domingo, 24 de julio de 2011

Febrero 1976


Como todas las tardes, iba a buscarla al instituto, me tomaba un poco a guasa el esperarla en la puerta, ya lo había hecho antes cuando salí con Montse, ¿No había otro instituto en Madrid para que asistieran mis novias? Aquella aventura no terminó bien, por lo que tocaba madera cada vez que la recordaba.
La hora de la salida llegó y después de mil rostros femeninos desfilando delante de mí, ella apareció regalándome su mejor sonrisa, la besé arrobado y acaricié como siempre sus dorados cabellos que me volvían loco.
Enlazados por la cintura enfilamos como casi siempre hacia Colón, allí nos esperaba, una vez sorteado el laberinto de piedras que otros llaman esculturas de estilo moderno, el banco donde nos dábamos novedades de lo que nos había acaecido a mí en el trabajo y a ella en el instituto, desde la última vez que nos separamos.
Me encantaba verla la cara según me hablaba y me contaba los chismorreos sobre sus compañeras y profesores, otras no tanto, pues ponía a prueba mi ignorancia por haber abandonado los estudios hace algunos años, su padre siempre que podía me mortificaba con ello, yo pensaba que no hacía falta que me dijera lo maravillosa que era su hija, cosa que yo ya sabía, sin que me abatiese de aquella manera intentando poner en evidencia la gran cultura de su hija frente a la mía.
Según pasaba el tiempo, las hormonas entraban a chorro en mi torrente sanguíneo, por lo que los espacios entre besos se fueron reduciendo y mi mano buscó su cintura dentro de su calido abrigo, así abrazados, notaba tan cerca de mí su calor que me sentía la misma persona que ella, éramos un solo ser, como los dos viejos fresnos del soto, allá en la sierra, retorcidos uno con el otro, formando al final un solo árbol donde no se distinguía división alguna entre ellos.
Rezaba para que la tarde no tuviera fin, que no dieran las diez y tuviéramos que separarnos hasta el día siguiente, esas horas eran la más triste condena que a alguien le pudieran sentenciar.
Cuando lentamente mi mano iba subiendo poco a poco por su busto, el corazón siempre se me aceleraba hasta límites insospechados, el desabrocharla el botón de la camisa era una gesta epopéyica, la mano me temblaba y era incapaz de pasar el botón a través del ojal, me pasaba igual en el río, cada vez que tenía semiaprisionada una trucha en alguna roca, algunas veces los temblores me hacían perder la presa, afortunadamente, después de un sentido suspiro, conseguía mi objetivo, y el botón dejaba el paso expedito hacia mi objetivo final.
Con la yerma de mis dedos, me detenía un instante en acariciar y sentir aquella piel tan suave en el hueco entre los pechos, sentía pasar a través de las yemas, sus acelerados latidos y la tibieza de aquella zona.
-       ¿Por qué os interesa tanto a los hombres el pecho de una mujer?
-       El destete, a los hombres nos deja traumatizados y suspiramos por volver a encontrar aquellas sensaciones, como decía mi profesor de religión: pulvis eris et in pulverem reverteris, del polvo venimos y a el regresamos siempre que podemos.
-       Tonto, eso lo dice La Trinca. – Reía alegre mi ocurrencia.
Me alegraba que ella no pusiera coto a la osada incursión de mi mano, era Febrero, un frio Febrero que amanecía casi todos los días con el mercurio sin remontar los cero grados, por la tarde tampoco conseguía subir mucho más en la escala, pero allí abrazados y con nuestros escarceos, sentíamos un calor interno que nos hacía tener las mejillas coloradas.
Mis dedos poco a poco fueron buscando la turgencia de su pecho guiados por la suave tela del sujetador, hice un movimiento casi de barrena para introducirlos por debajo de la prenda afortunadamente lo suficiente flexible para permitirlo, ella estaba bien provista de redondeces, era un hecho que me volvía loco, a mí y a todos los chavales veraneantes de la sierra, sonreí con orgullo pensando en ello, con tantos pretendientes fui yo el que consiguió enamorarla.
Milímetro a milímetro avanzaba buscando el tesoro que me aguardaba, un mutuo suspiro nos indicó que lo había logrado, allí estaba entre mis dedos, un suave botón sonrosado al que mis labios añoraban, pero no era de noche en el campo como aquella vez que lo pude saborear, en esta circunstancia, nos teníamos que conformar con que lo rozase con mis dedos con una suavidad casi etérea formando leves círculos sobre él y en algunas ocasiones sobre la aureola, para entonces nuestras bocas llevaban unidas una eternidad formando con nuestras lenguas mil arabescos. ¿Por qué cuando las mujeres están excitadas tienen el interior de la boca más suave si cabe?
¿Era de día o de noche? Nunca lo hubiera adivinado, hace siglos, creo, que cerré los ojos poniendo en mi mente solamente la imagen de su rostro, no existía en el mundo otra realidad más que ella, si hubiese llegado el fin del mundo, no me hubiera importado acabar mi existencia así.
Poco a poco la cordura volvió a nosotros, mi mano sin retirarse del objeto del deseo, descansaba abrazando más que sujetando, toda aquella semiesfera, la miré a los ojos y sonreí.
-       ¿De qué te ríes?
-       De nada, de verte, estás muy guapa.
-       Que raro que me eches piropos, no eres muy dado a ello.
De golpe la realidad se abatió sobre nosotros, las diez menos cuarto daban en la casa de la madrastra de la Cenicienta, en el reloj de la bruja de Hansel y Gretel y en todos los relojes de los malvados que nos querían estropear nuestro cuento de hadas, abatidos, recompusimos nuestras figuras, aguantamos un instante a que nos bajasen nuestros ardores, ella para mi tristeza volvió a llevar el botón a su lugar al frente de sus otros hermanos que habían quedado indemnes por aquella vez, nos tomamos de la mano y enfilamos para la boca de metro más cercana, en la intersección de los caminos nos volvimos a besar por última vez aquel día, ella para Avenida de América, yo para Bilbao donde transbordaría, se dio la vuelta y echó a andar.
Al mirarla, según se iba alejando, me iba dando cuenta que no era para mi, aquello no tenía solución, sabía que tarde o temprano, maduraríamos y saldríamos de nuestras vidas el uno del otro sin remisión.


