viernes, 29 de junio de 2012

El inspector universitario


-          ¿Se puede?

-          Y qué remedio, pasa Guillén.

-          Buenos días señor inspector y enhorabuena por aprobar el acceso a la Universidad.

-          Se agradece, Guillén.

-          La verdad es que me he orientado hasta su despacho siguiendo el ruido del champagne al ser descorchado y del olorcillo de los percebes que tan donosamente ha repartido usted para celebrarlo.

-          Ya sabes por donde me paso tu ironía ¿Verdad Guillén?

-          Si señor inspector, por cierto ¿Suprimo ya la vigilancia de los examinadores de la universidad? Como ya sabe, tenemos un buen expediente de ellos, con pelos y señales desde que les destetaron, hasta la última multa de tráfico.

-          Si, suprímela, obviamente ya no es necesaria.

-          ¿La inspección de Hacienda también?

-          Mira, esa mejor que no, alguien que te examina y que te obliga a comprar su libro de texto como temario, es sospechoso de todo, hasta del pecado original.

-          Como usted mande y le reitero mi enhorabuena.

lunes, 11 de junio de 2012

Pepa y Mariano


Como lo prometido es deuda, me propongo traeros mis conversaciones con los muertos, no penséis que es imposible o que mi imaginación se desborda como suele, la verdad es que no es tan difícil ni hay que irse muy lejos, tan cerca como el portal de mi casa, la dificultad está casi en vislumbrarlos, pues con el olvido se vuelven cada día más etéreos.

-          Caramba, Pepa, cada día me cuesta más el poder verte.

-          Hijo mío, prácticamente solo tú te acuerdas de mí; de vez en cuando los hijos de mis señores recuerdan una anécdota en la que intervengo y eso me da algo de brillo.

Pobre Pepa, sin hijos que la recuerden, le resta un futuro efímero en la memoria de los hombres, su paso apenas dejó huella, ama de cría toda la vida de unos señoritingos de la calle de Serrano, testigo de las sacas cuando la guerra incivil, tenía un miedo crónico hacia los uniformes y las sirenas la hacían evocar tiempos de bombardeos y refugios apresurados en el suburbano. Su brillo se apaga sin remisión, su nicho, vecino del de mi padre, jamás tuvo visita alguna ni un triste crisantemo adornó su lápida.

-          Gracias que tú de vez en cuando te acuerdas de mí, aunque según pasa el tiempo ocurre más dilatado en el tiempo, por favor, no dejes de pensar en mí.

-          No te preocupes Pepa, por si sirve de ayuda escribiré sobre ti, así cuando mis amigos lo lean, algo de energía fluirá.

Estas cosas siempre me ponen triste y casi evita mi encuentro con Mariano mi vecino de enfrente y es que el pobre apenas conserva un hilillo de existencia, también sin descendencia, una vida gris junto a su mujer en un barrio obrero marcaron su vida.

-          ¿Todavía me ves, Jose Antonio? – apenas es capaz de musitar.

-          Si Mariano, ya veo que debo de ser el único que aun te recuerda.

-          Imagínate, ya sabes que mis sobrinos me metieron en la residencia y en cuanto fallecí vendieron el piso, desde entonces soy una sombra.

-          Ya me lo maliciaba ¿Y tu mujer cómo está?

-          Ella desapareció del todo, de nuevo separados, a ella no la recuerda nadie, ni siquiera tú ¿te das cuenta? Pues no eres capaz de recordar su nombre.

Tiene razón, le veo como siempre desde que ella murió, con un pañuelo de hilo enjugándose las lágrimas y recordándome a mi padre cuando lo hacía, nunca conocí mayor estupidez en un aserto como el que decía que los hombres no lloran, Pero es que no soy capaz de recordar el nombre de su mujer, la recuerdo muy anciana, obesa, espiando detrás de la puerta, ahora me doy cuenta que lo debía de hacer por puro aburrimiento.

Un día Mariano me enseñó una foto de esas antiguas, de cartón y colores sepias, era la foto de su boda ¡No me lo podía creer! Estaban guapísimos, muy elegantes, ella con mantilla blanca y él con un traje a rayas que el mismísimo Fred Astaire hubiera envidiado, si cuando sus sobrinos hubieron desalojado el piso me hubiera podido hacer con ella, seguro que ahora estarían con un aura radiante.

¿Al final qué es la muerte sino el olvido? Mientras en nuestro interior somos capaces de recordar a una persona, ésta no morirá, estará viva en nuestro corazón, pero tarde o temprano su vela se apagará cuando nadie que nos conoció sobreviva, ese día se apagará nuestro espectro para siempre.

