viernes, 4 de septiembre de 2015

Arcangel


-          ¿Éste es el lugar dónde traías a tus novias?

-          Solo a una.

-          ¿Y Qué hacías aquí con ella?

-          ¿Aquí en la calle, delante de tanta gente? Poco podía hacer.

Sí, en los jardines del Descubrimiento poco podíamos hacer. Ahora era distinto y distinta la chica que me acompañaba. Me detuve de improviso frente a ella, acerqué mi cara a la suya, y la besé, no fue un beso al uso, mordisqueé con mis labios los suyos haciendo mía la humedad que mantenía allí, con un segundo repaso, introduje levemente mi lengua entre sus labios y sus dientes para deja allí ahora mi humedad.

-          ¿Qué hacés?

-          Se dice “qué haces”.

-          Llevo mucho tiempo en España, apenas se nota mi deje latino, pero alguna frase me tenía que quedar de mi tierra.              

Y es que ella no era nacida en esta tierra, era del continente sur americano, nunca me gustó la palabra sudamericano, siempre procuro no decirla ni escribirla. Ella es de un color ceniza como los de su tierra, una mezcla de sangres y colores indios, mulatos y criollos.

Nos detenemos junto a una valla metálica, la abrazo y resguardo mis manos del frío dentro de su abrigo, las subo por encima de su talle, con los índices recorro el refuerzo de su sujetador, ella se estremece.

-          ¿Tienes frío?

-          No es eso.

Si me dijeran que vuelvo a tener dieciséis años, lo daría por creído, pues empiezan a aflorar las mismas sensaciones, la adrenalina escapa a chorros de mi único riñón y una breve erección comienza a aflorar haciendo que empiece a incomodarme el estar de pie.

Para que no vea el rubor que comienza a acalorarme el rostro, hundo de nuevo mi boca en la suya. Esta vez mi lengua entra sin ninguna duda en su boca y la saboreo por todos los recovecos. Por dentro ella es suave y juraría que dulce, su lengua por debajo de la mía quiere participar en el juego, pero yo se lo impido firmemente.

-          ¿Qué diría mi novio de esto? – Comenta risueña.

-          Por favor no lo nombres, no es de buen gusto.

La atraigo hacia mí y la abrazo con fuerza, huelo su cabello y no tengo con qué comparar esta situación, quizás porque hace tiempo que no abrazo así a una mujer, mi memoria es humillantemente selectiva, me quiere hacer creer que nunca hubo otra mujer antes, ni otro abrazo, solo recuerdos grises en mi cama al despertar.

Separo mi rostro y la miro a sus ojos.

-          Desde aquí puedo ver el mar.

-          Pero si tengo los ojos negros, idiota ¿Cómo vas a ver el mar?

-          En el mar también se hace de noche.

La vuelvo a besar, pero esta vez son varios piquitos, lo justo para que no pueda hablar, pero a mí me sirven para comprobar la turgencia de sus labios, como todos los de su raza son más grandes y carnosos que los que acostumbré a besar. En ese momento me vino a la mente un pensamiento impuro ¿Cómo sería mantener mi pene contra sus labios? Los siguientes latidos de mi maltrecho corazón sirvieron para volver a incomodar el bulto que a ratos crecía dentro de mi pantalón.

Creo que ella también lo notó pues sus ojos comenzaron a brillar de manera especial, la volví a besar y esta vez comprobé que su boca estaba más húmeda y suave, o eso me pareció.

Esta vez fue ella la que se apretó contra mí buscando protección de las ráfagas de aire frío que a ratos soplaban, por lo que noté sus pechos, todavía no había pensado en ellos, sabía que eran pequeños, pues pequeña es ella de estatura, pero se la notaban duros y enhiestos, en todo el tiempo desde que la conocía nunca la vi con grandes escotes, al contrario siempre iba con blusas o jerséis cerrados hasta el cuello.

Mi mano derecha quiso resolver cualquier duda y se situó cubriendo de pleno su pecho. Por desgracia llevaba un sujetador de copa dura y no pude sentir sus pezones, mi decepción me hizo preguntárselo.

-          ¿Tienes los pezones duros?

-          ¿Qué?

Acerqué mi boca a su oreja.

-          Me gustaría saber si se te han puesto los pezones duros cuando te he puesto la mano.

-          Que idiota que eres, los tengo duros desde hace mucho tiempo.

Apenas con un susurro me atreví a preguntar.

-          ¿Y abajo estás húmeda?

Esta vez noté hasta el calor de su aliento cuando me dijo:

-          Si.

Se apretó aun más contra mí, por lo que mi erección era ya más que notable. Aun así también me atreví a preguntar.

-          ¿La notas?

Ella volvió a acercar su boca a mi oído.

-          Sí, y me gustaría tenerla dentro.

-          Pues yo antes que nada haría otra cosa. – La dije trémulo. - ¿Sabes qué haría ahora mismo? Metería la mano entre tus pantalones y por dentro de tus bragas e introduciría el dedo dentro de tu sexo, luego lo sacaría y lo chuparía con fruición.

Al decirlo, noté cómo se estremecía, cómo se abrazaba a mí, casi con desesperación, como si fuera la última vez que podíamos estar juntos y así debía de ser, porque en mis sueños nunca sé quién puede ser la siguiente que me acompañe en mis húmedos deseos, porque cada vez son menos los sueños y más las pesadillas.

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