martes, 19 de julio de 2011

Segundo D de dedo

Hace años leí un relato en el que una casa menguaba todos los días un milímetro en todas las dimensiones, por lo que poco a poco el dueño de la vivienda se iba sintiendo cada vez más angustiado, cada vez más oprimido, con la terrible sensación de que le faltaba aire, cada minuto podía expandir menos sus pulmones para poder respirar, hasta que al final del relato, queda prisionero entre cuatro paredes imposibilitado de todo movimiento, fagocitado por un monstruo de acero y hormigón.

¿Por qué tenemos que perdonar a nuestros verdugos?

Avanzaba por el pasillo, el parquet me devolvía un sonido quejumbroso en cada paso que daba, a la vez exhalaba un calor cruel, sofocante por cada línea del geométrico dibujo, se escapaban chorros de calor, siempre había sido así. En invierno, el agua entre las juntas se transformaba en hielo de inmediato, provocando que día a día se ensanchasen las grietas del corredor.

Las paredes se desperezaban haciendo que las infinitas capas de pintura aplicadas año tras año, saltasen en grandes costras, dejando en el suelo rodales polvorientos y una sinfonía de colores en mil círculos imposibles de ser imitados mínimamente por cualquier arriesgado camaleón.

Esta no es mi casa – Me dije. – Pero estaba equivocado, por mucho que pudiera evocar la casa de mis padres, aquella donde pasé mi niñez y los mejores años de mi existencia, esa casa quedó atrás, abandonada incluso por mis padres cuando buscaron una residencia más cómoda acorde a la nueva vida que les esperaba, al haberles abandonado con nuestras bodas, mis hermanos y yo.

No me sentía atado a ella, pues mis sueños siempre me llevaban a la casa de mi infancia, a su patio donde mil y una sabandijas conseguían sobrevivir a nuestros envites, donde el fantasma de mis juguetes perdidos, vaga aun reclamándome, después de regalarme su existencia, les pagué con mi olvido y el abandono que solo un niño ahíto de juguetes por culpa de las hormonas y el transcurrir de los años les paga con la moneda más cruel: el traslado a otras manos de un hermano menor.

Los ailantos que planté con toda mi ilusión, fueron cercenados por manos criminales que no entendían la necesidad de los árboles de llegar al cielo, es su razón de ser y son nuestro ejemplo a seguir, crecer y crecer. Pero no estaba yo para protegerlos, sólo me queda la acuarela que pinté y mi recuerdo para que no perezcan en el olvido, existieron y doy fe de ello.



