viernes, 29 de marzo de 2013

Pasión


Máxima expectación, el trabajo de todo un año depende exclusivamente de la meteorolología, todas las miradas se elevan al cielo, algunos incluso musitan una plegaria rogando a su santo preferido para que las nubes cenicientas que flotan sobre la urbe, no descarguen una sola gota que puedan mancillar e impedir que la talla tan venerada por todos, pueda ser expuesta y paseada en loor de multitudes.

Una multitud se apelotonaba en los alrededores de la iglesia, todos miraban repetidamente el reloj  y el cielo, pero esta vez el cielo iba a  darles una tregua, por lo que todos iban respirando aliviados. Las madres, solícitas, componían en reparaciones de última hora, a sus retoños vestidos para la ocasión con las galas de la Congregación que iba a sacar el paso, por doquier jóvenes y no tanto, engalanados y con el capirote aun sin colocar, apuraban esos instantes mágicos antes de la procesión; algún osado incluso fumaba nervioso. Por el otro género, multitud de mujeres vestidas de negro también aguardaban de la misma manera, orgullosas de portar sus mejores galas, enhiesta la peineta sujetando vaporosas mantillas, todas mirando en derredor para sentirse observadas y admiradas.

De pronto, la expectación devino a más, un sacerdote preconciliar ensotanado, miró hacia el exterior del templo como el mismísimo alguacil de una plaza de toros y dio su aquiescencia, el acto podía comenzar, la banda de música empezó a templar los instrumentos y los esforzados portadores del paso entraron en tropel, algunos dándose un postrer apretón a su faja, todos desaparecieron en las entrañas de madera que les aguardaba y tensos esperaron la orden de marcha.

Un silencio imposible de comprender en un espacio donde tanta gente se hallaba se creó, quizás hasta los corazones se pararon así como todos aguardaban expectantes conteniendo la respiración. Un leve golpe con un martillete en una campana y al unísono se levantó la imagen y la banda principió a entonar los compases del himno patrio.

El silencio ya roto, mutó por un ensordecedor aplauso unánime, algunos exaltados incluso en un estado rayano en el éxtasis gritaba: -¡Guapa! ¡Viva la madre que te parió- El sueño y las ilusiones de todo un año se habían materializado por fin.

Como en una enorme partida de ajedrez, todas las figuras se situaron en sus escaques, en dos enormes filas, los penitentes con sus cirios encendidos, luego el paso y después las madrinas, como si cada uno en el día de su nacimiento supiera ya el lugar que tenía asignado para la eternidad. Con cortos pasos todo el conjunto se puso en marcha por el camino mil veces recorrido que todos sabían de memoria.

No transcurrió mucho tiempo hasta la primera parada, en el balcón, muy peripuesta, una de las cantantes de saetas de la localidad, se arrancó con un cante quejumbroso que a todos los creyentes, les puso la carne de gallina, algunos lloraban

Entonces actué, me acerqué a ella, mi sufrimiento iba a terminar para siempre, ya no me molestaría más, ya no penaría en el trabajo; de debajo del ropaje saqué el estilete y de un violento empujón se lo clavé por la espalda. A través del metal sentí el escalofrío que ella padeció, notaba como sus latidos expulsaban la vida a borbotones por la herida, como el aire escapaba de sus pulmones para no retornar y como poco a poco la fuerza de sus piernas la iban abandonado.

Poco a poco, como si de una película a cámara lenta, fue dejándose caer hasta el pavimento, allí quedó de rodillas.

Mientras la gente iba caminando rodeándola, incluso con admiración comentaban su pasión su devoción y su dolor.

Me alejé poco a poco de allí, con el paso marcado por la música de trompetas y tambores de la banda, pasito a pasito, con el cirio en la mano izquierda y el puñal en la derecha bajo la ropa.

¿Hay mayor impunidad que estar bajo la protección de un capirote?

 

 

Dedicado a Jesús, pues le extrañaba que no fuera capaz de asesinarla.

 


sábado, 16 de marzo de 2013

Ciento veinte minutos


No sé por qué me dio por pensar en ello, mi vida transcurría normalmente hasta la revelación, me consideraba una persona feliz, incluso descontando aquellos momentos en los que no sabía la razón por la que me embargaba una tristeza repentina, la mente es un órgano caprichoso, nunca sabes qué te va a traer, o lo que te hará pensar, los recuerdos que hará devenir, o ese impulso que te hará tomar una cierta decisión.

Tantos proyectos, tantas inquietudes, tantos compromisos, todo se agolpaba frente a mí. Y yo mientras tanto me dejaba llevar viviendo mi vida, a veces de una manera insulsa intentando dar un empuje más, una mayor intensidad, esa pizca de pimienta que me permitiera cerrar los ojos por la noche y decirme: soy feliz.

