Aprieto la cuchilla contra mi muñeca izquierda y
esta va dejando un surco recto, blanco al principio y enseguida rojizo, pintado
por la sangre que comienza a surtir impaciente, siento con ello una liberación según
las gotas van cayendo al suelo del baño. Ahora toca el otro brazo, apenas si
puedo apretar por lo que siento que este corte no es tan profundo como el otro
pero el resultado es el mismo, la sangre mana igual de la herida recién abierta,
surge suave pero constante, dejo caer la cuchilla pues ya no es necesaria, me
siento en el plato de la ducha, apoyo mi espalda contra los fríos baldosines y
cierro los ojos, inspiro suavemente y expiro con fuerza, como si no me hiciera
falta el aire, como si ya yaciera yerto y no fuera a utilizar los pulmones,
tampoco tardará mucho tiempo en ocurrir.
Dos pequeños regueros bajan entre mis dedos, poco a
poco van formando un charco que escurre perezoso hacia el desagüe.
Noto con cada palpitación como el corazón va
vaciando mi cuerpo, mi vida se escapa con cada latido y estos cada vez son más
débiles, una lasitud me empieza a
invadir, mi cabeza al fin se abate sobre mi pecho y mi cuerpo se escurre
hasta encontrar el tope que hace la mampara lo que impide que encuentre la
horizontal.
Ya no oigo nada, soy insensible a cualquier estímulo
exterior, aunque pudiera abrir los ojos sería incapaz de ver nada, poco a poco
voy perdiendo el conocimiento y mi mente se va nublando, entro en un agujero
negro cada vez más profundo, oscuro, oscuro, oscuro.
Un momento, algo raro está pasando, no lo tengo muy
claro pero estoy pensando, dentro de la oscuridad que me rodea, pienso que esto
no es el cero absoluto, la nada o el todo, puesto que nunca traspasé
anteriormente el umbral de la muerte, no sé lo que hay al otro lado pero creo
que no estoy en el camino correcto ¿habrá algo que me retenga? No me apetece
vagar por la eternidad en un plano astral intermedio, vaya, creo que estoy
desbarrando y ya no sé lo que digo o mejor dicho, lo que pienso, mejor voy a poner
mi mente en blanco.
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¡Maldita sea! He fallado, abro los ojos (porque
puedo) y veo las blancas paredes y los elementos que acompañan a la habitación
de un hospital.
El primer sentimiento que me viene es el de la
vergüenza, el haber fracasado en mi intento me llevará a dar todas las
explicaciones que no me apetecen dar ¿Por qué lo hice? Eso es cosa mía y no
pienso compartirlo con nadie.
Estoy abatido, me hablan y no contesto, lloro
continuamente, después de haber reunido todo el valor necesario para realizar
mi acción pasada, no hay derecho a que tenga que pasar por el mismo infierno
que creí dejar atrás. Las enfermeras, pobres ángeles, intentan animarme y
traerme algo de consuelo con múltiples atenciones, pero sé que su presencia
junto a mi cama es efímera, pronto otro tipo de médicos intentarán reparar, no
las heridas de los brazos, sino las del alma y ésta cayó rota en mil pedazos
hace tiempo.