Después de tantos años recuerdo mi primer sueño sobre mi nueva casa, la desesperación que sentí al pensar que había perdido con ello el recuerdo de mi niñez, nada iba a ser como antes, una etapa nueva comenzaba y con ello mi rebelión.


















viernes, 15 de julio de 2011

Mis disculpas Afrodisio

Acuso recibo del comentario del señor Afrodisio a mi relato: La importancia de llamarse Afrodisio lo expongo a continuación.

Afrodisio dijo...

 

Pues yo me Llamo Afrodisio, y nunca he tenido el más mínimo problema o situación terrible como describes en el relato.
Al contrario, a mi siempre me ha venido muy bien, Por cierto a mi también me han llamado Afro, pero me consta que lo hacían con cariño.
Aunque mi nombre de pila desde siempre ha sido Frody, así es como me llaman todos, salvo cuando es algo un poco más oficial, donde Afrodisio es más serio e imponente.
Lo dicho a mí mi nombre me llena de orgullo y siempre me ha venido como anillo al dedo.



Por supuesto, en primer lugar, disculpa si te he molestado, no ha sido mi intención menospreciar a todos los Afrodisios del orbe, como tampoco a los otros nombres propios citados: Alipio, Demetrio, Godofredo, Obdulio y Felicidad, así como a todos los apellidados Gegundez.

Me congratulo que tu nombre te haya venido muy bien y que no te haya causado problemas, ni en el colegio (pues todos sabemos lo crueles que pueden llegar a ser los niños) así como durante el transcurso del servicio militar (pues todos sabemos lo crueles que pueden llegar a ser los cabos furrieles).

Me reconforta saber que cuando te denominaban "Afro" lo hacían con todo cariño y con toda la ternura que te mereces.

Pero en cierto modo, terminas un poco por darme la razón, al parecer disfrazas tu nombre al mutarlo por "Frody" que no sé si suena un poco americanizado o es un guiño a nuestros ilustres payasos de la tele. Obviamente para rellenar cuestionarios oficiales, no es útil, por lo que debes desecharlo y utilizar el serio e imponente nombre de Afrodisio, como es de ley.

Y para terminar, me hace enormemente feliz que tu nombre te llene de orgullo, aunque no entiendo eso de que te ha venido como anillo al dedo, me gustaría que me lo explicases, imagino que al empezar por A tu nombre, te sería útil a la hora de ponerte en el colegio en los bancos delanteros, de pasar lista en la mili de los primeros y examinarte del carnet de conducir pronto, evitando nerviosismo innecesario.

En fin, lo dicho, aquí tienes un amigo y espero que continúes visitando este tu blog y el de tantos amigos que me soportan y hasta a veces entienden mi humor.



San Afrodisio

lunes, 4 de julio de 2011

¡Mamá!

Creo que no me entiendes mamá, no quiero acostarme, prefiero ver Ironside contigo y con papá, aunque me caiga de sueño y los parpados me pesen como losas, aunque dé cabezadas contra la mesa, todo lo daré por bien empleado, pero no me lleves a la cama.

Quiero dormir contigo, total, papá madruga mucho y no te vas a enterar, tu me vas a proteger mucho mejor que toda la policía, que el séptimo de caballería, que Robín de los bosques y sus alegres muchachos, que Tom Sawyer, que Winnetou, que Sandokan y los tigres de Mompracen, todos ellos juntos no valen nada.

A tu lado estoy más seguro que la cámara acorazada del banco de España, que Fort Knox, que el inquilino del palacio de El Pardo, que las dos majas de Goya, que el oro de Moscú, así me siento yo cuando pongo la mejilla en tu regazo.

Pero tú ya sabes que en la habitación sólo está el Chache y es más pequeño que yo, por lo que ninguna defensa puedo esperar de su parte, tan débil y esmirriado como un niño de Biafra.

Como todas las noches, me acostaré, meteré la cabeza bajo las mantas, rezaré con todas mis fuerzas al ángel de la guarda, para que no permita que me duerma, que consiga velar toda la noche, pero se que será inútil, me dormiré y soñaré lo mismo que todas las noches desde que tengo conciencia, mi vida transcurre apaciblemente, hasta que unos diablos me capturan, me guisan y me comen, entonces me despertaré, daré un salto en la cama y gritaré: ¡Mamá!

 
 

LinkWithin

Related Posts with Thumbnails