentido.
Tom Clancy




viernes, 5 de agosto de 2011

Misterio en el molino (conclusión)


Terrible situación la que teníamos encima, estábamos en Agosto de 1976, por lo que nos encontrábamos en medio de un complot para asesinar a al rey y su familia, cuando apenas llevaba nueve meses de reinado.
Después de un tiempo que se nos hizo eterno, terminaron de componer aquellas maquinas infernales que servirían para sus negros propósitos y se marcharon dejándolas allí mismo.
No perdimos el tiempo, enseguida y casi sin tomar las precauciones de seguridad, bajamos la  escalera y salimos pitando hacia el pueblo.
-       ¿Y ahora qué hacemos?
-       Hay que llamar a la policía.- Dijo Juan
-       Tonto el haba, en el campo no hay policía, aquí manda la guardia civil.- Contesté para su disgusto, enmendándole de nuevo.
-       Si ¿Pero quien se atreve? Yo no pienso hacerlo, luego vienen los malos y te matan a ti y a tu familia.
-       Que cagueta eres, mañana mismo me acerco a Rascafría al cuartelillo a poner la denuncia. Le dije.
Tras una mirada feroz de su parte nos despedimos, yo, galante, acompañé a las chicas hasta sus respectivas casas, deteniéndome muy especialmente en la puerta de María, sabía que faltaba muy poco para que nos ennoviáramos, por lo que procuré que la despedida fuera lo más cordial posible.
Al día siguiente los hechos se desencadenaron velozmente, después de mi asistencia al cuartelillo, hubo mucho movimiento de las fuerzas del orden, el pueblo quedó alborotado y en todas las esquinas se formaban corros comentado lo sucedido, aunque apenas nadie sabía lo que estaba pasando.
Mi pandilla por mucho que me buscaron, no lograron encontrarme, parecía que una boca del infierno se abrió dentro de la casa cuartel, pues durante ese día, no di señales de vida por ningún lugar.
A la mañana siguiente, en la plaza frente al ayuntamiento, encontré a la pandilla reunida rodeando a Juan que con aires de enterado, explicaba toda la historia que al parecer, sus primos mayores le habían hecho saber.
- Pues sí, resulta que Jose pegó el petardazo del siglo, al parecer los hombres del molino eran técnicos de televisión, estaban rodando un documental de Félix Rodríguez de la Fuente, a quienes denominaban “el jefe” y el Rey al que iban a asesinar, no era más que el Búho real, protagonista del documental, en el episodio que iban a rodar en el molino, donde habían encontrado un nido, iban a introducir a una comadreja para que devorase al búho y a su prole, ja ja y el tontaina este, va y los denuncia a la guardia civil, vaya puro que le ha caído.
- En ese momento, hice acto de presencia, causando gran expectación ni llegada, todos de pronto permanecieron callados, algunos compadeciéndome, otros, alegrándose en su interior.
- ¿Qué, cómo te han dejado el culo? Vaya azotaina que te debieron de dar.
Ante este saludo, eché mano al bolsillo y saqué un sobre con membrete oficial, saqué de él una hoja y extendiéndola con gran pompa y circunstancia, di comienzo a su lectura.
-       Del Ministerio de la Gobernación y tal y tal, tengo a bien agradecerle su inestimable colaboración, sin la cual los enemigos de la patria, seguirían campando libremente, intoxicando a nuestro bien más preciado: la juventud, firmado: Rodolfo Martín Villa. ¿Qué, como se te queda el cuerpo señor don Juan Bernal?
La explicación es muy sencilla, efectivamente, los personajes misteriosos eran técnicos de televisión que estaban rodando un documental, pero al acudir la guardia civil y en el primer momento de  confusión, comenzaron a registrarles a ellos así como al Land Rover que los transportaba, encontraron una ciclostil y multitud de octavillas ya impresas, al parecer pertenecían a una peligrosa célula de orientación comunista-maoísta, por lo que fueron detenidos allí mismo y trasladados a la Dirección General de Seguridad de la Puerta del Sol, bajo los cargos de pertenecía a partidos ilegales y tenencia y distribución de  propaganda subversiva.
En el futuro la posesión de esta carta y el “affaire” de la peluca de Carrillo, me abrieron muchas puertas en mi lucha por entrar en la policía.
-       ¿Cómo dijo que se llamaba de apellido su amigo de la infancia?
-       Bernal, bella Lola, Bernal, no te engañas, efectivamente es el Bernal que todos conocemos, siempre creciendo a mi sombra esperando su momento, que por desgracia llegó.
-       Por lo que veo, ese fue su primer contacto con el búho, ja ja.
En las puertas del Búho Bizco en ese momento estacionaba una furgoneta de Multiflora y de ella salió un joven que portaba un espectacular ramo de rosas rojas.
-       Por cierto, bella Lola ¿Dónde está Margarita Ricci?
-       Salió con Jota para celebrar su cumpleaños ¿No se había enterado que era hoy precisamente?
-       Maldito Jota, un día seré yo el que vaya por delante.
-       Buenas tardes, traigo este ramo para Margarita Ricci.- Nos interrumpió el repartidor de la floristería.
-       Deja aquí las flores, las encargué yo. – Le dije, acompañando el gesto con la extracción y dación de un billete de diez euros.
Estoy muy orgulloso de mi brazo derecho, en las practicas de tiro, era de los mejores del cuerpo, los pulsos no se me dan nada mal y mi caligrafía es superior, a todo este currículo le tengo que añadir la habilidad para hacer un lanzamiento perfecto de seis metros del ramo de rosas hasta el cubo de basura.