Huir de la monotonía es complicado en estos tiempos, qué diantres, y en todos los tiempos,  el ocio nos hace salir de ella, a veces para caer en otro tipo de rueda infernal de divertido aburrimiento, subir rodando la misma piedra por la montaña una y otra vez para observar desazonado como cae hacia el otro lado sin remisión.

El fin del mundo ¿el mundo tiene límite? Si lo tenía, me dispuse a encontrarlo. Eché a andar un paso tras otro, así hasta perder la cuenta, por el camino pregunté a todo el que se me cruzó, pero nadie me daba cuenta, sabios y necios todos me miraban con estupor, no se daban cuenta que me moría de sed y el agua no me podría saciar.

No recuerdo cuantos pares de botas desgasté siguiendo a la Vía Láctea, pues por ella me guiaba para no repetir camino, fue entonces cuando lo encontré y no me gustó.

¿Somos amos de títeres o simplemente somos nosotros los títeres? Miré a mi perro y me di cuenta que la mascota era yo, mucho peor, había un guión escrito y yo era un simple figurante, siquiera era el protagonista, solo tenía que ponerme en mi marca y actuar, pasar de aquí para allá para dar al conjunto una sensación de movimiento, mientras otros daban réplicas y contrarréplicas dando sentido a la actuación.

Sí, porque me di cuenta que estaba en el lado equivocado de la pantalla, al otro lado estaban los espectadores riendo, sonriendo, asombrados y a veces aplaudiendo conseguí vislumbrar que al otro lado de la luz brillante que me cegaba los ojos, un centenar de personas, sentados cómodamente en sus butacas miraban hacia mí, observaban mi vida en ciento veinte minutos.

domingo, 10 de marzo de 2013

El chico del autobús


 

No llevo mucho tiempo cogiendo esta línea de autobús, va para un año que encontré este trabajo, no me puedo quejar, aunque no lo paguen como me gustaría y aunque tenga que traerme la tartera desde casa todos los días y me toque cocinar por la noche le plato del día siguiente.

El viajar todos los días a la misma hora, hace que termine viendo todas las mañanas las mismas caras, más o menos somnolientas, como la mía; en verano aprovecho para parapetarme tras mis grandes gafas de sol y así echar una cabezada, más bien un duermevela, hasta el final de la línea donde me apeo para coger el metro, son un par de paradas más hasta mi destino, pero la verdad es que sin esta extensión de mi trayecto, podría quedarme lo menos diez minutos más en la cama.

Uno de los habituales compañeros de viaje es un hombre un poco descarado a la hora de mirarme, él no se da cuenta que tras mis gafas de sol escamoteo mis ojos y soy capaz de ver sin ser vista y me doy cuenta de las miradas que me echa. En periodo invernal, me llevo un libro del que apenas soy capaz de entender nada por culpa del sueño, pero también me sirve de atalaya para contemplar sus miradas. A veces no lo puedo evitar y enfrento mi mirada contra la suya, solo para tener el placer  de ver como su mirada huye espantada y ruborizado baja los ojos raudos buscando su libro.

Aparenta alrededor de cuarenta y tantos años, principia a perder su lucha contra la báscula y es una pena, pues tiene un rostro agradable y amigable, va siempre enganchado a unos cascos escuchando música, por lo que su tono de voz al decirme “buenos días” es muy bajo, diluido por el ambiente, aunque últimamente se quita uno de los auriculares para hacerlo.

Un buen día, una rubia de bote enfundada en un abrigo de pellejo, tan artificial como toda ella, no respetó la mínima norma deseable de urbanidad exigida a quien monta en autobús, es decir, si llegas la última, subes la última; y con una desvergüenza torera, avanzó con su contoneo hasta la puerta del autobús. Este hecho hizo sobrepasar el límite de la indignación que podía soportar y exclamé:

-          ¿Será  posible? ¡Qué morro tiene!

Tengo por cierto que el haber levantado la voz hizo que mi secreto admirador mirase, ya sin disimulo, hacia mí con agrado, se le notaba en el semblante, él mismo al pasar junto a la rubiales también la increpó con su suave voz, sí, no es que sea una voz cantarina, pero su dulce tono me encandiló, por lo que esta vez en vez de sentarme frente a él como suelo, lo hice a su lado ¿Sería capaz de entrarme y entablar conversación conmigo?

 Primera decepción, como todos los días, sacó su libro electrónico y se puso a leer, me quedé atónita ¡habrase visto! Si así se lo ponían a Fernando VII, y él es incapaz de pegar la hebra, vaya panoli, no sé a qué venía todo ese juego de miradas que se trae conmigo.

Ante tamaña desilusión, me dedicaré a sacarle faltas, que bien merecido lo tiene.

Segunda decepción, viste siempre igual, excepto por la camisa que cambia todos los días de modelo, parece llevar uniforme, los pantalones aun cuando los cambie, son siempre del mismo tono, marrón claro en verano y azul o gris en invierno, el mismo chaquetón y bufanda le acompañan dos inviernos ya y la mochila de donde saca el libro está pidiendo a gritos urgente renovación.