Nota. No me resistí a dejar al pobre señor Mariano solo estos años mientras cada vez que salgo de casa veo la que fue su puerta, le pregunté a mi mujer y recordaba el nombre de su esposa, Luisa, desde ahora intentaré vislumbrarla en el descansillo, pero no como cuando murió, anciana y achacosa, sino joven y con mantilla blanca.


jueves, 7 de junio de 2012

En ocasiones

En ocasiones veo… vivos y hasta consigo que me hablen, pero sus conversaciones suelen ser lineales y francamente aburridas, últimamente predominan las conversaciones sobre la crisis y sus consecuencias más cercanas, luego de manera estacional suelen irrumpir las conversaciones sobre balompié, estas son las peores, nunca sé que cara poner, la “cara de palo” Buster Keaton no suele dar sus mejores resultados aquí, es mejor poner una cara más flexible, que vaya desde la pasión compartida hasta el entendimiento de las tácticas que el estratega tribal plantea cada domingo en el campo de batalla.
Atrincherados  detrás del periódico gratuito o del libro electrónico, el tránsito hacia el lugar de trabajo no da pie a entablar conversación alguna con tus vecinos, y ni lo intentes, eso es cosa de viejos con verborrea impenitente, no es digno de una persona cabal hablar con desconocidos, aunque los veas a tu lado todos los días hábiles a nivel laboral.
En el campo todo era distinto, en mis recuerdos siempre veo  a los paisanos cruzarse por las ruas y siempre saludarse efusivamente.
-          ¡Quia!
-          ¡Ehoo!
Y su gran condescendencia hacia los foráneos cuando nos veían:
- ¿Tú eres Luis?
- No, yo soy Félix el culón.
Todas las tardes de verano, yendo a comprar leche a granel con nuestra cantarilla, en la puerta de la casa de nuestro surtidor, un corro de enlutadas damas sentadas en banquetas, trípodes y el poyo de la casa, comentaban los sucesos del día.
-          La gallina pinta  “me se” ha  comío un güevo esta mañana.
-          Pos córtala el pico pa que se joda.
[Maldito corrector de Word, no hay manera de poner faltas de ortografía aposta]
En fin, ante esos sesudos asertos, uno intenta confundirse con el terreno y pasar de puntillas entre la concurrencia, pero siempre hay alguien ojo avizor.
-          ¿Y tú de quién eres?
-          Soy el hijo de Carmen.
Lástima que para las inquisidoras mentes que me rodeaban no era suficiente, mi filiación no estaba completa, por lo que enseguida me llegó un bombardeo de preguntas que a su vez ellas mismas se auto-respondían.
-          ¡Ah si! Tu padre es Antonio el taxista, y tu abuela es Matilde, la cocinera del hostal ¿Qué tal le va a tu abuela por la capital? Seguro que bien, pues ya no viene por aquí, dale recuerdos cuando la veas, del que me acuerdo mucho es del pobre de tu abuelo Eladio, ¡un santo, es lo que era! Que Dios lo tenga en su gloria.
Ante estas letanías, azarado y ya con prisa solo eres capaz de contestar:
-          Angelines, por favor, dame un litro de leche.
¡Ah! Aquellos atardeceres campestres de los años sesenta, sin televisión y sin corriente para la radio, no había más remedio que charlar con tus amigos, si no al amor de la lumbre, si atacando un bocata de beicon.
-          Pffues en fi farrio ffjugamos a pídolffa ftofas las ftarffes
-          Pero tío, mastica primero que te va a atragantar, además me estás poniendo perdido de galipollos.
¡Qué tiempos! Estaba deseando crecer para no ponerme pantalones cortos como los hombres y ahora estoy como loco por ponérmelos como los niños.
Es curioso como el léxico va cambiando, por aquellos tiempos todo era “chely” todos eran “tíos” y todo molaba mucho, el mazo vino después, tampoco decíamos palabrotas pues era pecado, venial, pero pecado y por acumulación de amonestaciones, podías ir al infierno y eso era terrible, un sitio dantesco, los curas seguro que tendrían una puerta especial para ellos de ida y vuelta, pues de la manera que lo describían se notaba que habían estado allí, no nos cabía ninguna duda.
Debo de estar empezando estar sometido al influjo de la demencia senil, pues me he ido por las ramas y he acabado hablando sobre mi niñez y es que tampoco recuerdo la última conversación amena que he mantenido, pues como ya dije en el principio de la historia, en ocasiones veo vivos y hasta converso con ellos, otro día os traeré mis conversaciones con los muertos que os garantizo que son más amenas.

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