miércoles, 3 de agosto de 2011

Misterio en el molino


-       Creo que mis inclinaciones detectivescas me vinieron desde crío.
Comentaba acodado en la barra del Búho Bizco, con mi sempiterno güisqui en la mano. La prejubilación en el cuerpo de Policía y la falta de clientes de mi agencia de detectives, me llevaban a pasar las horas muertas delante de multitud de vasos de bebidas espiritosas.
-       Eso, cuénteme alguna experiencia suya de la infancia, que en pleno Ferragosto, esto parece un velatorio.- Me replicó Lola, la pizpireta camarera de ese antro de perdición que regenta mi amigo (?) Thomas, el mayor de mis acreedores.
Es curioso que recuerde ahora aquellos días, el verano en la infancia tiene otro sabor, es una fiesta continua que dura hasta que el maldito mes de Septiembre viene a empañar el horizonte, atrás quedan los libros, los horarios y sobre todo los pantalones largos.
Llegaba el tiempo de acudir al pueblo de nuestros abuelos, de montar en bicicleta, bañarse mañana y tarde en el río y de empezar a salir en pandilla con unas nuevas invitadas, las chicas que antaño eran unos seres anodinos e impersonales, alguien a quien no podías ni rozar antes de que se pusieran a llorar y a reclamar la presencia de su padre ( -Venga Señor Pepe, no me puedo creer que las chicas en su tiempo fueran así. –Lola, por favor no me interrumpas, cuando ocurrieron esos hechos, ni siquiera habías nacido)
El estío transcurría pues apaciblemente, entre tardes de modorra, recostados en los duros bancos de granito de las escuelas.
-       ¿Vamos al río?
-       Mejor vamos a la dehesa
-       ¿Hacemos una chocolatada?
-       ¿Para qué? Estoy harto de hacer lo mismo un día tras otro, vaya aburrimiento.
-       ¿Entonces qué hacemos?
El desánimo caía entre la pandilla, después de la novedad, la rutina había caído como una losa sobre nosotros, ya no nos divertían los múltiples juegos y acciones que hasta entonces habían llenado y alegrado los días transcurridos en la sierra, por fortuna alguien habló en aquel momento, dando paso a nuestra mayor aventura aquel verano.
-       ¿Os cuento una cosa?
-       ¿Qué cosa, pesado?
-       Desde mi casa, que como sabéis está en las afueras, mi habitación da a las eras y llevo observando un par de noches varias luces que se dirigen al molino abandonado.
-       ¡Anda ya! Eso te lo estás inventando.
-       Es cierto, cuando quieras te lo demuestro, si quieres vamos esta noche.
Aquellas últimas palabras causaron una gran conmoción, de pronto nuestras mentes empezaron a elucubrar el porqué de aquellas luces, quienes eran los individuos que cruzaban las eras, alguien incluso habló de extraterrestres, pues estaba de moda la serie de los invasores, el más atrevido incluso achacó el hecho a El Lute y sus hermanos.
-       Bueno, basta ya de tanta charla inútil. – Corté aquella vana discusión; en la padilla mi opinión era muy respetada, no tanto por la madurez de mis razonamientos, sino porque era el de mayor edad. – Lo que tenemos que hacer es aviarnos para esta noche, hay que hacer acopio de linternas, no valen velas ni quinqués, a ver si vamos a provocar un incendio.
-       Yo puedo llevar un machete para defendernos.
-       Bueno, vale, pero ten cuidado no cortes a nadie.
-       Yo llevaré galletas, por si nos entra hambre.
-       Yo leche, para mojar las galletas.
-       ¡Basta! Llevad lo que queráis, pero dejad de dar la murga, joroba. (Observa querida Lola que en aquella época nadie decía tacos, era pecado y además estaba muy mal visto, sobre todo por las chicas de la pandilla) Bueno, a las diez y media, todos en la fuente de la fragua.
-       A mí a esa hora ya no me dejan salir. – Repuso una de las chicas de menor edad.
-       Pues lo siento, pero te pierdes la aventura, además, si se lo decimos a nuestros padres ¿Crees que nos van a dejar salir?
La excitación ante los hechos que nos aguardaban, hizo que la tarde se nos pasara muy entretenida, la llegada del ocaso hizo que nos repartiéramos por nuestras casas para cenar y recogernos, en teoría hasta la jornada siguiente.
A las diez y cuarto salí de hurtadillas de mi casa y al igual que mi ídolo Tom Sawyer, fui a buscar a mi alter ego Huck Finn, en este caso era Juan, con el que llevaba compartida mi vida de veraneante desde que tenía recuerdos serranos. Juntos nos dirigimos a la fuente junto a la fragua, donde por el día Julián el herrero era el ídolo de la chiquillería, siempre con sus bromas.
Cuando sonó en el reloj del ayuntamiento la campanada que indicaba la media sobre las diez, aparte de mi inseparable Juan, sólo estaba Mamen y María, dos valientes entre el sexo femenino que no tenían miedo al arrostrar nuestra aventura.
