miércoles, 24 de febrero de 2016

¡Amén!



El tabuco estaba lleno de telarañas y polvo, apenas había sitio para moverse pues la mesa casi lo llenaba por completo. Era una recia mesa de trabajo, de las que hacía varias décadas que nadie era capaz de molestarse en fabricar, apenas desbastada, sus protuberancias se me clavaban en varios lugares de mi maltrecha espalda, pero claro, eso  a él no le importaba.

Le oía trastear pero en la posición en que me encontraba era incapaz de averiguar qué diablos estaría haciendo, al parecer había abierto un cajón con cierta dificultad y removía los objetos metálicos de su interior. Cambió de situación ahora, moviéndose hacia mis pies, apenas vislumbré el volumen de su cuerpo vestido con un recio sayón de lino crudo.

Entonaba una repetitiva salmodia apenas audible e ininteligible por la que cada cierto tiempo daba un taconazo en el suelo lo que le hacía volver a cantarla de nuevo una y otra vez. Tenía la extraña virtud de revolverme el estómago y tenía que contener las bascas que de vez en cuando me acometían, sabía que si me rendía al vómito podría asfixiarme, la mordaza impedía cualquier trasiego de fluidos, aire incluido.

Por enésima vez intenté zafarme de mis ligaduras con el mismo resultado negativo, habían sido realizadas a conciencia, solo podría liberarme de ellas de la misma manera que Alejandro deshizo el nudo gordiano.
Extrañamente apenas estaba nervioso ni angustiado, a pesar de la situación en que me encontraba, mi corazón latía pausadamente cuando lo lógico es que corriera desbocado, es posible que me hubiera hecho tragar cualquier medicamento tranquilizante en algún momento del que no tenía conciencia ni recuerdo.

Con un postrero zapatazo calló repentinamente, se dio la vuelta y se acercó a la meda donde me hallaba tumbado, se arremangó y del cordón que llevaba por cinturón sacó un largo cuchillo lleno de orín, lo levantó sobre su cabeza y bajándolo de golpe hacia mi corazón gritó:

-¡Amén!


viernes, 12 de febrero de 2016

Viaje en tren



No hay nada como viajar en tren. Eso afirmo y eso creo, sobre todo en los viejos vagones azules de RENFE, la alta velocidad ha traído al viaje en tren lo que las autovías al viaje en automóvil, es decir la nada, espacios vacíos, monótonos campos cuadriculados sin un ápice de aventura por entrar en paisajes ignotos a nuestros ojos.

Sí, eran muy incómodos los vagones de segunda clase para viajes de más de cuatro horas. Y no digo nada cuando era el expreso de Algeciras, diez horas de traqueteo infernal sin posibilidad de descanso encajonado en incómodos escaños. Alguna vez viajé en primera pero el resultado era casi igual, la diferencia era un asiento basculante en el que podías escaquear tus pies con el asiento del de enfrente, siempre que éste ocupante quisiera.

¿Entonces cuál era la mejor manera de viajar en tren? Sin duda la litera. Nunca tuve el monetario suficiente para permitirme a mí y a mi familia para viajar en coche cama, pero con un pequeño esfuerzo podía adquirir cuatro billetes en litera donde el descanso nocturno estaba asegurado.

El traqueteo nocturno en las literas nos mecía y el sueño acudía presto, sobre todo después del acarreo de maletas para pasar las vacaciones de verano. El amanecer era lo mejor, traspasados los monótonos campos de olivos de Jaén, la sierra de Grazalema se mostraba en pleno esplendor. El río abajo en la quebrada bordeado por adelfas, que para entonces reventaban de colores blancos y rosados, nos daban la tremenda sensación de altura sobre la que circulábamos atravesando túneles eternos.

Al final se llegaba al Campo de Gibraltar, con sus manchas eternas de alcornoques con sus troncos repelados una y otra vez y sobre todo el olor, un olor rancio y extraño a algo que no era capaz de distinguir, algo que a quien como yo, de tierra dentro era incapaz de concebir, el mar. Primero representado por El Peñón y después por una mancha azul verdosa en la que no se distinguía el agua del cielo.

