domingo, 9 de junio de 2013

En blanco (final)


Un escalofrío me recorrió el cuerpo ¡uf! Tuve que sacudir mi apolíneo cuerpo para poder ponerlo en la óptima temperatura corporal, pues aquella era de las noticias que te dejan helado.

-          A ver majete, explícate – Le insté a mi subordinado.

-          Pues sí, inspector, llamó su novia la simpar Sara Cabronero, diciendo que al entrar en su casa donde ambos cohabitan en claro pecado, se lo ha encontrado tieso como la mojama y nos ha llamado ipso facto.

-          ¿Estás junto a la escena del crimen?

-          Efectivamente, no vea usted como está esto, hay sesos desparramados por todo el apartamento.

-          ¿Y eso?

-          Al parecer el asesino utilizó un banco para estampárselo en todo el occipucio.

-          Triste final para él, que últimamente chupaba precisamente mucho banquillo.

La Trampantoja, que no perdía detalle de la conversación que estaba manteniendo con el subinspector Del Río, aprovechó para meter baza:

-          ¡Ozú mi arma! Mira que bajío tiene el Mandril, primero desaparece una gran promesa como mi hijo del alma, y ahora lo del Caspillas, no semos ná.

En vez de mandarla a escarbar cebollinos como se merecía por meterse en conversación ajena, la estampé dos besos en la cara, a riesgo de quedarme tuerto por culpa de su más que incipiente mostacho.

-          Del Río, vete disparado a la calle X, espérame en la puerta ¡Pitando!

-          A sus órdenes inspector.

Salí disparado hacia la calle y me introduje en mi Seat Panda, de la guantera saqué la luz de emergencia, la coloqué en el techo y salí disparado (es un decir) en el tráfico de la gran ciudad. Al cabo, llegué a mi destino donde efectivamente me esperaba el subinspector.

-          Deprisa, acompáñame.

Nos introdujimos en el ascensor, ansioso, no hacía más que tabalear los dedos sobre la brillante superficie de la pared del ascensor, por fin llegamos al piso deseado donde presioné repetidas veces el timbre. Una cascada voz me respondió.

-          ¡Che! ¿Quién es?

-          ¡Policia, abra la puerta?

Un arrugado, decrépito y encogido anciano nos franqueó el paso.

-          Disculpe la intromisión, emérito futbolista, pero tengo por cierto que está usted en grave peligro, le quieren asesinar.

-          Pero pibe ¿Quién podría querer mal al gran Alfredo, la saeta peliroja?

-          Hombre, no me tire de la lengua… Aparte de esos y otros más, un asesino anda suelto, acaba de matar a dos estandartes del mandrilismo como son Caspillas y Paquirrín y ahora va a por usted, el presidente de olor del Mandril.

-          Pero yo tengo una cita, está a punto de llegar.

-          ¿Con quién? Aparte de la muerte, digo.

-          Es nuestro más grande entrenador, Morriño, que viene a despedirse antes de irse a la Gran Bretaña.

-          ¿No se da cuenta, o es el alzhéimer el que le embota?

Justo en ese momento sonó el carillón que tenía por timbre.

-          Rápido Del Río, esconde al carcamal.

-          Enseguida.

Mientras mi subordinado se llevaba a empellones al astro argelino, saqué mi arma reglamentaria y me aposté junto al quicio de la puerta, con gran teatralidad, así el pomo de la puerta y de un tirón me planté ante…

-          Hola, venimos a mostrar el mensaje de Dios ¡Ahhhh!

Efectivamente, ante mí una pareja de testículos de Jehocristo a la que del susto se les cayeron los folletos que pensaban endilgar al pobre anciano, eso que le evité al pobre. Guardé rápidamente la pistola que en mi afán protector les acababa de mostrar y les propiné mil y una disculpas, añadí que no hacía falta que avisasen al conserje de la finca para que viniera con serrín a enjugar sus orines, que ya lo hacía yo.

-          ¿Ya inspector? – asomó su fea jeta Del Río

-          Falsa alarma, cuida del vejete, quiero que esté seguro.

-          No se preocupe, lo tengo a salvo en la cocina dentro del escobero.

Esta vez no fue el timbre el que nos sobresaltó sino el ruido de la cerradura al descorrerse, poco a poco y milímetro a milímetro la puerta se fue abriendo, una mano enguantada asomó de pronto dando paso a una figura malencarada, de rostro cetrino y nariz aguileña con el cabello encanecido y un chándal azul. Ante mí se hallaba el ex-entrenador del Mandril en mismísimo Pepe Morriño.

-          ¡Alto, arriba las manos!

-          Pero… ¿Por qué, por qué, por qué?

-          Porque le detengo por el asesinato de Paquirrín, de Caspillas y el de Alfredo Destréfano, éste último en grado de tentativa.

-          En este país se odia mucho a los lusos, sin ir más lejos al pobre de Pepe me lo traen frito a patadas.

-          Eso no es de mi incumbencia, lo que está claro son los hechos y creo que te vas a tirar muchos años entrenando al equipo de Carabanchel.

Le esposé y llamé a comisaría, acudieron varias patrullas y se hicieron cargo del detenido, también hice que la noticia trascendiera a los medios audiovisuales, por lo que el piso se llenó de periodistas, entrevistándome y retratándome para mi deleite, pero como siempre un nubarrón se me apareció.

-          Inspector.

-          Ahora no Del Río ¿Acaso no ves que estoy ocupado?

-          Es que tenemos un problema.

-          No me fastidies, déjalo para luego.

-          Es que es muy importante.

-          A ver ¿qué es tan importante para robarme un minuto de gloria?

-          Que me equivoqué, de armario.

-          ¿De qué armario me hablas?

-          Del que escondí a don Alfredo, pensé que era un escobero.

-          No me jodas hombre ¿Y qué era?

-          Se lo digo con la condición de que no se enfade.

-          Del Río…

-          Está bien inspector, resulta que con la premura de esconderlo en vez de meterlo en el escobero, lo metí en la nevera ¡no vea usted qué tamaño de nevera gastan los ricos!

-          ¿Y el resultado?

-          Pues que en vez de la saeta pelirroja, le llamaran el frigopié de la pampa.

-          ¡Pero idiota! ¿Y ahora qué le digo a la prensa?

-          Pues que lo vamos a poner junto a Walt Disney ¿No cuela?

Por el puñetazo en el ojo que recibió, se dio cuenta enseguida que no colaba, en fin, despachamos a la prensa congratulándonos de haber detenido al asesino, no sin antes haber consumado éste su execrable crimen al haber asesinado a don Alfredo Estréfano encerrándolo en el frigorífico ¡Qué se le va a hacer!

Como corolario, referiré que hubo un grandioso entierro comparable al de “Imperioso”. Florito, el presidente del Mandril, como buen constructor que es, prometió la realización de un mausoleo de mármol blanco de Carrara, sin parangón el orbe, para rabia de vecinos y otros rivales, pues de todos es sabido que no existe mármol rojiblanco ni blaugrana. Por supuesto que para sufragar este dispendio se solicitaría el correspondiente crédito a Bankia.

Poco después y por vías no oficiales recibí la insignia de oro y brillantes del Atlético de Madrid por mis servicios prestados.


 
Disculpad amigos míos mis ausencias, estoy un poco Guadiana, lo reconozco, cuando mejore el ánimo pienso ser el de siempre e intentar asustaros todo lo que pueda con mis cuentos, un abrazo para todos.

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