Me atreví, era un reto que tenía desde la niñez. El caserón de Alameda
llevaba décadas abandonado, sus altas vallas de piedra eran
impenetrables para los zagales que intentábamos desde nuestra infancia
entrar y jugar con los secretos que guardaban sus recios muros y sus
altas paredes.
Desde cualquier lugar del pueblo era visible lo que
le hacía más especial, no conocíamos a nadie que hubiera podido
traspasar sus muros, era un reto imposible de conseguir, tres metro de
pared eran demasiado para cualquier escalada con escalera o sin ella.
Pero un día la ocasión la ocasión la pintaron calva. Nunca sabré el
porqué de la apertura del altísimo portón, pero no me lo pensé a
sabiendas de que si en algún momento era cerrado, mi salida se vería
terriblemente problemática lograrla.
No me lo pensé, después de
atravesado el portón, me introduje en el patio y de allí directamente a
la puerta principal bajo un dosel acristalado. La entrada estaba
espléndidamente rematada por una escalera de mármol, algo raro en la
sierra donde el granito campaba. Había algo que me llevaba a la primera
planta, fui directo sin pararme en mientes a mirar en derredor. Una
habitación me impelía a entrar en ella. El polvo se amontonaba desde
tiempos inmemorables y desde una grieta de la contraventana un haz de
luz me guiaba a un bargueño, y de él un cajón era el señalado.
Me
sentía una marioneta guiada sin voluntad, desde el principio sabía que
algo era lo que me daba órdenes a mi subconsciente y que mi camino
estaba marcado. Pero no podía dejar de obedecer, abrí el cajón y en mi
interior sabía lo que iba a encontrar, un fajo de hojas de papel
amarillento por el tiempo anudado por un lazo de raso rosa.
En
ningún momento pensé que hacía mal, lo tomé como quien coge algo propio,
sabía en mi interior que era algo mío. No necesité investigar las salas
anejas del edificio, salí de allí y me dirigí a mi casa.
Como una
comadreja que hubiera asaltado un gallinero partí hacia el dormitorio de
la casa de mis padres. Ellos habían comprado una vieja casa y la habían
acondicionado, en la planta aja se situaba la cocina con una chimenea
ancestral , la cocina y la habitación de ellos. El la planta superior,
donde estuvo la cámara, hicieron dos habitaciones, una compartida por
mis hermanos y la otra para mí solo. En invierno eran terriblemente
frías, pero en verano, como era el caso ahora, el frescor hacía que se
disfrutase de un verano feliz.
De los tiempos de la vieja casa de
Vallecas, en mi habitación quedaba un escritorio donde en tiempos
estudiaba y ahora, para mi desgracia, seguía haciéndolo pues la física
siempre la “arrastraba” para septiembre. Tomé el atado de folios y con
infinito cuidado deshice el nudo tan primorosamente anudado.
Lo
primero que me vino a la cabeza fueron los escritos de mi viejo profesor
de primaria, Don José, con su pluma tenía una caligrafía primorosa que
aun siendo un educando a punto de desasnar envidiaba su arte. Pues bien,
todos los folios seguían esa línea primorosa de alguien que escribe con
pluma y tinta china en cuartillas de dos líneas escribiendo palabras
perfectamente encastradas. Ni los afamados Cuadernos Rubio eran capaces
de hacerlo con tal perfección.
El atado de cuartillas ajadas por el
tiempo era una especie de diario, no figuraba la fecha, pero hubiera
jurado que un siglo llevaban escritas. Apolilladas por el tiempo y los
ácaros su transcripción era a veces complicada..
Comencé a leer la cuartilla que se encontraba en la parte inferior
al suponer que sería la primera de la serie y el resultado no dejó de
asombrarme.
Alameda del Valle. 6 de Julio de 1882
Amor mío.
Escribo esta carta y otras que la seguirán con la esperanza de que
algún día pueda hallar la manera de hacértelas llegar. Desde aquél
infausto día en que a mi progenitor le otorgaron el cargo de secretario
del ayuntamiento de este villorrio, sabes que he estado rezando
fervorosamente para que no llegara este aciago día. Pero ni mis rezos ni
mis súplicas a todos los santos sirvieron para nada.
Tres días de
traqueteo insufrible en el carro donde transportábamos los muebles que
nos acompañarán, no esperamos hallar muchas comodidades, pues ya te he
dicho que las referencias que teníamos eran de un villorrio olvidado por
el tiempo, por Dios y por los hombres.
Mis temores se confirmaron
cuando llegamos a la aldea, apenas cuatro casas se pueden llamar así,
además de la iglesia y el consistorio, hay dos que pertenecen a unos
ricos boticarios que, según refiere mi padre, hicieron su fortuna con
usuras y malas artes y otra al médico del pueblo, ésta algo más modesta.
La que tenemos por asignación es un recio caserón del que tiemblo al
pensar la cantidad de leña que debe de hacer falta para calentar sus
alcobas en los crudos inviernos serranos que nos aguardan.
Te diré que..
A partir de aquí el tiempo y la humedad fueron inmisericordes con el
papel, lo que hizo que la misiva terminara abruptamente, para mi
desgracia, no sería la única vez que eso ocurriera.
Me atreví a tomar la siguiente cuartilla y
comencé a leer:
Alameda del Valle 9 Agosto 1882
Amor mío.
Continuo contándote cómo estoy aquí, ya te
dije que parece que estemos en otro mundo (ilegible varias líneas)
El 25 de Julio fueron las fiestas mayores
(sic) y la romería a una hermita (sic) en las afueras de la población, hubo misa
y baile con dulzaineros y creo que esto haq sido lo único que me ha causado
diversión desde que llegué.
Las gentes del lugar a pesar de la miseria
que arrastran, no dudaron en vestir sus mejores galas para acudir a venerar a
la imagen de Santa Ana, tienen una vieja talla de varios siglos de antigüedad a
la que veneran y llevan en andas desde el pueblo.
Tras la misa, hacen una comida bajo la sombra
de los chaparros circundantes, donde sacan productos de la matanza que les deben
de quedar en las despensas. El ayuntamiento por su parte, reparte dos arrobas
de vino entre los romeros y es que a
pesar de la cortedad del pueblo, éste cuenta con un fielato donde se pagan las
tasas correspondientes al trasiego del vino.
(Siguen de nuevo varias líneas ilegibles) el
calor a pesar de estar en agosto es mucho mejor que el que supongo que
padecerás en Madrid, las noches ya son frescas y tenemos que echarnos un chal sobre
los hombros nada más llegar el ocaso. Como ya te conté, la única diversión
vespertina en las tardes eternas de verano es pasear por la calle Grande arriba
y abajo, además de los días especiales que mi padre nos lleva a Rascafría y podemos pasar a comprar telas e hilos para
poder bordar y llenar nuestros días con trabajos de costura, cosas de mujeres.
Como siempre atesoro estas cartas por si
algún día consigo hacértelas llegar.
Con todo mi amor.
Águeda.