Para mi desgracia, o mi favor, el viaje se acababa, los huesos doloridos volvían a encajarse y el espectáculo visual terminaba para de nuevo bajar las valijas y de nuevo acarrearlas por el andén.


domingo, 7 de febrero de 2016

Los fantasmas del Río y del Bristol

Estoy viendo al gran Serrat cantar en la gala de los Goya "los fantasmas del Roxy" y no tengo por más que recordar los fantasmas del Río y del Bristol, mis dos cines favoritos y próximos, uno del otro apenas estaban separados por cincuenta metros y realmente no se hacían competencia, El Bristol era más señorial, pertenecía a una cadena que recibía estrenos de segunda categoría con discotecas en el sótano del cine, aunque en el caso del Bristol esto no sucedía.
Acontecía también que en el Bristol solían echar películas que apenas evitaban por los pelos la censura franquista, auenque fueran de dos rombos y estaban clasificadas para mayores de dieciocho años filmes como "las que tienen que servir" y la sublime "¿Qué hiciste en la guerra papi?
En en cine Río las películas no solían tener ese problema, su pantalla se llenaba con películas de humor como las de Luois de Funes, westerns y películas de humor patrio, del blanco más inmaculado, películas de acción o dramas como la adatación cinematográfica de "Lucecita".
En el Río acontecía que al ser de sesión contínua, en ocasiones me compraba un bocadillo y una cocacola y entraba a las cuatro de la tarde y me quedaba a repetir la primera película, por lo que no salía hasta casi las diez de la noche.
La soledad siempre me persiguió y muchos domingos ese fue mi plan. Un plan feliz, pues después de un libro no hay nada como ver una película para vivir desde entro una vida, una sensación sublime de flotar en un mundo feliz.


jueves, 4 de febrero de 2016

Dudas

No hago más que retocerme las manos y no, no es que tenga frío, son nervios nada más. La inquietud me está matando ¿Me atreveré? Sé que necesito atreverme, lo tengo que hacer, he de lanzarme, para mí es importante, casi vital. Estoy escribiendo con demasiadas comas y eso no es bueno en sentido literario, quizás son las dudas y el no saber explicarlo de manera mejor.
Desde que la conozco no puedo quitarla de mi mente, ni puedo ni quiero. Pero no soy capaz de imponer un contacto con ella, el miedo a una mala interpretación de su parte me acogota. Me pasó demasiadas veces en la adolescencia como para jugármelo todo a una carta a mi edad.
Si, no, si, deshojo la margarita mental y por fin marco su número ¿Me aceptará?


miércoles, 3 de febrero de 2016

Marina

Allí está Marina en el colegio, delante de ella treinta adolescentes no creen lo que oyen, oyen a Marina contar todo lo que ha sufrido, violaciones, malos tratos, fisicos y psicológicos. Ellos ven a una persona psicológicamente fuerte y entera, pero ella les cuenta el martirio sufrido, porque pensaba que él cambiaría, que lo que ella sentía era amor, incluso que ella tenía su parte de culpa, por no darlo todo en la relación de pareja.
Allí mismo no salen de su asombro, y casi no son capaces de asumirlo, todavía no saben que la estadistica les señalará.
Alguno de ellos hará lo mismo a su pareja, la fiscalizará su móvil y sus contactos y conversaciones e incluso la pegará, todo ello creen, por su bien, ellos son el hombre y es lo más normal, es posible que lo hayan vivido en su propia casa, lo más natural pensarán, mi padre lo hizo.
Ellas, quien sabe, desearán que no sean las perjudicadas, hoy en día todo está cambiando, el amor mal entendido no cabe en su pensamiento, algunas han visto en su casa el sufrimiento padecido por sus madres en los avatares de un matrimonio desigual.
Todo esto va pasando por sus cabezas mientras la pobre Marina va contando su vida con la esperanza de que todo cambie y lo padecido por ella no se vuelva a repetir.


 Con todo mi cariño para Montse

martes, 2 de febrero de 2016

La botella

Cogí la botella y me serví otro trago, no servía para olvidar pero por lo menos anestesiaba mis sentimientos y acogotaba mis sentidos.
Mi cobardía me imponía el hacer caso cada día más a la filosofía que emanaba de la botella y de la gradación alcohólica. Otro día más sin poder salir de mi caparazón sin poder mirar cara a cara al futuro, no me extrañaba que me hubiera abandonado, el desamor de ella se transformaba en auto desprecio. Me lo merecía, no supe mantenerla a mi lado.
El fondo del vaso me mostró un ser despreciable y despreciado, por todos y por mí, qué se le va ha hacer, un nuevo trago y un poco más de conmiseración hacia la mierda de futuro que me esperaba sin ella.


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