domingo, 29 de diciembre de 2013

Matilde

Le han faltado quince días para cumplir ciento y un años, ha dejado de luchar a pesar de que apostábamos que los cumpliría, adiós abuela Matilde.
Es curioso, a pesar de que murió cuando tenía solo once años, tengo un cariño casi mítico hacia mi abuelo y me dolió mucho más su muerte. Quizás porque el cumplir años te endurece el corazón, o más bien porque mi abuela era otra cosa.
En Alameda la llamaron “la loba” y bien que lo demostró sacudiéndole dos guantazos en medio del bar al pobrecillo que tuvo la ocurrencia, hace poco el alcalde tuvo a bien soltar el botellín del que parece que alguien le puso “loctite” para llevarla una placa nombrándola hija adoptiva de Alameda del Valle.
Pues ella no nació serrana, era del foro, inclusera para más señas, yo siempre decía en broma que era la hija de alguna vizcondesa avergonzada por un desliz, por lo que era posible que corriera sangre azul por mis venas.
A mí me deja como herencia el morderme las uñas, somos los únicos de la familia que tenemos este arrebato gourmet, o más bien aprendizaje caníbal. Además fue mi madrina de bautizo si es que eso sirve para algo, perdóname abuela, pero cada vez que veo las fotos me parto de risa al verte con ese abrigo de colas de zorro, más falso que una promesa de Rajoy.
Yo sabía de sus penurias tras la guerra y en los afamados “años del hambre” Ahora más, puesto que me dedico a transcribir las memorias de mi tía Luci, su hija mayor, quizás por eso su lucha de estos años con tantos achaques de la edad a los que ella siempre toreó.
Era famosa en el valle por su trabajo de cocinera en el Hostal del Marqués y por los “bartolillos” unas afamadas rosquillas, que debía de ser el único del orbe a quien no me gustaban, juro que tenían excesiva ralladura de limón.
En fin, ahora me toca pedirla perdón por haberla odiado desde mi más tierna niñez pues cuando íbamos juntos y veía a un conocido, ella tan ufana de mí, me presentaba como su nieto y para demostrar lo inteligente que era me hacía recitar el Jesusito de mi vida.

Descansa en paz Matilde, pero como nunca te perdoné tu segunda boda, hazme un favor, en el cielo no busques a mi abuelo.


martes, 17 de diciembre de 2013

Vida de Luci

Entre mis recuerdos está esta anécdota tan cierta como dolorosa. Ya narré que mi padre madrugaba para irse a trabajar, como las tres hermanas dormíamos juntas, aprovechábamos su ausencia para correr a meternos en la cama con mi madre, y esto lo teníamos como costumbre. Cierto día como mi hermana Julia era tan enclenque, al correr se cayó y me acusó llorando de la autoría del empujón. ¡Horror! Como siempre, me tocó pagar a mí el pato, mi madre para castigarme, me envió de vuelta sola a nuestra cama.
Por entonces tendría ya unos siete años y me rebelé ante esta injusticia, siempre culpabilizada por mi hermana Julia. Ante esto, no se me ocurrió otra cosa que decir a mi madre:
-       Por no dejarme ir contigo a la cama, no te voy a dar el duro que te he quitado.
Todavía hoy me arrepiento de esa mentira, pues me hizo levantar e ir a buscar el duro, presuntamente sisado. Por lo que me vi en la calle con la amenaza de no poder regresar a casa hasta que no trajera el susodicho duro.
En la puerta estuve elucubrando, de dónde iba a sacar tamaño capital, al final encontré la manera de resolver mis problemas, me acerqué a la casa del señor Marianillo, el tendero, diciéndole que me mandaba mi madre para que me prestara un duro y que al regreso de mi padre de su jornada, se lo devolvería. Tuve suerte pues el buen señor, como solía, nos daba otras veces dinero fiado.
Aliviada y con el duro en el bolsillo, regresé a casa, encontrándome a todos ya despiertos y junto a la lumbre, al verme mi madre me interrogó:
-       ¿Cuándo me cogiste el duro?
-       Pues, el otro día.
Con eso mi madre me dio un bofetón con la mano vuelta, con la consecuencia de perder allí mismo un diente y sangrar como un gorrino. Desde entonces jamás he vuelto a mentir a nadie.