-       Venga en marcha.- Ordené
Y así formamos una fila india camino del famoso molino, atravesamos el zarzo que delimitaba el pueblo y salimos a las eras, el suelo después de todo un día de sol inmisericorde, aun conservaba un calor que se transmitía a nuestro cuerpo a través de las finas suelas de nuestras autenticas zapatillas “Adidas tórtola”  Eso nos venía muy bien, pues las noches en agosto la temperatura baja a unos niveles, en los que hay que abrigarse aunque sea con una rebeca o un jersey fino.
Es curioso la de veces que hemos oído aquella frase del silencio sepulcral del campo por la noche, y no hay nada más alejado de la realidad, de momento, una miríada de grillos atronaba la pradera con su cri-cri, en el soto, varias lechuzas dialogaban entre ellas con sus ululantes mensajes crípticos, todavía quedaban más actores declamando en la oscuridad, sapitos escondidos bajo las piedras lanzaban pitidos, nada que ver con la recién traída canción entonces de moda cantada por Jorge Cafrune. Aun quedaban por atronar la noche, las oscuras sabandijas formadas por ratones y musarañas que al moverse bajo las zarzas, pisaban la hojarasca, haciendo que nos sobresaltásemos cada pocos metros temiendo que fueran víboras, con el peligro de ser picados por ellas si las pisásemos por accidente.
Después de atravesar las eras y el río Santa Ana, una valla de piedra nos condujo a la entrada del molino, el candado que cerraba el portón, había desaparecido por lo que nos introdujimos dentro, no se observaba movimiento alguno así  que nos detuvimos a considerar cual sería el mejor lugar para espiar a las gentes que a buen seguro aquella noche se acercarían al lugar. No se como, al final decidimos situarnos en el primer piso, tamaña temeridad, nunca lo habíamos hecho por el día por miedo a que las tablas del piso no aguantasen nuestro peso, por lo carcomidas que estaban, además de lo polvoriento y siniestro del lugar, lleno de telarañas y oscuridad que apenas aliviaban algún agujero en el tejado.
Esa noche mal que bien alumbrados por la linterna y con mucha precaución fuimos subiendo por los quejumbrosos escalones de madera, caminando pegados  a la pared, pero lo suficiente alejados de ella para evitarlas telas de araña que tanto temíamos, pues con el tamaño de aquellas redes de caza, el animal que las fabricó debía de tener unas dimensiones colosales, similares a las tarántulas que veíamos en las películas de Tarzán.
-       Chissst, silencio.- les ordené.- ¿No oís ese ruido? Parece un tableteo
-       Si, hace rato que lo oigo, seguro que es el escarabajo de la muerte, está anunciando un crimen cercano.- Sentenció Mamen, enteradilla ella.
-       Nooo, no, perdonad. –Dijo apenas audible, Juan. –Es que me castañetean los dientes, pero no de miedo ¿Eh? Es de frío, pues me he venido en pantalones cortos.
-       Ya macho, dí lo que quieras, pero el tufillo que sueltas es de miedo, estás cagadito ¿Me acerco al pueblo a por un pañal?
Es curioso, pero después de toda la infancia siendo inseparables, los hechos que hoy relato hicieron que nos separásemos los hasta entonces inseparables amigos, sé que bebía los aires por María, pero el descubrir que ella me prefería a mí, comenzó una serie de resquemores y envidias que terminaron separándonos, por lo que el que le humillase en publico y que este fuera femenino, no hizo más que acrecentar su odio.
-       Callaros, creo que viene alguien. –Nos ordenó Mamen.
Efectivamente, un Land-Rover estacionó en la misma puerta, de el se apearon dos personas que de inmediato se dispusieron a descargar extraños aparatos electrónicos, nuestra extrañeza iba en aumento, no era aquel el lugar más indicado para establecer allí ningún despacho o laboratorio, después de varios minutos trasteando y montando aquellos equipos, comenzaron un dialogo que nos dejó helados.
-       Pues sí, el jefe nos exige cargarnos al rey y a su camada.
-       Me alegro un montón, estoy harto de seguirles por media España, quiero volver a Bilbao con mi familia y terminar esto ya.
-       En cuanto llegue la comadreja, todos ellos serán historia, no quedarán de ellos ni las plumas, ja ja ja ja.
Bajo la obscuridad, no vi los rostros de los demás, pero el mío de repente se debió volver completamente blanco, ante nosotros teníamos a unos esbirros con la idea de matar al recién coronado rey. A mi lado Juan volvía a castañetear los dientes, lo conseguí arreglar de un malévolo pellizco.

Continuará....



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