Tercera decepción, no tiene culo ¿pero dónde lo ha metido? Me gustan los hombres tipo Mario Casas con un culito redondito que dan ganas de pellizcarlo y que me lleve  en un barco velero al fin del mundo, para, para que me voy por las nubes, en fin volvamos a lo terreno, porque al fin y al cabo, este buen mozo tiene una naricilla de lo más curiosa, es cuasi perfecta, una pirámide en medio de la cara soportando muy bien sus antiparras.

En fin, no me molestaré más, a ver si llega pronto el verano para pasarme el trayecto con mis ojos ocultos tras las gafas dormitando ¡él se lo pierde!
 
 

domingo, 3 de marzo de 2013

La chica del autobús

Es difícil precisar cuándo empezó todo, tras varios años de tomar siempre el mismo autobús a la misma hora ¿cómo saber cuál fue el primer día que la vi? Lo que sé es que llego inevitablemente a las 07,40 y ella lo hace a las 07,44 y el autobús lo hace a las 07,47 y si alguien se retrasa suele ser el autobús, así día tras día y mes tras mes.

Nunca pensé en que oiría su voz pues cuando llega ella siempre llevo los auriculares puestos escuchando música de los años setenta por lo que tanto los “buenos días” que lanzo como los “buenos días” que recibo quedan evaporados en el limbo de la mañana y  nunca llegaron a mis oídos, tampoco me hacía ilusiones sobre el tono de su voz todavía no había llegado a ese grado de interés hacia su persona.

Todo hubiera quedado así si no hubiera sido por esa rubia que después de llegar la última a la parada, se plantó la primera a picar el abono transporte, como el linchamiento incruento o meternos en manada contra una persona que ha hecho algo mal es un deporte realmente excitante, ambos participamos de buen gusto,  para esto me quité los auriculares por si la rubia contestaba a nuestras saetas, pero no, se hizo con la capa de invisibilidad de Harry Potter y solo me quedó el consuelo de escuchar la voz de mi perpetua vecina de autobús:

-          ¡Qué morro tiene!

Primera decepción, una voz ronca y poco femenina salió de su garganta - ¿Qué esperabas? – ¡Serás bobo! Una voz acariciadora me imaginaba que tendría, como la dobladora al español de Rita Hayworth (dios mío, vaya apellido, lo he tenido que buscar en san Google) o la de Ava Gardner si es que no es la misma persona, pero en fin, hoy en día ¿quién se enamora de una voz? Y no iba a ser yo el primero ¡faltaría más!

Segunda decepción, lleva aparato, bueno eso dice mucho de ella, es inconformista, perfeccionista y le gusta sonreír a pesar de todo, no sé si el llevar aparato bucal lleva incorporada alguna virtud más que se me escape, al fin y al cabo solo es un amor platónico, no he pensado ni por lo más mínimo en besarla y menos con esos alambres entre los dientes que más bien parece Hannibal Lecter de paseo en su carretilla ¿habré exagerado un poco?

Tercera decepción, es culibaja, sé que queda feo decirlo pero es así, no puedo remediarlo, me gustan los culos femeninos empinados y que embutidos en unos vaqueros, llenen el recipiente en toda su amplitud, ella no lleva vaqueros, pero estoy seguro que se quedaría a medias dándoles volumen, no es que lleguen a la altura o más bien la bajura de la matrícula de un biscuter, pero no son hermosos.

Cuarta decepción, es incapaz de darme conversación, sí, ya sé que no ayuda mucho que abra mi libro electrónico y me imbuya en la lectura ¡Caramba! Ni son las sombras de Grey (¡dios me libre!) ni el collar del neandertal de Arsuaga, soy educado y si me hablan contesto y si quieren entablar conversación, la entablo de mil amores, en vez de eso, sacó un libro de esos “de papel” forradas las pastas, por lo que mi curiosidad sobre qué libro prestaba su atención, quedó insatisfecha. Solo he forrado un libro en mi vida: el libro de acceso a la UNED, más que nada porque tenía idea de venderlo al año siguiente, cosa que no hice.

¿Más decepciones? Seguro que sí, pero no vamos a hacer más sangre del árbol caído, en el fondo me da pena, pobrecilla, seguro que es una desgraciada en su vida, trabaja doce horas para mantener a un marido vago, alcohólico y del madrid, y  que en la tartera que porta en la bolsa lleva un par de piedras por el qué dirán de sus chismosas compañeras de trabajo, no se vayan a pensar que su miseria la lleva a esos extremos como el de prostituirse en una esquina de Carretas.

Creo que a partir de ahora la miraré con otros ojos, dándome cuenta que lo mejor es que la siga ignorando, seguiré atento a Simón y Garfunkel y a la lectura de los libros descargados de forma irregular y sin pagar derechos de autor, editor, librero y recepcionista de la editorial, que uno tampoco es perfecto si te pones a pensar, aunque tenga a bien tener el don de una nariz perfecta.



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