La penúltima de mis aventuras es hacer de  “negro” escribiendo las memorias de mi tía Luci. ¿Cómo llegué a esto? Fue una conjunción de inquietudes. La mía por conocer la vida de mi abuelo y las vicisitudes que le llevaron de su Torrelaguna natal, hasta un pueblecillo atrasado varios siglos y desolado por la guerra llamado Alameda del Valle.
La otra inquietud fue la de mi tía por ver plasmada su vida en papel, mi “fama” de aprendiz de escritor llegó a sus oídos y el resto es un trabajo emocionante, en un cuaderno de tapas de hule, mi tía ha grabado de negro (coincidimos en el gusto del color del bolígrafo) ochenta años de amor, dolor, sentimientos y hasta donde he leído, hambre un hambre que desgarra. Una España que comía cáscaras de patatas asadas en la lumbre, madera robada asimismo pues ni eso tenía y una España que bebe de sus raíces, pícara, que no olvida a Guzmán de Alfarache o al Lazarillo de Tormes.
Este es una de las decenas de anécdotas de mi tía, triste y alegre a la vez, mi homenaje será ver un día el libro impreso como ella desea.


lunes, 9 de diciembre de 2013

Verde


-    La conocí en el metro, en la línea 4, yo acababa de salir de la consulta del psicólogo e iba de camino a la biblioteca. Iba molesto, me había pasado cinco días de la fecha tope de devolución del libro, era la primera vez que esto me sucedía, no sabía qué consecuencias me acarrearían, imaginaba que durante varios días no podría retirar ningún otro libro y esto me disgustaba sobremanera. Desde la noche de los tiempos, no recordaba ver la estantería de mis libros de cabecera sin algún libro con la vitola en el lomo, marcando con su especial código, la pertenencia al Ministerio de Cultura o al Departamento de cultura de la Comunidad Autónoma.
Seguro que fue ella quien inició la conversación, la timidez congénita que padezco me impide intercambiar cualquier frase que no fuera un educado “buenos días” con cualquier ser desconocido no importando la pertenecía a sexo cualquiera.
-       Si la homeopatía es una ciencia, la bruja Lola es doctora en aquelarres.
-       ¿Perdona?
-       Disculpa si te molesto con mi rollo, pero es que no aguanto a cierto tipo de personas que se creen doctores y solo son unos matasanos.
-       Bueno, en mi caso te diré que de Física ando pez, pero casualmente conozco el número de Avogrado y en esto te puedo dar honradamente la razón.
-       Ja ja, menos mal, me has evitado el tener que ponerte un ojo a la funerala.
Tenía una risa cantarina que escuché perfectamente a pesar de los mil ruidos inherentes a la circulación del suburbano, pitidos, conversaciones de mayor o menor intensidad, la insufrible voz grabada de la locutora que anuncia: “Próxima estación, Bilbao, correspondencia con línea 1”
Al oír su risa, por desgracia inhabitual en cualquier lugar que no sea en un botellón de porretas a las doce de la noche. Mucha de la gente que nos acompañaba en el vagón volvió sus rostros para mirarla, lo que la hizo sonreír y hacer brillar sus ojos.
Todo esto consiguió transfigurar su cara, recordándome los cuadros de los maestros renacentistas, en los que un Cupido alado intenta velar con etéreas gasas las desnudeces de diosas casquivanas con una mirada traviesa.
-       La gente no está acostumbrada a ver reír a los demás, es una desgracia de la raza humana, todo tiene que ser gris, o peor aún, negro. Nadie concibe siquiera la existencia de colores ¿Tú qué opinas?
-       Pues que me estás dejando alucinado, hacía eones que no tenía una conversación tan interesante con alguien, y permíteme decirte que afortunadamente me apeo en Arguelles que es el final de línea, para poder seguir disfrutando de nuestra charla.
-       Vaya, lamento comunicarte que me apeo en San Bernardo, no es porque quiera, sino por pura necesidad, pues allí mismo está ubicada la oficina en la que trabajo, más bien una de ellas, pues pertenezco al pulcro gremio de las señoras de la limpieza, vamos, las reinas del mocho, ja ja.
La insidiosa voz de la locutora se dejó oír en aquel momento: “Próxima estación San Bernardo, correspondencia con línea 2”
-       Pues antes de que desaparezcas de mi vida, solo decirte que muchas gracias por tu amena charla, hay días que empiezan grises, casi negros, pero gracias a ti hoy terminará de color.
-       ¿De qué color?
-       Verde, verde esperanza.


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